FORMAS FIGURADAS (2)
La metáfora (1)
A diferencia de lo que
pasa con la comparación, las metáforas de uso corriente transcritas por el
tango son muy numerosas, podría decirse inagotables. Hay letras en las que casi
no se puede elegir porque una tras otra las expresiones son, en mayor o menor
grado, metafóricas.
Muchas veces, a semejanza
de lo que pasa con la comparación, el autor está, simplemente, hablando su
propio lenguaje, olvidando o ignorando que traspone sentidos:
Un
tropezón
cualquiera
da en la vida
Frágil
mujer
mostró
la hilacha al fin
Me
parás el carro
yo
no sé por qué,
y
te mandás
la
biaba de gomina
Gambeteando
la pobreza
en
la casa de pensión.
Tal vez habría, aun, que
separar las metáforas de uso corriente de aquellas que, en un comienzo, por lo
menos, se usaron en ambientes especializados; en el juego, por ejemplo:
Su
muchachada
de
rompe y raja
se
fue a baraja
ya
derrotada.
Se
le dio vuelta la taba,
la
vejez la derrotó.
Y hay que distinguir más:
el lunfardo propiamente dicho o, mejor, el lunfardo en su primera etapa de
lenguaje secreto de delincuentes, hizo algunos de sus términos metafóricamente.
Cuando llama bobo al reloj de bolsillo “porque trabaja día y noche y no
cobra, o porque se deja robar fácilmente” o vaivén al cuchillo, ni
digamos por qué, está haciendo metáforas. Usamos esta palabra en su sentido más
elemental, el que considera que la metáfora consiste en tomar una cosa por
otra, en nombrar una cosa por otra, a causa de analogías que pueden estar en
diferentes planos, salteándose los términos de comparación, identificándolos.
Ahora bien: cuando el
autor usa términos lunfardos metafóricos, no se le puede atribuir la metáfora.
Está usando ese como otro nombre más, o tal vez como el único para él, de ese
sujeto o esa acción:
el
bobo de oro
que
ella me dio
cuando
en el centro
cazó
un otario
y
de cadete
se
lo afanó.
que
lucía dos brillos papas
atorraba
en una esquina
campaneao
por el botón.
Bobo por
reloj, cadete, por el bolsillo chico donde lleva el reloj, brillos, por
brillantes, botón, por agente (“porque prende”), etc. Y, sin embargo, el
autor no está usando un lenguaje metafórico sino, simplemente, el lunfardo,
como conviene a su asunto.
Es cierto que los
vocablos lunfardos, sean metafóricos o no, se usan con frecuencia buscando la
metáfora. Y aclaramos que aquí continuamos usando la voz lunfardo en su
acepción más amplia, aquella ya mencionada de Gobello y Payet en su Breve
diccionario lunfardo.
Con
el pucho de la vida
apretao
entre los labios
de
la vida en orsái
y
el tiempo loco
cuando
las percantas
mentían
que no
mientras
las enaguas
batían
que sí
Estamos ya en la metáfora
no casual, corriente o involuntaria, sino de la que se busca con intención
literaria o expresiva.
Su campo es vastísimo y hay en él, en cuanto a calidad y plano, de todo un poco. Si bien hablamos de espontaneidad y naturalidad en el uso de las formas figuradas, eso no cuenta para todos los casos. Como norma nos ocupamos y tomamos ejemplo de las mejores letras, de las que de algún modo son valiosas, pero aquí no podemos dejar de mencionar algo que tiene los caracteres de una plaga. En los últimos tiempos, y entre otros vicios, buscando valores literarios se fatiga la metáfora como lo hizo la poesía hace cuarenta años, pero a menudo sin la excusa de la calidad, la excelencia, la hondura. En los mejores letristas se pueden dar resultados interesantes y hasta muy buenos; de los torpes y comercializados, mejor no hablar. Pero en todos el peligro es el mismo: el abuso de metáforas ambiciosas y no siempre significativas o justificadas arriesga el interés comunicativo, la emoción contagiosa, la claridad conceptual, la autenticidad, sin aportar otras ventajas; el producto es, las más de las veces, mediocre o barato como literatura, y como tango es pretencioso y justifica el hecho -bastante importante- de que el público no recuerde ni cante dichas letras.
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