domingo

GUÍA PROLOGAL DE LA BIBLIOTECA HUGO GIOVANETTI VIOLA


“AUNQUE SE LLENE DE VIRUS LA VERDAD”

 

por MARTÍN SALABERRY

 

Esta entrevista fue concebida para aportarle un texto-guía prologal a la extensa BIBLIOTECA VIRTUAL HUGO GIOVANETTI VIOLA / OBRAS COMPLETAS 1973-2021 (elMontevideano Laboratorio de Artes, 2021) cuyo lanzamiento se realizará en Austria el sábado en abril de 2022 en la céntrica Casa Cultural Mi Barrio (Münzwardeingasse 2 1060 Wien) con el auspicio del Foro Montevideo-Viena. En la carta de invitación para el evento, la gestora Laura Suárez expresó: “Nos llenará de alegría y placer acompañarlo en el lanzamiento internacional de la BIBLIOTECA VIRTUAL junto al colectivo de uruguayos y uruguayas residentes en Viena, Foro Montevideo-Viena. En su persona reconoceremos también a su socio y amigo Álvaro Moure Clouzet, quien lo acompañó en la creación de la Biblioteca y, como usted, continúa aportando contenidos y belleza a la vida de varias generaciones de tantos pueblos del mundo”.

 

Cuando Álvaro Moure Clouzet -cineasta multimediático co-fundador y director de elMontevideano Laboratorio de Artes ya hace 17 años- me encargó que realizara esta entrevista a manera de prólogo de la primera Biblioteca Virtual Completa que el Uruguay introduce en la nube de Internet, demoré un fin de semana en pensar cómo la estructuraría y terminé decidiéndome por recurrir al “loqueo diacrónico” que utilizó Manuel Espínola Gómez para armar la insólita retrospectiva de 2000 en el SUBTE, y puse arriba de mi cama todas las ediciones de los libros de Giovanetti Viola que vengo coleccionando hace una década. Claro que este material no me alcanzaba, porque después de la aparición de 130 bisontes brillando en la pared de la caverna en 2013 (y salvando la pequeñísima edición en formato papel de La mirada de Olga Pierri impresa en 2017 sólo para que circulara en un homenaje póstumo) el creador de Morir con Aparicio se despidió terminantemente de la “era Gutenberg” y ha seguido dando a conocer sin detención relatos, novelas, historias folletinescas, poemarios, textos de corte ensayístico y discos cantados, agregando incluso, últimamente, el primer audiolibro completo narrado por el autor (la novela Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas) que se ha producido en nuestro país.

 

Se me ocurre empezar, Hugo, antes de tratar de ir desnudando algunas profundidades decisivas de tu oficio artístico, preguntándote cómo o por qué surgió la idea de realizar el lanzamiento de tu Biblioteca Virtual Completa en Europa. Creo que a cualquier lector de esta compilación le gustaría saberlo.

 

Bueno, yo creo que primero habría que aclarar que, a los 73 años, esta idea no se constela (para usar un verbo junguiano) como un lujo sino por necesidad. Nadie tiene la vida comprada, y a principios de año le comenté a Moure Clouzet que estaba sintiendo que ya era hora de agrupar por lo menos la mayoría de mis obras (las producciones musicales y los guiones cinematográficos y teatrales serían muy difíciles de insertar completos en esta Biblioteca) y él me propuso conjuntarlos y ponerlos a disposición planetaria en un link de acceso absolutamente gratuito. Porque nosotros siempre nos hemos movido así: evadiéndonos de los estadios embarrados por el consumismo salvaje.

 

¿Y la idea de realizar el lanzamiento mundial en Austria cómo se consteló?

