jueves

4 TEXTOS DEL ÚLTIMO POEMARIO DE JORGE ARBELECHE

 

ESCRITURAS 

(Edit. YAUGURÚ / enero de 2021)

 

I

 

ESCOLAR

 

Convoco

a lágrimas maternas

pudorosas

guardadas en el ángulo

donde el recuerdo se estrella

contra el muro de la fatalidad.

Ni queja ni furia ni consuelo.

Desgracia.

El tiempo no limita su límite,

lo afila. Embiste.

Memoria intermitente que no cede.

 

(Aquel niño a la escuela iba

como se va al cadalso

con la sola ilusión de reencontrarte

al término de la oprobiosa jornada

de tiza y pizarrón.)

 

Mi madre me espera en el portal.

Radiante. Es la más hermosa de las madres.

Me espera siempre. Desde hace sesenta y cinco años.

Cada vez su rostro luce más hermoso. Y más difuso.

               Nunca falta.

 

A veces viene con un sombrero rojo.

 

 

II

 

EXTRANJERO

 

Un amigo me comunica la muerte de su madre.

Ni carta ni teléfono. No le distingo la voz

ni la mirada. No veo su figura. No lo puedo

mirar no lo puedo tocar. La muerte de su madre

no es virtual. Su cadáver yace en el cuarto de al lado.

 

Mi amigo es adulto. Sexagenario

y padre. También abuelo, Ha entrado en territorio

nuevo, desconocido, sin límites finales. Invisible

frontera con la bruma astillada del tiempo.

De espina y piedra y polvo todos los caminos.

Se escucha un aullido, quebranto. Un llanto sordo.

 

Porque el dolor es sucio, aislante. Forma

éscaras. Hay que lavarlo con el agua virgen

de la primera lluvia, la que bautizara el vuelo

de una paloma blanca. La que inscribe en el aire

el tiempo del regreso en clave de triunfo.

 

                                                 A Gustavo Wojciechowski (Macachín)

 

 

III

 

TESTAMENTO

 

No para ahora. No inmediato.

Pero algún día será.

Que todo esté ordenado.

Que funciones como cita obligatoria, ya acordada.

Sin queja ni reclamo.

Que el hueco de mi sillón vacío

no esté colmado de ropa ni papeles,

que amable reciba al ocupante nuevo

que entonces dueño será de mi lugar.

Enfrente, mis libros, en salvaje desorden, ordenado,

guardan lo poco o mucho de cuanto fue leído.

Custodian todo aquello que enseñaron

los sabios y los días. En páginas estrictas

como aguja gótica, se yergue la flecha

del conocimiento, de mojón a mojón,

de anaquel a anaquel, con sonido a cascada

con brillo de relámpago, sosegado, en trenzado

colorido, los hilos tejen un telar en el aire,

-sin huso y sin rueca-, tal vez de la sabiduría

corriente viva sonoro brillo que entre las cosas

ondula baja y sube y va de salto en salto,

desde el aire a las nupcias.

Helena y Paris entonan el estribillo

de su pasión sin fin. A gozo pleno, en todo tálamo

sin entender jamás la transparente tristeza de la fiesta.

 

 

IV

 

Registro

 

Aún no se sabe si la noche sube

o si la tarde baja, en el aire parece

que flotaran seres, objetos, historias o leyendas,

un guante, una sortija, la gasa

de un pañuelo melancólico, un sollozo

extraviado, el aroma arrugado de alguna

despedida en anudada garganta de la queja.

 

Caen. Solo un leve movimiento. Tan lento

caen, como si apenas dejar quisieran su rúbrica

en el hueco destinado al sitio del olvido,

fugaz presencia pasaje furtivo sin registro

cuando guante y anillo en mano y dedo

alguna vez calzaron. ¿Dónde zafaron

y cuándo se produjo la caída? Sobre la niebla,

el mar, apenas ondulado. Brisa emplumada.

Es lacio el tiempo de la espera. La noche

tarda. La noche es lacia.

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