Abandonamos el maquillaje, las narices postizas, los estómagos abultados falsamente, todo aquello que el actor utiliza en su vestidor antes de la representación. Advertimos que era un actor de maestría para el actor cambiar de tipo, de carácter, de silueta (mientras el público contempla) de una manera pobre, usando sólo su cuerpo y su oficio. La composición de expresión facial fija, utilizando los músculos del actor y sus propios impulsos, logra el efecto de una transustanciación terriblemente teatral, mientras que el maquillaje del artista es sólo un artificio.
De la misma manera, un
traje sin valor autónomo, que existe sólo en conexión con un carácter
particular y sus actividades, puede transformarse ante la concurrencia,
contrastándolo con las funciones del actor. La eliminación de los elementos
plásticos que tienen vida por sí mismos (representan algo independiente de las
actividades del actor) conducían a la creación por el actor de los más obvios y
elementales objetos. El actor transforma, mediante el uso controlado de sus
gestos, el piso en mar, una mesa en un confesionario, un objeto de hierro en un
compañero animado, etc. La eliminación de la música (viva o grabada) que no
haya sido producida por los mismos actores permite a la representación misma
convertirse en música mediante la orquestación de las voces y el golpeteo de
los objetos. Sabemos que el texto per se no es teatro, que se vuelve
teatro por la utilización que de él hacen los actores, es decir, gracias a las
entonaciones, a las asociaciones de sonidos, a la musicalidad del lenguaje.
La aceptación de la
pobreza en el teatro, despojado de todo aquello que no le es esencial, nos
reveló no sólo el meollo de este arte sino la riqueza escondida en la
naturaleza misma de la forma artística.
¿Por qué nos interesa el arte? Para cruzar nuestras fronteras, sobrepasar nuestras limitaciones, colmar nuestro vacío, colmarnos a nosotros mismos. No es una condición, es un proceso en el que lo oscuro dentro de nosotros se vuelve de pronto transparente. En esta lucha con la verdad íntima de cada uno, en este esfuerzo por desenmascarar el disfraz vital, el teatro, con su perceptividad carnal, siempre me ha parecido un lugar de provocación. Es capaz de desafiarse a sí mismo y a su público, violando estereotipos de visión, juicio y sentimiento; sacando más porque es el reflejo del hálito, cuerpo e impulsos internos del organismo humano. Este desafío al tabú, esta transgresión, proporciona el choque que arranca la máscara y que nos permite ofrecernos desnudos a algo imposible de definir pero que contiene a la vez a Eros y a Carites.
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