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EL URUGUAY, LOS TRABAJADORES, LA CUESTION SOCIAL Y LA CONSOLIDACION DE LA UNIDAD SINDICAL


por RICARDO AROCENA

Bien puede definirse a la modernización como un extenso proceso, que a partir de profundas transformaciones políticas, económicas, sociales, culturales, productivas, educativas, etc., posibilita el pasaje de una sociedad atrasada y, como la historiografía la ha denominado, “pastoril y caudillesca”, a otra,ordenada, pacificada, productiva y moderna.

El mundo industrializado de fines del Siglo XIX necesitó incluir dentro de su funcionamiento al continente latinoamericano, para en él colocar los sobrantes de capital y de materias primas, aunque también para aliviar la presión demográfica que caracterizaba la realidad socioeconómica europea del momento. América Latina se inserta de esta manera en los mecanismos de la economía mundial, como productora de materia prima que los europeos necesitaban, como mercado de consumo y de excedente de capitales y como refugio de emigrantes del viejo continente.

Pero la inclusión del Uruguay en el mundo capitalista sólo sería posible si se procesaban en nuestro país profundos cambios tanto infra como superestructurales. El nuevo modelo obligó a consolidar el Estado, centralizarlo, fortalecerlo y modernizarlo administrativamente para poder así tranquilizar el país, -exigencia básica impuesta por el mundo capitalista- y asegurar una estabilidad interna que fuese garantía para el normal desarrollo de la actividad económica.

La política económica fue orientada hacia la consolidación del modelo agro exportador, los productores debieron cambiar su forma de producir, el gaucho antes libre se topó con el alambrado, el nuevo concepto de “trabajo” y el “disciplinamiento” al que fue sometido. El concepto burgués de “rendimiento” ganó las conciencias de las clases altas, que procuraban dejar atrás una “cultura bárbara”, que no era funcional a sus intereses y sustituirla por otra “civilizada”, que asegurara los nuevos paradigmas basados en las nuevas formas de producción, en las nuevas pautas de consumo, en la propiedad privada, en la agro-exportación y la ganancia.

Para lograr estos objetivos, la primera etapa modernizadora sacrifica el liberalismo político en el altar del liberalismo económico, como forma de pacificar al país y de sustraerlo a las luchas intestinas que impedían la consolidación de una revolución productiva y tecnológica que ya se venía manifestando con la mestización, la merinización, el auge de los saladeros, la producción de conservas y extractos, etc. La denominada “modernización” emerge así como un proyecto de país impulsado por determinados sectores sociales –acerca de los cuales más adelante nos extenderemos-, y ejecutado en una primera etapa por el Ejército, que procura nuevas formas políticas, económicas, etc., que posibiliten la inserción del Uruguay en el orden económico internacional de fines del Siglo XIX. Pero también condujo a que nuestro país pasara a ser dependiente de los centros mundiales de poder, entre otras razones, porque como señala Mëndez Vivez, la evolución producida no necesariamente coincidió “con las reales necesidades de la sociedad uruguaya”.

De cualquier manera, el término “modernización” es una categoría de análisis útil, que ha sido bien asimilada por la historiografía nacional. No estamos, si nos referimos a las primeras etapas del proceso, frente a un simple gobierno militar o una dictadura de tantas. En este caso el Ejército no es otra cosa que un brazo ejecutor de un proyecto elaborado por un conglomerado de sectores sociales. que recurren a él convencidos de que los bandos políticos, la conflictividad, la división entre caudillos, etc., tornan imposible impulsar una política profunda de cambios en todos los órdenes, que necesitaba, como punto de partida, entre otras cosas, la pacificación del país y la reafirmación de la nacionalidad, como base para la construcción del Uruguay moderno. El término "modernización" describe todo un período que abatirá las viejas estructuras y edificará otras nuevas, más aptas para la inclusión del país en el mundo capitalista.

OLOR A BOSTA

La base social que impulsó la primera modernización estuvo integrada, en primera instancia, por una nueva clase de estancieros, fundamentalmente venidos del exterior y dentro de los cuales predominaban apellidos franceses e ingleses, que promovían un nuevo concepto de estancia, a la que veían como una empresa y que apostaban fundamentalmente al "triunfo del ovino". Este sector compartía con los estancieros tradicionales las aspiraciones de paz y orden, para poder desarrollar la producción.

