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ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (131) - M. BAJTIN

 TIEMPO Y ESPACIO EN LAS NOVELAS DE GOETHE (13)

 

La esencia del tiempo histórico en un pequeño terreno de Roma, la coexistencia visible de diferentes épocas convierte al espectador en una especie de participante de los destinos universales. Roma es el cronotopo de la historia humana: “Cuando ves frente a ti la vida que continúa ya más de dos mil años y que durante los cambios de épocas muchas veces ha cambiado fundamentalmente, resulta, sin embargo, que hasta ahora tenemos enfrente el mismo suelo, el mismo monte, a menudo el mismo muro o la misma columna, y en el pueblo como antes se conservan las huellas de su antiguo carácter; entonces llegamos a ser participantes de grandes decisiones del destino y, al principio, al observador le resulta difícil discernir de qué manea una Roma sustituye a otra Roma, y no solamente la nueva tras la antigua, sino cómo se relacionan las diversas épocas de la nueva y de la antigua una tras otra” (XI, p. 143).

 

La sincronía, la coexistencia de los tiempos en un solo punto del espacio descubre para Goethe la “plenitud del tiempo” tal como la percibía él durante su período clásico (el viaje a Italia es el punto culminante de este período):

 

Sea como sea, cada quien ha de tener una libertad completa para percibir a su modo las obras de arte. Durante nuestro trayecto me llegó un sentimiento, una noción, una concepción concreta acerca de aquello que podría ser llamado, en un sentido superior, la presencia del suelo clásico. Yo lo llamo convicción sensorial y suprasensorial de que aquí hubo, hay y habrá cosas grandes. El hecho de que lo más grande y lo más bello sea perecedero está en la naturaleza del tiempo y de los elementos morales y físicos permanentemente antagónicos. Durante nuestra breve revista no experimentamos sentimiento de tristeza al pasar cerca de las ruinas, más bien nos daba alegría al pensar que tanto se ha conservado, tanto se ha reconstruido en forma aun más lujosa y grandiosa de lo que había sido antaño.

 

La idea realizada en la catedral de San Pedro ha sido, sin lugar a dudas, de esta envergadura grandiosa, más majestuosa y atrevida que todos los templos de la antigüedad, y frente a nuestros ojos estaba no solamente aquello que había sido aniquilado por dos milenios, sino que aparecía al mismo tiempo aquello que pudo haber hecho surgir una cultura más elevada.

 

La misma oscilación del gusto artístico, la búsqueda de una sencillez majestuosa, el regreso a una mezquindad exagerada; todo aquello señalaba a la vida y al movimiento; la historia del arte y de la humanidad se encontraba sincrónicamente delante de nuestros ojos.

 

No nos debe entristecer la inevitable deducción de que todo lo grande es perecedero; por el contrario, si consideramos que el pasado fue majestuoso, esto nos debe incitar a la creación de algo significativo, algo que posteriormente, incluso convertido en ruinas, aun seguiría incitando a nuestros descendientes a una actividad generosa, igual como lo supieron hacer en su tiempo nuestros antepasados (XI, pp. 481-482).

 

Hemos transcrito una larga cita para concluir con ella toda una serie de pasajes. Lamentablemente, en este resumen de las impresiones romanas Goethe no repitió el motivo de la necesariedad que funcionó para él como un verdadero eslabón de enlace en la cadena del tiempo. Por eso el pasaje conclusivo de la cita que introduce el motivo de las generaciones históricas (el cual encontraremos tratado profundamente en Wilhelm Meister) simplifica y baja la visión histórica de Goethe (al estilo de Ideas (*) de Herder).

 

Notas 

(*) Goethe conoce sus partes correspondientes precisamente en Italia.

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