miércoles

HACIA UN TEATRO POBRE (8) - JERZY GROTOWSKI

  

 EUGENIO BARBA Y JERZY GROTOWSKI (1)

  

El nombre de “Laboratorio Teatral” hace pensar en una investigación científica. ¿Es esta una asociación apropiada? (1)

 

La palabra investigación no debe plantearnos la idea de una investigación científica. Nada puede estar más alejado de lo que estamos haciendo que la ciencia sensu stricto, y no sólo porque carecemos de calificación para ello, sino también por nuestra falta de interés en ese tipo de trabajo.

 

La palabra investigación implica que nos aproximamos a nuestra profesión más como el artesano medieval que buscaba recrear en su bloque de madera una forma que ya existía. No tratamos de trabajar de la misma manera que el artista o el científico, sino más bien como el zapatero que trata de encontrar el lugar definitivo del zapato donde pueda encajar el clavo.

 

El otro sentido de la palabra “investigación” puede parecer un poco irracional e incluye la idea de una penetración en la naturaleza humana misma. En esta época en que todas las lenguas están confundidas como en la Torre de Babel, en que todos los géneros estéticos se entreveran, la muerte amenaza al teatro en la medida en que la televisión y el cine entran en su dominio. Esto nos obliga a examinar la naturaleza del teatro, cómo difiere de otras formas artísticas y qué es lo que lo hace irremplazable.

 

¿Su investigación lo ha llevado a establecer una definición?

 

¿Qué significa la palabra teatro? Esta es una cuestión sobre la que volveremos constantemente y para la que existen muchas respuestas posibles. Para el académico, el teatro es un lugar donde un actor recita un texto escrito, ilustrándolo con una serie de movimientos a fin de hacerlo más inteligible. Así interpretado, el teatro es un instrumento eficaz de la literatura dramática. El teatro intelectual es meramente una variante de esa concepción. Sus abogados lo consideran como una especie de tribuna polémica. Aquí también el texto es el elemento más importante, y el teatro está allí sólo para incluir algunos argumentos intelectuales, permitiendo así su confrontación recíproca. Es una resurrección del arte medieval del duelo oratorio.

 

Para el espectador común, el teatro es antes que nada un lugar de diversión. Si espera encontrar una Musa frívola, el texto no le interesa en lo más mínimo. Lo que le atrae son los llamados “gags”, los efectos cómicos y quizá los juegos de palabras que hacen pensar en el texto. Su atención está dirigida principalmente hacia el actor como centro de atracción. Una joven vestida apenas es en sí misma una atracción para algunos espectadores que aplican criterios culturales a su actuación, puesto que se tipo de juicios es en realidad una compensación a la frustración personal.

 

El espectador que pretende tener aspiraciones culturales gusta de asistir de cuando en cuando a representaciones de un repertorio más serio, quizá hasta vea una tragedia siempre y cuando contenga algún elemento melodramático. En este caso sus esperanzas pueden variar grandemente. Por un lado debe mostrar que pertenece a la mejor sociedad, donde el arte “es una garantía”, y por otra parte quiere experimentar ciertas emociones que le den una sensación de autosatisfacción. Aunque sienta piedad por la pobre Antígona y aversión por el cruel Creonte, no comparte el sacrificio ni tampoco el destino de la heroína, aunque se sienta su igual moralmente. Se trata de ser capaz de sentirse “noble”. Las cualidades didácticas de este tipo de emoción son dudosas. El público -formado todo de Creontes- puede estar del lado de Antígona durante la representación, pero esto no le impide comportarse como Creonte una vez que está fuera del teatro. Es importante mencionar el éxito de las obras de teatro en que se pinta una infancia desafortunada. Ver el sufrimiento de un niño inocente en el escenario le facilita al espectador sentir simpatía por la infortunada víctima. De esta manera se siente seguro de poseer las más altas normas de valores morales.

 

La misma gente de teatro no tiene siempre una concepción muy clara de su profesión. Para el actor común y corriente el teatro es primero y antes que nada él mismo, y no lo que logra conseguir mediante su técnica artística. Él -su propio organismo privado- es el teatro. Tal actitud engendra la impudencia y la autosatisfacción que le permiten realizar actos que no exigen un conocimiento especial, que son banales y vulgares: tal como caminar, levantarse, sentarse, encender un cigarrillo, meter las manos en los bolsillos, y así al infinito. Según el actor todo esto no se hace para revelar algo, sino que se considera que estos actos son suficientes en sí mismos, porque, como dije antes, él, el actor, el señor X, es el teatro. Y si el actor posee un cierto encanto que subyugue al público, se refuerza con ello esta convicción.


(*) Eugenio Barba hizo esta entrevista en 1964 y la intituló "El nuevo testamento del teatro". Fue publicada en su libro Alla ricerca del teatro perduto (Marsilio Editori, Padua, 1965), en Teatress Teoriog Teknikk (Holstebro, I, 1966) y también en Théatreet Université (Nancy, 5, 1966).


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