Entre los promotores de las transformaciones, también cabe mencionar al gran comercio montevideano, de importante papel en el ascenso de Latorre y sostén de su gobierno, que monopolizaba el oro gracias al dominio que ostentaba del comercio exterior. Este sector estaba liderado por "una clase", fundamentalmente integrada por inmigrantes, con una mentalidad claramente capitalista, que se agrupaba en torno al Centro Comercial y la Bolsa de Comercio, siendo el Banco Comercial y el Banco de Londres, dos de sus reductos más importantes.

El tercer actor o grupo de presión fue el Ejército, que producida la crisis de 1975, encontró la oportunidad de llenar el vacío de poder y que durante el período latorrista actuó con autonomía de las banderías tradicionales, sin por eso perseguir objetivos propios, sino aplicando un modelo que los sectores políticos principistas no podían por sí llevar adelante. Profundamente vinculada a la reforma económica, educativa y política estuvo la Asociación Rural, en dondela "nueva clase de estancieros" a la que hacíamos referencia más arriba, se había aglutinado y desde donde por intermedio de publicaciones, conferencias, etc, promovían la necesidad de ajustar la producción agropecuaria a los cánones modernos. Fue un pilar básico del latorrismo, participando en todo lo relativo a la cuestión rural, por ejemplo en la elaboración y aplicación del Código Rural de 1875, todo lo cual la transformó en la práctica en una institución "casi oficial".

LA CENTRALIZACIÓN

Durante la primera etapa de la modernización se impulsa no solamente la centralización política sino también la económica de la actividad del país en Montevideo, con lo que aumenta el poder central y se logra por primera vez en la práctica el reconocimiento general hacia el gobierno de la capital. El papel del Estado, en tanto moderno y liberal, cambia sustancialmente, siendo sus funciones principales el mantenimiento de la paz y de la seguridad, aunque también destaca como motor de emprendimientos.

El telégrafo favorece la organización del país, el correo estatizado facilita la centralización del poder, el ferrocarril otorga superioridad al gobierno frente a los que se alzan en armas, lo mismo que la utilización por el ejército del Rémington, el Máuser y el cañón Krupp. Todo esto abrió caminos a la aplicación de reformas en materia judicial, en lo policial, en lo concerniente al registro civil, en materia religiosa y en lo educativo.

En lo judicial fueron creados Juzgados Letrados Departamentales, el Código de Procesamiento Civil e Instrucción Criminal, el Código Rural, el Reglamento General de Policías Rurales, el Registro de Embargos de Interdicciones Judiciales, etc., con todo lo cual se le da un golpe de muerte al antiguo orden colonial. El Registro Civil pasa a manos del Estado, dejando este tema de ser manejado por la Iglesia Católica, lo que facilitó el dominio por el Poder Público de todo lo relacionado con nacimientos, matrimonios, legitimaciones y defunciones.

LA REFORMA EDUCATIVA

Otro aspecto atendido por las reformas de Latorre fue el educativo. La educación exigía centralizar acciones, su organización fue un típico ejemplo de regionalización, donde cada punto del país pasó a contar con una autonomía práctica de hecho. En 1876 Varela asume la Dirección de la Instrucción Pública, desde donde impulsa la denominada "Nueva Escuela Uruguaya", que tendrá como pilares la universalidad, la laicidad y la gratuidad, todo ello enmarcado en una concepción científica de lo educativo. También se producen avances importantes en materia de Educación Superior, con las reglamentaciones de las Facultades de Derecho y Medicina y en lo referente a la enseñanza técnica, con la creación de la Escuela de Artes y Oficios.

Todo lo mencionado inicia un proceso de cambios que continuará hasta fines del Siglo XIX y que consolidará un Estado moderno. En la larga duración el Estado afirma e incrementa su papel y pasa a ser al cabo de todo el proceso, determinante en todos los aspectos de la vida nacional, lo cual será profundizado durante el batllismo y se mantendrá como una constante -más allá de los embates en su contra que conocemos- durante todo el siglo XX.

