HUGO GIOVANETTI VIOLA
5 EL ACTO / LA SONRISA
Isabelino Pena y Díaz Grey se sentaron en el porche a tomar un té de yuyos justo cuando empezaba el acto sindical. No debe haber más de trescientos militantes frente al monumento dedicado a los colonizadores valdenses que preside el verdor frondoso de la plaza: la escultura de un inmigrante perniabierto y recostado sobre una pala parece recordarle a los sanmarianos que el realismo socialista fue inventado por la masonería.
-El orador también es uruguayo y dirige un pasquín fundado después del triunfo de la Revolución Cubana -explicó el médico, divertido por la consigna soviética de avanzar en democracia: -Se llama Lázaro Rodríguez, pero le dicen Nikita.
El periodista ya es sesentón y disfruta ofreciendo un desborde de barriga peluda que simetriza con los bigotes de las alpargatas, y apenas termina el discurso deposita unos jazmines en homenaje al camarada caído en los andamios del Cristo obrero y doña Glyde aúlla desde la obra:
-Camarada tu madrina, carancho ruso. Ustedes lo que quieren es escrucharle chirolas al chivo de la nena cuando todo el mundo sabe que se cagan en Dios y juegan al toma y daca con el pastor mentiroso.
-Ustedes tienen menos pajarío que los ombúes -apareció entre la cal reverberante el quintero de piernas como sarmientos: -Y pa besarle los quesos a la Anita se tendrían que colgar otro ombligo y boquear en la palangre.
-Fuera -le encaja un cascotazo la mujer-medusa al Hugo: -Vos inventaste el cuento del chivo y nadie sabe lo que lanceás por día.
-Desclasado. Fiolo de zafra -aprovechó Nikita para tirarle pedregullo al muchacho con orejas de Clark Gable que se escondió atrás de una viga.
Y entonces entra en escena la infanta flotadora y Díaz Grey murmura:
-¿Por qué no estaremos hechos para ser felices?
Ana María Malabia calmó al gentío con el labio superior floralmente rizado bajo la cofia luminosa y Josefina suspiró atrás de una reja del porche:
-Ay, ustedes. Las locas.
-Somos almas -la corrige Angélica Inés mientras los obreros enrollan los carteles y empiezan a vaciar la sombra azulada de la plaza.
-Lo llevo de vuelta al centro, señor detective -ordenó desenvainando un Chesterfield el médico.
Esta vez desembocamos directamente en el barrio viejo, y la estatua de Brausen Fundador se recorta en el poniente rojo y perforado por un agigantamiento de Venus que enjoya las casas-quintas con un aura sin tiempo.
-Qué magia del carajo -se sacó el gacho bogartiano el viejito y Díaz Grey estacionó en una vereda incendiada por las glicinas. -Aquella torre de la rambla debe ser un belvedere olímpico.
-El último rascacielos -vuelve a fumar con la misma altivez parsimoniosa de Juan Carlos Onetti el hombre de poca fe: -Acá le llamamos rascacielos a un mamotreto de cinco o seis pisos. Todos hechos por Petrus. ¿No me va a preguntar qué clase de locura tiene Angélica Inés o ya la etiquetó?
Isabelino Pena se aplastó el jopo de pájaro espolvoreado por la gomina seca y retrucó con una dentadura verdísima:
-Yo no etiqueto ni juzgo, señor novelista.
-Disculpemé, por favor. Pero para hablar en frío precisaría un escocés doble. ¿No me acompaña al Plaza?
Y de golpe me desesperan unas vergonzosas ganas de festejar la luz de Santa María tomando whisky hasta caerme y explico con un nódulo en el buche:
-Lo que yo tendría que hacer es matear un rato en la pensión. Necesito el chupete abstemio de la bombilla, ¿entiende?
-Ah. Lo lamento mucho -prendió el motor soplando el humo hacia el Brausen cabalgante Díaz Grey: -Es la maldita magia de esta ciudad con chivos.
Y recién cuando incrusta el Fregate en el único hueco que queda frente al Berna se desahoga:
-Angélica Inés Petrus sufre de ninfomanía compulsiva, mi amigo. Otra tilinga capaz de violar hasta a un gorila bolchevique. Usted parece católico.
-Apostólico y descalzo.
