por Juan Pablo
Carrillo Hernández
G. W. F. Hegel es fuera de toda duda
uno de los filósofos fundamentales de la cultura occidental. La originalidad de
su pensamiento hizo que su influencia se extendiera a prácticamente todas las
épocas posteriores a su obra, y ya en su propio tiempo fue reconocido por la
pertinencia de sus ideas y sus planteamientos filosóficos. De estos cabría
decir, so riesgo de ejercer una síntesis demasiado salvaje sobre una obra
amplia y compleja, que Hegel culminó con su trabajo el desarrollo previo de la
reflexión filosófica sobre la conciencia, con lo cual delineó con notable
precisión los puntos finos de la que quizá es la cualidad más admirable, más
sorprendente y también más misteriosa del ser humano: ser consciente de sí
mismo.
En ese sentido, en su obra más conocida
y más celebrada, la Fenomenología del espíritu, Hegel elaboró a
propósito de tres etapas que conducen a un estado de libertad para el ser
humano, siempre desde el punto de vista de la conciencia: el temor a la muerte,
la vida al servicio del amo y el trabajo.
Ya en este punto cabe hacer notar que
pese a la importancia que todos o casi todos podríamos dar a una idea como la
libertad, no es del todo común que la pensemos en relación con nuestra propia
vida. Lo más usual es que nos sintamos libres por poder hacer esto o aquello en
determinadas circunstancias, por tener cierto poder adquisitivo (económico),
porque creemos que ya no vivimos bajo la tutela de nuestros padres o por alguna
otra razón similar, sin embargo, pocas personas se preguntan verdaderamente
sobre el alcance de esa libertad que suponen en su existencia. ¿Qué decir, por
ejemplo, de las prenociones y prejuicios con los que entendemos la realidad y
que pueden considerarse también una forma de sujeción? Cuando hay ideas sobre
el mundo que no nos permiten movernos, avanzar, tomar ciertas decisiones,
¿podemos decir que somos realmente libres? ¿Qué hace falta para dotar de
libertad a la conciencia?
Hegel se propuso responder a esas
preguntas en algunas de las partes más interesantes de la Fenomenología
del espíritu. En particular, en los fragmentos donde habla de la
"dialéctica del amo y el esclavo", el filósofo expone uno de los
componentes estructurales más característicos de la conciencia humana: la
necesidad de crecer a cargo de otra persona y cómo ello da lugar a una relación
desigual en donde un "esclavo" crece bajo las reglas, ideas y formas
de ver el mundo que el "amo" le muestra.
Para Hegel, dicha relación es uno de
los puntos fundamentales de distintas cualidades de lo humano, de la conciencia,
como hemos dicho, pero también de las relaciones intersubjetivas y por ello de
la manera en que está conformada nuestra realidad social. Ecos o ejemplos de la
relación "amo-esclavo" pueden encontrarse lo mismo en la relación
entre padres e hijos, que entre jefe y empleados y aun entre un Estado y la
población que lo integra. No únicamente por la subordinación simple que podría
señalarse en dichos vínculos, sino sobre todo porque en estos casos los
implicados reproducen ciertas prácticas estructurales en donde la visión de uno
prevalece sobre los otros o donde el temor sostiene la relación.
El impacto de esta idea hegeliana sobre
la relación entre la conciencia de sí y el otro se debe sobre todo a la
exactitud de la metáfora que el filósofo encontró para entender que las
relaciones humanas tienen su origen en el reconocimiento de la conciencia.
Reconocimiento para sí y reconocimiento del otro. Es decir: descubrirse como un
ser consciente y también, en un segundo momento, contar con el reconocimiento
que otro hace de nuestra calidad de seres conscientes, un igual o un semejante.
Sin embargo, como bien señaló el
filósofo, dicho reconocimiento nunca es terso ni inmediato. El sujeto tiene que
luchar para obtenerlo. Más aun: tiene que luchar a muerte por obtener el
reconocimiento del otro. Tiene que arriesgar su vida para que el otro lo
reconozca como un ser consciente y como un ser libre. Para Hegel, esa apuesta
es la única moneda de cambio por la cual un sujeto comienza el camino que
conduce a la asunción plena de la conciencia en tanto cualidad constituyente
del ser humano y también como condición sine qua non de la
libertad. Únicamente los seres conscientes pueden ser seres libres.