Durante la modernización avanzan las políticas estatistas, nacen nuevos Ministerios, se crean nuevos Departamentos, en fin se va dibujando un país que irrumpe en el siglo XX con una imagen muy diferente al viejo Uruguay pastoril y caudillesco y que consolidará a nivel estatal la secularización, la educación pública laica, gratuita y obligatoria en todos sus niveles (por lo menos hasta hoy en día), la forma de división política del país, la centralización política y administrativa en Montevideo, la participación directa o indirecta del Estado en áreas de la economía, la presencia de la Universidad de la República, la participación estatal en materia de salud, y un largo etcétera. Estos y otros grandes perfiles mantendrán su impronta durante todo el siglo XX, siendo por períodos profundizados y por otros duramente cuestionados, sin por ello desdibujarse la imagen con la que el Uruguay y en particular el Estado uruguayo se presentó ante el mundo. En resumen, en lo que podemos definir como de "larga duración", tenemos un Estado de gran peso en todos los órdenes de la vida nacional, no vinculado a religión alguna, que juega un papel fundamental en materia educativa y de salud, con una participación decisiva en áreas de la economía. La presencia estatal es determinante a lo largo y ancho del país y básicamente centralista tanto en lo político como en lo administrativo, características todas que comenzaron a ser definidas durante el período conocido como "modernización".

LOS TRABAJADORES URUGUAYOS A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

En el último tercio del siglo XIX, en el Uruguay son impulsadas una serie de medidas de corte proteccionista, que estimulan el desarrollo de una industria dedicada prioritariamente al consumo interno y que se desarrolla a partir de mano de obra proporcionada fundamentalmente por las migraciones internas y la inmigración extranjera.

En un principio la producción fue de corte artesanal, el patrón solía contar con un reducido número de colaboradores asalariados, que con frecuencia eran dueños de sus herramientas. Por sus características, en esta incipiente “empresa”, no existía una clara diferenciación de roles, siendo el dueño también un trabajador, en tanto que los oficiales aspiraban a poseer un día su propio taller.

La preocupación por la defensa y la preservación del oficio, considerado por lo general como un “arte”, fue un factor decisivo en la conformación de una conciencia colectiva, que acabó expresándose en la conformación de “organizaciones de socorros mutuos”, propias del período “pre sindical”. La importación de maquinaria y la abundancia de mano de obra no calificada, permite, con el transcurso del tiempo, a la clase empresarial liberarse de las demandas del artesano y el lugar de trabajo por excelencia pasa a ser la fábrica, adonde la mecanización impulsa la producción en serie. En un principio esta mecanización originó la encendida reacción del naciente proletariado, es así que, por ejemplo, el gremio de los cigarreros llama al boicot contra los productos elaborados a máquina con el argumento de que “si ese progreso abaratase el artículo o beneficiase de modo indirecto a todos, no habría más remedio que conformarse, pero sucede todo lo contrario...”

Al finalizar el siglo XIX las industrias en el país ya se habían expandido, en 1897 se expidieron 16.104 patentes, equivalentes a un capital de $57.051.972. En los establecimientos trabajaban en conjunto más de 27.744 asalariados entre obreros y empleados, a los que hay que sumarle los que trabajaban en los diferentes medios de transporte.

LA EXPANSIÓN URBANA

La irrupción en la década de los  ́80 del siglo 19, de grandes contingentes de inmigrantes y de trabajadores provenientes del campo, provoca la expansión urbana de Montevideo. Hacia 1905 para un total de habitantes de 303.363 personas, había 21.517 fincas. Los sectores pudientes ocuparon la parte central de la ciudad, adonde estaba el centro político y económico del país, mientras que los sectores populares fueron desplegándose en áreas fraccionadas y vendidas por sociedades privadas dedicadas a los negocios inmobiliarios, fundamentalmente ubicadas en las zonas periféricas.