 

Pienso que el factor circunstancial (como decíamos cuando estudiábamos los estallidos de las guerras en el liceo) responde a que en diciembre de 2018 viajé por segunda vez a Viena a llevarle una preciosa guitarra Ameijenda a mi hijo Nacho (que vive allá hace 20 años, donde se recibió de Magister Artium y se dedica fundamentalmente al tango de estirpe grelera, con una exquisita calidad de elite que tuvo mucho éxito en Montevideo y en varias ciudades del interior cuando actuó con el ensemble Garufa en el SODRE y en el Solís, en 2017 y 2018) y en enero de 2019 tuve el enorme gusto de dar una conferencia sobre la influencia del barroco americano en el Viejo Mundo en un local llamado la Milonguita Montevideo. Porque en Viena hay un público hispanohablante al que le interesa mucho esa temática.

 

Y ahí aparecería el factor profundo de tu próxima incursión presencial en el Viejo Mundo.

 

Exactamente. El Foro Montevideo-Viena, que ha organizado durante años un intercambio muy fructífero en el que se destacan, por ejemplo, varios conciertos del excelente guitarrista uruguayo Álvaro Córdoba, recién está capacitado para retomar la actividad pospandémica y como había quedado pendiente realizar otra actividad decidimos poner en práctica el rol contraconquistador del Viejo Mundo que le reclamaba el gran Lezama Lima a los americanos y ahí se redondeó este proyecto. Así que, Dios mediante, a mediados de abril de 2022 estaré presentando mi Biblioteca Virtual en uno de los ombligos artísticos del planeta, lo que para mí significa literalmente la concreción de una especie de sueño del pibe.

 

¿Y cómo podría definirse la esencia de ese rol contraconquistador que reclamaba Lezama Lima?

 

La respuesta es muy sencilla: aportando a un continente eurocentrista “des-animado” y metafísicamente “seco” nuestras facciones purificadoras amasadas en el barro mestizo. ¿O no oíste hablar de la garra artiguista con la que le pintaron la cara a Europa de celeste Schiaffino, Ghiggia, Ruben Sosa, Forlán, Suárez o Cavani, entre otros tantos “cracks” poseedores de una “gracia de firuleteo” y al mismo tiempo de un “empuje épico” que linda con lo místico? Y a nivel continental general, tanto la imposición planetaria del tango que inventó Carlos Gardel (Piazzolla dixit) como la influencia del blues y el rock afronorteamericano en la “explosión beatlera” o el maestrazgo ejercido por Julio Herrera y Reissig y Rubén Darío en la lírica castellana, desde Vallejo a Lorca, demuestran que el “reflujo” americano puede llegar a ser tremendamente revulsivo. Y ni hablemos del genial montevideano Isidore Ducasse o Conde de Lautréamont, que jamás se consideró “francés” y se adelantó más de cincuenta años a la vanguardia surrealista europea del siglo XX.

 

Pero tengo entendido que en tu caso, la llegada al Gran Arte (Torres-García dixit) no se produjo en Montevideo sino en París y en Saint-Tropez, y que odiás a tus dos precoces primeros libros narrativos, El ángel La rabia triste. ¿Es verdad que en 2011, cuando te mudaste al Cuartel Artiguista de la calle Lepanto, tiraste en un container media edición de La rabia triste que tenías secuestrada?

 

Sí, y con un tremendo alivio. Porque esos son libros tóxicos, aunque todavía se venden en la feria de Tristán Narvaja o en las librerías de viejo. Y lo triste es que cada vez los ejemplares sobrevivientes valen más y hasta hay gente que viene a hacérmelos firmar. Cuando apareció la investigadora brasileña especializada en Onetti Ana Carolina Teixeira Pinto con El ángel, por ejemplo, casi me da un ataque. Y lo increíble es que justo ese día estaba en casa Juan Pablo Pedemonte filmando una parte del largometraje biográfico La sombra fisurada (que le agradeceré eternamente) y ella quedó metida en la película y todo. Parecía algo hecho a propósito. Bueno, lo interesante es que como yo no tuve más remedio que advertirle a la encantadora y brillante mujer-muchacha que El ángel ni siquiera era malo (que para mí es lo peor que podés decir de un libro) ella tuvo la delicadeza de conseguir y leer enseguida Morir con Aparicio y se entusiasmó tanto que me propuso hasta traducirlo al portugués.

