por Juan Sanguino
A punto de cumplir 70 años, la actriz se mantiene como una de las
grandes damas de Hollywood. Pero para llegar a un tercer acto feliz tuvo que
superar una historia familiar solitaria y complicada y una vida a la sombra del
actor más carismático de su generación
En julio de 1951, un mensajero
descalzo atravesó el Congo corriendo durante tres días para entregar un telegrama
en las cataratas Murchison del río Nilo, al noroeste de Uganda. Su destinatario
(John Huston, en pleno rodaje
de La reina de África) lo leyó y lo guardó en su bolsillo sin inmutarse.
“Por Dios, John, ¿qué dice?” preguntó Katharine Hepburn. “Ha sido niña”
respondió él. “Se llama Anjelica”.
Desde su nacimiento la vida de
Anjelica Huston ha tenido textura de novela de aventuras, de cuento de hadas y
de melodrama de Hollywood. John Huston conoció a Enrica Soma cuando esta tenía
13 años y él 37. Se reencontraron cuando ella era una prometedora bailarina de
17 años y su cara, que John Huston describía como “una madonna del quattrocento”,
ya había aparecido en la portada de Time. “¿Qué hay de atractivo en
ver a una niña crecer hasta una edad follable delante de tus narices?”, preguntó la tercera
esposa de Huston cuando este la dejó para casarse con la bailarina.
John retiró a Enrica del ballet y le
compró St. Clarens, un terreno de 44 hectáreas a una hora de Galway y la única
residencia con calefacción central de toda Irlanda. Había un castillo Normando,
una mansión donde se alojaba el director y otra casa en la que Enrica vivía con
sus dos hijos. “Y aquí empieza mi historia –escribía Anjelica en sus memorias–
con la fantasía de un hombre de mediana edad”. El director decoró aquella
casita de muñecas con oros etruscos, tapetes franceses, muebles de Luis XIV,
mármoles griegos, biombos japoneses, cabezas de animales de cacerías, jades
imperiales y los Lirios de agua de Monet, que había ganado en
una buena mano en un casino. John Huston era un coleccionista de cosas
hermosas. Y eso incluía a las personas.
Durante su infancia, Anjelica solo
veía películas de su padre (El halcón maltés, Cayo Largo, El tesoro de
Sierra Madre) y sus juguetes eran planetarios de bronce, fotografías de
Manolete (rezaba cada noche por su supervivencia) y docenas de ponis. En una
ocasión le confesó a una amiga que El mago de Oz nunca le
había conmovido particularmente y esta le replicó: “Claro, porque tú tenías St.
Clarens”. El mago de todo aquello, John Huston, regresaba a casa solo por
Navidad pero con tesoros de todo el mundo como si fuese, literalmente, Santa
Claus: sedas orientales, kimonos japoneses, cristales venecianos. Cada
operística reaparición del cineasta llenaba la casa de ruido y de invitados
como John Steinbeck (que solía contarle a Anjelica historias de Trampoline, una
prostituta mexicana), Peter O'Toole (para quien Anjelica representaba obras de
Shakespeare), Jean-Paul Sartre, W. H. Auden o Robert Mitchum, con quien la niña
jugaba al Scrabble.
La actriz, que estaba obsesionada con
el cuerpo de su padre, lo describe como “más alto que nadie, un león, un líder,
el pirata que todo el mundo desearía tener la audacia de ser”. En una ocasión
regresó a casa con un loro africano en el hombro. “Cuando llegaba, el sol
entraba en la casa, las cosas se volvían majestuosas, la plata brillaba. La
casa adquiría otros colores, las lámparas de araña se iluminaban y el champán
burbujeaba. Era el hombre más arrebatador que he conocido. Era como un dios. Me
llamaba 'cariño', 'querida' o 'mi niña' y después se marchaba y todo volvía a
las sombras”, recordaba Anjelica en su autobiografía. Como le gustaba ver a las
mujeres cabalgar de lado, enseñó a su hija a hacerlo cuando esta tenía 11 años.
También le explicó que si los samuráis solo tenían permitido llorar tres veces
en toda su vida, no había motivo para que ella llorase tres veces al día.
Cuando tenía 11 años, Anjelica se
enteró de que su padre había dejado embarazada a su niñera, Zoe Sallis (de 20
años). Cuando John Huston se enteró de que su hija estaba a punto de ser la Julieta
de Franco Zeffirelli, escribió una carta al director italiano para que
contratase a otra actriz: quería ser él quien presentase a Anjelica al mundo.
