jueves

22 / ONETTI

Este texto que publicamos es el adelanto exclusivo para nuestros blogs del capítulo 22 del libro inédito de HUGO GIOVANETTI VIOLA, EL TALLER DE LA VIDA / CONFESIONES. - ( Nota: Al hacer click sobre la imagen, se accederá a todos los libros de Onetti en Amazong.com .)

La Programación Divina quiso que Gabriel Barnes tocara la guitarra en una banda recién formada que me pidió consejo y enseguida engranamos, porque los padres eran Ayax Barnes y Beatriz Doumerc, un plástico y una escritora argentinos que vivían con muchos hijos en una cabaña quinchada del otro lado del monte y pertenecían a la new-age revolucionaria sesentista. Les decían los Pachos.

La Pacha es una mezcla de Úrsula de García Márquez y Maga de Cortázar dotada de un entusiasmo que parece ciego y loco pero que es imperturbablemente congénito. Y un día Gabriel me contó que la madre había visto El número y el sitio, la novelita-pocito que terminé presentando al concurso municipal, en la mesa de luz de Onetti, y que el Viejo le comentó que era una maravilla.

Entonces Gabriel me llevó a conocerlo al Municipio, donde Juan trabajaba como Director de Bibliotecas, y cuando aquel hombre de cincuenta y ocho años me dio la mano con un cariño sin tiempo, para hablarlo en Paco Espínola, no pude darme cuenta que la amistad había nacido en el momento de leerme.

Yo la mandé premiar, explicó: Pero al final publicaron una selección de cosas cortas y se ve que no cupo. Nunca más vas a escribir nada que tenga esa frescura.

Ese día nos contó que acababa de recibir un capítulo de El astillero traducido al inglés y que no lo convencía porque no estaba bien dado el clima, que era lo más importante. Yo le comenté que a mí me encantaba Tan triste como ella y chistó: Sin embargo dijeron que parecía una novelita rosa. Pero es por el suicidio.

Pero lo extraordinario fue escucharlo hablar de la novela que estaba escribiendo y que era lo que más quería de todo lo que había hecho, Nuestra Señora, inspirada en la cola del entierro de Eva Perón, donde la gente fue capaz de vivir una semana haciendo hasta el amor en la calle con tal de contemplarla. A ella.

La Inmaculada, Juan, la Inmaculada. Un par de años después, cuando yo ya caía de vez en cuando por el apartamento de Gonzalo Ramírez, apareció Contramutis, la novela de su hijo Jorge editada por Seix Barral y una noche Dolly me prohibió pasar con cara de velorio y me explicó que Juan había tirado Nuestra Señora a la basura. Jorge Onetti, además, acababa de declarar en Marcha que a su padre le había crecido la carrocería pero seguía teniendo un motor de Volkswagen. O algo así. Y recién al leer Contramutis y ver el tema de la cola de Evita rozado mediocremente entendí hasta cierto punto la lamentabilísima automutilación.

Pero estas son tragedias familiares. Mi no-maestro, en cambio, a la hora de pasar cuentas siempre puntualizó, tanto en el Uruguay como en España, que la fama le había llegado veinte años tarde. Y esas son tragedias culturales.

Porque Juan Carlos Onetti era muy neurótico y humilde y tímido y ferozmente auténtico y definía a la fama como a un simple malentendido, pero lo que le dolía y lo asqueaba hasta desesperarlo era la incomprensión de la pureza.

Y cuando nos hicimos los machitos con Gabriel Barnes y prepoteamos al portero del Solís para que sacara al Viejo de una reunión de la Comisión de Teatros Municipales y le preguntamos cómo se hacía para viajar a Santa María, el Tata Brausen sopló el humo delicadísimamente y nos explicó que quedaba muy lejos, allá por Tucumán, y que nos convenía conformarnos con Santa María de los Buenos Aires. Y habrá pensado: El bordecito de plata de la nube negra alcanza.

Y cuando a mí se me desbocó el 34 oriental y publiqué El ángel a los veintiún años y La rabia triste a los veintitrés y empecé a figurar hasta en la Mesa Política de Escritores del Frente Amplio al lado de Jesualdo, Idea Vilariño, Benedetti, Ibargoyen, Gravina y tutti quanti con la manija del Partido Comunista que al final terminó por afiliarme, el Tata Brausen era capaz de ridiculizarme en público o me mandaba mensajes vía Dolly, que una noche me invitó a acompañarla con una milanesa mientras el Chiqui llegaba del trabajo y de golpe comentó: Juan siempre dice que con tu sensibilidad y tu talento vos tendrías que escribir mucho mejor.

Eso dolía de veras. ¿Qué habrá sentido Schiaffino cuando le dio un ataque de nervios en la bañadera que los llevaba a Maracaná y el Negro Jefe tuvo que encajarle un cachetazo para ponerlo a la altura de las circunstancias? Seguramente la obligación de encontrar por lo menos una pelota y mandarla a guardar, en el sacratísimo nombre de la Inmaculada.

La Programación Divina te da la chance y no podés fallar. Por eso, cuando mi no-maestro nos acompañó hasta la puerta del despacho municipal aquella primera mañana y me volvió a dar la mano sin sonreír fue como si dijera: No te traiciones nunca.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+