por Juan Pablo
Carrillo Hernández
UN FRAGMENTO DE 'EL BANQUETE' DE PLATÓN NOS OFRECE
UNA HIPÓTESIS ATRACTIVA PARA ABRAZAR EL CAMBIO PROPIO DE LA EXISTENCIA
Lord, we know what we are, but know not what we may be
Shakespeare, Hamlet (IV,
v)
Que el ser humano se encuentra en
cambio constante es algo que, en nuestra época, hemos dejado de tener en
cuenta. Con cierta ilusión pero sobre todo con mucha resistencia, nos empeñamos
en creer que permanecemos siempre iguales, nos afanamos en sostener las mismas
ideas, creemos que debemos proteger y conservar ciertas formas de ser. Es mucha
la energía, mucho el tiempo y muchos los recursos que, en ocasiones, en ciertas
etapas de nuestra vida, llegamos a dedicar a ser fieles no a lo que somos, sino
a lo que aprendimos a creer que somos.
Es posible que este sea un síntoma
generacional. Es posible que muchos de nosotros, que crecimos al abrigo de la
protección familiar en un grado que nuestros mismos padres no tuvieron, hayamos
fraguado la idea un tanto fantástica de que las cosas se mantienen en un solo
estado siempre, una especie de statu quo mágico, inamovible.
Es posible, también, que esta sea una
inclinación humana más o menos general. Que la conciencia del hombre, en todas
las épocas, tienda a querer la permanencia ahí donde todo fluye, a pretender la
continua identidad de lo mismo ahí donde todo cambia.
¿Pero por qué desear esto cuando lo
contrario, abrazar el flujo natural de la vida, podría significar una forma de
inmortalidad? ¿Quién elegiría lo fugaz y lo perenne cuando ante sus ojos y a
sus manos se ofrece la perla preciosa de la inmortalidad?
Este, cuando menos, es el sentido que
Platón da al cambio natural de la vida en un fragmento de El banquete,
sin duda el más hermoso de sus Diálogos. En cierto momento de éste,
el filósofo pone en boca de Diotima una singular teoría de la inmortalidad,
parcialmente contradictoria con las ideas que Platón sostuvo en otros lugares
de su obra pero, más allá de esta pretendida coherencia argumentativa,
interesante y seductora –como casi todo lo que se dice en El banquete.
Nos dice Platón, por la vía de Diotima:
–Pues bien, –dijo–,
si crees que el amor es por naturaleza amor de lo que repetidamente hemos
convenido, no te extrañes, ya que en este caso, y por la misma razón que en el
anterior, la naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir
siempre y ser inmortal. Pero sólo puede serlo de esta manera: por medio de la
procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo. Pues
incluso en el tiempo en que se dice que vive cada una de las criaturas
vivientes y que es la misma, como se dice, por ejemplo, que es el mismo un
hombre desde su niñez hasta que se hace viejo, sin embargo, aunque se dice que
es el mismo, ese individuo nunca tiene en sí las mismas cosas, sino que
continuamente se renueva y pierde otros elementos, en su pelo, en su carne,
en sus huesos, en su sangre y en todo su cuerpo. Y no sólo en su cuerpo, sino
también en el alma: los hábitos, caracteres, opiniones, deseos, placeres,
tristezas, temores, ninguna de estas cosas jamás permanece la misma en
cada individuo, sino que unas nacen y otras mueren. Pero mucho más extraño
todavía que esto es que también los conocimientos no sólo nacen unos y mueren
otros en nosotros, de modo que nunca somos los mismos ni siquiera en relación
con los conocimientos, sino que también le ocurre lo mismo a cada uno de ellos
en particular. Pues lo que se llama practicar existe porque el conocimiento
sale de nosotros, ya que el olvido es la salida de un conocimiento, mientras
que la práctica, por el contrario, al implantar un nuevo recuerdo en lugar del que
se marcha, mantiene el conocimiento, hasta el punto de que parece que es el
mismo. De esta manera, en efecto, se conserva todo lo mortal, no por
ser siempre completamente lo mismo, como lo divino, sino porque lo que se
marcha y está ya envejecido deja en su lugar otra cosa nueva semejante a lo que
era, por este procedimiento, Sócrates, lo mortal participa de inmortalidad,
tanto el cuerpo como todo lo demás; lo inmortal, en cambio, participa de
otra manera. No te extrañes, pues, si todo ser estima por naturaleza a su
propio vástago, pues por causa de inmortalidad ese celo y ese amor acompaña a
todo ser.
En breve, esta tesis nos invita a mirar
los cambios propios de nuestra existencia como momentos en que lo nuevo
sustituye a lo viejo, esto es, como una expresión de regeneración, quizá cabría
decir incluso de resucitación, como cuando un ser se perpetúa en otro por la
vía de la progenie. Con cada cambio, podría decirse con cierta lasitud a partir
de este argumento, engendramos a un nuevo ser, damos a luz a un nuevo Yo,
renovado en su vigor, exultante, dispuesto a enfrentar nuevamente la vida.
Pero esto, claro, solamente si
aceptamos cambiar, si olvidamos lo que hemos aprendido, si rectificamos, si
decidimos emprender nuevas tareas, adquirir nuevos hábitos, entender que con
cada cambio vendrán temores desconocidos y pesares nunca antes enfrentados. Ese
es el precio de esta forma de eternidad, parece decirnos Platón. Y aunque
parece un precio justo, cabe la pregunta: ¿habrá quien rechace ser eterno en su
propia vida sólo por la comodidad aparente que implica permanecer siempre
igual?
(pijamaSURF / 10-4-2017)
Twitter del autor: @juanpablocahz
Compartimos la
traducción de M. Martínez Hernández publicada por la editorial Gredos. Los
subrayados son del autor.
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