 

¿Y cómo explicarías la influencia que tuvo la intemperie del Viejo Mundo para que a los 25 años te replantearas algo así como empezar de nuevo con tu carrera literaria?

 

Porque fue allí -en aquel desierto sartreano tan poluido espiritualmente- que renuncié a hacer carrera persiguiendo la “glorieta” de la notoriedad glamorosa (Guillermo Fernández dixit) ofrecida en “Tontovideo” por publicaciones míticas tan vacías como el semanario Marcha (el “manijerismo” setentista era tan hipócrita que a mí, por ejemplo, el jefe de la página literaria llegó a proponerme colaborar regularmente si “pedía pase” del Partido Comunista al sector pro-guerrillero del Frente Amplio), y al llegar a París la necesidad de parir verdadera literatura se volvió una cuestión de vida o muerte. Y al principio escribí casi 100 páginas (que todavía no he quemado, porque me da pena) de una novelucha chirle nada más que “desahogadora” del horror y la adoración que empecé a vivir meteóricamente y tuve que volver a mi primer amor: la poesía. Boxeando contra cada frase y cada letra para construir la trabazón de los grupos simétricos al servicio de la verticalidad arquetípica, y avanzando muy de a poco y muy solo, hasta que al final me las arreglé para localizar a Cortázar y el Gran Cronopio tuvo la inolvidable magnanimidad de revisarme un bruto fajo de textos y alentarme muchísimo. (“Usted tiene el don de ser infalible al manejar los ritmos líricos, cosa en la que yo siempre fallé” dijo mordiéndose una pata de los lentes mientras los ojazos dorados se le afelinaban con un cariño sin tiempo, para hablarlo en Paco Espínola.) Claro que yo tenía la inconmensurable ventaja de que a los cuatro años mi padre (que integraba el Taller Torres García y ya estaba prendido con el arquetipo de vivir en lo eterno) me leía a Herrera y Reissig, García Lorca y Nicolás Guillén en un diminuto y mágico altillo del Paso Molino y llegué a memorizar poemas enteros sin saber leer ni escribir, todavía. Y cuando cumplí quince años Guillermo Fernández me prestó a Vallejo y eso me cambió la vida. Aunque los puntos clave de “inflexión existencial” fueron cinco: la irrupción de Vallejo, Los Beatles y la segunda edición de El pozo, la fanática relectura anual de París era una fiesta de Hemingway y la inefable gracia expresiva de la escuela guitarrística de Olga Pierri. Pero eso no alcanzó, porque mi tremebundo ego edípico-narcisista encontró cancha libre para transformarme en un trepador oportunista, y como hacía cosas pasables y era muy joven algunos amigos intelectuales me frotaban el lomo y a autoengañarse que hay quórum, botija. Hasta que la Providencia me llevó a hacerme amigo de Onetti y el Viejo terminó por bajarme los humos cagándome cariñosamente la cabeza a patadas y empecé a desbarrancarme borracha y depresivamente en un water sin salida. Y lo cierto es que para mí iba a ser imposible escribir de verdad mientras viviera bajo la asfixia del cielorraso materno. Vale decir: yo no podía ser yo porque el empoderamiento de la Yocasta-Liríope trancaba el crecimiento de mi costilla celeste (mi imprescindible femineidad intuitiva y creativa capaz de parir debajo de un bombardeo), y lo que necesitaba para que se empezaran a producir mis bodas interiores era un baño de intemperie total. Y entonces mi santo padre me ofreció pagarme por lo menos un viaje de ida a Europa (porque en casa nunca sobró la plata) para que fuera a transformarme en un guitarrero pasaplatos y me dejara de “joder al personal” (Indio Solari dixit), que era lo que soñaba hacer con mi primera esposa antes de divorciarme (duramos menos de un año). Y otro factor importantísimo fue haber podido viajar en el Cristóforo Colombo con mis grandes amigos Saúl Ibargoyen y Lil Bidart, verdaderos hermanos (recién casados) que me hicieron vivir festivamente la fuga a “la ciudad de las miradas muertas”, como define Moure Clouzet a París. O sea, que en esa etapa lo que tuve que hacer no fue introducir elementos contraconquistadores en el Viejo Mundo sino contraconquistarme a mí mismo, en un hotel lleno de cucarachas y psicópatas donde hasta estuve a punto de ser literalmente asesinado.

