jueves

ULISES PANIAGUA - LO INASIBLE DE LA POESÍA

 


 

“¿Podrías inventar un lenguaje en que el signo sea idéntico al objeto? Inclusive los más abstractos indeterminados. El infinito. Un perfume. Un sueño. Lo Absoluto. ¿Podrías lograr que esto se transmita a la velocidad de la luz? No; no puedes. No podemos. Razón por la cual tú sobras y faltas al mismo tiempo en este mundo en que los charlatanes y embaucadores sobran…”.

Augusto Roa Bastos

Yo, el Supremo.

  

Cuando alcanzamos una flor y rozamos sus pétalos con las yemas de los dedos, ¿en verdad tocamos la flor?, ¿se produce ese contacto? Según los avances cuánticos, existe un espacio entre la materia y la antimateria, denominado materia negra, que hace imposible un contacto verdadero entre los cuerpos. Entre nuestras yemas y la flor existe un pequeño abismo, siempre. El oficio del poeta es similar, pues ahonda en intenciones imposibles. Es como aquella paradoja de Zenón acerca de Aquiles y la tortuga, donde a pesar de los bríos y la desesperación del héroe griego, le está vedado alcanzar al animal, quien está un espacio más adelante de manera eterna.

 

Cuando un poema retrata a la flor, ¿realmente puede capturarse entre los versos a la materia? Con esta interrogante sucede un efecto similar a un poema que leí hace años —cuya autoría se ha esfumado en los polvosos archivos de la memoria—: “¿puede el canto del mirlo ser el mirlo, puede?”. El poeta es, en palabras del uruguayo Saúl Ibargoyen, un escriba; una persona dedicada a transcribir la belleza, a describir el mundo incluso en sus más fétidos horrores. Para ello, recurre a la transferencia, a un talento específico donde sublima la naturaleza y la realidad, y con ello traduce un lenguaje para el resto de la especie. Sucede así con los pintores: los campos de girasoles propuestos por Vincent van Gogh no son fieles a la realidad ni intentan reproducir cada detalle en busca de realismo. El pintor holandés generó una visión propia, una mirada particular sobre aquello que todos ven, donde encontró borrascas que nadie podría explicar —tal vez ni él podría explicarlas— y sin embargo, su mirada es tan peculiar y honesta que asume un compromiso universal. Dicho de otra forma, Van Gogh consiguió dotar de poesía a su pintura. La búsqueda de ese acto le ocasionaba incluso angustia: “La poesía está por todas partes, pero llevarla al papel es, por desgracia, más complicado que verla”, confiesa Van Gogh.

 

La poesía existe per se; está viva y se presenta a cada jornada a los ojos de los hombres. Está y siempre estará allí.

 

Nada más cierto. Y aquí encallamos en una de las grandes dificultades de la literatura: definir qué es la poesía. “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… eres tú”. Así canta la rima XXI de Gustavo Adolfo Bécquer, entre la espesa miel del movimiento romántico. La rima de Bécquer es hermosa, aunque superficial, y sobre todo, ambigua. ¿Qué es la poesía?, seguimos preguntando más de un siglo después. La respuesta va más allá de las letras, desde luego, y se instala en el umbral entre lo creado y lo que está por crearse; entre la razón y el sentimiento. La escritora Andrea Cote Botero dice al respecto: “Infatigable cuestionamiento, la inquietud por definir la poesía es tan antigua como su práctica… Ya en el Libro X de La República Platón inauguró con su cuestionamiento a Homero el debate sobre la definición de poesía, su forma y función. Aristóteles, quien continuó la discusión en su Poética, le adjudicó a la poesía la superioridad de un saber más específico que el de la Historia. Desde entonces ésta ha seguido tropezando con muchos otros calificativos: de lo sublime, lo profano y lo rebelde, entre otros tantos”.

 

La poesía existe per se; está viva y se presenta a cada jornada a los ojos de los hombres. Está y siempre estará allí. Como suelo imaginarlo, la poesía es un árbol que gira alrededor de nosotros, del cual arrancamos o tomamos alguna naranja, de vez en vez, mientras sigue girando al alcance de los artistas:

 

.Tomo versos del Cosmos como se toma una naranja del ramaje
…………………………………—como se toma una naranja del ramaje—
Y con su duelo…..su canto luminoso….su decir oscuro
aferro permanencia entre entropías
…………………………………………………….vértigo de lo improbable

Tomo distancia sobre lo que escribo
y es apenas piel lo que separa el ánima de la cosa
……………………………aquello como y cual se busca
grieta de espacio que engaña a la mirada

……(de Lo tan negro que respira el Universo)

 

