(para ir a Inicio click en la imagen)29 / Los goterones que se desprenden de las ramas caen como una llovizna pausada sobre sus rostros.
Son tan helados que imaginan que comenzó a nevar.
Despiertan con la caricia del agua clara del rocío.
Quedan pocas brasas y Blatt ha desaparecido.
Tiritan.
Nahala protesta:
-Enciende, por favor, ese fuego antes de que nos congelemos... -Laal la mira severo. -Digo... Yo te ayudo... ¡¡¡¡BLATT!!!! ¡¡¡¡SEÑOR BLATT!!!! ¿¿¿¿DÓNDE ESTÁS????
-¡Brrrr! ¡Qué frío! -se queja Laal.
No suele dormir a la intemperie.
-Dentro de unos minutos nos acompañará el Padre Sol y nos dará su calidez; ya verás. ¡Acá estás, mi lobo preferido! ¡Ven a desayunar!
Al terminar, se ponen en marcha nuevamente.
La salida del astro es una fiesta de rojos punzó, anaranjados y todas las gamas del amarillo, teniendo de fondo un increíble cielo turquesa.
Lejos, al pie de una colina, se divisa la tenebrosa entrada a la provincia de los gnomos.
Laal oye que los duendes se enfadan con Nahala.
-¡No nos dijiste que veníamos acá! -protesta Elmo.
-¡Bien podrían haberlo adivinado! -ríe la muchacha.
-¡Sabes la enemistad que hay entre ambos pueblos! -reprocha Nepo.
-¡Es hora de que terminen con esas tonterías!
-¿Por qué? ¡Es una tradición milenaria! -Elmo patea el suelo.
-¡Los gnomos son astutos y pronto nos convertirían en sus sirvientes, en sus esclavos! -Nepo tiene miedo
-¡De ninguna manera! Son astutos, sí, porque tienen que cuidar tesoros escondidos. ¡Pero no son malvados! ¡Los conozco desde niña!
-¿Qué es lo que cuidan? -Laal está curiosísimo.
-Los metales preciosos, ocultos en el seno de la Madre Tierra, las gemas valiosas y las grutas; los manantiales y los ríos subterráneos. Y ustedes, enanitos, si no desean venir, aguárdennos acá.
Deciden que Elmo y Nepo son capaces de enfrentar a los temidos gnomos y el resto de ellos se quedará.
Por supuesto que el Señor Blatt los sigue de cerca.
En la entrada de la gruta Nahala debe cumplir con tres rituales.
Uno, untar los labios de sus compañeros con jarabe de néctar para que puedan hablarle con dulces palabras.
Otro, encender una vela para ver el camino.
Y el último, tienen que limpiarse los pies en el musgo para dejar afuera las impurezas y entrar con las energías de la naturaleza.
-Nepo, sopla el pabilo y enciende la candela.
-¡Tú mandas, Nahala! ¡Aquí voy!
Nace la llama titilante pero potente.
Derrama el sortilegio y la artesanía mágica de las manos que la crearon, brillando como oro líquido.
Y se adentran en el extraordinario mundo de las cavernas. Elmo y Nepo caminan detrás de la vacilante luz, pegados a los talones de Laal y Nahala.
Tienen terror de perderse en esos laberintos.
Van en puntas de pie, con pasos sigilosos y alargados, mirando a izquierda y derecha con los ojos muy abiertos y los carrillos inflados como prontos para silbar si apareciera alguien poco deseado.
-¿De dónde sacaste esa extraña cosa que arde?
-Me las dan los gnomos, Laal. Una, para alumbrar el camino cuando vengo y la otra para cuando retorno a casa; no es ningún misterio y me prometieron enseñarme a prepararlas. Serán útiles en el futuro.
Las paredes muestran franjas de arcilla blanca, marrón y ocre.
El sendero baja internándose en la montaña.
El reflejo áureo de las vetas de oro los deslumbra y miles de puntos luminosos se encienden en destellos al paso de la vela. Se escucha el incesante goteo del agua que fluye entre las grietas y los ecos se agigantan en el silencio de la gruta.
Una laguna inmensa se pierde en las sombras y el espejo oscuro de la superficie, sin una sola onda, copia las figuras de los caminantes.
A los pocos metros, la vereda se interrumpe.
Una mole de rocas les cierra el paso.
-¿Y ahora?
-Ahora, Laal, hay que rozar esta peña y esperar...
Sin un solo rumor, la pared se desliza abriendo la puerta al país de los gnomos.
Continúan bajando por un túnel que está alumbrado con teas.
¡Afortunadamente!
La candela de la hechicera se ha consumido.
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