-Bueno, mi cruz es dulce: cuidar a esa mujer que atiendo desde que es una criatura y que ahora se supone que está embarazada de mí. La jodida piedad.
-La piedad no es jodida.
6 / ENCUENTRO CON ONETTI Y RIMBAUD
Isabelino Pena se lavó los dientes y preparó otro mate antes de bajar a la rambla ya constelada por un telón turquesa. El último rascacielos es tan idéntico al de Gonzalo Ramírez y Vázquez donde Onetti alquilaba su belvedere que me sentimentalizo y ronqueo en el ascensor:
-Y otra vez allá en Barracas / esa deuda les pagué. / Esa amistad nos tenía / unidos siempre a los tres.
El detective apenas se fastidió cuando encontró el clásico cartel con los osos hibernantes clausurando la puerta. Entonces me decido a hacer tiempo en la azotea en lugar de adobarme en un boliche como hacía en Montevideo y después de vaciar el termo frente al contraluz portuario bajo espinolianamente eufórico y me importa un pito que siga colgada la advertencia polar.
-Juaaaan -aulló el detective machacando la puerta con ráfagas de piñazos estilo pájaro carpintero: -Juaaaan. Soy el petiso, el Marlogüe junguiano. Juaaaan. Abrime o reviento, carajo.
Y de golpe lo veo aparecer en piyama: sesentón, entrompado hasta la náusea y con el nácar de un jazmín que conozco muy bien en la solapa:
-¿Y vos qué mierda hacés aquí, egomaníaco? ¿Con qué permiso invadís el purgatorio privado que sudamos con el Tata?
-Me manda el Tata, viejo.
Onetti le llevaba dos cabezas a Isabelino Pena, y cuando descubrió la corola de Anita titilando en el traje color musgo ladró a lo Marlon Brando:
-Viejo estás vos, homúnculo. Entrá y sentate a reventar tranquilo porque yo me pienso encamar en soledad de amor herido.
Y después de arrancar a los malditos osos vuelve al dormitorio y me deja frente al retrato de Sabat y me animo a provocarlo berreando el Cele que lo humilla como una extrema unción:
-Viejo porque tengo miedo que me sobrés en malicia / viejo porque desconfío que me querés amurar / porque me estoy dando cuenta que fue mi vida ficticia / y porque tengo otro modo de ver y filosofar.
-Por lo menos traete un vaso y más hielo, animal -pareció imitar las bocinas de las lanchas en el río el hombre alto.
Entonces me doy cuenta que esta novela es el último round contra el dragón y dejo la matera en el comedor y me sirvo un farol de soda on the rocks que le hace exagerar la torcedura del tic trompudo hasta el deleite:
-Parecés un monaguillo. Y yo que compré tres JB por si los tábanos.
El detective apoyó su vaso entre la humareda de la gran mesa de luz donde Buda sonreía rodeado por las botellas con resplandor oceánico y se persignó:
-Todo para ti y nada para mí.
-Mejor. Y hay otro dicho de amor y luz que inventó Baudelaire, si no me equivoco: La gaseosa es la paja de los místicos. ¿Cigarrillos tampoco?
-Tampoco.
-Y hembras ni hablar, aunque me parece que en la estación te enamoraste de la Virgen del chivo y te vendió un jazmín inmortal. Somos dos.
-¿Y Dolly?
-Está en Madrid. Y te aclaro que yo aquí me llamo Linacero. Pero no hagas más preguntas porque me da pereza hasta llorar.
Y mientras prende un Benson & Hedges descubro los libracos que hay atrás del Buda y me encajo los lentes y salto igual que un nene frente a la figurita sellada:
-Opa. Tenés la última biografía de Rimbaud.
-Por desgracia.
-¿Enid Starkie es mujer o hombre?
-No sabo. El editor no nos permite ver esa entrepierna, Bruto.
El detective miró el tomo de abajo y apenas lo acarició:
-Fiesta y Adiós. ¿Cuál traducción?
-La peor. ¿Sabés que cuando te vino la pataleta acababa de desnudarme para emborracharme llorando por ella?
-¿Por la Malabia?
-Ana María revisited.
Y enseguida retiembla otra vez la puerta y reconozco el berrido de zoológico:
-Linacero. Soy Lázaro. Conseguí el tinto chinche que cura los gualichos.