 

¿No pensás que es en Cantor de mala muerte donde recién aparece tu arte narrativo profundo?

 

Sí, claro. Sobre todo porque ahí se produjo el encuentro de mi frase propia: el nivel micro. Y escribí esos cuentos cuando dejé por la mitad Ángeles y lobos, la nouvelle-germen de Morir con Aparicio, en el 76. Sentía que me faltaban variantes constructivas y colorísticas y fue trabajando en esa serie donde afloró el minimalismo barroco (que sería la obtención de un mot just riguroso pero perfumado por la depuración de las atmósferas armónico-pictóricas que introducía en sus textos el gran Isaak Babel, por ejemplo). Porque yo soy un narrador de mixturación lírica nata (el Bocha Benavides me decía que no mezclara las tonalidades discursivas, pero él de narrativa no sabía demasiado y yo no le di pelota). Y allí me ayudó el extraordinario cromatismo de Cien años de soledad (aunque García Márquez nunca alcanzó un gran calado arquetipico pero es un mago plástico y musical inspirado específicamente en La leyenda de San Julián el Hospitalario de Flaubert) y sobre todo la influencia sinestésica en el color de mis vocales de la Sinfonía Concertante para vientos de Mozart. Claro que de eso te vas dando cuenta después. Y a nivel macro estructural y de tonalidad homogeneizante estaban los referentes de la geometría torresgarciana y el nácar del universo sanmariano de Onetti, que es mucho más sanador que deprimente. Y también me influyeron la precisión taurina del primer Hemingway, la exigencia de la illuminatio salingeriana (el genial y tan infamemente humillado Jerry post Catcher) y los torrentosos Joyce, Faulkner y Lowry, of course. Aunque con el tiempo siento que esos tres maestros “locomotóricos” palidecen un poco. (Y ahora incluso pienso que la inclasificable y loquísima Carson McCullers sola se los come en dos panes, aunque no me animaría a explicar bien por qué.) Dante, El Quijote, Balzac, Dostoievski, Tolstoi, Melville, Conrad, Babel, Graham Greene, Raymond Chandler y su paradigmático detective de almas Philip Marlowe, Rulfo y El perseguidor de Cortázar, en cambio, en cada relectura brillan más. Y después aparecieron el “tinguiñazo escatológico y surrealizante” que me aportó Bukowski y la impronta teológica de Guimarâes Rosa, que es una especie de extraterrestre de una profundidad sobrehumana, dentro de lo poco que se le puede entender.

 

¿Y qué es lo que más valorás de tu producción, tanto narrativa como poética?

