MUCHOS TIPOS DE PRISIONES:
LA
MUJER QUE QUEDA AL ÚLTIMO
“NUESTRA
SEÑORA
DETRÁS
DEL MURO”
Cómo
la herida generacional de ser despojados de
la
Madre provoca que generaciones subsiguientes
vivan
agachadas como si aun los estuvieran
aplastando
cuando ahora son, de hecho, libres (4)
La capillita Sixtina de Nuestra Señora de Guadalupe (5)
Visitando
a los encarcelados: lo que el muro sobre Nuestra Señora trajo en la vigilia
santa, como en los días de antaño
Así que, irónicamente,
como en los viejos tiempos, como ahora, por los que están en la cárcel, por los
que están libres, sin importar qué fue destruido, qué se hizo estallar, qué se
subvirtió, los que aman siguen aventurándose a su manera, en un conmovedor
peregrinar cuando pueden, donde pueden, como pueden.
En la cuestión de la
construcción de un muro sobre el heroico mural de Nuestra Señora de Guadalupe,
que en cierto sentido mandó a La Señora a la cárcel, del mismo modo,
como los que aman a los suyos son llevados a penitenciarías verdaderas, a
instituciones cerradas, prisiones federales, cárceles municipales, los que los
aman, verdaderamente los aman… toda la gente, por su deber como almas leales y
espíritus amorosos, tienen el deber de ir a visitar a los encarcelados.
Así también con Nuestra
Señora. Consideramos que las visitas a los enfermos o encarcelados son una alta
promesa espiritual que se hace y se cumple. Hasta que, recientemente, los
administradores de la iglesia dejaron de permitir visitas, los fieles que
anhelaban verla venían a visitarla con frecuencia, llevándole sustento, haciéndole
compañía en su soledad. De esta manera, el gigantesco espíritu de la Santa
Madre Detrás del Muro se trató igual que las visitas que hacen los parientes y
amigos a sus seres amados en la cárcel. Esta es una vieja tradición entre los
latinos y otros viejos creyentes: nunca abandonar las almas que están
encarceladas.
Por un período muy corto,
los administradores de la parroquia indicaron, irónicamente con las mismas
palabras que usan los celadores de la cárcel con las familias y los amigos de
la gente que está tras las rejas, que podíamos “ir a ver” a Nuestra Señora
detrás del muro. Pero sólo de vez en cuando, y no cuando lo deseábamos, y no
cuando podíamos organizarnos con todo lo que significa cuidar de nuestros
hijos, nietos, mayores, conservar el empleo y traer ropa relativamente limpia,
andar bien peinados y mantener la cordura. Más bien, sólo cuando los que están
a cargo lo decían. Nada más así podíamos ir de visita, durante los horarios
erráticos en que lo permitían.
Entonces no únicamente es
Nuestra Señora la que está en la cárcel. No es sólo una prisionera de verdad
que está cumpliendo su condena en prisión. A la familia de un ser amado también
se le esposa y se le reprime. Vengan nada más cuando nosotros les decimos, no
cuando ustedes quieran. Hagan lo que nosotros especificamos, no lo que les
dicta su corazón y su alma. ¿Amas a tu ser amado? Pues solamente podrás demostrarlo
cuando se te indique.
Nosotros lo viejos
creyentes nos acostumbramos a que, durante décadas, nos dieron la libertad de
sentarnos con El Cristo, el Santo Niño, la Sagrada Familia,
Nuestra Señora, en cualquier momento. Siempre éramos bienvenidos y las iglesias
estaban abiertas para cualquier pena o necesidad de socorro del Creador y de
los santitos. Pero ahora, aunque podíamos visitar todavía a Nuestra
Señora, como es nuestra antigua costumbre de visitar a los encarcelados, sólo
se permitía por períodos brevísimos antes de que lo prohibieran por completo. Y
no podías traer una cámara para tomarle una foto a Nuestra Señora para
recordarla. Estaba prohibido. No podía dejarle flores atrás del muro/clóset. Al
final también eso se prohibió. No te podías parar ahí y leerle una carta, ni
enseñarle una obra de arte que algún niño realizó para hacerle compañía.
Tampoco nos dejaban tocarla. Nada más verla, como si estuviera detrás de una
barrera de plástico. Como en la cárcel.
No se permitía tocarla en
ese sombrío clóset para escobas. A nosotros, las personas de la vieja tradición
de la iglesia: dar el Pésame, reconfortar y ofrecerle condolencias a la
Santa Madre. A los viejos creyentes nos prohibieron hacer esto. Pero, como las
familias y las visitas de un ser humano en la cárcel, anhelábamos todavía estirar
por lo menos nuestras palmas hacia sus hombros o hacia su mejilla y colocar
nuestra mano en los hombros del Santo Juan Diego. Pero, de nuevo, tampoco esto se
permitía.
Y cuando pudimos
visitarla, de manera tan breve, y terminaba ese corto período, aparentemente
dictado por cómo se sentía el clérigo ese día, entonces nos teníamos que ir. Y
Nuestra Señora se quedaba sola otra vez, en el clóset oscuro. Sin luz. Sin
aire. Sin nadie con quien hablar. Este aislamiento de la Madre iba en contra
del corazón santo de todo Latino. Va en contra de todo corazón santo que ama a
la Santa Madre.
Y para los seres amados
que van a visitar a sus parientes en las prisiones estatales y federales,
también es así. El tiempo de visita es el sustento de amor y cercanía de unos
con otros para seguir con vida. Sin él, todos nos marchitamos. Pero teniéndolo,
en las “salas de visita” de las cárceles, a menudo es demasiado corto, y demasiado
restrictivo e innecesariamente austero. Después, a todos les da gusto haber
ido, pero de alguna manera están más melancólicos que antes.
Y así sigue la vida. Para
nosotros aquí también. Incluso con Nuestra Señora y sus hijos e hijas que la
anhelan, es lo mismo… Hay literalmente millones de seres humanos en todo el
mundo que van por el camino duro hacia sus seres amados en la cárcel, ahora
mismo, en los sueños y en la realidad. Y también son fieles, aunque están
separados el uno del otro, desprovistos de abrazarse el uno del otro, de
aferrarse uno al otro con calidez, alimentarse unos a otros en comunión por
medio de los sentidos tan sagrados de amar y de ser amados: los sentidos del
aroma familiar; la contemplación del ser precioso con la mirada; la escucha del
tono familiar y el timbre de una voz amada; y, especialmente, recibir la
electricidad tan preciosa para la piel, es decir, el regalo de la calma y la
individualidad que viene del contacto amoroso.
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