El rodaje de Paseo por el amor y la muerte en 1969 traumatizó
a Anjelica, que solo quería rebelarse contra su padre, con tan mala suerte de
que su padre era además su director. Ella intentaba maquillarse en secreto,
pero él le limpiaba la cara antes de cada toma. “Quería agradarle, pero también
le tenía miedo”, admitiría ella. En aquel momento Anjelica ya tenía la edad de
las conquistas más jóvenes de John (Marlon Brando la invitó a visitarlo en
Tahití) y tenía que rodar escenas semidesnuda para él. Durante una discusión,
le arrancó la ropa delante de todos los operarios.
La crítica sepultó la película ensañándose
con el nepotismo: John Simon describió que la actriz
debutante tenía ”la cara de un ñu exhausto, la voz de una raqueta de tenis
aflojada y una figura sin forma discernible”. En plena promoción de Paseo
por el amor y la muerte, su madre Enrica falleció en un accidente de
tráfico a los 39 años. “Abrí su armario y todos aquellos Balenciaga que tanto
había deseado probarme parecían lánguidos. Ni siquiera olían a ella”,
recordaría Anjelica. Cuando un policía le entregó la cinta de casete que Enrica
iba escuchando cuando se estrelló (Las cuatro estaciones, de
Vivaldi, que Anjelica le había regalado días antes) todavía estaba manchada de
sangre. Temiendo que su padre la internase en un convento, se refugió en la
moda y llegó a posar para un reportaje de 30 páginas en Vogue fotografiada
por Richard Avedon en Irlanda. “Me encantaban la ropa, el champán, la atención.
Todo excepto mi aspecto. Compartía espejos con las mujeres más hermosas del
mundo y lloraba sin parar porque me veía fea. Ahora miro esas fotografías y
creo que estaba maravillosa”, explicó
años después en la revista People.
Anjelica mantuvo una relación de
cuatro años con el fotógrafo Robert Richardson, marcada por los abusos
psicológicos (Richarson fue diagnosticado con esquizofrenia años después): él
le recriminaba no ser “una mujer de verdad” por no quedarse embarazada, ella
llegó a rajarse las venas. Richardson tenía 42 años, ella 18 y no se le escapó
el patrón en el que estaba cayendo. “Solo estaba buscando un padre, un padre
que me diese su aprobación”. La relación acabó en cuanto John conoció a su
yerno: pasaron unos días pescando y se llevaron tan mal que, nada más aterrizar
en Los Ángeles, Anjelica estrechó la mano de su novio y no volvió a verlo nunca
más. Se mudó con su padre, porque la mansión que compartía con su quinta esposa
albergaba casi todos los tesoros de St. Clarens y sintió que estaba volviendo a
casa. Para celebrarlo, John cambió el nombre de su barco Allegra (su
quinta hija) por Anjelica. “Después de aquello solo quería risas.
Quería pasármelo bien, salir a bailar, ver gente y tener una vida social con
muchos amigos”, rememoró. Y eso es
exactamente lo que ocurrió.
Anjelica, este es
Jack; Jack, esta es Anjelica
Anjelica confiesa que se enamoró por
primera vez de Jack Nicholson cuando lo vio en Easy Rider (Buscando mi
destino) (Dennis Hopper, 1969) y por segunda vez cuando él abrió la
puerta de su mansión recibiéndola “con esa sonrisa” en una fiesta de
cumpleaños. Pasaron la noche juntos y a la mañana siguiente Nicholson le pidió
un taxi, en el que ella tuvo que montarse todavía con su vestido de noche. El
actor canceló su segunda cita debido a “un compromiso previo” que resultó ser
Michelle Phillips, la cantante de The Mamas and the Papas (Anjelica y Michelle
son amigas desde entonces), pero acabaron embarcándose en una relación
intermitente de 17 años. Ella se retiró de la moda para ejercer como consorte
de Jack.
Huston y Nicholson se convirtieron en
la personificación del glamur del Hollywood más nocturno. En una escena
de Annie Hall en la que Paul Simon trataba de convencer a
Diane Keaton de que le acompañase a una fiesta, Simon improvisó la frase “Jack
y Anjelica van a venir”. Joni Mitchell escribió una canción sobre sus
fiestas, People's Parties (“toda la gente en esta fiesta tiene
sonrisas de pasaporte”). “Había poetas, cantantes, travestis y modelos. La
aristocracia rebelde americana se mezclaba con los círculos de Warhol”, presumió
ella en The Guardian. En uno de sus cumpleaños, celebrado
en un club que todavía no había abierto sus puertas, Jack le llevó un bebé
elefante.
