miércoles

MARX Y NIETZSCHE FRENTE A LAS PROMESAS IDEOLÓGICAS EN EL SIGLO XXI


por Gabriel Beregovenko

“No se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y los ecos de este proceso de vida.”

Karl Marx (La ideología alemana)

Con los ojos atentos, muchos hoy, vemos renacer los populismos y los grandes relatos “proféticos”, las promesas sociales comienzan a retumbar en el ámbito político tanto de derecha como de izquierda; sin embargo, frente a este fenómeno de un resurgimiento de las ideologías “nacionalistas” vemos como miles de personas se dejan arrastrar por un sueño que “parecía” superado. Por un lado, algunos tragan desinfectante, por otro, cientos marchan con sus gritos de “emancipación social” corriendo el peligro de contagiarse y transmitir una pandemia que se niega a abandonar nuestra especie. A inicios del siglo XX los nacionalismos exagerados causaron numerosos estragos en la historia universal. En la primera y la segunda guerra mundial el chovinismo fue una herramienta de dominación social; con ello la ideología en sentido marxista llegó a su expresión más controvertida; la alienación espiritual extrema de los sujetos que la reproducen.

Para algunos teóricos los conceptos de ideología y falsa conciencia están pasados de moda, sin embargo, hoy más que nunca en ciencias sociales se habla de “emancipación” y de “nuevos paradigmas” sin ni siquiera analizar si los nuevos discursos emergentes establecen o reproducen modelos alienantes. Al igual que un sueño placentero, el sujeto contemporáneo, se deja arrastrar por promesas de aparente emancipación y con ello no eliminan las estructuras alienantes, sino las desplazan a otros niveles discursivos. Por ello, los Filósofos de la Sospecha (Marx, Nietzsche y Freud) en diferentes momentos de sus teorías reconocen el cierto nivel de autoengaño que puede tener la razón y la cultura en nuestras vidas.

De esta forma, para Marx no se trata de confiar ciegamente en la “buena intención” de determinados valores, sino de observar cómo ciertos valores son determinados dentro de las formas productivas de la sociedad; de tal modo, un argumento ético como “honesto pero honrado”, podría funcionar desde la perversa lógica de explotación; como un dispositivo más de coerción espiritual para mantener la mente y la moral del obrero o campesino en los límites ideológicos de la clase dominante.

Por otro lado, Nietzsche siempre calificó a ciertos “filósofos” que vivían literalmente de los discursos espirituales “profundos” de sacerdotes; una tipología de hombre que vive de construir fábulas utópicas con el fin de alimentar a los necesitados a cambio de fama y aceptación; vale decir, la filosofía y la espiritualidad pueden servir para alimentar a payasos y excéntricos que viven de las futuras promesas espirituales que nunca podrán cumplir.

Al igual que Marx, Nietzsche no pregunta por lo que dice el sujeto, sino cómo el discurso funciona en determinada existencia. Freud le da otra vuelta de tuerca descubriendo que el inconsciente puede ser el motivo y causa de la mayor parte de nuestras acciones; con ello, el transparente sujeto de acción social queda opacado por motivos ocultos a sus propios ojos. Detrás de todo discurso o enunciado “moralista” hay estructuras latentes y ocultas que motivan al sujeto hacia ciertas acciones que nunca son reconocidas de forma transparente. Frente a semejante triada (Marx, Nietzsche y Freud) no hay ningún discurso ingenuo, transparente ni incondicionado; detrás de todo el escenario espiritual hay mundo de resortes e intenciones ocultas que mueven los hilos de nuestra realidad aparente.

La Ideología y la crítica al sujeto contemporáneo

Uno de los conceptos más interesantes de la teoría de Marx es la ideología, un concepto hoy molesto para algunos lectores entusiasmados del marxismo; sin embargo, la ideología forma parte esencial de los primeros aspectos básicos del pensamiento de Marx; sobre todo en su crítica a la subjetividad moderna, así como el desenmascaramiento de las verdaderas estructuras que condicionan lo social.

El concepto de ideología tiene un valor epistémico, vale decir, sin ese concepto no podemos construir juicios de conocimientos críticos desde el punto de vista de Marx; obviar la ideología es formar parte de ella y dejarnos arrastrar por fuerzas espirituales alienantes. En la crítica al sujeto contemporáneo, Marx afirma que el individuo no puede reconocerse en su “realidad”, la inmediatez humana (la conciencia) no se ve a sí misma en las formas objetivas de su propia actividad. La forma en que los individuos se auto-representan está condicionada por la forma relacional de la actividad productiva, una cosa es cómo se presenta la actividad productiva en su auto-reflejo (enajenado) y otra es cómo realmente se mueve en este proceso de extrañamiento de la actividad. Al sujeto contemporáneo le sucede igual que el relato de Román Podolni, El último cuento sobre telepatía, donde el protagonista logra por momentos usar una máquina que revela los pensamientos individuales; sorpresivamente descubrimos, al igual que el protagonista del relato, una diferencia radical entre la autopercepción del sujeto (lo que piensa de sí) y sus acciones; esta inconsecuencia, por llamarlo de alguna forma, es típica de la falsa conciencia en sentido marxista. El sujeto “abanderado” de grandes discursos moralistas y libertarios puede actuar de forma totalmente opuesta a su discurso enunciado; al igual que las reflexiones de Marx sobre la izquierda hegeliana; podemos obviar de forma completa la realidad mientras nos refugiamos en conceptos moralistas y de buena voluntad.

