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HUGO GIOVANETTI VIOLA - Prólogo a la quinta edición de Diecinueve plegarias y un Credo (Katá sárka) de Martha Leticia Martínez de León… Silencio سكوت فرح©

 

(Quinta edición especial Con Prólogos de Hugo Giovanetti Viola, Saúl Ibargoyen, José Vicente Anaya, Eve Gil. Publicado en Eterno Femenino Ediciones a través de su Directora Editorial Noemí Luna García.)

  

LA DELGADA LÍNEA ROJA QUE SEPARA A LA LEGÍTIMA POESÍA ERÓTICA DEL OPORTUNISMO PORNOGRÁFICO

  

Sumar un cuarto prólogo a los ya escritos por Eve Gil, José Vicente Anaya y Saúl Ibargoyen para este poemario de Martha Leticia Martínez de León no resulta sencillo, aunque aporta la ventaja de tomarlos en cuenta como una referencia obligatoria a la hora de exponer algunas nuevas reflexiones que puedan enriquecer el enfoque de Diecinueve Plegarias y un Credo… según la Carne.

 

Pido al lector entonces que comience por repasar los profundos y exhaustivos trabajos introductorios mencionados (con los que me siento totalmente consustanciado) antes de enfrentarse a este texto.

 

Internarse en una recreación lírica del Cantar de los Cantares implica ensayar un salto al abismo de la fe tan peligroso como milagroso, desde el momento en que enlaza dialécticamente a la crucifixión mundanal con la divina resurrección que sólo puede consumarse en esa noche oscura del alma donde surge la orgásmica llama de amor viva.

 

Y la poesía de esta Sulamita del Siglo XXI que es sin duda Martha Leticia Martínez de León produce ese prodigio a través de una escandalosa transfiguración de la carne energizada por una tan escatológica como indecente sed de vuelo absolutamente incomprensible (¿o inaceptable?) para los que idolatran el reino de este mundo y sustituyen el abrigo inefable del estrellerío por el triste confort de un cielorraso hipócrita.

 

El gigantesco Fray Luis de León conoció demasiado bien el castigo de la cárcel que las mormoraciones de la llamada Santa Inquisición terminaron imponiéndole por haber traducido con gracia de orfebrería el libro bíblico donde la sensualísima trascendencia de la boda de Salomón y la Sulamita analogiza la unnio conniunctio interior (Jung dixit) que cada psique/alma necesita consumar para acceder al éxtasis del unus mundus: el fariseísmo vaticánico de la época había censurado y enchastrado con la franja verde de lo no apto a este culmen de la poesía mística universal.

 

San Juan de la Cruz, en cambio, durante los nueve meses de prisión al que lo sometieron los Carmelitas Calzados, descubrió que era poeta (recién a los 35 años) cuando empezó a glosar el Cantar de los Cantares con la espalda agusanada y, sencillamente, para no morir. Y en este caso lo peligroso lo introdujo providencialmente en el milagro imperecedero de la casi literal eyaculación (tal cual lo sugiere el filme de Carlos Saura La noche oscura) de un puñado de canciones (como él las llamaba) que jamás publicó pero sobre las cuales redactó sus no menos imperecederos tratados teológicos.

 

Resulta harto justificada, entonces, la cita de Sor Juana de la Cruz que preside las Plegarias y el Credo de Martha Leticia Martínez de León: Al último lea, sin peligro, el Cantar de los Cantares; no sea que si lo lee a los principios, no entendiendo el epitalamio de las espirituales bodas bajo las palabras carnales, padezca daño…

 

Según el gran novelista norteamericano James Jones, lo que separa a la heroicidad de la locura es una delgada línea roja, apreciación que también es aplicable a los textos de esta Sulamita del Siglo XXI que, al igual que Sor Juana, podría catalogarse a sí misma (frente a los opresores Doctores de la Ley) como Yo la peor de todas. Pero sabiendo, al mismo tiempo, que sus poemas están escritos con la tinta de una sangre tan cuerda como sagrada.

 

Cuartel Artiguista de la calle Lepanto / 2021

 

 

DÉCIMA PLEGARIA

 

Me postro ante Tu hijo,

Me levanto.

Lo miro en la Iglesia

adormilado,

adolorido, crucificado.

 

Se oyen rezos entremezclados.

Todos oran,

se persignan en Tu nombre

y se van.

Nadie puede salvarlo,

debe morir.

 

Es un mortal

clavado

triste

solo.

 

Me acerco,

le quito la tela

y dejo su piel al descubierto,

me empino

y comulgo con su vino derramado.

 

Relamo su sangre

beso sus pies

y me largo.

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