Jack, 14 años mayor que ella, era
otro centro de gravedad más grande que la vida. La hija del capo se transformó
en la chica del gángster. Y en una metáfora perversa, John Huston interpretó
en Chinatown (Roman Polanski, 1974) al padre/amante de la
novia de Jack Nicholson. Anjelica se instaló en la casa que Nicholson tenía en
lo más alto de Mulholland Drive (“era como estar en la cima del mundo”,
admiraría la actriz), en Los Ángeles, con Marlon Brando como vecino. Ella
intentó aficionarse a los Lakers asistiendo a varios partidos por semana,
disimuló su irritación cuando él la llamaba “colega” y se acostumbró a que
siempre que sonase el teléfono fuese para Jack. Anjelica recuerda que a él,
como a su padre, le encantaba coleccionar personas: “Nos llamaba paternalmente
'mi gente' cuando lo que yo quería era ser especial, sentía que estaba
perdiendo mi identidad. Pero era bueno estar en aquel equipo de personas. Un
equipo fuerte. Un equipo ganador”.
Jack solía llamar “mía” a Anjelica.
Cuando la pareja acudió al festival de Cannes en 1974 (donde Nicholson ganó
como mejor actor por El último deber), una rubia en moto se
les acercó e invitó a Jack a subirse. Este no lo dudó ni un instante, dejando a
Anjelica en el hotel llorando durante horas. En otra ocasión, se encontró a la
modelo Apollonia van Ravenstein llorando en su casa y cuando le preguntó a Jack
este le aclaró que se la había tirado por pena. “No quería parecer quejica ni
celosa. Reaccionar me habría relegado a ser una persona aburrida, así que
decidí dejarlo estar hasta que no pudiese más”, confesaría
la actriz, quien además reconoce que cuando Jack la agarraba del brazo
obligándola a sentarse para evitar un ataque de celos en público ella
“disfrutaba de ese breve destello de posesividad”. Cuando Anjelica, entre
lágrimas, buscó consuelo en su padre, este se mostró irritado: “Son cosas de
hombres”.
Anjelica intentó plantar
un rosal en el jardín de Jack. “Pero era difícil, porque iba en bikini ya
que también quería broncearme. ¿Has intentado plantar rosas en bikini? En
cualquier caso Jack decidió plantar bambú para proteger su privacidad, el cual
obstruía mis rosas. Así que no hubo más que hablar”. Las sistemáticas
infidelidades de Jack empujaron a Anjelica a abandonarlo por Ryan O'Neal,
entonces el actor más guapo del mundo gracias a Love Story. Pero
durante una discusión, provocada por la confesión de él de que estaba
acostándose con Ursula Andress y Bianca Jagger, O'Neal chocó su cabeza contra
la de Anjelica y la abofeteó.
Ella regresó con Nicholson sin que
existiese ni una sola foto que documentase su año y medio con O'Neill. “Mi
único rol era ir de su brazo. Yo quería domesticar a la bestia, porque los
hombres conquistan países pero las mujeres conquistamos corazones, pero mi
deseo era ser como Jo March en Mujercitas. Quería un romance,
casarme y tener montones de hijos”, admitiría.
Una habitación
propia
En 1980, Jack le regaló un Mercedes y
Anjelica sufrió un accidente aquel mismo día, que acabó con su nariz rota en
ocho partes. Tras salir del hospital decidió comprarse su propia casa a 15
minutos de la de Jack. Tenía casi 30 años. Decoró su casa con tapetes del siglo
XIX, espejos italianos, artefactos egipcios, baúles marroquíes y bustos
afganos. Seguía preguntándose si acaso no estaba viviendo en la casa pequeña
mientras Jack vivía en su mansión, tal y como habían hecho sus padres, pero al
menos ya no tendría que aguantar que los asistentes de Nicholson (encargados
además de concertar sus citas con él) le pidiesen que por favor no escribiese
en las libretas que había junto al teléfono.