 

Les tengo mucho amor a los textos fundacionales de París póstumo, al díptico novelesco Morir con Aparicio, al poemario Heredad de mi padre (donde se filtra sinestésicamente la paleta polifocalista de Espínola Gómez), al palimsesto de la segunda versión de Viaje al fin del miedo / Creer o reventar (que demoré casi 30 años en redondear y prologó nada menos que Maryse Renaud en francés), a algunas canciones interpretadas por Washington Carrasco y Cristina Fernández, Gastón Ciarlo “Dino”, la Banda Barroca (que produje junto al gran Ulises Ferretti), Federico Miralles, Raúl Rodríguez (líder de los Radicales Libres de Pando), Vera Sienra, Eduardo Yur, Jardín Humano, Diego Presa, Fer Henry e Isabel Yanieri. Y también me conforman mucho esa especie de historia poetizada que es Homenaje a mi perra (Diálogo con el plástico Horacio Herrera), los cuarenta cuentos de cuarenta líneas que integran Milagros de una puta (contrapunteados por preciosas ilustraciones de Moure Couzet que por momentos tienen un touch de comic), algunas novelas cortas como Primero hay que saber sufrir, Casa del ciervo, Hombre con tetas y Todas las santas mañanas, y dos extensos folletines episódicosNiño con la ñata apoyada en el sexo de la Dios (Reinvención de un romance juvenil de Juan Carlos Onetti) La patria que te parió (Explicación del amor de Julio Herrera y Reissig). De la serie Isabelino Pena / detective de almas, me quedo con el díptico Confieso que he morido (que incluye Final en el Obelisco La república de los pingüinos) El evangelio según el traidor. Y en estos últimos tres años, por otra parte, ha ido apareciendo en las redes una especie de diario poético que titulé Hombre solo adorando (un work in progress donde predominan unas heterodoxas tankas japonesas rimadas que cada vez son más leídas por todo tipo de público, lo cual es realmente invalorable). Pero cuando me siento muy acorralado por la neurosis me alivio releyendo o escuchando Yo el Protector Memorial personal de Pepe Artigas. Es una novela muy inspirada en Dante y su insuperable conjunción gótica catedralicia (geométrica y áurea) de lo épico y lo lírico. Allí trabajé apelando a una intertextualidad sistémica de inspiración muy bajtiniana que collagea, diacroniza y genera una totalidad dialógica que tal vez sea el aporte más interesante obtenido por mi literatura. Y además en 2019 surgió la oportunidad de grabarlo completo intercalando (con la colaboración de Haugussto Brazlleim y Federico Coore) breves cortinas musicales que incluyen tanto al canto gregoriano como a los Redonditos de Ricota. Y fue maravilloso terminar histrionizándolo con toses, flemas, llantos y melodizaciones apenas afinadas por el jadeo de un Pepe Artigas agonizante. En fin. Como le gustaba decir al entrañable catedrático y Maître de Conférences uruguayo Olver Gilberto De León, que utilizó durante años en La Sorbonne a Morir con Aparicio como texto de estudio en sus cursos de literatura hispanoamericana, en mi agonismo artiguista puse todas las tripas arriba de la mesa.

 

A partir del Manifiesto minimalista 2004 empezás a intercalar textos de corte ensayístico muy híbridos, como La bestia transfigurada, Hombre muerto comulgando La mirada de Olga Pierri. ¿Por qué los trabajás casi siempre entramados ficcionalmente?

 

Bueno, es que yo no puedo escribir nada sin recurrir a la hipnosis estética. Trabajé como periodista durante años haciendo todo tipo de reportaje y la reconstitución de la oralidad lacunar me daba un trabajo infernal, porque tenía que engañar al lector y al reporteado. Vale decir: la supuesta verosimilitud del diálogo no se lograba transcribiendo naturalistamente la conversación, sino recreándola sobre un andamiaje subterráneo estructurado como un fondo de iceberg. Y nadie se daba cuenta. Y en los textos de corte ensayístico que me acabás de nombrar pasa más o menos lo mismo: la reflexión conceptual (racional) funciona solamente si la agudizo adjuntándole capas de símbolos (Lowry dixit)No te olvides que Yeshua de Nazaret, el dueto Platón / Sócrates, Kierkegaard y Nietzsche -para citar cuatro ejemplos muy notorios- se expresaban así. Y tanto El que esté libre de pecado que tire la primera piedra como Los de afuera son de palo son dos de los koanes más imborrables que se han proferido (porque no surgieron en forma escrita sino gestualizada oralmente).

