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MARYSE RENAUD - A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (9)


1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.


 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola


PRIMERA PARTE


UN IMPERATIVO ESTÉTICO Y MORAL: LA CREACIÓN DE LA NOVELA URBANA


I. PRIMER PERÍODO:


EL ORO RECÓNDITO DE LA CIUDAD O LA VISIÓN MÁGICA DEL MUNDO URBANO (2)


Detengámonos un instante en un pasaje decisivo de Los niños en el bosque que hemos decidido denominar “la prueba del bosque” (33) y que arroja una luz muy particular sobre la aprehensión del mundo urbano en las obras juveniles de Juan Carlos Onetti. Esta secuencia, que ocupa en el relato un lugar nada desdeñable, está hábilmente preparada por el diálogo capital entre Raucho y Lorenzo, dos adolescentes unidos por una real amistad, pero muy divergentes en sus concepciones profundas del mundo y de la acción. Mientras que Lorenzo puede ser definido esquemáticamente como un personaje asocial, Raucho se muestra más constructivo; de ahí los choques pasajeros entre los dos jóvenes y la violencia que subyace en sus relaciones. El pasaje que sigue nos suministra un ejemplo elocuente:


-¿Qué hay? No quiero que te rías; no te vas a reír.


Luego, Lorenzo se decidió por una fina sonrisa, por unos tiernos ojos humedecidos que alzó. Fue hundiendo la mano en el bolsillo del cortaplumas. Raucho lo miraba, triste y rabioso. Este hijo de puta que tiene ojos de gacela. Aguantó inmóvil otra carcajada de la cabeza redonda y oscilante. Hubo una contenida voz que preguntaba, solicitud o desafío- Pensó que la luz de las nubes ceniza era desánimo que le llovía. Encontró los ojos. Triste. Algo tiene que pasar; algo como morirme o pisarle la cara a Lorenzo. Entonces volvió a encontrar los ojos, tan abiertos y fraternales, apiadados ya por lo que pudiera hacer la mano de la navaja. Comprobó que estaba una misma desesperación en los dos y dijo:


-No. Nada (34)


La navaja, un arma tan pueril y temible a la vez, no cortará los lazos que unen a Raucho y Lorenzo. La lucha frontal, inconcebible en un texto cuya lógica interna descansa en la necesaria integración de los aspectos contradictorios de la personalidad, aparece por lo tanto evitada y el episodio del bosque puede entonces comenzar.


Recordemos brevemente los componentes esenciales de la situación. Raucho, firmemente resuelto a preservar a su camarada Coco de la influencia perniciosa de vagos cuya homosexualidad y cinismo podrían hacer peligrar su frágil equilibrio, se propone acompañarlo a su casa para evitar malos encuentros. Pero el otro, movido por motivaciones bastante turbias, logra disuadirlo y le pide con insistencia atravesar el parque, que está rodeado por un bosque profundo -e inquietante.


Indiscutiblemente, la elección del lugar está cargada de sobrentendidos. El bosque donde se internan nuestros dos personajes tiene detrás suyo una larga historia literaria y evidentes connotaciones psicológicas e incluso psicoanalíticas. Recordemos de paso que el mismo título de la obra nos incita a prestarle mayor atención a esta secuencia. Obstáculo a superar y prueba calificatoria; así podríamos resumir escuetamente la función de este episodio: el paseo por el bosque constituye antes que nada una puesta a prueba para el mismo Raucho. Hay que destacar al respecto que la estructura narrativa del pasaje -donde se alternan diálogos y monólogos- es un indicio más de la evidente tensión. Cada vez que surge entre Raucho y Coco -entre el adolescente y el niño- una incomprensión o un malestar, Raucho se refugia en sí mismo y extrae nuevas razones para actuar conforme a una ética que está firmemente resuelto a poner en práctica. El monólogo reimpulsa entonces la acción, y la victoria se sitúa al final del camino. A pesar de algunas vacilaciones y tentaciones homosexuales que resurgen súbitamente luego de las provocaciones deliberadas de Coco -cuya imagen se confunde con la de la enigmática “muchacha de las botas rojas”- Raucho logra encontrar su destino. Él será el “protector”, el “salvador”, aquel gracias a quien la inocencia y la pureza -únicos valores dignos de fundar el sentido de una vida- serán preservadas. Creemos que el siguiente pasaje resulta particularmente revelador de la lucha interior de la que es presa el adolescente. Lucha que acaba con un saludable acto de violencia a través del cual Coco (o la llamada de las pulsiones homosexuales) queda definitivamente descartado. Lo cual está subrayado, además, por contrastante cromatismo de la escena. Al rojo equívoco y fascinante, al tinte verdoso del agua y la negrura del cielo sucederá simbólicamente, la claridad del día que nace:


Un golpe y escapo. Endurecía el brazo, la cara, el alma. Tiene que ser enseguida. Inclinó el torso, afirmándose en las piernas, apretando los ojos achicados. Los ojos que querían írsele de allí, enredados en el viboreo de un cuerpo rojo, una muchacha que golpeaba con botas rojas el piso luciente del sueño de anoche. Toda mi fuerza, todo yo para mi golpe. Tengo que irme corriendo. Corría desde la pared desnuda hasta la oferta de la boca con risa y canción de la muchacha de la casa con pájaro. Mordió una ola de llanto rabioso. Caía, blando, el brazo. Se estuvo un momento inmóvil, separado de todo, sin pensamientos. Luego, suavemente sonrió en la sombra.


