miércoles

A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (64) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

III LA ISLA INTERIOR O LA ATRACCIÓN DEL MITO PERSONAL (3)

 

Es así como el personaje aparecerá, en última instancia, como el portavoz de un deseo de evasión que se nutre esencialmente de ilusiones y palabras. Y aunque Aránzuru es por momentos consciente de los límites del mito de la isla paradisíaca, no podrá contener la necesidad de reactivarlo:

 

Ya no se oía el martilleo en el puerto. La noche devolvía su cara en el vidrio de la ventana. El viejo trabajaba con la cabeza inclinada sobre las rodillas. Aránzuru tuvo la seguridad de que todo aquello era mentira, la isla, el viaje, una mentira que se iba extendiendo, falseando la tarde. La isla fabulosa la había inventado el viejo, muerto y embalsamado. “Cuando me caiga un bicho raro, se lo voy a preparar.” (56)

 

Numerosas razones explican la imposición del mito de la isla en Tierra de nadie. Él ocupará, fundamentalmente, el vacío provocado por el alejamiento de Aránzuru del mundo del trabajo. Favorecido por la totalidad disponibilidad y libertad que caracterizan al protagonista, el mito satisface una necesidad que ninguna experiencia concreta ha podido colmar:

 

Levantó el teléfono y se puso a marcar un número lentamente, sosteniendo el disco al retroceder, acompañándolo suavemente con el dedo.

-Aránzuru. Ah, no había conocido la voz. Qué tal. Sí. Estoy muy ocupado, con gente. Quería preguntarle si usted puede hacerse cargo del estudio, un tiempo. No puedo calcular. Claro, le pregunto así, en principio. Bueno. Es largo. Pero esta noche estoy en su casa, si le viene bien. No, nada de eso. Ya hablaremos. Gracias, hasta luego. No sé cuánto tiempo. Quiero dejar todo y mandarme mudar. Hasta luego. (57)

 

Además, la larga historia cultural del mito de “l’isola fermosa” contribuye también a aureolarla de un prestigio al cual el intelectualismo de Aránzuru no es insensible. Hay que señalar, sin embargo, que la isla paradisíaca no remite en este caso, como sucede con los autores del siglo XVIII francés (58), a ningún tipo de utopía sistemática o puntual. Aránzuru se muestra totalmente ajeno e incluso contrario a cualquier clase de sistematización u ordenamiento. Lo único que desea es escapar del mundo de Buenos Aires y las dificultades momentáneas, así como del paso asustante del tiempo:

 

“El reloj picotea sin descanso y esto es el tiempo”. Aránzuru vacilaba entre imaginar el minuto en todo el mundo y el minuto en él, cuerpo y alma. Lo tentaba una poesía fácil de nombres geográficos y científicos. Después, se le ocurrió buscar una sola palabra que lo encerrara todo. Recordaba ahora cuántas veces el viejo Num había cambiado el nombre de la isla: Anakai, Tangata, Faruru: …” Con una efe de la garganta!...” (59)

 

La isla “sin relojes” (60) en torno a la cual se despliegan las mil ensoñaciones del personaje importará menos, en verdad, que el cuestionamiento del sedentarismo y de la Historia. Podemos considerar entonces que el mito de la isla responde aquí en gran parte a esa otra variante eminentemente inestable y viajera de la utopía, que es la “atopía”. Sólo el “más allá”, en efecto, parece deseable. Eso aparece sugerido ya desde las primeras páginas del relato, a través de la progresiva indiferencia demostrada por Aránzuru hacia su segunda casa, el famoso “molino de la alemana”. En lo sucesivo hará falta un alejamiento espacial y cultural más marcado, una evasión más radical para estimular la imaginación de aquel a quien unos amigos han apodado admirativamente la “momia galvanizada” (61)

 

Pero el dinamismo del mito termina por extinguirse, como se desprende de la muerte del viejo Num y el desengañado desenlace de Tierra de nadie:

 

Sentado en el muelle, vio un pájaro blanco que planeaba bajando. A sus pies flotaba una masa amarillenta, rodeada de un círculo de grasa. Encendió un cigarrillo y montó una pierna, echando alegremente el humo hacia la luz confusa del atardecer en el río.

Ya no había isla para dormir en toda la vieja tierra, ni amigos ni mujeres para acompañarse (62)

 

Notas 

(56) Ibíd., II, p. 26.

(57) Ibíd., VIII, p. 40.

(58) Cf. Georges Benrekassa. “Utopies des Lumières”, en Histoire littéraire de la France, tome 6, Editions Sociales 1974.

(59) Tierra de nadie, VI, p. 33.

(60) Ibíd., XLVIII, p. 146: “Siguió paseándose. El aire le movía a veces el pelo sobre la frente y agitaba el fleco de la lámpara. Ella repiqueteó con los dedos en el borde de la mesa y dijo:

-La isla. Allí sí que va a ser el tiempo sin relojes, ¿eh? Claro, siempre que consideremos el tiempo.

Aránzuru se rió con una risa profunda, de pie frente a la puerta.”

(61) Ibíd., XXXI, p. 99: “-Qué tipo… -devolvió la carta a Nora. -Y son todos así. Como momias sentadas en la mesa del café. Le juro que los vi apoyados en los codos, con las caras secas, grises, algunos huesos amarillos les asomaban entre los vendajes. Asquerosos, Aránzuru, no. Es la momia galvanizada.”

(62) Ibíd., LXI, p. 178.

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