 

¿Y qué va a pasar con las notas bibliográficas y los artículos que escribiste durante años para medios uruguayos, mexicanos y el propio blog de elMontevideano? ¿No pensás que deberían compilarse?

 

Eso que lo hagan otros, si les interesa. A mí me provoca una pereza cósmica. Y además me daría vergüenza inventar libros acumulativos que no estuvieron planeados de antemano.

 

Mucha gente lo hace. Benedetti, sin ir más lejos, incluye en su Biblioteca varias compilaciones de notas periodísticas.

 

Claro, pero muchas veces esas colchas de retazos se cosen más para vender que para aportar. Y a mí no me interesa vender nada. A partir del 95 rompí para siempre con los editores y gasté mucha plata produciendo mis libros pero eran materialmente míos y los podía regalar felicísimo de la vida. Además las clases de guitarra siempre me alcanzaron para parar la olla, y a los alumnos me los manda Dios. Este abril van a hacer cincuenta y cuatro años que ejerzo la docencia musical y también tallereo con escritores que me pagan las sesiones pero te aseguro que me sería imposible sobrevivir a la culpa de tener mucha plata en este mondo cane donde se me clavan terribles cuchillos vallejianos en el paladar cada vez que veo gente durmiendo en la vereda bajo un aguacero. Y eso por ahora no tiene arreglo, y ahí es cuando uno se acuerda del Federico neoyorquino denunciando que en este mundo la vida no es noble ni buena ni sagrada. ¿Vamos a cambiar de tema?

 

Okey. ¿Por qué Viaje al fin del miedo / Creer o reventar fue publicada en dos tomos, como hacían las grandes bandas de la época? ¿No creés que fue una gran innovación?

 

Bueno, en realidad fue una idea del editor que yo acepté sin mucha convicción (lo mismo que la inclusión de mi foto con Brigitte Bardot en una de las contraportadas, lo que ha generado hasta hoy un insufrible y provinciano maremoto de envidias ninguneadoras o ladradoras). Y a la larga terminaron circulando en la feria cada tomo por separado y eso tuvo la invalorable ventaja de que recién hace cuatro años me di cuenta de que el novelón policial estaba mal dosificado (gracias a una lectura muy sagaz del segundo de los dos tomos que hizo la editora Martina Seré) y lo “rebarajé” completamente y surgió la idea (con el apoyo de la gran narradora y catedrática de la Universidad de Poitiers, Maryse Renaud) de traducirlo al francés. En la Biblioteca aparece en forma bilingüe, y gracias a ese esfuerzo la inspiradora del texto, la escritora y docente francesa Bénédicte Froissart -una Beatrice quinceañera que me amilagró la vida, aunque nunca fuimos pareja- haya podido leerlo después de medio siglo. Y quedó muy conmovida. Nunca llegamos ni a besarnos, pero ella (que vive hace mucho tiempo en Montreal) sigue siendo, junto a la actriz Diana Pumar, una de las dos mujeres que me habitan y me completan simbólicamente como contrafiguras interiores capaces de guiarme hacia el resplandor de la divinidad, haciendo que nuestro enganche platónico sea más tangible y recíproco que el de Dante y Beatrice, porque en 2011 (después de mi segundo divorcio) la recontacté en Facebook y ya no dejamos de escribimos. Y mi Ella parisina también asegura que yo ocupo en su corazón un lugar imprenable (algunas acepciones que le otorga el diccionario REVERSO a la palabra femenina imprenable son: espectacular, impresionante, hermosa, magnífica maravillosa). Así que andá llevando la panorámica del over the rainbow que construimos sin adueñarnos de la carne ni de la vida del otro. Y con Diana Pumar, a quien llamo Ojos de Plata, me pasa lo mismo. Sólo que esa liaison es más reciente.

