Ahora sí, hecha esta aclaración, podemos formularnos las preguntas que importan:
¿Qué queremos decir con estas denominaciones? ¿Qué quiere decir, para nosotros, ser “quietos” o ser “inquietos”?
Intentando una primera aproximación, digamos lo siguiente:
Consideramos “quietos” a los seres humanos conformistas, tradicionalistas, conservadores, a los que se afilian mansa y servilmente al “statu quo”, sin que los inquiete ningún tipo de rebeldía ni de cuestionamiento.
Es necesario reconocer que siempre ha existido una abrumadora mayoría de tales seres quietos. Pero, en los tiempos en que nos toca vivir, el imperio de la quietud se ha visto enormemente reforzado por la omnipotencia del consumismo compulsivo.
Ahora bien: en las antípodas de los quietos, en todos los tiempos, en todas las sociedades y en todas las culturas, han convivido con esas mayorías quietas, pequeñas minorías de sujetos inquietos, rebeldes, revolucionarios: en costumbres, en religión, en política, en economía, en arte, en ciencia, en filosofía, en educación. En general se trata de sujetos protagónicos, varones y mujeres, que se adelantan a su tiempo y que sólo reciben el reconocimiento que merecen, y no siempre, mucho más tarde, generalmente después de haber muerto, habiendo resultado en vida ignorados, negados y perseguidos por los quietos de su época. Baste recordar la suerte que les deparó el “statu quo” a algunos de estos seres alternativos que, aunque fueron consagrados por la posteridad, resultaron sacrificados, por demasiado inquietos, por los quietos que fueron sus contemporáneos: Jesús, Sócrates, el Che.
De cualquier modo, es bueno explicitar que, cuando en este trabajo, hablamos de “inquietos”, no pensamos en seres extraordinarios. La inquietud a la que nos queremos referir no es ni nerviosa ni psicológica, sino existencial. Podríamos decir que es la inquietud de quienes están dispuestos a hacerse las preguntas que importan por dramáticas o trágicas que puedan resultar las posibles respuestas. Es la inquietud de los hombres y de las mujeres que se reconocen “problemáticos” y que están dispuestos a problematizar el sentido de su existencia.
A propósito de este tipo de inquietud es que Heidegger pudo definir al ser humano como “el ser en cuyo ser está planteado el problema de su ser”.
Y es en función de todo ello que no nos debe extrañar que, para la gran mayoría de los quietos, resulte inquietante y necesariamente incómoda la existencia de seres inquietos. Porque los seres inquietos molestan a los quietos por el mero hecho de ser, independientemente de lo que digan o de lo que hagan.
En efecto, el mero hecho de ser inquietos resulta amenazante y tiende a despertar los pujos represivos que duermen en el fondo de cada quieto. Eso explica por qué la inquietud termina siempre, más tarde o más temprano, resultando “subversiva”. Y por qué, como lo dice Nietszche con toda la contundencia de sus aforismos, aunque “al lado de la conciencia réproba creció todo saber hasta el momento, no nos puede extrañar que todo el que sea primicia resulte siempre sacrificado”. Sacrificado por “los buenos y por los justos”, es decir, por los quietos.
Es cierto, sin embargo, que cada mucho tiempo, en momentos “estelares” de la humanidad, algunas minorías de inquietos han logrado inquietar a las grandes mayorías, las han sacado de su inercia reiterativa y las han embarcado en profundas transformaciones colectivas. Pero también es cierto que, pasada la conmoción de estas crisis periódicas, en que la humanidad realiza grandes saltos cualitativos, en materia de costumbres, de ideologías, de sis-temas religiosos, sociales, económicos o artísticos, vuelve la calma y los quietos vuelven a asumir la dirección de un nuevo período de inercia y de repetición.
Empujados por el pasado o atraídos por el futuro
Una importante característica que distingue a los quietos de los inquietos es su respectiva vivencia del tiempo, sus respectivas actitudes respecto del pasado, del presente y del futuro.
Expresándolo gráficamente, podríamos decir que mientras los quietos aparecen como “empujados” por el pasado, los inquietos aparecen como “atraídos” por el futuro. Es decir, para el espíritu conservador de los quietos, el pasado se convierte en el paradigma que conformará y validará los proyectos, los objetivos y las metas de futuro. Por eso, todo lo que no se inspire en el pasado y tienda a reproducirlo y a consagrarlo merecerá, para los quietos, el juicio despectivo de idealismo desarraigado, de romanticismo o de conspiración subversiva.
Para el inquieto, en cambio, el pasado sólo cuenta como trampolín para el salto prospectivo: el inquieto sólo admite el paso atrás en la medida en que le sirve para saltar mejor hacia delante. Como dice Giddens, “sólo podemos colonizar el futuro si somos capaces de cancelar el pasado”. A lo que nosotros agregamos que sólo podemos cancelar el pasado si estamos decididos a colonizar el futuro.
Ahora bien: la división entre quietos e inquietos y su relación con el tiempo coincide con la división que enfrenta y contrapone, a lo largo de toda la historia de la ciencia y de la filosofía, a los que asumen que las actitudes y las conductas humanas están determinadas causalmente en forma absoluta y quienes sostienen que el determinismo causal es sólo relativo y que siempre, aún en las peores condiciones, se abren instancias para la opción libertaria o, dicho de otra manera, para la sobredeterminación ética.
