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CHINO DARÍN: “ES ILUSORIO CREER QUE SER UN LIBREPENSADOR ES POSIBLE”

 

por Clara Uranga 

 

Actor y productor, segunda generación de un apellido que en la cultura ibérica es sinónimo de talento y popularidad. Radicado a medio tiempo entre Madrid y Buenos Aires, volvió a la escena con la serie “El Reino”. Una entrevista exclusiva sobre sus búsquedas, convicciones y creencias en tiempo presente.

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Chino Darín nos desafió: “Creo que no saben nada de mí”, decía al cierre de la última entrevista para ELLE, en marzo de 2017. Como una declaración de principios e intenciones. Es que la suma de sus orígenes, su presente y su lunfardo intacto podrían provocar la fantasía de que al Chino Darín (Buenos Aires, 1989) lo conocemos desde siempre.


“No tengo nada que reprocharle a mi apellido. Aunque es cierto que en alguna etapa de mi adolescencia traté de protegerme de mi nombre. Recuerdo, como algo muy auténtico y puro, un grupo de amigos que nació a través de los videojuegos. Solo me conocían por un nickname. Nos valorábamos por quiénes éramos cuando estábamos juntos”, comparte, fomentando la ilusión de alcanzar un poco más a la persona detrás del artista.


Volvemos a encontrarnos después de más de cuatro años. Muchas cosas cambiaron, otras no. Su carrera como actor, sin prisa pero sin pausa, siguió creciendo. La prepandemia lo había tenido de boca en boca gracias a “La odisea de los giles”, la película sobre la crisis argentina de 2001 en la que debutó con Kenya Films, la productora que montó con su papá, también actor, Ricardo. Y a pesar de que después de eso el mundo entró en esa mezcla extraña de incertidumbre y quietud, él sostuvo su vida armada entre España y la Argentina. En parte por trabajo, en parte por amor.


La excusa que nos pone frente a frente es su protagónico en “El Reino”, un thriller de superproducción que lo hizo temer ante la pregunta: “Y ahora, ¿cómo seguimos?”. Es que el rodaje tuvo que frenarse seis meses y regresar incorporando a los ensayos las palabras “asepsia”, “protocolo” y “PCR”.


Esta serie original de Netflix, con una intrigante trama que indaga un lado oscuro de la política y la religión, comparte con aquella película el hecho de tener un elenco “variopinto”, en el que cualquiera podría ser la cara del póster. “Es un privilegio haber jugado en ese equipo. No tenemos grupo de WhatsApp. Curiosamente ya nos conocíamos”, dice.


¿Asados de infancia familiar compartidos, acaso, con Vera Spinetta, una de sus compañeras? Volvemos a fantasear. “No, nunca”, pincha el globo sin vueltas. “Somos amigos desde la película ‘Vóley’ y conozco a sus hermanos. Pero no llegué a compartir tiempo con Luis Alberto.”


Es mundano, terrenal. Se disculpa por sus apenas cinco minutos de demora. ¿El tránsito? No, la conectividad. Él está en Madrid. Y fuma un cigarro, disfrutando de su ventanal abierto en pleno verano. Al rato, en una mañana muy fría en Buenos Aires, también tropieza nuestro internet. “No importa el lugar. Es endémico el problema”, resume entre risas, con vocabulario de época.



¿Cómo te llevás con las videollamadas? Repartido entre dos países desde 2016, ya tenías mucha experiencia y ventaja en marzo de 2020.

 

Tenía bastante training porque hace rato que me toca vivir lejos del laburo, de la familia, de los amigos o de mi pareja, según donde esté. Eso te hace estar pendiente de las nuevas formas de conectividad. Por suerte existen. Son una especie de pequeño engaño que nos hace sentir cerca. Ojalá hubiera algo más, como hologramas con los que nos pudiéramos tocar las manos.

 

Entonces, ¿acostumbrado, harto o resignado al zoom?

 

Lo más molesto es la diferencia horaria. La otra persona está en un momento muy distinto del día. Si en Madrid acabo de terminar de morfar, en Buenos Aires recién están desayunando. Estoy harto, pero le debo mucho. Para mí ha sido una herramienta de solución para un problema de base: la distancia. Es distinto para quienes tuvieron que incorporarlo en lugar de ir a trabajar a 15 cuadras de su casa. Entiendo que eso haya sido una incomodidad.

 

“Discutidor profesional”, así te han definido. ¿Cómo aprovechaste eso para construir para construir a Julio Clemens en “El Reino”?

