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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (61) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

EL INDIVIDUO Y EL GRUPO

 

II – MODALIDADES DEL GRUPO (7)

 

Más allá de las apariencias, la elasticidad del grupo formado en torno a Aránzuru no implica necesariamente que cada uno de sus miembros posea una real aptitud para el diálogo. La capacidad de apertura reinante en la “barra” es más bien superficial. Y esta estructura inicial, de carácter burgués, no se transformará cuando la marginalidad logre penetrar en ella. Porque no se produce una verdadera integración, y los dos mundos desarrollarán lógicas paralelas y sólo fugazmente entrecruzadas: el frío rencor de Nora y la brutalidad de Larsen sirven para demostrarlo. Por otra parte, el mundo del sindicalismo, representado por Bidart, no incide sobre los valores y prejuicios del grupo, tal como lo revela crudamente la reacción irritada y condescendiente de Balbina frente al cansado y desarreglado militante. Lo mismo sucederá en La vida breve, donde las múltiples tentativas de Stein por arrancar a Brausen de su soledad e insertarlo en la estructura presuntamente cálida de un grupo de amigos íntimos, terminan casi siempre en el fracaso:

 

“Cuando terminemos el vino, Stein propondrá un cabaret. Voy a negarme, pero si insiste, si lo veo resuelto, diré que sí. Ya empieza a mirar a las mujeres con ojos humedecidos e insultantes.”

Stein estaba echado hacia atrás, tocando la pared con el respaldo de la silla; tenía el saco abierto y sonreía, balanceaba la cabeza, observaba a las mujeres que llegaban o se iban. (…) -No es ascetismo, no estoy conformado para creerlo -rezongó Stein-. Hipocresía. O tal vez una viciosa degeneración del orgullo. Cualquier cosa complicada y repugnante puede ser la explicación. ¿No pagarías algo más que plata por dormir con la del sombrero blanco? No hago más que mirarlas, pero las miro. Aunque sólo por complacerme podrías hacer girar esa cabeza de caballo triste y mirarlas (44).

 

Definitivamente sellado por la precariedad, el grupo acabará por no resistir las agresiones exteriores e interiores. Aun sin desaparecer del todo ni sufrir rupturas tajantes, se diluirá y desmoronará paulatinamente, tal como lo indican el socavamiento de la “barra” de Tierra de nadie, las difíciles relaciones entre Brausen y su amigo Stein, el debilitamiento de los vínculos existentes entre Jason y sus antiguos compañeros, y la vuelta de Perla a su hogar. Esto no puede sorprender, ya que a diferencia del grupo “sanmariano” -fuertemente unido por el peso de las conveniencias sociales-, el grupo “bonaerense” se caracteriza por una indolencia y un descaro (44 bis) agresivos, que dejan al descubierto la indiferencia de sus miembros. Tanto las discusiones literarias de Tiempo de abrazar, como los debates filosóficos, ideológicos y estéticos de Tierra de nadie -que provocan las más encarnizadas polémicas- terminan resultando simples construcciones lúdicas destinadas a enmascarar la chatura cotidiana. El grupo cumple entonces una indudable función de pantalla atenuante y compensatoria entre la realidad general y el individuo, pero no puede satisfacer en ningún caso la balbuceante y empecinada búsqueda interior, porque, a semejanza de la fragmentada ciudad, el grupo proyectará su imagen unificadora al precio de la artificiosidad. Y la armonía se instaurará sobre bases inestables. Como lo diagnostica un personaje de Tierra de nadie, sólo el gusto por los chismes, la curiosidad malsana y a veces alguna que otra veleidad de solidaridad enseguida olvidada pueden explicar la existencia de la “barra”. Claro que esta salida irónica de Violeta -que en caso de ser tomada al pie de la letra podría inducirnos a reducir la novela a una simple acumulación de “líos de dormitorio” (45)- pasa por alto las múltiples y profundas frustraciones que son capaces de emparejar a criaturas tan distintas como Aránzuru, el abogado, y Katty, la prostituta. Sería fácil demostrar que, al contrario de lo que sugieren las provocativas afirmaciones de Violeta, hasta las más pasajeras relaciones entre hombres y mujeres responden raramente en Tierra de nadie a la mera búsqueda del placer sensual.

 

Pero el diagnóstico irónico de Violeta acierta a destacar, en cambio, una de las indiscutibles especificidades del grupo “bonaerense”: el rechazo hacia toda sacralización. Porque, a diferencia de los grupos “sanmarianos”, respetuosos de códigos sociales y culturales, los pequeños círculos formados en la metrópoli escapan, aparentemente, de toda forma de ritual. El espíritu exclusivo y el escrupuloso respeto de la voluntad colectiva que caracterizan a los cenáculos y las camarillas les es totalmente ajeno. La contemplación puntillosa del rito es sustituida por la irreprimible emergencia de la fantasía. Y todo principio de cohesión cede ante la urgencia del deseo. Los principales personajes onettianos no renunciarán a recorrer los más diversos caminos en su ambición de búsqueda de una sosegada homogeneidad, pero el enfrentamiento con una laberíntica realidad ciudadana desconstruirá y relativizará toda experiencia colectiva: alcanza, para percibir esta limitación, con observar el funcionamiento caótico y alegremente irresponsable -a la vez que desmitificador de los valores establecidos- de las “barras” formadas por los revoltosos amigos de Aránzuru o Jason. No es sorprendente pues la importancia creciente que adquieren en Tierra de nadie las soluciones personales y las ensoñaciones íntimas, en detrimento de lo colectivo. Y es este individualismo cerrado el que tal vez pueda proporcionar una respuesta válida.

 

Notas 

(44) La vida breve, 6, p. 46.

(44 bis) Cf. también el severo diagnóstico del uruguayo Mario Benedetti en El país de la cola de paja, especialmente en el capítulo titulado “La invasión de los pitucos”.

(44 Ter) Cf. los conocidos análisis de Scalabrini Ortiz acerca del individualismo y la soledad del “porteño” en El hombre que está solo y espera.

(45) Tierra de nadie, XLVI, p. 138.

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