Isabelino Pena se lavó los dientes y preparó otro mate antes de bajar a la rambla ya constelada por un telón turquesa. El último rascacielos es tan idéntico al de Gonzalo Ramírez y Vázquez donde Onetti alquilaba su belvedere que me sentimentalizo y ronqueo en el ascensor:
-Y otra vez allá en Barracas / esa deuda les pagué. / Esa amistad nos tenía / unidos siempre a los tres.
El detective apenas se fastidió cuando encontró el clásico cartel con los osos hibernantes clausurando la puerta. Entonces me decido a hacer tiempo en la azotea en lugar de adobarme en un boliche como hacía en Montevideo y después de vaciar el termo frente al contraluz portuario bajo espinolianamente eufórico y me importa un pito que siga colgada la advertencia polar.
-Juaaaan -aulló el detective machacando la puerta con ráfagas de piñazos estilo pájaro carpintero: -Juaaaan. Soy el petiso, el Marlogüe junguiano. Juaaaan. Abrime o reviento, carajo.
Y de golpe lo veo aparecer en piyama: sesentón, entrompado hasta la náusea y con el nácar de un jazmín que conozco muy bien en la solapa:
-¿Y vos qué mierda hacés aquí, egomaníaco? ¿Con qué permiso invadís el purgatorio privado que sudamos con el Tata?
-Me manda el Tata, viejo.
Onetti le llevaba dos cabezas a Isabelino Pena, y cuando descubrió la corola de Anita titilando en el traje color musgo ladró a lo Marlon Brando:
-Viejo estás vos, homúnculo. Entrá y sentate a reventar tranquilo porque yo me pienso encamar en soledad de amor herido.
Y después de arrancar a los malditos osos vuelve al dormitorio y me deja frente al retrato de Sabat y me animo a provocarlo berreando el Cele que lo humilla como una extrema unción:
-Viejo porque tengo miedo que me sobrés en malicia / viejo porque desconfío que me querés amurar / porque me estoy dando cuenta que fue mi vida ficticia / y porque tengo otro modo de ver y filosofar.
-Por lo menos traete un vaso y más hielo, animal -pareció imitar las bocinas de las lanchas en el río el hombre alto.
Entonces me doy cuenta que esta novela es el último round contra el dragón y dejo la matera en el comedor y me sirvo un farol de soda on the rocks que le hace exagerar la torcedura del tic trompudo hasta el deleite:
-Parecés un monaguillo. Y yo que compré tres JB por si los tábanos.
El detective apoyó su vaso entre la humareda de la gran mesa de luz donde Buda sonreía rodeado por las botellas con resplandor oceánico y se persignó:
-Todo para ti y nada para mí.
-Mejor. Y hay otro dicho de amor y luz que inventó Baudelaire, si no me equivoco: La gaseosa es la paja de los místicos. ¿Cigarrillos tampoco?
-Tampoco.
-Y hembras ni hablar, aunque me parece que en la estación te enamoraste de la Virgen del chivo y te vendió un jazmín inmortal. Somos dos.
-¿Y Dolly?
-Está en Madrid. Y te aclaro que yo aquí me llamo Linacero. Pero no hagas más preguntas porque me da pereza hasta llorar.
Y mientras prende un Benson & Hedges descubro los libracos que hay atrás del Buda y me encajo los lentes y salto igual que un nene frente a la figurita sellada:
-Opa. Tenés la última biografía de Rimbaud.
-Por desgracia.
-¿Enid Starkie es mujer o hombre?
-No sabo. El editor no nos permite ver esa entrepierna, Bruto.
El detective miró el tomo de abajo y apenas lo acarició:
-Fiesta y Adiós. ¿Cuál traducción?
-La peor. ¿Sabés que cuando te vino la pataleta acababa de desnudarme para emborracharme llorando por ella?
-¿Por la Malabia?
-Ana María revisited.
Y enseguida retiembla otra vez la puerta y reconozco el berrido de zoológico:
-Linacero. Soy Lázaro. Conseguí el tinto chinche que cura los gualichos.