 

A mi papá le gusta decir eso de mí. A todos los personajes se los nutre de cosas propias. En ese sentido, me siento afín a Julio en su actitud de irreverencia, de no claudicar, de estar al pie del cañón y dar batalla. También reconozco que el Derecho siempre me resultó interesante.

 

En lo cotidiano, ¿cómo te informás?

 

Últimamente, por redes sociales. Cuando era más chico, y estaba en el colegio, compraba distintos diarios. Me acuerdo que leía hasta Le Monde Diplomatique. Buscaba consumir variedad para tener criterio propio y sacar mis conclusiones. Terminé un poco mareado. Ahora sigo a personas que me interesan, de todo color político. Si un tema me atrae, busco más. La pandemia me hizo pelear con la idea de estar informado.

 

¿Por qué te sentiste sobreinformado?



Al contrario. Durante dos o tres meses quise estar al tanto de todo. Hasta que me di cuenta de que sabía menos que nadie. Creo que es iluso pensar que estamos sobreinformados. No todo lo que consumimos es información. Ahora tengo más cuidado. Porque a nivel emocional, todo afecta.

 

¿En qué sentido te impacta?


Soy temperamental y puedo llegar a reaccionar. Con el tiempo, aprendí a preguntar de dónde viene lo que estoy leyendo, quién lo dice y por qué, qué busca. Después de ese proceso, quizá neurótico, de tratar de encontrar el móvil oculto, quedé desencantado con aquello que llamamos “información”. A veces creemos la farsa de que aprendimos algo y es mero entretenimiento. Sigo algunos portales, como PijamaSurf, donde quizás abordan temas de historia, de hace 500 años, o de filosofía.

 

Y con la religión, ¿cuál es tu vínculo?


Tengo una relación más aséptica que cualquier protocolo anti Covid, heredada de mi vieja (Florencia Bas). Mi mamá apostató. La enojaba que le hubieran impuesto la religión sin haber podido decidir. Cuando supo que el Estado subsidia a la Iglesia por cada persona que toma la comunión, decidió salirse para que no se aporte por ella. En “El Reino” mostramos cierta diferenciación entre la fe y las instituciones religiosas. Por mi parte, he aprendido a separar esos dos conceptos. Se puede tener fe sin suscribir a ningún grupo. Es válido y me gusta esa idea. Siempre intenté constituirme como un librepensador, pero creo que es ilusorio también.

 

¿Cuál es tu relación con el dinero?

 

Tengo un Excel que me armó un amigo ingeniero industrial (Iván, un fenómeno con esas cosas), para que lleve mi contabilidad. ¡Nunca pude usarlo! Está vacío. No tiene ni un gasto ni un cobro. Me organizo con unas libretitas. Soy un poco caótico, porque no tengo una noción del punto a punto. Pero estoy organizado a nivel global. Sé cuándo me puedo permitir algo, cuál es el límite, cuándo es por única vez. Tengo esa conciencia. Hasta ahora me ha ido bien así. Tal vez, no usar la planilla sea cábala.

 

Con Úrsula Corbero viven entre Buenos Aires y Madrid. ¿Pensaron en otra opción?

 

Sí, hemos pensado en otros lugares. Pero nunca concretamos. La variante más clara ha sido Barcelona, porque Ursula tiene su familia allá y es una ciudad maravillosa. Pero duró poco la idea. Vamos con mucha fluidez, sin haber decidido mudarnos. Y es lindo así.

 

¿Te imaginás una residencia fuera de lo urbano en algún momento?

 

Íbamos muchísimo al campo en mi infancia. A veces, el verano entero. Quizá me gustaría, porque la naturaleza es un bálsamo para la cabeza, un cable a tierra. Pero me puedo dar el lujo de planificar, cada tanto, algún tipo de retiro de ese estilo. Así que reconozco que la vorágine y la neurosis citadina (sobre todo en Buenos Aires) también me gustan.

 

¿Qué diferencias hay entre el Chino Darín a los 22 años y tu versión actual, a los 32?

 

Quisiera pensar que no hay. Es cierto que a los 22 años está todo por descubrirse. Se tiene la sensación de que aún no sonó el disparo de largada, que está toda la pista por delante. En esa etapa aún no se convive con las consecuencias de tus decisiones. A partir de cierta edad, van sucediendo cosas que te condicionan, para bien o para mal. Ya no se pueden seguir todos los impulsos. Aquello que a los veintipico se hacía de inmediato, que solo era cuestión de ejecutar, hoy tiene que ser congeniado. Hay que analizar los pros y los contras, los procesos y los tiempos. Ahora se pone todo sobre la mesa. Aun así, preferiría creer que no importa la edad. Que siempre podré tener la libertad de elegir lo que quiera.


(ELLE / 20-9-2021)

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