Esa naranja es deliciosa y jugosa, sin duda. Otra metáfora que he construido, para tratar de explicarme la poesía, es la de un tigre albino que se pierde en las entrañas de la nieve. El tigre es blanco, el fondo gélido es albo, en una idea similar a la nada al acumular lo blanco sobre lo blanco; sin embargo, ese mínimo avistamiento en el saltar del tigre hasta desaparecer, ese instante efímero, esa imagen casi inventada por nosotros sobre ese tigre, eso es la poesía. No podemos asir al tigre, pero sí podemos quedarnos con la emoción que nos ha provocado ese encuentro furtivo. En palabras de Walter Benjamin: “La verdadera imagen del pretérito pasa fugazmente. Sólo como imagen que relampaguea en el instante de su cognoscibilidad para no ser ya vista más, puede el pretérito ser aferrado…”.

 

Después, la complejidad radica en saber y poder transmitir esa sensación. Para Mark Strand, el dejo poético es similar. Dice el poeta canadiense: “La poesía es una puerta que se abre y se cierra, dejando en el asombro al que mira adentro”. La poesía es compleja, onírica incluso. El cubano José Lezama Lima comenta: “La poesía es un caracol dentro de un rectángulo de agua”. Una frase que representa lo intangible de su definición.

 

La palabra poesía encuentra su origen etimológico en la palabra poiesis, término griego que significa creación. Platón refiere en El banquete el término poiesis como “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser”. Una tormenta azotando una ventana puede convertirse en una imagen poética; el incendio de la Biblioteca de Alejandría puede convertirse en un hecho poético, bastante triste, por cierto; la sombra que proyecta un árbol, un halcón sobrevolando la montaña, todo es poesía, y se fundamenta en los sentidos: lo que se mira, lo que se escucha y se respira; lo que se toca y se gusta, y que exige expresarse de alguna forma. La poesía no es exclusiva de la palabra, aunque históricamente se le asocia a ella. Sin embargo, es posible encontrar poesía de la más alta belleza en películas de directores como Luis Buñuel, Ingmar Bergman o Federico Fellini; o en piezas como el Réquiem de Mozart, los asuntos melódicos y armónicos de Johann Sebastian Bach, o en la propuesta contemporánea de Philip Glass. Poesía es crear, tomar el barro de lo que existe en nuestro entorno para convertirlo en expresión alegórica, melódica o metafórica. Es, como veremos más adelante, volver a nombrar al mundo. Alejandro Jodorowsky, tornando más compleja esta idea, se atreve a opinar que la poesía se produce por sí misma, y que es posible devolverla al mundo a través de un acto poético. En el acto poético la poesía queda expuesta, más allá de la palabra, en las acciones de los cuerpos y los objetos. Dice Jodorowsky: “Un acto poético saca la poesía de la palabra y la convierte en acción, es la experiencia viva de la poesía. Por ejemplo, antes de salir a pisar la calle, perfuma las suelas de tus zapatos”.

 

Definir el concepto resulta tan inútil como tratar de asir un pez de humo que escapa entre nuestras manos; pero posiblemente algunas ideas de otros creadores contribuyan a formular una idea aproximada. Robert Frost opina: “Escribir un poema es descubrir”. René Char escribe: “La poesía es el amor realizado del deseo que permanece como deseo”. Federico García Lorca declara que “poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”. Mientras que Gorostiza compara a la creación de un poema con el juego de las escondidas, al afirmar: “La poesía no es diferente, en esencia, a un juego de ‘a escondidas’ en que el poeta la descubre y la denuncia, y entre ella y él, como en amor, todo lo que existe es la alegría de este juego”. Gerardo Diego también se interna en oscuros laberintos: “La poesía hace el relámpago y el poeta se queda con el trueno atónito en las manos, su sonoro poema deslumbrado. Creer lo que no vimos dicen que es la fe. Crear lo que no veremos, esto es la poesía”.

 

La poesía hace presencia, a través de su misterio, aun más allá de lo que el hombre puede realizar e incluso comprender.

 

Sin embargo, en el sentido tradicional, es la palabra la que da orden y nombre a las cosas. El poeta es un prestidigitador que revela, en un instante asombroso, lo innombrable. Ese alumbramiento del que hablaba Heidegger es también el alumbramiento espiritual mencionado por Kierkegaard; una especie de iluminación súbita, un relámpago capturado por el poeta que funciona como un pararrayos, en la fantasía metafórica del chileno Vicente Huidobro. “En el principio era el verbo”, dicta esa máxima bíblica, entendiendo el verbo como vocablo y como acción. Los griegos también tenían un término para definir el acto en que el vacío y la materia podían juntarse, algo en lo que se trabaja en los grandes aceleradores de partículas, norteamericanos y europeos. Se le denominó ápeiron. Y sabe a magia. El poeta, cuando nombra, cuando consigue capturar el instante poético entre sus versos, consigue ascender al ápeiron de lo que mira, imagina o sueña. El poeta es quien realiza el truco, sin revelarlo ni comprenderlo siquiera. Así, Jodorowsky afirma: “Podemos renovar la realidad por medio de la poesía, renombrando las cosas que nos rodean con nuevas palabras. De esta manera las transformamos, porque los nombres imprimen la identidad”.