7 ENCUENTRO CON LÁZARO / EL POZO
Isabelino Pena le abrió al director del semanario El socialista y miró los cinco litros de tinto Los abuelos con más miedo que asco. El Nikita uruguayo ya jiede mucho a caña pero apenas nos presentamos se le activa la lucidez partidaria:
-Me dijeron que usted trajo ejemplares de la novela que publicó Díaz Grey en Montevideo. ¿Qué le pareció el acto de La Paz?
-La Colonia Piamontesa es una maravilla -le señaló la niebla tabacal del dormitorio el detective al sindicalista: -Pase, por favor.
-Fue el primer acto grande de la futura Convención -saluda haciendo la venia y destapa la damajuana el gorila obscenamente disneico y de barriga enrulada.
-Bingo. Entonces la revolución es cuestión de semanas -cabeceó Onetti, sin necesidad de imitar a un caballo.
-A Linacero no hay que llevarle el apunte, señor Pena. ¿Sabe lo que es reencontrarlo después de veinticinco años en la estación de Santa María y sentir que para él no hubo historia? Ni la gloria de Stalingrado ni el amanecer latinoamericano de Sierra Maestra. Un fracasado nato.
-Sos un poeta, gordo. Pero acá el único fracasado es tu culo.
-Dejá ese jarabe yanqui de una vez -trae tres vasos de la cocina Nikita y sirve el vino negro que no huele nada mal: -Vas a ver cómo después del primer litro empezás a sudar el gualicho.
-Te aclaro que con el señor Pena perdés el tiempo porque acaba de pasarse a la gaseosa. Es un desclasado místico.
-Un místico es un borracho que va al cielo y un borracho es un místico que va al infierno -acarició la cara de Rimbaud el viejito.
-Touché -le hace una guiñada el verdadero autor de Para una tumba sin nombre al Faulkner que preside el lambriz de la cama: -Si juntamos a los genios viciosos que hubieran suscrito esa consigna el acto de La Paz sería un poroto.
-Pero déjense de joder con las blabletas burguesas, compañeros. Yo vine a confesarte una vieja cagada y a pedirte que colabores con un milagro para la causa del Hombre Nuevo, Eladio.
-Las confesiones con el padre Pena. Y los pedidos al Tata Brausen. A mí me dieron licencia por angustia gardelera. ¿Además qué carajo de milagro puede hacer un soñador de mierda como yo?
-Escribir sobre Ana María.
Onetti alzó el perfil igual que un boxeador alcanzado en el hígado y después de aplastar el cigarrillo hizo fondo blanco y jadeó heladamente:
-No te metas con eso.
-Y vos no te agarrés todo a la piamontesa, tampoco. Lo único que te pido es una paginita para el semanario: algo lindo sobre la nena y el chivo y el Cristo obrero -se barre un sudor aceitoso el hombre con dos barrigas.
-Y vos cómo sabés que yo escribo.
-Es que esa vendría a ser la cagada. Y según cómo se la mire. Porque cuando alquilábamos juntos en el conventillo nunca me animé a decirte que una mañana te encontré roncando con un montón de panfletos que me robaste escritos del otro lado y los leí. Capaz que ni te acordás, pero tenían hasta título: El pozo. Era una especie de carta de suicida y lo único que te importaba era reírte de mí y putear a todo el mundo y adorarle la concha a una muerta que se llamaba Ana María. Claro que ni siquiera te salió el tiro del final.
-Fuera, bestia -sacó un revólver de abajo de la almohada el supuesto Linacero: -O el tiro te lo vas a llevar en tu concha.
Ahora empiezo a divertirme y ayudo a pararse a Nikita y lo empujo hasta el comedor, donde recupera el desprecio bronquítico:
-Pero qué porquería que sos, cagatinta. ¿Sabés lo único que te falta? Engancharte con el infantilismo guerrillero, que ahora está tan de moda. Y quedate con la damajuana, nomás: te la regala el proletariado que vanguardiza a las capas medias y los pequeños productores y los intelectuales orgánicos, chancho violador. Lo único que te faltaba era encajetarte con una nena más pura que la Virgen.
Isabelino Pena hizo salir a Lázaro y botoneó el ascensor murmurando:
-Mejor no vuelva más o lo van a limpiar antes de la toma de la Casa Rosada.
Y en el dormitorio encuentro a Juan enmascarado por un pañuelo muy blanco y tocándose el jazmín inmortal del piyama.