Su nuevo proyecto de vida incluía
volver al cine. Para ello tomó clases, en las que su profesora le recomendó que
“si quieres un cenicero, no extiendas las manos suplicando, tienes presencia y
eres imponente, la gente te presta atención, diles que te den el cenicero”. Y
así fue como Anjelica aprendió a fingir tener confianza en sí misma: “Me di
cuenta de que estaba suplicando cosas que podía simplemente pedir”. En 1985
John Huston la dirigió en El honor de los Prizzi junto a
Nicholson. Cuando pidió un aumento de salario (le ofrecían 13.000 euros, el
sueldo base para un actor en Estados Unidos), el productor le indicó que ni
siquiera la querían en la película y solo la habían utilizado para conseguir a
Huston y a Nicholson. En El honor de los Prizzi Anjelica
interpretaba a Maerose, una mujer que anhelaba la aprobación de su padre (un
capo de la mafia) y que resolvía crearse a sí misma desde cero para reclamar su
legado en la saga familiar. La actriz ganó un Oscar y, en vez de atender a la
prensa nada más bajarse del escenario, regresó al patio de butacas donde se
encontró con John y Jack llorando.
El teléfono no dejaba de sonar y
ahora siempre era para ella. Anjelica Huston encadenó dos nominaciones más al
Oscar (por Enemigos y por Los timadores), dos
colaboraciones con Woody Allen (Delitos y faltas y Misterioso
asesinato en Manhattan) y un último trabajo con su padre antes de su muerte
(Dublineses, una poética carta de despedida a aquella Irlanda que
pareció solo existir para ellos). Mientras tanto, su relación con Jack
Nicholson colapsaba como un telefilme de sobremesa. Tras 17 años de relación en
los que él solía ridiculizar sus propuestas de matrimonio (y ella huía a su
habitación para llorar en silencio) y en los que intentaron varios tratamientos
de fertilidad, Nicholson le contó que había dejado embarazada a una camarera de
26 años.
Anjelica optó por retirarse con
elegancia porque consideró que no quería ser un personaje secundario en su
propia vida, pero días después se lo pensó mejor y condujo hasta los estudios
de Paramount para agredir a Jack. Cuando cumplió 40 años, Anjelica lloró durante
dos días. Jack le envió un brazalete de diamantes que Frank Sinatra le había
regalado a Ava Gardner y firmó la tarjeta como “tu cerdo, tu Jack”. Anjelica se
sintió tan furiosa como seducida, pero sobre todo triste porque Jack nunca
había sido realmente suyo.
El mejor epílogo
posible
El primer acto de su vida estuvo
protagonizado por John. El segundo por Jack. Pero el tercero sería su propio
relato: rodó los mayores éxitos comerciales de su carrera (La maldición de
las brujas, donde traumatizó a toda una generación de niños arrancándose la
cara, La familia Addams y Por siempre jamás).
Nunca fue “la chica de la película”, nunca cayó en sentimentalismos y sus
personajes tenían la confianza implacable en sí mismos que a ella siempre le
faltó. En 1992 se casó con el escultor Robert Graham. “Fue el primer hombre que
me miró en serio. Sus ojos se clavaban en mí”, confesó
a Vanity Fair. Cuando ella se puso bótox, él
se enfadó porque le contó una historia triste y no sabía si estaba conmovida o
no. Graham nunca le prohibiría escribir en sus libretas, de hecho
Anjelica aseguraba que
“enmarcaría cualquier cosa que escribiese en ellas”. Y gracias a su condición
de arquitecto le construyó, literal y metafóricamente, un hogar. Su matrimonio,
que tampoco concibió descendencia, duró hasta la muerte de él en 2008.
Nicholson, por su parte, se separó de la camarera cuando esta le dejó por un hombre más joven. Anjelica y él hicieron las paces durante el rodaje de Cruzando la oscuridad (Sean Penn, 1995). “Fuimos a cenar juntos y me dijo: 'Tú y yo somos como El amor en los tiempos del cólera”, recordaba la actriz. “Aquello me gustó, porque se trata de uno de mis libros favoritos, de uno de mis autores favoritos y sobre uno de mis temas favoritos: el amor sin esperanza pero eterno”. Hoy Huston sigue trabajando para pagar las facturas (ha aparecido en John Wick 3 y en varias películas de Wes Anderson) y vive con tres perros, una oveja, 13 cabras y cinco caballos. Su casa está decorada con las esculturas de su marido. Y su jardín tiene un rosal enorme.
(EL PAÍS / 9-7-2020)
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