 

El filósofo alemán Martin Heidegger aclara: “Poetizar y pensar son dos modos de hacerse cargo de lo real bien diferentes… El poeta (…) no describe el mero aparecer del cielo y de la tierra. El poeta (…) llama a aquello que, en el desvelarse, hace aparecer precisamente el ocultarse… (…) llama lo extraño como aquello a lo que se destina lo invisible para seguir siendo aquello que es: desconocido” (Heidegger, 2002: 149). La poesía hace presencia, a través de su misterio, aun más allá de lo que el hombre puede realizar e incluso comprender. La naturaleza es fuente inagotable de poesía: la encontramos en un trueno, en un arroyuelo formado después de una tormenta, en el profundo azul del cielo. Pero también la encontramos en la obra realizada por la especie humana. El oficio del ser humano es la creación; la imitación o interpretación de ese mundo natural, el intento de capturar la belleza que habita y respira a su alrededor. A ello consagra su trabajo. Al respecto de la intuición, el escritor Dámaso Alonso manifiesta:

 

¿Cómo es, en qué consiste la revelación de un contenido de arte, esa iluminación que una mente transmite a otra? Estas intui­ciones (…) se dife­rencian de la científica (mucho más simple) en que movilizan, por decirlo así, la totalidad psíquica del hombre: la memoria (…) básicamente el entendimiento se trata de una intuición intelectual (Dámaso, 1981).

 

Esta idea se aproxima a la realidad poética, realidad en intangibilidad, y aquí nos adentramos a los oscuros secretos de la ciencia. El problema con el fenómeno poético, aclara el escritor Jorge Cuesta en este orden de ideas, es que no puede alcanzarse de una manera racional, sino a través de los sentidos y una profusa sensibilidad: “Poesía significa creación, y sabemos que no pueden crearse sino realidades” (Cuesta, 1981). Por ello recurrimos a lo poético, a la invención de nuestras propias realidades para explicar espiritualmente el mundo e incluso el universo. “No hay más realidad que la realidad”, dicta en el siglo XIII el poeta sufí Ibn Rushd, mejor conocido como Averroes, el gran pensador de Córdoba, quien en su obra refleja la geometría del universo en su simpleza. Todas las cosas formadas por las fuerzas del universo tienen una forma y un contenido divinos, asegura en la más profunda perplejidad. Una afirmación debatible, por supuesto. El ser humano siempre ha buscado explicaciones para la perfección del cosmos: la sección áurea, por ejemplo, plantea resolver el misterio de la belleza, descifrar una fórmula que respira entre las posibilidades orgánicas y los objetos. Es un reconocimiento del mundo helénico a un orden al cual pertenecemos, más allá de cualquier miramiento religioso o místico. El poeta español Rafael Alberti, en “A la divina proporción”, aborda precisamente este asunto. Se trata de un texto que aparece en Poemas del destierro, y del cual citamos los siguientes versos: “A ti, cárcel feliz de la retina, / áurea sección, celeste cuadratura, / misteriosa fontana de mesura / que el universo armónico origina… A ti, mar de los sueños angulares, flor de las cinco formas regulares, dodecaedro azul, arco sonoro… Tu canto es una esfera transparente / A ti, divina proporción de oro”. El misterio matemático se convierte en el reflejo poético de lo indescifrable.

 

La búsqueda de la perfección, sombra de un dios esquivo, es evidente en la Historia. Walt Whitman, en su poema “Canto al cuadrado divino”, intentó adentrarse en ello. En su poema, Whitman compara a la figura con un dios. El cuadrado se considera perfecto por el equilibrio de sus lados. Y aprovecha, de paso, para romper con la figuración católica de una divina trinidad: “Canto al cuadrado divino, avanzo desde el Único, / desde los lados, desde lo viejo y lo nuevo, / desde el cuadrado enteramente divino, / sólido, de cuatro lados (todos los lados necesarios), / desde este lado soy Jehová, / soy el viejo Brahma y soy Saturno”.

 

El amor es también motivo de comparación en el determinismo de los cuerpos. En su poema “La ley de gravedad”, Peri Rossi escribe: “Te amo con la inmutabilidad de las leyes físicas. / La tierra atrae a los cuerpos / como tú me atraes hacia tu centro. / Igual que las piedras / caigo sobre ti desde mi altura”.

