sábado

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (122) - M. BAJTIN

 TIEMPO Y ESPACIO EN LAS NOVELAS DE GOETHE (4)

 

La simple contigüidad espacial (neben einander) de los fenómenos le era completamente ajena a Goethe; él solía llenarla, penetrarla con el tiempo, descubría en ella el proceso de formación, el desarrollo, distribuía las cosas que se encuentran juntas en el espacio según los eslabones temporales, según las épocas de generación. Para él, lo contemporáneo, tanto en la naturaleza como en la vida humana, se manifiesta como una diacronía esencial: o bien como residuos o reliquias de diversos grados de desarrollo y de las formaciones del pasado, o bien como gérmenes de un futuro más o menos lejano.

 

Bien se conoce la titánica lucha que libró Goethe por introducir la idea de proceso de formación, de desarrollo, en las ciencias naturales. Este no es el lugar apropiado para analizar sus trabajos científicos. Sólo señalemos que también en estos trabajos lo visible concreto carece de estatismo y de correlaciones con el tiempo. El ojo que ve en todas partes busca y encuentra tiempo, o sea desarrollo, formación, historia. Detrás de lo concluido, el ojo distingue aquello que está en proceso de formación y en preparación, con una evidencia excepcional. Al atravesar los Alpes, Goethe observa el movimiento de las nubes y de la atmósfera alrededor de las montañas y crea su teoría de la formación del clima. Los habitantes de las planicies reciben el bueno o el mal tiempo como algo ya formado previamente, mientras que los habitantes de las zonas montañosas presencian su proceso de formación.

 

He aquí una pequeña ilustración de esta “visión formativa” que proviene del Viaje a Italia: “Al observar los montes desde cerca o desde lejos, al ver sus cumbres que oran brillan bajo el sol, ora aparecen cubiertas de niebla, o bien entre amenazantes nubes tormentosas, bajo los golpes de la lluvia, o bajo la nieve, solemos atribuir todo esto a la influencia de la atmósfera, porque sus movimientos y cambios los podemos notar y los distinguimos a simple vista. Por el contrario, los montes mismos permanecen, para nuestros sentidos externos, inmóviles en su aspecto primordial. Los consideramos muertos, mientras que apenas permanecen inmóviles; los creemos inactivos por el hecho de que estén quietos. Pero ya desde hace mucho tiempo no puedo dejar de atribuir la mayor parte de los cambios atmosféricos precisamente a su acción interna, silenciosa y secreta” (XI, p. 28).

 

Más adelante, Goethe desarrolla su hipótesis acerca de que la gravitación de la masa de la Tierra, y sobre todo de sus partes sobresalientes (las cordilleras), no es algo constante e invariable, sino que, por el contrario, bajo la influencia de diferentes causas ora disminuye, ora aumenta, está en constante pulsación. Y esta pulsación de la misma masa de los montes influye considerablemente en los cambios atmosféricos. Según Goethe, el resultado de esta actividad interna de los montes es el clima que reciben como algo dado los habitantes de las planicies.

 

Aquí no nos importa en absoluto la inconsistencia científica de esta hipótesis. Lo que importa aquí es la característica visión de Goethe que se manifiesta en ella. Porque los montes son, para un observador común, la estaticidad misma, imagen de la inmovilidad y de la invariabilidad. Pero en realidad los montes no están muertos en absoluto, sino que permanecen quietos; no son inactivos, sino que tan sólo lo aparentan, porque están en paz, porque descansan (sie ruhen); y las mismas fuerzas de gravedad de la masa no representan una constante, una magnitud siempre igual a sí misma, sino algo que cambia, pulsa, oscila; por eso los montes, que son algo así como como cúmulo de estas fuerzas, se vuelven internamente cambiantes, activos, creadores del clima.

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