miércoles

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (130)

 Los tres viejos (16)

  

Quiso hablar el Chimango, pero se trabó en las ideas y quedó estupefacto al encontrarse con que su pensamiento había vuelto al punto de partida y que en un todo compartía ahora la duda del Macá.

 

Intervino el Carancho. El Zorrino prestó atención, meneando la cabeza, se ponía cada vez más grave.

 

-Se ve que usté, tan joven, es de ley -exclamó mirando al policiano de pie a cabeza. Y agregó con tono resuelto: -Bueno, tenemos que salir como luz a dar aviso a Don Juan. Si mi compadre me presta su rosillo, ya estoy de vuelta con mi lobuno viejo y el Recluta Carpincho. Lo tengo apostado a unas veinte cuadras, en aquel montecito de sauces. Yo me vine a pie por las barrancas, bombiándolos a ustedes. El que tenía razón era el recluta Carpincho. Son particulares, me decía por ustedes. Y cuando se apareció el señor, como yo no lo distinguía bien, él era un sastre, pintándomelo prenda por prenda.

 

El Carancho, que mientras escuchaba había clavado los ojos en la Chancha Negra, interrumpió para decirle, sublevado:

 

-¿Pero entonces, usté…? ¿Y el olor a cigarro?

 

-Cuando les vi aparecer las lanzas -siguió el Zorrino- nos retiramos al sauzal en observación…

 

Otra vez se oyó el Carancho:

 

-¡Pero doña!

 

Reforzada su mirada por la del Chimango que llegaba con retraso a la comprobación de que la Chancha habíalos tenido las horas al palo, los ojos del Carancho ardían.

 

-Es que don Zorrino me ordenó que no dijera a nadie que él estaba aquí -apagaba la Negra. -Que Don Juan, que la Mulita, que todo el mundo se hundía si yo descubría.

 

El Zorrino no advertía la violenta situación. Y de su incoherente confidencia se desprendía que andaban de descubierta con el ex-Recluta, y que el rancho de la vieja era un puesto avanzado de Don Juan.

 

Cuando el Carancho fue a exclamar otra vez, el Macá vio venirse la tormenta e intervino para hacer soplar de otro lado al viento, y porque su apetito no se había aplacado.

 

-Mire don Zorrino, y disculpe que yo me meta, ¿qué le parece si nos acompaña a dar unos tajos? Así comemos y salimos hechos unos reyes para el monte.

 

-¡No, señor! Coman ustedes, no más, que yo voy a buscar a mi compañero. Aquí mismito, cuando los señores aparecieron, nosotros ya habíamos churrasquiado.

 

-Sí, cómo no, ellos ya habían churrasquiado cuando ellos llegaron -ratificó la vieja, y en seguida, clavó los ojos en el suelo, maldiciendo su locuacidad.

 

El Carancho se revolvió en su poncho, que entreabrió para sacar otra vez su cuchillo y deslizarlo con rabia sobre el churrasco, trozando una presa.

 

Momentos después, del lado de la enramada, se escuchó alejarse un galope.

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