La vieja controversia entre determinismo y libre arbitrio no ha logrado y, posiblemente no logre nunca, una solución final. Sartre lo expresa con total rotundidad: “Nadie puede demostrar que somos libres. Nadie puede demos-trar que no somos libres. En consecuencia, sólo cabe apostar.”
De hecho, lo que hemos hecho y seguimos haciendo los seres humanos es “apostar”. Quien “cree” en la fatalidad, “crea” la fatalidad. Quien cree en la libertad, se vuelve libre.
Es decir: la apuesta a que se refiere Sartre termina convirtiéndose en un ejemplo más de la “profecía que se autorrealiza”. Los inquietos que apuestan por la libertad se convierten en militantes libertarios. Los quietos, que apuestan por la determinación, eternizan, también “militantemente”, sus dependencias y sus servidumbres. Y consagran, con sus prédicas conservadoras, la eternización de las condiciones opresivas y liberticidas en las cos-tumbres y en las ideologías sociales, políticas, éticas y religiosas. Y, muy especialmente en la perspectiva de este trabajo, en las relaciones educativas y en las relaciones terapéuticas.
Satisfacción de necesidades vs. Cumplimiento de aspiraciones
En estrecha correlación con este distingo entre “creyentes” en la libertad y “creyentes” en la dependencia, cabe abordar una última variable para comprender la caracterización de los quietos y de los inquietos. Nos referimos al distinto papel que juega, en unos y en otros, la satisfacción de necesidades en contraposición con el cumplimiento de aspiraciones.
Todos, quietos e inquietos, tienen que poder satisfacer sus necesidades elementales para poder sobrevivir: necesidad de alimentos, de agua potable, de vivienda, de abrigo, de educación, etc. Hoy, sin embargo, están apareciendo cada vez más necesidades “artificiales” inventadas y promovidas por la economía de mercado, por la publicidad y por la propaganda. Tantas y tan variadas que, a menudo, tienden a crear demandas compulsivas y a desplazar la satisfacción de las propias necesidades elementales. Pensemos, sin más, en el papel que juegan hoy las vestimenta de moda, las comidas chatarra, las drogas, y los cada vez más sofisticados electrodomésticos, aparatos de audio, teléfonos celulares, etc. Es interesante profundizar en la distinta manera como enfrentan esta oferta seductora los quietos y los inquietos.
En los quietos, la búsqueda de satisfactores para esas necesidades artificiales se convierte en una decisiva prioridad existencial hasta el extremo de identificar su consumación como el equivalente al logro de la felicidad. En este sentido, cabe afirmar que el consumismo adquiere para los quietos el carácter de una verdadera adicción, convirtiéndose la satisfacción de necesidades artificiales en una verdadera motivación compulsiva. El psicólogo americano Albert Ellis creyó hallar en la tendencia a procurarse satisfactores para las que él llamó “necesidades perturbadoras” la más importante explicación de los trastornos emocionales.
Correlativamente, los quietos están cada vez menos motivados por el “cumplimiento de aspiraciones”. Nietszche caracterizó con toda precisión el papel de las aspiraciones en el destino de los seres humanos cuando nos dice: “El que tiene “un para qué” soporta cualquier “como”. Quizá este aforismo sintetice, mejor que muchos desarrollos, el papel decisivo que han jugado y que juegan las aspiraciones en la vida de los seres humanos. Aparte de que justiprecia el significado, hoy totalmente desatendido, que ha tenido y tiene el ascetismo en el cumplimiento de las aspiraciones.
En efecto: el hedonismo de corto plazo que domina a los quietos los aparta de cualquier aspiración superior (generalmente de largo plazo) que exija, para poder realizarse, el más mínimo sacrificio. Es evidente que, para los quietos, la palabra “sacrificio” es una mala palabra.
Ahora bien: ¿qué pasa a este respecto con los inquietos?
En los inquietos, en cuanto seres mucho más atraídos hacia delante que empujados desde atrás, lo que juega un papel prioritario, fundamental, es el cumplimiento de aspiraciones en claro detrimento de la satisfacción de necesidades. Para los inquietos, la motivación decisiva es la realización de los valores que le confieren sentido a la vida y su materialización en proyectos, en objetivos, en metas. “Dime lo que quieres y te diré quien eres”
Esta disponibilidad para el cumplimiento de sus más altas aspiraciones confiere a la existencia de los inquietos el rasgo inconfundible de una “militancia”, de una “misión” con la que comprometerse, y la disposición a pagar, por esa realización, todos los peajes que sean necesarios. Por eso están siempre dispuestos a sobrellevar los sacrificios que la misión les imponga, a “soportar”, como quería Zaratustra, todos los “comos” con tal de alcanzar el “para qué” que le confiera sentido a la existencia.
2 comentarios:
mmm, inquieta aquietada. Sometida a la quietud?
y...puede ser, hay que ir viendo, verdad?
Un abrazo.
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