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JOSEPH CAMPBELL - EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (135) Psicoanálisis del mito

 CAPÍTULO III / TRANSFORMACIONES DEL HÉROE

 

2 / LA INFANCIA DEL HÉROE HUMANO (5)

 

Los mitos están de acuerdo en que se requiere una extraordinaria capacidad para enfrentarse y sobrevivir a tal experiencia. Las infancias abundan en anécdotas de fuerza, habilidad y sabiduría precoces. Hércules estranguló una serpiente colocada en su cuna por la diosa Hera. Maui de Polinesia aprisionó y detuvo al sol, para dar tiempo a su madre de preparar sus comidas. Abraham, como hemos visto, llegó al conocimiento del Dios Uno. Jesús confundió a los doctores. Al niño Buddha se le dejó una vez a la sombra de un árbol y sus nodrizas notaron repentinamente que la sombra no se había movido en toda la tarde y que el niño se había quedado extático en un trance de yogui.

 

Las hazañas del amado salvador hindú, Krishna, en su exilio infantil entre los vaqueros de Gokula y Brindaban, constituyen un animado ciclo. Cierto duende llamado Putana tomó la forma de una bella mujer, pero tenía veneno en los pechos. Entró en la casa de Yasoda, la madre adoptiva del niño, se hizo amiga suya y después tomó al niño en su regazo para darle de mamar. Pero Krishna succionó tan fuerte que le sacó la vida y ella cayó muerta, volviendo a su enorme y espantosa forma. Cuando el cadáver fue quemado, sin embargo, emanó una dulce fragancia, pues el infante divino salvó al demonio al succionar su leche.

 

Krishna era un niño travieso. Le gustaba llevarse los potes de leche cuando las ordeñadoras dormían. Siempre trepaba a las más altas repisas para comer y derramar cosas colocadas fuera de su alcance. Las jóvenes lo llamaron Ladrón de Mantequilla y se quejaron a Yasoda, pero él siempre podía inventar una excusa. Una tarde, cuando jugaba en el patio, avisaron a su madre adoptiva que el niño comía barro. Ella llegó con una vara, pero el niño se había limpiado los labios y negó todo conocimiento del asunto. Le abrió la boca sucia para ver, pero al mirar dentro contempló todo el universo, los “Tres Mundos”. Pensó: “Qué tonta soy al imaginar que mi hijo puede ser el Señor de los Tres Mundos.” Entonces todo se le ocultó de nuevo, y este momento se borró de su mente. Acarició al niño y lo llevó a casa.

 

Los pastores acostumbraban adorar al dios Indra, el equivalente hindú de Zeus, rey del cielo y señor de la lluvia. Un día, cuando habían presentado sus ofrendas, el muchacho Krishna les dijo: “Indra no es una deidad suprema aunque sea rey del cielo; teme a los titanes. Y lo que es más, la lluvia y la prosperidad que pedís dependen del sol, que se lleva las aguas y las hace caer de nuevo. ¿Qué puede hacer Indra? Lo que haya de pasar está determinado por las leyes de la naturaleza y del espíritu.” Entonces volvió la atención de ellos a los bosques cercanos, a los arroyos, a las colinas y especialmente al monte Gobardhan, quienes merecían más honores que el remoto señor del aire. Y ellos ofrecieron flores, frutos y dulces a las montañas.

 

Krishna asumió una segunda forma: tomó la forma de un dios de la montaña y recibió las ofrendas de la gente, y al mismo tiempo conservó su forma primera y adoró entre el pueblo al dios de la montaña. El dios recibió las ofrendas y se las comió. (11)

 

Indra se enfureció y mandó por el rey de las nubes, a quien ordenó que dejara caer lluvia sobre el pueblo hasta que todo quedara arrasado. Nubes tempestuosas se suspendieron sobre aquella región y empezaron a descargar un diluvio; parecía que había llegado el fin del mundo. Pero el muchacho Krishna llenó el monte Govardhan con el calor de su energía inagotable, lo levantó con su dedo meñique y pidió al pueblo que se refugiara debajo de él. La lluvia caía en la montaña, silbaba y se evaporaba. El torrente cayó siete días, pero ni una gota tocó a la comunidad de pastores.

 

Entonces el dios cayó en la cuenta de que su oponente debería ser una encarnación del Ser Primario. Cuando al día siguiente, Krishna llevó las vacas a pastar, tocando la flauta, el Rey del Cielo bajó en su gran elefante blanco Airavata, se postró sobre su rostro a los pies del muchacho sonriente, e hizo acto de sumisión. (12)

 

Notas 

(11) El sentido de este consejo que para el lector de Occidente puede parecer extraño es que el Camino de la Devoción (bhakti marga) debe empezar con cosas conocidas y amadas por el devoto, no por concepciones remotas e inimaginables. Puesto que la Divinidad es en todo inmanente, Él se dará a conocer a través de cualquier objeto profundamente amado. Y lo que es más, la Divinidad dentro del devoto es lo que hace posible para él descubrir a la divinidad en el mundo exterior. Este misterio queda ilustrado en la presencia doble de Krishna durante el acto de la adoración.

(12) Adaptado de Hermana Nivedita y Ananda K. Coomaraswamy, Myths of the Hindus and Buddhists (Nueva York, Henry Holt and Company, 1914), pp. 221-232.

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