por Andrés Seoane
Instalada en el olimpo poético por sus versos excepcionalmente sensibles y originales, la poeta estadounidense alimentó su ingente obra de algo más que de soledad, pena y muerte. En el epistolario ‘Cartas de amor a Susan’ (Sabina), Ana Mañeru explora la pasión de la escritora por su cuñada, figura clave de su vida y sus poemas.
Poco antes de morir prematuramente a los 55 años, devastada por los
sucesivos fallecimientos de amigos y familiares, Emily Dickinson (Amherst,
Massachusetts, 1830-1886) escribió: “Gracias, / querida Sue – / por cada /
consuelo”. La destinataria de estas palabras no era otra que Susan Huntington
Gilbert, amiga de juventud, esposa de su hermano Austin y amante de la
poeta durante más de cuatro décadas. Una relación plasmada en centenares de
cartas que, como ocurrió con la mayor parte de la obra de Dickinson sufrieron
tras su muerte y posterior descubrimiento, censuras, manipulaciones y modificaciones
destinadas a ajustarlas a la estricta y represiva moral decimonónica.
Así lo explica a El Cultural la editora Ana Mañeru, que ha editado y
traducido por primera vez al español 245 de estas misivas íntimas —cuyos
originales se conservan en los Archivos Electrónicos Dickinson— en el
volumen Cartas de Amor a Susan (Sabina). “Susan fue la figura
central y decisiva en la vida y la obra de Emily Dickinson, según ella misma lo
expresa en muchas de sus cartas y poemas. De hecho, Emily escogió a
Susan entre todas las demás relaciones de su vida”, afirma la editora
parafraseando a Dickinson: "Yo derramé el rocío – / Pero tomé la
mañana – / Escogí esta estrella singular / Entre las muchas que hay en la noche
– / ¡Sue – para siempre!".
Excompañera de estudios de Emily en la Academia de Amherst, Susan, que
tras su matrimonio se mudó a la casa contigua al hogar familiar de la poeta, se
convirtió en su amiga y confidente, y más tarde en ese amor pleno que late en
sus poemas y con el que, dice Dickinson, jamás podría casarse. Así, esta
correspondencia, cuajada a su vez de multitud de versos, sirve, según Mañeru no
solo para plasmar esa relación, sino para reivindicar también la obra poética
de una autora cuya originalidad creativa fue sucesivamente violentada.
“Emily nunca se atuvo a la clasificación tradicional que divide en
géneros su escritura como lírica y epistolar, tratando de separar su obra en
dos grandes apartados ‘Poemas’ y ‘Cartas’. En estas páginas confluyen y se
mezclan ambos elementos sin más orden que el talento, pues su palabra
no se deja domar por las reglas del mundo literario y las normas sociales”,
apunta Mañeru. Esta arbitraria división de sus escritos póstumos, así como las
enmiendas e interpretaciones interesadas fueron perpetradas por sus primeros
editores en 1890.
Suprimiendo a Susan
Y es que este amor apasionado no fue bien visto por los albaceas
literarios de Dickinson, que trataron de ocultarlo de muchas maneras. “Se le
atribuyeron amores imaginarios inventados con el fin de que se
ajustaran a la convención de lo políticamente correcto, en su época y todavía
hoy”, denuncia la editora. Por ejemplo, con personajes como un clérigo al
que vio dos veces en su vida, un anónimo “master”, sobre el que se han escrito
multitud de hipótesis peregrinas, un anciano juez con el que no quiso casarse,
un amigo que murió joven y del no se supo nada más… “Sin embargo, su
amor por Susan dejó un rastro imborrable, está presente en cada sílaba, en cada
signo, en cada uno de los originales guiones que usó para que su sentir y
su grandeza se dejaran oír en una obra inigualada en muchos sentidos por su
radicalidad, su belleza y su verdad”.
Este proceso de blanqueamiento de la obra de Dickinson fue acometido por
la escritora y editora Mabel Loomis Todd, a la sazón amante de Austin, que
intuyó la genialidad de Emily y se empeñó en conocerla personalmente, lo cual
no consiguió. Lo que sí hizo fue publicar en 1890 una muy exitosa primera
edición de sus poemas, con la ayuda del escritor Thomas Wentworth Higginson,
donde, en palabras de Mañeru, “no respetaron la original creación literaria
de la autora causando perjuicios irreparables. Reordenaron poemas y versos,
reasignaron de supuestos destinatarios y, en especial, suprimieron la figura de
Susan como inspiradora y principal referente literario de Emily”.
Otro aspecto controvertido de la manipulación de los papeles de
Dickinson es la destrucción de las cartas inversas, las que Susan respondía a ella,
de las cuales apenas queda rastro. “Fue una pérdida muy grande”, lamenta la
editora. “Se repite una y otra vez que fueron quemadas por orden de Emily
antes de morir, pero no hay constancia documental de que esa fuera la
razón. En el contexto de la familia Dickinson, puede ser que su drástica
desaparición se debiera más bien a cuestiones de honorabilidad social”.
Una leyenda derrumbada
Un pudor que ha trascendido durante más de siglo y que poco a poco
empieza a resquebrajarse, como celebra Mañeru. “Emily fue una mujer tan
libre que no pudo ser encasillada. Los que lo intentaron, la calificaron de
mujer extraña, porque no entendían que tuviera sus propios intereses, de
excéntrica, porque encontró su centro en el Amor y en la Poesía, de rara,
porque nunca fue banal ni vulgar".
Afortunadamente, apunta, "su obra ha resistido el tiempo y todos
los atentados que ha sufrido. Hoy nos habla en sus propios términos y la
leyenda que oscurecía su comprensión, aunque todavía con muchas resistencias
académicas y editoriales, va cayendo por su plúmbeo peso”.
En esa senda reivindicativa incluye la editora este epistolario, que deja constancia de “una bellísima, y no siempre fácil, historia de amor, y de una poesía que hoy sigue siendo rupturista con el canon y decididamente actual”. Cartas llenas de frases enigmáticas, insólitas, susurrantes, apasionadas que reivindican un amor que produjo una de las obras poéticas más importantes de todos los tiempos. Como escribió Dickinson a Susan en 1885, un año antes de morir: "El lazo entre / nosotras es muy / fino, pero un / Cabello nunca / se disuelve. / Amorosamente / Emily".
Carta 32
[…]
Yo derramé el rocío –
Pero tomé la mañana –
Escogí esta estrella singular
Entre las muchas que hay en la noche –
¡Sue – para siempre!
Emilie –
Carta 62
La cara que lleve
conmigo - la última -
Cuando salga del Tiempo -
Para tomar mi Rango - más allá - en
Poniente -
Esa cara - será precisamente la tuya -
Carta 184
Sue – ser
adorable como tú
es una conmovedora
Contienda, aunque
como el Asedio
del Edén, impracticable,
Edén nunca
capitula –
Emily
Carta 241
El lazo entre
nosotras es muy
fino, pero un
Cabello nunca
se disuelve.
Amorosamente
Emily
(EL CULTURAL / 13-7-2021)
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