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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (60) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

  

EL INDIVIDUO Y EL GRUPO

 

II – MODALIDADES DEL GRUPO (4)

 

Los factores de integración consiguen pues imponerse en forma fantasmal y, en nombre de un sentimiento autóctono puramente subjetivo y de una Historia común, hecha desde luego de envidias y recelos, los notables, las clases bajas y los colonos suizos continuarán sobrellevando una existencia relativamente pacífica y duradera. Esta homogeneidad, ya sugerida en La vida breve, es expresada con frecuencia en las obras del ciclo “sanmariano” a través de un narrador-testigo que representa la voz de la “ciudad” (o de “media ciudad”) (29), garantizando la autenticidad de lo narrado. Y lo mismo sucederá en El astillero, donde el vigor y la cohesión del grupo pueden más que las tensiones de la sociedad “sanmariana”: Santa María se constituirá entonces no sólo en el objeto de la novela, sino también en su instancia enunciativa. La voz, o más exactamente las múltiples voces (30) que se hacen oír a lo largo de la novela, son precisamente las de los miembros de la colectividad ciudadana. Es mediante comentarios diversos e interpretaciones por momento arriesgadas, como Santa María afirma su capacidad para captar, fijar y eternizar lo efímero. La avidez por asir la vida íntima del prójimo -representado ocasionalmente por una Moncha Insurralde, un Larsen o un forastero como el “Caballero de la Rosa”, hace que los habitantes de la ciudad-pueblo participen, sin distinción de clases, en la elaboración de una problemática “verdad”. Ellos se irán constituyendo, a su modo, en cronistas. Y si bien no poseen la soberbia de los notables, se mostrarán llenos de una enojosa presunción, como observamos en otro relato del ciclo “sanmariano” donde se afirman igualmente el carácter colectivo de la instancia narrativa y la masividad de los prejuicios de la comunidad:

 

En el primer momento creímos los tres conocer al hombre para siempre, hacia atrás y hacia adelante. Habíamos estado tomando cerveza tibia en la vereda del Universal, mientras empezaba una noche de fines de verano; el aire se alertaba alrededor de los plátanos y los truenos jactanciosos amagaban acercase por encima del río.

-Vean -susurró Guiñazú, retrocediendo en la silla de hierro-. Miren, pero no miren demasiado. Por lo menos, no miren con avidez, y, en todo caso, tengan la prudencia de desconfiar. Si miramos indiferentes, es posible que la cosa dure, que no se desvanezcan, a pedir algo al mozo, a beber, a existir de veras-. Estábamos sudorosos y maravillados, mirando hacia la mesa frente a la puerta del café (31).

 

Sería erróneo creer, sin embargo, que sólo los personajes del ciclo “sanmariano” logran segregar este ámbito de unidad y cohesión verdaderamente fantástico, cuya obtención constituye unos de los objetivos implícitos de la obra de Juan Carlos Onetti. Porque si bien la ciudad-pueblo se muestra fuertemente estructurada, también el otro polo del universo novelesco, Buenos Aires, suscitará la necesidad de reagrupamientos. Pero la gran urbe incidirá decisivamente en la formación de las características del grupo “bonaerense”, que se distingue de su homólogo provincial tanto por su génesis como por su modo de funcionamiento.

 

Este grupo aparece, en efecto, como el producto de una situación específica, hasta el punto de no poder concebirse su precaria existencia fuera de la fragmentación y la violencia del escenario urbano. De todas formas, su perfil definitivo será adquirido al paso de numerosos textos. En las obras de juventud la escena estará ocupada por grupos restringidos y a menudo limitados a una pareja inicial, como en Los niños en el bosque, donde a la dominante presencia de los dos amigos, Lorenzo y Raucho, se agregará en forma tímida y accesoria un tercer personaje, Coco. El mismo mecanismo se repetirá algunos años más tarde, en una novela tan decisiva como El pozo.

 

Aquí, el protagonista, Eladio Linacero, tratará de romper -pese a sus orgullosas denegaciones- el aislamiento del que es víctima. Más allá del complicado y fundamental contacto que mantiene con su compañero de cuarto, Lázaro, Linacero intentará dialogar con toda una serie de personajes que podrían eventualmente ayudarlo a reinsertarse en una sociedad de la que se siente excluido: Ana María, la prostituta Ester, Hanka, el poeta Cordes, constituyen etapas de una búsqueda de reintegración en el mundo de la normalidad y la comunicación. Los humillantes fracasos que rematan cada una de estas etapas harán que una estridente desesperación se apodere de Eladio Linacero:

 

¿Por qué hablaba de comprensión, unas líneas antes? Ninguna de estas bestias sucias puede comprender nada. (…) ¿Qué significa que Ester no haya comprendido, que Cordes haya desconfiado? Lo de Ester, lo que me sucedió con ella, interesa porque, en cuanto yo hablé del ensueño, de la aventura (creo que era la misma, ésta de la cabaña de troncos) todo lo que había pasado antes, y hasta mi relación con ella desde meses atrás, quedó alterado, lleno, envuelto por una niebla bastante espesa, como la que está rodeando, impenetrable, al recuerdo de las cosas soñadas. (32)