En Alemania, el humanismo realista no tiene enemigo más peligroso que el espiritualismo o idealismo especulativo que, en lugar del hombre individual real, pone la “conciencia” o el “espíritu”, y enseña con el evangelista: El espíritu vivifica, el cuerpo no sirve para nada. Claro está que este espíritu sin cuerpo es espíritu solamente en la imaginación. Precisamente combatimos en la crítica de Bauer la especulación que se reproduce en forma de caricatura. Es a nuestros ojos la expresión más perfecta del principio germano-cristiano, que hace su última tentativa, transformando la crítica misma en un poder transcendental. (K. F. Marx, Engels, 1971, p. 19)

Percibir hoy en día con la lógica de la sospecha, al igual que Marx, Nietzsche y Freud, permite conservar la lucidez necesaria para desarrollar nuestros propios juicios críticos sobre el mundo contemporáneo. Nietzsche por su lado hace un análisis sobre la forma en que experimentamos “la verdad”. Para descubrir nuestras formas sociales del pensamiento tenemos que recorrer el camino desde su origen, desde su comienzo, para implicarnos en las formas que experimentamos lo verdadero. Martin Heidegger afirma la cercanía entre el pensador y la reflexión sobre la verdad de la filosofía griega. En todo el pensamiento occidental lo verdadero se experimenta como una posesión, un tener-por-cierto. Esta posesión, es una forma de experiencia de lo verdadero, implica una forma de comportamiento con respecto a la verdad, un proceder que nace de esta experiencia de posesión. Heráclito abre un camino a Nietzsche en esta particular forma de comprensión, un proceder no ajeno al contemporáneo, pero más genealógico, como aquello que arrastra al pensamiento tras de sí, sobre una figura epistémica que sostiene la metafísica occidental. Por otro lado, Nietzsche siempre regresa a aquellas dos fuerzas ontológicas que definen un proceder vital. El concepto de lo apolíneo y lo dionisíaco son claros ejemplos de un retorno al origen de la filosofía. El retorno a los griegos es curiosamente confluente con Marx y Freud, aun cuando el contenido de sus búsquedas haya sido totalmente diferente.

El mundo del conocimiento está vinculado íntimamente con la dominación, conocer es una forma también de poseer, de dominar al objeto de conocimiento; de poder predecir su comportamiento y dirigirnos hacia él con una determinada estrategia, así como conceptualizar las cosas implica agregarlas a nuestro dominio cultural, lograr que entren en nuestro mundo bajo la marca de nuestro pensamiento; vale decir, apropiarse de ellas. Por eso, para Nietzsche, la verdad, el conocimiento y el pensamiento forman parte de una guerra; una guerra por el dominio de nuestra existencia. La filosofía debía ser siempre una pregunta por el valor y por el sentido de nuestros conceptos, de nuestras fábulas. La analítica del pensamiento estrictamente lógico lapidaba lo esencial del pensar, la vida quedaba oculta en la nebulosa del frío concepto. El concepto hablaba de las cosas muertas, de un valor de igualdad. En la igualdad todo queda en estado nulo, todo es la tranquilidad ficticia del Ser. En el procedimiento de Nietzsche siempre hay un cinismo, una desconfianza crítica, un revelamiento del estado de guerra que es el pensamiento. El pensamiento, la filosofía, la crítica, no es una posición “neutra”, es el involucramiento de un sujeto, la imponencia de una voluntad que traza una estrategia de lucha. La idea en sentido filosófico para Nietzsche no es un resultado contemplativo, es el arma artificiosa de una voluntad astuta que impone su táctica. Bajo esta postura de sospecha frente a “la razón” Nietzsche afirma:

Hay en el mundo más ídolos que realidades; este es mi “mala mirada” para este mundo, y también mi “mal oído”. Preguntar aquí una vez con el martillo, y escuchar como respuesta aquel famoso sonido vacío que emana de las vísceras hinchadas; aquel encanto para un hombre que detrás de las orejas tiene otras orejas, para mi viejo psicólogo y cazador de ratas, para el cual debe hablar fuerte precisamente lo que debía quedar en silencio […]

También esta obra, como su título revela, es ante todo un alivio, una mancha solar, un salto en el ocio dado por un psicólogo. ¿No será también una nueva guerra? ¿Y no deberá revelar su secreto nuevos ídolos?… Este opúsculo es una gran declaración de guerra; y por lo que se refiere al espiar los secretos de los ídolos, los que aquí son golpeados con el martillo para que den sonido no son ídolos temporales, sino ídolos eternos; no hay ídolos más antiguos ni más convencidos ni más soplados…Y, sin embargo, en el caso más noble, ni siquiera son llamados ídolos… (Nietzsche, 1962b, p. 397)

Cuando las ideas valen más que lo mundano, cuando los conceptos rigen con más fuerza la vida que nuestros deseos y cuando los ideales ocultan nuestros sufrimientos y aspiraciones algo anda mal en nuestra existencia. Cuando cambiamos nuestra vida por ideas, las ideas valen más que nuestra propia existencia, sin duda, desde el punto de vista de Nietzsche estamos frente a una perversión, una decadencia de nuestra vitalidad y con ello un resentimiento con nuestra objetividad. Escuchar con atención y desenmascarar el resentimiento de un mundo que proclama ideales por encima de nuestra vida es la verdadera misión de la filosofía; de la ciencia crítica y con ello demostrar los verdaderos intereses bélicos de nuestra espiritualidad.

Marx y Nietzsche, ambos, son por naturaleza radicales; detestan ese humanismo abstracto que proclama consentidamente la felicidad universal e ingenua de la humanidad. Ambos se caracterizan por desmontar nuestros sueños placenteros y destruir todas esas promesas utópicas de sacerdotes que día a día intentan seducir a ingenuos y desesperados de un paraíso. La exigencia es clara para Nietzsche: “ser fieles a la tierra”.

Bibliografía

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Compilación, B. H. (2009). Narrativa: Cuentos de ciencia ficción. La Habana: Editorial Arte y Literatura.


(Dialektika / 6-5-2020)

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