 

Me gustaría que contaras por qué en 2013 publicaste en formato papel todos tus relatos y nouvelles en el volumen titulado 130 bisontes brillando en la pared de la caverna. (Aunque en esta nueva compilación los bisontes ya ascendieron a 137.)

 

Ascendieron y descendieron, porque al revisar mis obras agregué varios textos nuevos pero eliminé varios que eran puramente mentales. La conciencia es muy tramposa cuando quiere imponerse al inconsciente, nos enseñó Felisberto. Y a veces elaboramos laboriosos “textos bien hechos” (y eso me recuerda a la nada exagerada película Whiplash) sin la menor vibración para que la libido desaforada y deseosa se quede tranquila. Pero no “joden” a nadie: son inocuos. (Como casi todo el artecito nacional “estética y agnósticamente correcto con los cánones del no hagan olas que exige el establishment” consumido y premiado en nuestra cada vez más hipócrita y frívola toldería, que sigue ignorando -a nivel popular- a genios absolutamente impares como Eduardo Darnauchans.)

 

¿Pero qué pasa si algunos de los textos que eliminaste ya están editados en formato papel?

 

No pasa nada. Sólo que en la Biblioteca definitiva ya no van a figurar. Publicar es una responsabilidad ética (siempre vuelvo a Jung). Bueno, y en 2013 estuve agonizando en una mesa de operaciones y entonces decidí recoger todos los relatos cortos y las nouvelles en un socotroco de 500 y pico de páginas (que ni siquiera fue distribuido en las librerías) porque todavía había algunos textos inéditos y nadie los hubiera encontrado en la polvorienta caverna de mi papelerío.

 

¿Qué sentiste cuando en la Semana por Uruguay que se organizó en La Sorbonne en 2006 más de cuarenta hispanistas te homenajearon considerándote uno de los cinco escritores más importantes de la segunda mitad del siglo XX, junto a Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Enrique Amorim y Marosa di Giorgio?

 

Alegría y gratitud, por supuesto. El destino no hace acuerdos / y nadie se lo reproche, sentenció Borges en su Milonga de dos hermanos. Y te puedo asegurar que yo ya sabía claritamente (Pepe Guerra dixit) que algún día iba a pasar algo así, porque en noviembre del 74, unos días antes de volver vencido a la casita de mis viejos (cuando me sentía el idiota dostoievskiano viendo brillar por todos lados (incluidos los espejos) a la Gárgola asesina de los ojos de Rogochin y tuve que aceptar que me mandaran un pasaje de vuelta o reventaba) supe, de golpe, en un boliche de la rue Soufflot (mientras contemplaba la Cabeza de Medusa del Panthéon) que la única literatura resistente que había logrado parir en veinte meses era apenas un puñado de poemas pero que al final de mi vida iba a recibir un reconocimiento de este calibre. Y que ladren los que ladran.

 

Y que te siga ninguneando el “establishment oficial” de la toldería, como cuando en la actual retrospectiva conmemorativa del centenario de Manuel Espínola Gómez el curador Oscar Larroca fingió ignorar que habías escrito la única biografía “autorizada” del maestro.

 