 

Muchos otros pasajes de la novela revelan con la misma fuerza la dificultad de constituir un grupo realmente acogedor y comprensivo, como sucede con el episodio en que Eladio Linacero, agobiado, intuye confusamente la radical insensibilidad de Cordes, el artista. El estupor, la indignación y la vergüenza del protagonista coinciden con el derrumbamiento de todas sus esperanzas:

 

(Yo) hablaba rápidamente, queriendo contarlo todo, trasmitir a Cordes el mismo que yo sentía. Cada uno da lo que tiene. ¿Qué otra cosa podía ofrecerle? Hablé lleno de alegría y entusiasmo, paseándome a veces, sentándome encima de la mesa, tratando de ajustar mi mímica a lo que iba contando. Hablé hasta que una oscura intuición me hizo examinar el rostro de Cordes. Fue como si, corriendo en la noche, me diera de narices contra un muro. Quedé humillado, entontecido. No era la incomprensión lo que había en su cara, sino una expresión de lástima y distancia. No recuerdo qué broma cobarde empleé para burlarme de mí mismo y dejar de hablar. Él dijo:

-Es muy hermoso… Sí. Pero no entiendo bien si todo eso es un plan para un cuento o algo así. Yo estaba temblando de rabia por haberme lanzado a hablar, furioso contra mí mismo por haber mostrado mi secreto (33)

Más adelante, en Tiempo de abrazar, los esfuerzos hechos por Jason para librarse de una árida experiencia a morosa no terminan mejor: la “barra” se amigos en la que intenta reintegrarse para contrapesar el vacío de su vida sentimental, resulta decepcionante, al revelarse progresivamente su endeblez, su intelectualismo afectado y a ultranza, y sobre todo su falta de autenticidad:

 

Es que usted ha tocado un punto delicado. María Teresa piensa que sus mejillas son demasiado redondas. Es su obsesión. (…)

-Bien, declararemos tabú sus redondeces. Será pecado mortal nombrarlas; pero confío que no nos vedará el placer de admirarlas.

Un poco nerviosa, María Teresa agradeció riendo:

-Y hago notar que no nos hemos salido de la cuestión. Seguimos discutiendo alrededor de la forma.

Ahora sí que iba a irse. No estaba en condición de soportar aquel estúpido torneo de ingenio. ¿Y a quién le habría robado aquello de la naturaleza del arte? Lima se movió, diciendo con voz cansada:

-Continúe con la conferencia, Landbleu. Hay que provocar una discusión. Si no hay discusión me aburro. (34)

 

El grupo tenderá a ampliarse con el correr de los años, aunque este será un logro engañoso. Su precariedad y su inestabilidad persisten, no pudiendo eclipsar la estructura binaria de la pareja, con la que se establece una curiosa relación de rivalidad. Ejemplos extraídos de textos muy distintos demuestran claramente que la pareja no sólo perdura sino que tiende incluso a reconstituirse sobre las ruinas de los grupos efímeros o semi-desintegrados. Así, en Tierra de nadie, luego de la pareja inicial compuesta por Aránzuru y Nené, aparecerán las que integran -en forma fantasmal o real- Bidart y Rolanda, Llarvi y Labuk, Casal y Balbina, Violeta y Sam. Y en las últimas páginas de la novela, el narrador llega incluso a sugerir una eventual unión (35) entre Aránzuru -desligado sucesivamente de Nené, Katty y Violeta- y Rolanda, separada de Bidart. Lo mismo sucederá en Regreso al sur cuando Perla, la infiel, cansada de frecuentar los círculos de refugiados españoles establecidos por un tiempo en Buenos Aires, decide retornar con su viejo amante:

 

Entró en la pieza y vio a Perla sentada en la cama, un brazo separado del cuerpo, con la mano hundida en la colcha, el pecho bastante más saliente que cuando vivía en Belgrano, tal vez más gorda en todo, muy pintada. La mujer sonrió, inclinando la cabeza como las niñas; era el gesto de siempre para tío Horacio, el gesto de ganar discusiones, hacerse perdonar, llevarlo a la cama.

-¿Cómo le va? -dijo ella, y bajó la cabeza. (…) Oscar no le contestó nada (…).

-¿Qué te pasa? ¿Se asombra de verme, verdad? Parece que no se alegrase mucho -empezó a levantar la cabeza-. ¿Horacio salió? Yo quería verlo (36).

 

Una situación similar, aunque más compleja, se produce en La vida breve. Mientras Brausen, el personaje principal, se aparte y termina por separarse de su esposa para integrarse a un grupo marginal, Stein toma un camino diametralemente opuesto. A pesar de su desordenada y nocturna vida de solterón, él no abandonará sin embargo a la que fue, en su juventud, su verdadera iniciadora sentimental. Las dos estructuras -grupo y pareja- se equilibran:

 

-¿No la conocías a Mami, verdad? -me preguntó Stein; sonrió al mozo (…) La mujer más perra, más fantástica y más inteligente que conocí nunca. Y no es mentira que yo la quiera como a una madre; con las licencias lógicas, naturalmente. ¿Ya te conté que ella trabajaba en un cabaret y que yo tenía veinte años y nos fuimos a Europa?

