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A nuestra clase le costó mucho esfuerzo dejar la Tierra. Sabemos muy bien que es el único planeta que cuenta con cordilleras de corazones, volcanes pasionales, cataratas de carcajadas, océanos de lágrimas, y una atmósfera que permite el florecimiento del arte con sus tempestades de belleza. Y a nosotros los niños nos encantan las fiestas. Pero tenemos que seguir, porque queremos saber más de lo que hay por ahí, para luego saber mejor de nosotros mismos.
Camino de Marte, y quizás pensando en los marcianos, a Luis se le ocurrió preguntarle al maestro si creía en los extraterrestres. No se trata de creer o no creer, sino de investigar y estudiar, responde aquél. Más fiables que los presentimientos nacidos de las apariencias, son los razonamientos cuidadosamente elaborados, y los telescopios como el Hubble que ve galaxias que están a 12.000 millones de años luz de distancia. El hombre ya sabe hoy sobre lo que ocurrió en las primeras milésimas del primer segundo del Big Bang, y ha desentrañado los mecanismos físicos por los que funcionan los agujeros negros, (sumideros cósmicos en los que la gravedad alcanza valores tan altos que se tragan toda la materia, incluida la luz). Pero por ahora los científicos, no tienen datos ni evidencias sobre la vida extraterrestre. Si hay alguna novedad, te aviso enseguida, Luisito. Sin embargo, insistió éste, mi tía Ormesinda en las afueras de Casupá, vió durante diez minutos una nave espacial y ella no miente nunca. El maestro, con infinita paciencia, contestó para toda la clase: si tú invitas a tu tía a Montevideo, tampoco mentirá cuando descubra y proclame en la Rambla que el mar se junta con el cielo. Yo veo muy difícil que un adolescente extraterrestre con ganas de hacer una broma, le robe la nave espacial del garage a su padre, viaje a la velocidad de la luz miles de años esquivando agujeros negros, para luego, y sólo durante diez minutos, poner histérica a Ormesinda, justo cuando ella se peinaba mirándose a un espejo que colgaba entre dos flores de ceibo, y finalmente, volver rápidamente (miles de años otra vez) para que su padre no lo rezongue mucho. Siempre sólo diez minutos y siempre una sola Ormesinda, nunca una reunión de setecientas Ormesindas intercambiando hipótesis sobre el origen de su nombre. Es tan enorme el espacio, que un encuentro con otra civilización es casi imposible. Pero por lo menos, sería formidable que nos pudiéramos comunicar a la distancia. Si a mí me eligen de portavoz, concluye el maestro, y para que se vayan enterando cuál es nuestra filosofía del vivir, yo le cantaría el final de un tango de un exiliado uruguayo: Y ayer jugó Peñarol / lo ví en un bar por la tele / perdió por tres mil a dos / y yo le dije a mi nene, / que merecimos ganar, querido, / pero que hubo mala suerte.
Camino de Marte, y quizás pensando en los marcianos, a Luis se le ocurrió preguntarle al maestro si creía en los extraterrestres. No se trata de creer o no creer, sino de investigar y estudiar, responde aquél. Más fiables que los presentimientos nacidos de las apariencias, son los razonamientos cuidadosamente elaborados, y los telescopios como el Hubble que ve galaxias que están a 12.000 millones de años luz de distancia. El hombre ya sabe hoy sobre lo que ocurrió en las primeras milésimas del primer segundo del Big Bang, y ha desentrañado los mecanismos físicos por los que funcionan los agujeros negros, (sumideros cósmicos en los que la gravedad alcanza valores tan altos que se tragan toda la materia, incluida la luz). Pero por ahora los científicos, no tienen datos ni evidencias sobre la vida extraterrestre. Si hay alguna novedad, te aviso enseguida, Luisito. Sin embargo, insistió éste, mi tía Ormesinda en las afueras de Casupá, vió durante diez minutos una nave espacial y ella no miente nunca. El maestro, con infinita paciencia, contestó para toda la clase: si tú invitas a tu tía a Montevideo, tampoco mentirá cuando descubra y proclame en la Rambla que el mar se junta con el cielo. Yo veo muy difícil que un adolescente extraterrestre con ganas de hacer una broma, le robe la nave espacial del garage a su padre, viaje a la velocidad de la luz miles de años esquivando agujeros negros, para luego, y sólo durante diez minutos, poner histérica a Ormesinda, justo cuando ella se peinaba mirándose a un espejo que colgaba entre dos flores de ceibo, y finalmente, volver rápidamente (miles de años otra vez) para que su padre no lo rezongue mucho. Siempre sólo diez minutos y siempre una sola Ormesinda, nunca una reunión de setecientas Ormesindas intercambiando hipótesis sobre el origen de su nombre. Es tan enorme el espacio, que un encuentro con otra civilización es casi imposible. Pero por lo menos, sería formidable que nos pudiéramos comunicar a la distancia. Si a mí me eligen de portavoz, concluye el maestro, y para que se vayan enterando cuál es nuestra filosofía del vivir, yo le cantaría el final de un tango de un exiliado uruguayo: Y ayer jugó Peñarol / lo ví en un bar por la tele / perdió por tres mil a dos / y yo le dije a mi nene, / que merecimos ganar, querido, / pero que hubo mala suerte.
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