 

Profundidad mística, alquímica incluso que se vale de encabalgamientos para ahondar en las frondas del misterio, la poesía busca nuevas formas

 

¿Hay entonces, en los versos de un autor la preocupación por ascender a aquello que no puede conocerse, aquello que apenas puede nombrar, incluso recurriendo a la física y a las matemáticas? Es un propósito sempiterno. ¿Se trata de la búsqueda de la divinidad o de un arrebato científico? ¿Metáfora, metafísica o mecánica cuántica? Hemos citado apenas tres ejemplos, pero es largo y variado este empoderamiento de los modelos matemático-físicos expresados a través de imágenes y ritmo: versos dedicados al número cero, al álgebra, a las figuras, a los volúmenes, a las leyes de la gravedad. La respuesta es probablemente una, la desesperación del ser por alcanzar el misterio de su origen y del origen de las cosas, y la resignación al no conseguirlo. En ello el poeta lleva ventaja sobre el científico. Einstein dijo que “lo más incomprensible acerca del universo es que es comprensible”. En oposición, el ars poética parece confirmar lo contrario: lo más comprensible en el universo es que es incomprensible. Congruentes con ello, las leyes de la entropía cuántica. Stephen Hawking reconoce que los modelos que se plantean en la ciencia contemporánea parecen más apuestas que certezas. Acepta que sus modelos sobre la teoría del Big Bang, del Origen del Universo y la expansión o contracción del mismo, son imprecisos. No hay forma de saber, o de comprobar lo que se sabe. Tan diminutos somos. Por ello seguimos recurriendo a metáforas.

 

Roberto López Moreno, poeta mexicano autor de los poemarios E=mc2 y Ábrara, asume esta preocupación por descubrir el origen del todo, y por ahondar en la relación de la palabra que nombra para conseguir un nuevo origen a lo que ya existía. Le denomina Ábrara. ¿Qué es Ábrara? ¿Qué significa? Se trata de uno de tantos atinados neologismos que aparecen en la obra de este autor. La respuesta flota en lo eterno: “Ábrara es la soledad en llamas / en el momento de la concepción. / El apenas instante anterior / del instante anterior / a la mónada / corriendo el guion de su energía proteica / hasta el salto / cualitativo hacia / lo que va a ser creado / y de nueva cuenta, / el apenas instante anterior / del instante anterior / a que se abra flor la cantidad hechizada. / Oh, la magia en su principio… / Oh, el enigma inasible, / antechispa del portento y ya el portento. Ábrara… Intento de decir el acto creador del universo”.

 

¿Ha quedado claro? Si no quedó claro es porque no existe nada firme ni estable en el universo y sus principios: sobran las adivinaciones, los destellos. Profundidad mística, alquímica incluso que se vale de encabalgamientos para ahondar en las frondas del misterio, la poesía busca nuevas formas. La mecánica cuántica plantea nuevos modelos, como los del holandés Hooft y el norteamericano Susskind. El físico argentino Juan Martín Maldacena descubrió un modelo que representa la holografía del cosmos. Desde entonces la mayor parte de los físicos han estado estudiando el aspecto tridimensional del universo, aunque resta aún que ese modelo se aplique a situaciones generales. No sabemos si habrá un descubrimiento inmediato o tendremos que aguardar otros cincuenta años. Gracias a la poesía, no tenemos que esperar para hallar respuestas. A través de los recursos literarios, y sobre todo, a través de la mirada del dentro, nos hallamos próximos no a encontrar el dato exacto sobre el origen del universo, pero sí próximos a adivinarlo, disfrutando a cada paso del proceso poético y la generación de lo metafórico como respuesta a aquello que se resuelve de manera científica. Y quién sabe quién descubra el qué. ¿No será acaso que la poesía ha explicado durante siglos lo que apenas ahora puede comprobarse con fórmulas y teoremas? ¿O es que nada puede ni debe ser explicado, sino intuido? Lo evidente es que el universo acerca, intercala, ordena y despedaza la relación entre las partes. La mecánica cuántica se vuelve ars poética, y luego desaparece. Lo inasible hace presencia en el acto poético y en el universo, en el más profundo de los misterios. Lo más seguro de esta verdad es que no podremos alcanzarla, como sucede con la tortuga de Aquiles, como acontece con el intento vano de rozar con las yemas la delicadeza de los pétalos de la flor. No nos será posible capturar la poesía en su estado puro, jamás.

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Ulises Paniagua

Escritor mexicano (Ciudad de México, 1976). Es poeta, guionista y dramaturgo. Ha publicado en diferentes diarios y revistas literarias de su país. Tiene cuatro libros publicados, en colectivo, con la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Recibió una mención honorífica en el Concurso Nacional de Cuento “Criaturas de la Noche”, convocado por el Instituto Coahuilense de Cultura.

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