(…) Se levantó para ayudarla a sentarse. -Mami, no me atreví a pedirte un gin fizz con poco azúcar. Las mujeres cambian. Le estaba diciendo a Brausen que yo he sido, hasta la fecha, tu única fidelidad. Una fidelidad especial pero que dura; una fidelidad llena de agujeros, es cierto, pero que gracias a eso puede seguir respirando (37)

 

Porque la pareja, símbolo de obligaciones pero también de pasión y de ternura, permanece aureolada por un innegable prestigio y la nostalgia de una imposible perfección (37 bis). De ahí que resalte su imborrable permanencia en el horizonte onettiano, como lo demuestra, por lo demás, Dejemos hablar al viento (38). Pero la pareja no obstruirá, a pesar de todo, el crecimiento del grupo, que se acomodará mal que bien con su presencia. El grupo responde generalmente a necesidades menos apremiantes -así como más prosaicas y limitadas- de comunicación. Y la visión más sombría y confusa del mundo urbano que se confirmará a partir de Tierra de nadie, incidirá decisivamente en su vaciamiento afectivo. Su organicidad ya no reposará, como en Los niños en el bosque, sobre la estrecha y exaltada complicidad de sus integrantes básicos, sino sobre un vago sentimiento general de insatisfacción y hastío. Ahora se encamina hacia una intrascendente reunión de hombres y mujeres decepcionados por la mediocridad de la vida cotidiana, tanto a nivel colectivo como personal.

 

Notas 

(29) Cf. la elocuente introducción de Jacob y el otro: “Media ciudad debió haber estado anoche en el cine Apolo, viendo la cosa y participando también del tumultuoso final. Yo estaba aburriéndome en la mesa de póker del club y sólo intervine cuando el portero me anunció el llamado urgente del hospital” (p. 123). E incluso algunas páginas después la evocación de la sala atestada que parece encerrar a toda la ciudad: “Sonó la campana y ya era imposible no respirar y entender el olor de la muchedumbre que llenaba el Apolo. Sonó la campana y dejé a Jacob solo, mucho más solo y para siempre que como lo había dejado en tantas madrugadas, en esquinas y bares, cuando empezaba a tener sueño y aburrirme (p. 162).

(30) El astillero, Santa María I, pp. 13-14: “Salió del hotel y es seguro que cruzó la plaza para dormir en la habitación del Berna. Pero ningún habitante de la ciudad recuerda haberlo visto nuevamente antes que se cumplieran quince días de su regreso. Entonces era un domingo, todos lo vimos en la vereda de la iglesia cuando terminaba la misa de once, artero, viejo y empolvado, con un diminuto ramo de violetas que apoyaba contra el corazón. Vimos a la hija de Jeremías Petrus -única, idiota, soltera- pasar frente a Larsen, arrastrando al padre feroz y giboso, casi sonreír a las violetas, parpadear con terror y deslumbramiento, inclinar hacia el suelo, un poco después la boca en trompa, los inquietos ojos que parecían bizcos” O también, p. 14: “Fue la casualidad, claro, porque Larsen no podía saberlo. De todos los habitantes de Santa María, sólo Vázquez, el distribuidor de diarios, puede aceptarse como posible corresponsal de Larsen durante los cinco años de destierro y no está probado que Vázquez sepa escribir y no es creíble que el astillero en ruinas, la grandeza y decadencia de Jeremías Petrus, el caserón con estatuas de mármol y la muchacha idiota sean temas de cualquier hipotético epistolario de Froilán Vázquez”.

(31) Historia del Caballero de la Rosa y de la virgen encinta que vino de Liliput, en Cuentos completos, p. 59.

(32) El pozo, p. 24.

(33) Ibíd., pp. 45-46.

(34) Tiemdo de abrazar, en Tiempo de abrazar, pp. 162-163.

(35) Tierra de nadie, LVII, p. 171-172: “Por el camino, Rolanda arrancaba los pastos de tallo largo y se azotaba la pierna, sin dejar de andar. Terminaba mordiéndolos, rápidamente, y los tiraba por encima del hombro. Aránzuru iba un poco más cargado con la valija; se detuvo junto al poste en cruz del telégrafo y la llamó (…) -¿Tenés el dinero? -preguntó Aránzuru.

Ella movió la cabeza negando.

-Bueno. Yo voy a estar en la estación temprano. Su el dinero no alcanza nos quedaremos a mitad de camino, en la cordillera o en el Pacífico. Pero voy a conseguir más. Sería bueno que no demoraras demasiado. Antes, acaso vaya a ver a mi madre. No te rías.

(36) Regreso al sur, en Tiempo de abrazar, pp. 84-85.

(37) La vida breve, 3, p. 28.

(37 bis) Fernando Ainsa, “El amor como búsqueda imposible de la perfección”, en Cuadernos Hispanoamericanos, op. cit. Nº 292.294.

(38) Cf. las múltiples tentativas de recreación de la pareja, simbolizadas por las aventuras más o menos felices de Medina con Frieda, Juanina y finalmente Gurisa.

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