Con el crecimiento urbano surgen los conventillos. Los primeros fueron construidos en los años  ́70 en casas abandonadas cuyos cuartos y patios fueron adaptados para ser alquilados por separado, pero dado que este tipo de edificaciones producía a sus propietarios una alta rentabilidad, florecerá su construcción en las décadas siguientes.

Es así que, por ejemplo, que en 1885 surgirá el famoso Conventillo de Risso (más conocido como el Medio Mundo), que estaba en Cuareim entre Durazno e Isla de Flores; no contaba con servicios comunes de cocina, pero sí con 4 servicios higiénicos comunes, 40 piezas distribuidas en dos plantas y 32 piletas de lavar. Por su parte el conventillo conocido como de "Barouquet" fue realizado en 1887, estaba en la calle Gaboto, entre Cerro Largo y Paysandú y tenía 86 piezas, que estaban distribuidas en dos plantas, 20 letrinas, dos patios principales unidos por un pasaje común en el que había 4 cocinas y más de 50 piletas de lavar.

En 1891 fue construido el Conventillo de Lafone en la calle Queguay (actual Paraguay) esquina Tajes; tenía 23 habitaciones distribuidas en una planta, 12 cocinas, piletas de lavar y 7 letrinas, además de un local para comercio. En 1887 una sociedad promueve la construcción del Falansterio de Montevideo en la manzana comprendida por las calles Rondeau, Paraguay, Guatemala y Panamá, para satisfacer la demanda habitacional de la zona comercial e industrial emergente. El proyecto presentado a las autoridades destacaba la excepcional ubicación en el centro del barrio, no lejos de pujantes industrias y en particular del ferrocarril "cuyos trabajadores serán los naturales inquilinos del Falansterio".

El objetivo era por demás ambicioso: sus promotores pretendían construir un edificio de tres plantas para 700 personas, con dos patios adoquinados, 8 canillas de agua corriente y doce letrinas por piso, un sistema de evacuación de basura, 224 piletas para lavado de ropa y 20 para utensilios de cocina.

Los conventillos fueron en suma viviendas colectivas conformadas por múltiples habitaciones, que estaban destinadas al arriendo y en las que había servicios generales. Algunos fueron simplemente una fila de habitaciones, mientras que otros sobresalieron como verdaderos complejos con uno o varios pisos y uno o varios patios.

Por lo general aquellas construcciones jamás eran restauradas ni mantenidas, violándose las más elementales normas de salubridad. Los inquilinos vivían apiñados, con escasos servicios higiénicos, lo que facilitó la irrupción de enfermedades contagiosas como el cólera, que entre 1886 y 1887 diezmó a la población. Con la conformación de barrios obreros se procuró dar respuestas a las necesidades en materia de vivienda de amplios sectores populares. Entre las experiencias a destacar están los dos Barrios Reus (entre 1888 y 1892) y la del barrio de Peñarol, que fue construido entre 1890 y 1898 para uso del personal del Ferrocarril Central del Uruguay.

El barrio Reus "al norte" estaba compuesto por 498 viviendas, la mayoría de dos plantas, que estaban distribuidas en 23 manzanas de la zona conocida como Villa Muñoz, en tanto que en el Barrio Reus "al sur", las viviendas eran de dos pisos, con techos en forma de mansardas. Estaban ubicadas entre las calles Isla de Flores, Minas, San Salvador y Tacuarembó.

Estos barrios fueron realizados con el argumento de que había que satisfacer la "comodidad e higiene" de los sectores de menos recursos, pero hacia 1889 las autoridades advierten "insuficiencias" y señalan que "los ensayos que se han hecho en los dos barrios Reus, no han correspondido a la expectativa general, ni parecen construidos los edificios, ni elegidos los parajes con el propósito de dar vivienda holgada y barata a las clases obreras o a la población de inferior condición".