-Yo te avisé que esto era el purgatorio, Marlogüe. Pero vos sos masoca.
Isabelino Pena le abrió al director del semanario El socialista y miró los cinco litros de tinto Los abuelos con más miedo que asco. El Nikita uruguayo ya jiede mucho a caña pero apenas nos presentamos se le activa la lucidez partidaria:
-Me dijeron que usted trajo ejemplares de la novela que publicó Díaz Grey en Montevideo. ¿Qué le pareció el acto de La Paz?
-La Colonia Piamontesa es una maravilla -le señaló la niebla tabacal del dormitorio el detective al sindicalista: -Pase, por favor.
-Fue el primer acto grande de la futura Convención -saluda haciendo la venia y destapa la damajuana el gorila obscenamente disneico y de barriga enrulada.
-Bingo. Entonces la revolución es cuestión de semanas -cabeceó Onetti, sin necesidad de imitar a un caballo.
-A Linacero no hay que llevarle el apunte, señor Pena. ¿Sabe lo que es reencontrarlo después de veinticinco años en la estación de Santa María y sentir que para él no hubo historia? Ni la gloria de Stalingrado ni el amanecer latinoamericano de Sierra Maestra. Un fracasado nato.
-Sos un poeta, gordo. Pero acá el único fracasado es tu culo.
-Dejá ese jarabe yanqui de una vez -trae tres vasos de la cocina Nikita y sirve el vino negro que no huele nada mal: -Vas a ver cómo después del primer litro empezás a sudar el gualicho.
-Te aclaro que con el señor Pena perdés el tiempo porque acaba de pasarse a la gaseosa. Es un desclasado místico.
-Un místico es un borracho que va al cielo y un borracho es un místico que va al infierno -acarició la cara de Rimbaud el viejito.
-Touché -le hace una guiñada el verdadero autor de Para una tumba sin nombre al Faulkner que preside el lambriz de la cama: -Si juntamos a los genios viciosos que hubieran suscrito esa consigna el acto de La Paz sería un poroto.
-Pero déjense de joder con las blabletas burguesas, compañeros. Yo vine a confesarte una vieja cagada y a pedirte que colabores con un milagro para la causa del Hombre Nuevo, Eladio.
-Las confesiones con el padre Pena. Y los pedidos al Tata Brausen. A mí me dieron licencia por angustia gardelera. ¿Además qué carajo de milagro puede hacer un soñador de mierda como yo?
-Escribir sobre Ana María.
Onetti alzó el perfil igual que un boxeador alcanzado en el hígado y después de aplastar el cigarrillo hizo fondo blanco y jadeó heladamente:
-No te metas con eso.
-Y vos no te agarrés todo a la piamontesa, tampoco. Lo único que te pido es una paginita para el semanario: algo lindo sobre la nena y el chivo y el Cristo obrero -se barre un sudor aceitoso el hombre con dos barrigas.
-Y vos cómo sabés que yo escribo.
-Es que esa vendría a ser la cagada. Y según cómo se la mire. Porque cuando alquilábamos juntos en el conventillo nunca me animé a decirte que una mañana te encontré roncando con un montón de panfletos que me robaste escritos del otro lado y los leí. Capaz que ni te acordás, pero tenían hasta título: El pozo. Era una especie de carta de suicida y lo único que te importaba era reírte de mí y putear a todo el mundo y adorarle la concha a una muerta que se llamaba Ana María. Claro que ni siquiera te salió el tiro del final.
-Fuera, bestia -sacó un revólver de abajo de la almohada el supuesto Linacero: -O el tiro te lo vas a llevar en tu concha.
Ahora empiezo a divertirme y ayudo a pararse a Nikita y lo empujo hasta el comedor, donde recupera el desprecio bronquítico:
-Pero qué porquería que sos, cagatinta. ¿Sabés lo único que te falta? Engancharte con el infantilismo guerrillero, que ahora está tan de moda. Y quedate con la damajuana, nomás: te la regala el proletariado que vanguardiza a las capas medias y los pequeños productores y los intelectuales orgánicos, chancho violador. Lo único que te faltaba era encajetarte con una nena más pura que la Virgen.
Isabelino Pena hizo salir a Lázaro y botoneó el ascensor murmurando:
-Mejor no vuelva más o lo van a limpiar antes de la toma de la Casa Rosada.