Hegel señaló tres etapas que forman
parte de ese proceso de encuentro y desarrollo de la libertad de la conciencia.
La primera de ellas, como podemos ya anticiparlo, es enfrentar el temor
a la muerte. Para el filósofo, el instinto de supervivencia es un impulso
netamente animal que en el caso del ser humano puede llegar a frenar o impedir
el desarrollo de su conciencia. El temor de pasar hambre, el temor de sentirnos
solos y desprotegidos, el temor de que no haya alguien más que nos ayude con
nuestros problemas, el temor de hacer algo "indebido" o
"prohibido"… de algún modo todo ello es en el fondo expresión del
temor a morir, de considerar la vida excesivamente preciosa y, en consecuencia,
preferir conservar cierto estado en vez de arriesgarse en busca de nuevos
horizontes.
En la escena primigenia de la lucha a muerte
con el otro, entre uno que prefiere conservar su vida y otro al que no le
importar alcanzar el punto de no retorno, aquel se convertirá en esclavo y este
último en amo, pues será este quien no dudó en poner en riesgo su existencia
con tal de obtener su reconocimiento como ser consciente.
Con todo, esa condición de
"esclavo" a la que orilla el temor a la muerte no es del todo
negativa ni sus efectos son del todo inútiles en la formación de la conciencia.
Para Hegel, estar "al servicio" de otro tiene un
efecto particular en la estructuración de la subjetividad: de ese modo se
aprende a desplazar el deseo propio en beneficio de otro. Y si bien esto, en un
primero momento, podría parecer cuestionable, en el fondo es una cualidad
imprescindible para la vida en comunidad propia del ser humano. Cuando el
sujeto es capaz de renunciar a la satisfacción de su propio deseo en beneficio,
por ejemplo, del bien común, surge entonces la posibilidad de cooperación. Más
importante aun, la capacidad de tomar distancia de nuestros propios impulsos
separa la conciencia humana de la conciencia animal, nos dice Hegel, pues ahí
donde el animal es esclavo de sus necesidades, el ser humano puede en cambio
contenerlas, postergarlas o sublimarlas en aras de un bien mayor. Pero esto,
nos dice el filósofo, sólo se aprende cuando se está bajo la tutela del amo.
El último gran escalafón en esta
adquisición de la libertad es el trabajo. En este punto es posible
comprender por qué Karl Marx leyó tan atentamente a Hegel, pues el filósofo de
Jena fue uno de los primeros en señalar con contundencia la importancia que el
trabajo tiene para la existencia humana. Hasta donde sabemos, el ser humano es
la única especie en el planeta que desarrolló la capacidad intelectual de
entender su entorno y transformarlo para su beneficio. En términos elementales
eso es el trabajo. De ahí que el trabajo sea tan trascendente para el ser
humano, pues en última instancia trabajar significa transformar la
realidad.
Dicha transformación, sin embargo, no surge
a partir de la nada, sino que siempre, en todo momento y circunstancia, parte
de ideas específicas. El ser humano transforma el mundo en función de aquello
que habita su conciencia. Dicho en términos hegelianos, el trabajo es el
reflejo objetivo de la vida del espíritu.
Puede decirse, así, que llega un punto
en la vida del ser humano en que el desarrollo de la conciencia y el trabajo se
encuentran necesariamente, pues el ser humano es un ser de tal orden que
necesita que su actividad creativa encuentre su expresión y su lugar en el
mundo, su forma, y que como tal sea reconocida por otros.
Tomar conciencia del temor instintivo a
la muerte; tomar conciencia de la capacidad de diferir la urgencia de un deseo;
tomar conciencia de la importancia del trabajo en el desarrollo de nuestra
vida: he ahí tres momentos capitales para la adquisición de la libertad para la
conciencia, la cual se traduce, necesariamente, en una forma más auténtica de
libertad general. No únicamente la libertad de quien cree que actúa a su antojo
o que se sale siempre con la suya, sino la libertad humana por excelencia, que
hace de la vida un ejercicio continuo de transformación de la realidad.
(pijamaSURF / 1-4-2019)
(pijamaSURF / 1-4-2019)
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