Pero eso a un artiguista lo pone hasta contento. Lo realmente criminal (como decía El Peludo cuando se embroncaba con los “seudofuncionarios” culturosos del establishment) es que hayan ignorado la existencia de una desmelenada “biografía oficial” que él vigiló palabra por palabra durante los cuatro años que demoré en escribirla. Y Manolito estaba muy orgulloso después que se publicó (porque él influyó personalmente en el rarísimo enfoque a lo Kurosawa con el que estructuré el “cronotopo”) y te aseguro que ahora estaría furioso con este supuesto “amigo suyo” que censuró la presencia de Los recovecos de Manuel Miguel (lo terrible es que el señor Larroca haya sido, en su momento, un censurado defendido por Espínola Gómez). Claro que siempre existe una especie de “compensación dialéctica”, y es que cuando los burócratas camuflados (que para colmo actúan una seductora pose border) más tratan de radiarte inoculándote el “peor desprecio” del mudo “no aprecio”, la gente que no se deja joder así nomás y piensa con cabeza propia empieza a rastrear tu trabajo sucuchado debajo de las alfombras de la ocultura (Pedemonte dixit) impuesta por el cielorraso de la caverna oficial. Aunque la cosa crezca despacito. Porque el arte es verdadera comida, y en la Republiqueta de Salsipuedes manejada por las logias desde el entronizamiento del Pardejón hasta la fecha, lo que circula “oficialmente” siempre es un insufrible “alimento chatarra” que hace que el inconsciente colectivo de la comunidad se empecine en la búsqueda del sagrado pan nuestro. En 2013, por ejemplo, tuve un reconocimiento muy humilde pero tal vez más significativo que el de los hispanistas de La Sorbonne. Porque al otro día de haber estado agonizando después que me extirparon un bruto tumor de riñón (que era legítimamente comparable al manzanazo doméstico que le incrustaron en el lomo a Gregor Samsa) apareció de golpe un médico a preguntarme si yo era el autor de Morir con Aparicio y cuando le contesté que sí murmuró “Es un orgullo haberlo conocido” y enseguida se fue. Desgraciadamente nunca sabré su nombre.

 

Pero en los últimos tiempos te has convertido posiblemente en el escritor uruguayo que más círcula en las redes.

 

Bueno, eso sucedió gracias al infatigable y vocacional trabajo pionero de elMontevideano Laboratorio de Artes, donde llegamos a obtener 5 millones de vistas cuando todavía existía Google +. Y en este momento sumamos más de 700 mil entradas en el muro central, repartiendo semanalmente (hace 18 años) envíos de 20 ítems de primerísimo nivel sin recurrir jamás a un solo sponsor. (Si te considerás un militante cultural no te vendés por chauchas y palitos, como se decía antes.) Y sos libre, carajo.

 

Además ya hace casi un año que elMontevideano empezó a distribuir a escala masiva algunos títulos vertebrales de tu Biblioteca: Viaje al fin del miedo / Creer o reventar (Voyage au bout de la peur / Croire ou crever), Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas (en formato escrito y de audiolibro), Morir con Aparicio Los recovecos de Manuel Miguel / Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez. ¿Cómo funcionó esa difusión?

 

Extraordinariamente. Y fue gracias a la inquebrantable fe de Moure Clouzet, que después de sus primeras experiencias inspiradas en Kevin Kelly (un teórico norteamericano post Bill Gates apodado “el brujo” y especializado en la multiplicación geométrica y gratuita a través de las redes) se transformó, a comienzos del siglo XXI, en un verdadero adelantado y finalmente demostró que esa explosión comunicacional no es utópica en absoluto. Obviamente que a todos nos duele mucho abandonar el dulce tacto del objeto libro, pero ahora podemos acceder (y en este momento más que nunca, gracias a la proliferación de vínculos virtuales que nos obligó a desarrollar la pandemia) a la concreción de tirajes teledirigidos que nos devuelven resultados estadísticos donde se detallan las franjas etarias a las que accediste y todo. La edición que lanzamos en febrero de Morir con Aparicio, por ejemplo, en este momento acaba de llegarle a más de 115 mil lectores.

 

Pero no ganás un peso.

 

No. Ganás paz de espíritu, que es el tesoro más difícil de encontrar en este infierno tan querido que es el coágulo terráqueo. Y acordate de aquella memorable canción de Silvio Rodríguez que concibe a la máxima heroicidad como un sacrificadísimo peregrinar donde jamás te podés sentar a descansar al borde del camino o te come la rapiña.

 

aunque se llene de sillas la verdad.

 

De sillas o de virus.

 

 Octubre de 2021.

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