El agua verde y podrida de la zanja lo llenaba todo; agua cenagosa eran el cielo, la arboleda, el aire fresco y silencioso que lo rodeaba. En medio del agua viscosa se inclinaba por fin sobre la niña roja y brilladora (…)


Recordó la próxima blancura en el monte oscuro. Sin alterar casi la marcha se fue acercando. No pensar, también eso tiene que ser sin pensar. Ni venganza, ni odio, ni nada. Frío, rápido, se inclinó; de una pechada brutal lo mandó doblado, con un tijereteo de las piernas desnudas y abiertas, cabeza abajo por el metro de orilla en declive que tocaba las aguas (35)


Señalemos no obstante que la homosexualidad no suscita una condena indignada en nombre de una moral colectiva. Hay un pasaje de Los niños en el bosque que indica por otra parte cómo reubicar justamente la lucha contra las tentaciones homosexuales en la economía general del relato: es el diálogo que opone las concepciones de Lorenzo, enemigo declarado de esa humanidad que “apesta a oveja”, a las de Raucho, quien cumple aquí la función de mediador. Para este último, el olor a oveja, la bestialidad y la estupidez de las masas no deben ser extirpadas violentamente sino domesticadas. Es a este precio como puede lograrse, según Raucho, el total desarrollo de la persona. La animalidad, controlada y depurada, no será más en lo sucesivo un obstáculo insuperable. E incluso las pulsiones homosexuales, debidamente canalizadas, pueden reorientarse hacia una finalidad positiva. La negación de la homosexualidad no aparece por lo tanto aquí -al igual que en El juguete rabioso (36), del cual Juan Carlos Onetti se haya acordado escribiendo Los niños en el bosque- como una condenación de carácter moral sino como una condición necesaria para la preservación de la siempre frágil belleza del mundo: conformismo, mercantilismo, homosexualidad, todos estos atentados contra un orden ideal deben ser firmemente rechazados aunque sin aspereza.


La prueba del bosque -que realiza tan perfectamente, a la manera de los cuentos de hadas, la superación de las mayores contradicciones de la personalidad- constituye en verdad el nudo del relato. Esta victoria del bien -que conviene sin embargo no asimilar mecánicamente a una banal afirmación del puritanismo burgués- se proyecta sobre la totalidad de la ficción. Es a la luz de este pasaje clave como debe leerse en efecto Los niños en el bosque, porque el optimismo que subyace en este episodio repercute sobre la percepción global del mundo urbano. La mirada generosa que el narrador posa sobre los seres, su creencia en “la otra vida mágica” que se cuela bajo la mediocridad de las apariencias y que se expresa a nivel narrativo por una inusitada profusión de metáforas son la fuente de las múltiples trasmutaciones de las que se nutre el relato.


Notas

(33) No es inútil señalar que la presencia de múltiples elementos extraídos más o menos directamente de los cuentos populares: además del bosque, el espejo mágico -aquí espejo líquido y viscoso cargado de connotaciones fantasmales- contribuye también a crear una extraña atmósfera de irrealidad; de igual modo, el personaje sincrético de Coco evoca a personajes populares arquetípicos: Pulgarcito -él es el más joven y aparentemente más desprotegido de la banda, como lo subraya en diversas ocasiones el narrador- y Caperucita Roja, -por su “vestido rojo y cálido”. Además, tanto la existencia de fórmulas cabalísticas aptas para crea una connivencia inmediata (“El buen cielo de Dios”, “El buen Dios del cielo”, o “El cielo del buen Dios) en Los niños en el bosque, como de manera más evidente todavía, la recurrencia de la barcarola ingenua y grosera al mismo tiempo en Tiempo de abrazar, crean un clima de fantasía desenfrenada. En cuanto a la estructura narrativa de estos dos textos juveniles, podría fácilmente dar pie a una aproximación de carácter estructural que remitiera al esquema “actancial” de A. J. Greimas.

(34) Los niños en el bosuqe, p. 132-133.

(35) Los niños en el bosque, p. 139-140.

(36) Ver el capítulo 3, El juguete rabioso, de la obra del mismo nombre.

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