Con la crisis de 1890 y la quiebra del Banco Nacional, propiedad de Emilio Reus, las obras en los dos barrios Reus, quedaron interrumpiddas. El Banco Hipotecario obtuvo las propiedades que estaban hipotecadas y arrendó las viviendas construidas, hasta ese momento unas 305, y construyó 16 más, con lo que pudo socorrer a numerosos vecinos empobrecidos. Testigos de la época definían a aquellos barrios como un verdadero "asilo de pobres" La creación del barrio obrero de Peñarol estuvo vinculada a la decisión de la empresa británica propietaria del Ferrocarril Central del Uruguay, de instalar talleres en terrenos ubicados al este de Sayago. El complejo habitacional fue conocido como "Nuevo Mànchester", aunque popularmente fue bautizado con el nombre de "Peñarol" y estuvo integrado por dos grupos de casas, en total 44 unidades, unas de dos habitaciones y otras de tres.

LA CUESTIÓN SOCIAL

A fines del siglo XIX, la situación de los trabajadores no era fácil, debido a la explotación inhumana, los bajos salarios y a las tan extensas como agotadoras jornadas. En enero de 1884, denunciaba el periódico de los obreros gráficos “El Tipógrafo”: “Hay una suprema necesidad de que se suprima en nombre de la humanidad, el sistema atroz que se observa en todos los diarios de la mañana, teniendo el operario tipógrafo, doce y catorce horas perenne al pie de la caja”.

Los bajos salarios no permitían a los trabajadores alquilar otra habitación que no fuera una pieza en un conventillo; hacia 1876 había en Montevideo 589 de estas edificaciones, que estaban ocupadas por 17.024 personas, lo que representaba al 16 por ciento del total de los habitantes del Departamento. No había una legislación social que amparara la vejez, ni las imposibilidades físicas y la situación era particularmente difícil para las mujeres con hijos.

En 1884, testimoniaba en el antedicho medio de prensa, el trabajador Eduardo Ramos: “A los 50 años, cuando se ha constituido familia y se sienten sagradas obligaciones que cumplir (...) el tipógrafo es arrojado a la calle, haciéndose con él lo que con la bestia de carga, que la despeñan en el barranco por inútil e inservible”.

Las organizaciones sindicales uruguayas recién comenzaron a construirse varios años después del surgimiento de las primeras industrias manufactureras. Entre otros factores, retardó su surgimiento, la dispersión de la industria, que por entonces no contaba con grandes contingentes de asalariados agrupados en un solo establecimiento. Sin embargo, con perspectiva histórica, puede constatarse que tempranamente llegan a nuestras costas los ecos del pensamiento europeo en lo que respecta a la problemática social. Por ejemplo, en 1840, incitado por emigrantes europeos y porteños inspirados por Saint Simon, Fourier, Leroux y otros pensadores utopistas del viejo continente, el socialista Eugenio Tandonnet edita un periódico, que reclama cambios drásticos. Pero los debates quedan en eso, no hay mayor trascendencia en lo práctico.

Habrá que esperar hasta 1865 para que se concrete la primera acción gremial digna de destaque. Fue promovida por obreros de las imprentas, los que cinco años más tarde consiguen fundar la Sociedad Tipográfica Montevideana. Hacia fines del siglo XIX, se funda el Centro Internacional de Estudios Sociales, institución que impulsa una intensa actividad en defensa de los derechos de los trabajadores, tanto en el plano intelectual como en materia de agitación social.

LOS PRIMEROS

En agosto de 1905 se funda la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU), primera central sindical de nuestro país. “La experiencia del exterior y las propias experiencias recogidas a través de las luchas, indicaron a la clase obrera uruguaya y a sus dirigentes, que urgía la creación de una central como medio de lograr una mayor armonía y coordinación de las fuerzas existentes y de los efectivos que habían de incorporarse más tarde”, comenta sobre el proceso de unificación, años más tarde, el historiador Francisco R. Pintos.

La novel central, de orientación básicamente economicista, discute en el Congreso constituyente, entre otros temas, la abolición del trabajo a destajo y la eliminación del trabajo nocturno. Pero el sentido tema de las horas presidió las reivindicaciones durante los años 1905 y 1906, eran momentos en los que se acentuaba la utilización de las máquinas en la industria nacional, las que al ser incorporadas generaban despidos masivos y desempleo.

