lunes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 88

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Encontré una pieza en la calle Temple, en el distrito Filipino. Costaba 3.50 dólares a la semana y estaba en el segundo piso. Le pagué a la patrona -una rubia de edad mediana- la semana entera. El water y la bañera estaban en el piso de abajo, pero tenía una pelela para mear.

 

La primera noche fui al bar que había al lado de la entrada del edificio y me gustó muchísimo. Me alcanzaba con subir una escalera para volver a casa. El bar estaba lleno de hombrecitos oscuros, pero no me molestaban. Había escuchado toda clase de historia sobre los filipinos: que les gustaban mucho las muchachas blancas y sobre todo las rubias, que usaban navajas y que ahorraban entre siete para comprarse un buen traje y se turnaban para usarlo una noche por semana porque todos medían lo mismo… Y George Raft anduvo diciendo por ahí que ellos inventaron la moda de pararse en las esquinas haciendo girar cadenas de oro de entre quince y diecinueve centímetros, para que se supiera cuándo les medía el pene.

 

El mozo era filipino.

 

-Vos sos nuevo aquí, ¿no? -me preguntó.

 

-Vivo acá arriba. Soy estudiante.

 

-Te aviso que no vendemos de fiado.

 

Tiré unas monedas arriba del mostrador.

 

-Traeme una Eastside.

 

-Volvió con la botella.

 

-¿Dónde puedo conseguir una muchacha? -le pregunté.

 

Él agarró las monedas.

 

-De eso no sé nada -contestó mientras caminaba hasta la caja registradora.

 

La primera noche me quedé hasta que cerró el bar. Nadie me molestó. Vi a pocas rubias saliendo con los filipinos. Los tipos eran bebedores tranquilos. Se sentaban en pequeños grupos y juntaban las cabezas para charlar y reírse suavemente. Me caían bien. Cuando el bar cerró, me levanté y el mozo me dijo: “Gracias”. Eso no pasaba nunca en los bares americanos. O por lo menos no me pasaba a mí.

 

Me gustaba haberme mudado allí. Ahora lo que precisaba era plata.

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