Y en el dormitorio encuentro a Juan enmascarado por un pañuelo muy blanco y tocándose el jazmín inmortal del piyama.
-Yo te avisé que esto era el purgatorio, Marlogüe. Pero vos sos masoca.
8 LA PRIMERA ERECCIÓN / EL ATAQUE
Isabelino Pena contó por qué había viajado a Santa María y Onetti se secó los lentes y guardó el revólver:
-Yo aparecí, nomás. Y me tuve que encontrar con la bella y la bestia en la estación. Ana María me mira como si fuera el Señor de la Paciencia y Lázaro me confunde con Linacero. Pobre Juan Carr.
-¿Cuándo te dio el jazmín?
-Anteayer. Y fue ella la que me enamoró. Esta vez soy más inocente que Caperucita en la cabaña de Capurro.
-Pero no creés en la inmortalidad del jazmín.
-Yo qué sé lo que creo. Este vino es buenísimo. Probalo, por lo menos. Lo pisotearon los callos progresistas.
-Apártate de mí, Satanás.
Y de golpe se me desenrosca una erección espantosa y siento que la damajuana y las tres botellas de JB son Cleopatras desnudas.
-¿Sabés que me zampé Fiesta y Adiós en dos días y me acordé de Jung y del análisis que me hizo en París de La cara de la desgracia? -pareció recomponerle la energía vertebral el tinto negro a Onetti: -Acá sale dos más dos: Brett es el alma emputecida de Hemingway y Catherine el alma muerta. ¿Te acordás cuándo la mata?
-Cuando el teniente ejecuta al soldado en la retirada.
-Lástima que la retirada le quedó horriblemente larga. Uno casi se olvida. ¿De veras no te tomás una copa?
-¿De veras no te apartás, Satanás?
Y ahora me cubro la entrepierna con el farol de soda para que no se dé cuenta que estoy mojado igual que un adolescente en el cine Hindú.
-A mí siempre me dieron bronca esas interpretaciones de Freud y de Jung -se sentó en la cama el hombre-caballo y recién al volver del baño chistó: -Aunque está clavado que Hemingway perdió el alma forever. En Por quien doblan las campanas le importa más la gloria que la Bergman. Y en Al otro lado del río Renata es maravillosa pero hay demasiado Hollywood. ¿Te sentís mal?
-Me siento peor que Rimbaud después del balazo, Carr.
-Pobrecito el botija. Y mirá que no le aflojó a los curas ni empalado. Me hizo mal esa biografía. Nadie puede creer el camelo de la hermana de que murió rezando.
-Vos no podrás creer.
Entonces Juan se arrodilla frente al lambriz y acaricia los versos que hay tachuelados abajo del cuadro del pescadito rojo: Hacia la fuente de noche y de olvido / Francisca Sánchez acompañamé.
-Nunca pude soportar la historia de Rimbaud. Y ayer me dio un ataque mucho peor que el de la falta de nombre en Madrid.
El hombre montañosamente calvo se despatarró boca arriba y de golpe sacó el revólver y le revisó las balas como si manejara un rosario:
-Jung entendió la cosa. Pero yo resucito a mi alma cuando quiero. Y lo peor es que ahora quisiera casarme de verdad.
-¿Con la Malabia?
-Incipit vita nova. Y además se me terminó el hambre de los canallas, te juro. Me la imagino de quince años y sigo sintiendo que no tiene cuerpo.
-Qué hermoso.
-El asunto es cómo coño me caso con Anita.
-Tené fe.
-Tengo miedo. En el ataque de ayer me crecieron unos ojazos de mosca y en cada celda celeste había una vida breve. Dolly es la única mujer-mujer que tuve. Me parece que estoy al borde de otro ataque.
-Calmate.
-¿Sabés por qué son celestes las colmenas? Porque tienen la luz de Rimbaud. Precisaría ver con urgencia a Díaz Grey.
-Bueno, voy a buscarlo.
-Rápido.
-Tené fe. Estás en la ciudad de los chivos.
Ahora afloja la erección y le saco el revólver por las dudas:
-Tratá de rezar el Ave María hasta la mitad para que termine en Jesús y no en muerte.
-¿Y qué te pensás que estoy haciendo, hermano?
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