Desde mediados de la segunda década del siglo XX, comienza a germinar la legislación social: en 1915 es aprobada la Ley de 8 horas, en 1918 se prohíbe el trabajo nocturno en las panaderías, en 1920 son fijadas normas de descanso semanal, en 1923 se legisla sobre el salario mínimo rural y en 1931 es establecida la semana inglesa de 44 horas. Pero no todo son rosas; el movimiento sindical va sufriendo sucesivos cismas, primero en 1923 con la formación de la Unión Sindical Uruguaya (USU), que nace del enfrentamiento de corrientes sindicales y en cuyo seno se gesta un “Block de la Unidad”, que en 1929 dará nacimiento a la “Confederación General del Trabajo del Uruguay (C.G.U).

Al respecto opinaba el historiador Germán D ́Elía: “si grave era en sí la división, más perjudicial resulta cuando llegan hasta nuestro país las primeras manifestaciones de la crisis mundial que se desencadena en octubre de 1929 en la Bolsa de Nueva York”. Finalizados los “locos veinte”, la crisis cierra empresas, afecta al agro y empuja a miles a la desocupación. Están creadas las condiciones para la irrupción del nazi fascismo a nivel mundial y para el recorte de las conquistas sociales. En el Uruguay se produce el golpe de Gabriel Terra, quien inmediatamente impone la eliminación de las libertades públicas, la devaluación monetaria, el reajuste económico, la represión sindical e intenta crear sindicatos controlados por el Estado al estilo corporativista

LOS TRABAJADORES DE URUGUAY A MEDIADOS DEL SIGLO XX

Culminada la Segunda Guerra Mundial y derrotadas las fuerzas del “Eje”, a escala internacional hay un acercamiento entre las organizaciones sindicales de las naciones aliadas, lo que facilita la creación en Londres, en febrero de 1945, de la Federación Sindical Mundial (F.S.M.), pero la guerra fría empuja su partición y la formación de la C.I.O.S.L., que surge bajo los auspicios del “Plan Marshall”.

Aquellos son tiempos en los que en el Uruguay hay un fuerte crecimiento económico. Comenta Roque Faraone al respecto, que “se expande la industria textil” y que la “industria metalúrgica, que antes de la II Guerra fabricaba cocinas, herramientas de mano, implementos agrícolas y utensilios domésticos, ahora producirá láminas de aluminio, enlozados, radiadores prensados, cañerías sanitarias, etc. (...)”. El número de trabajadores industriales pasa a ser el 8% de la población total del Uruguay, lo que implica el crecimiento de Montevideo y el “encarecimiento general de los servicios públicos urbanos”.

Durante la década de los  ́40 son aprobados una serie de beneficios sociales, como la extensión a los funcionarios públicos del régimen de jubilaciones, la innovación del sistema de asignaciones familiares, la indemnización por despido en todos los gremios, vacaciones anuales para todas las actividades y en 1946, por ley son creados los Consejos de Salarios.

Las urgencias imponen un resurgimiento de las tendencias unificadoras de las diferentes centrales. La realidad las fue empujando a trascendentes jornadas conjuntas, por ejemplo en torno a importantes conflictos, pero también en lo referente a la solidaridad con España Republicana. En 1958, la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay, que estaba movilizada para conseguir una nueva reforma orgánica para la Casa Mayor de Estudios, convoca a todos los sindicatos a un plenario obrero estudiantil, con el objetivo de unificar las reivindicaciones en una sola plataforma y con algunos gremios promueve la formación de una asamblea consultiva que permitiera sortear diferencias. La tensa realidad social le plantea a la clase trabajadora “la necesidad de superar divisiones, como única forma de poder enfrentar las derivaciones de la crisis”, según anotaba por entonces el historiador Germán D ́Elía. Son tiempos de cambio en lo económico y social, en 1959 el gobierno aprueba una reforma cambiaria y monetaria y firma la primera Carta de Intención entre el Uruguay y el F.M.I., decreta el cambio único y la abolición del contralor del comercio exterior. En respuesta los trabajadores acentúan los esfuerzos unitarios, que comienzan a encauzarse en 1964 en torno a las “asambleas representativas” preparatorias del Congreso Constituyente de la Central Única, paso previo a la conformación en 1966 de la Convención Nacional de Trabajadores. (C.N.T).

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