El Malba presenta la muestra
“Constelaciones”, la primera del país dedicada a la artista nacida en España,
pero mexicana por elección. En alrededor de 120 obras se revela un universo
creativo único, en que lo científico convive con lo místico, y lo esotérico con
lo espiritual
A partir de hoy, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) presenta Constelaciones, la primera muestra en el país dedicada a Remedios Varo, la pintora de origen hispano-mexicana, en la que se presentan alrededor de 120 obras, entre unas 40 pinturas, 16 dibujos preparatorios finales, unos 70 bocetos, más fotografías, cartas y un sinfín de escritos.
Es que para un acercamiento a la artista -considerar que se la puede comprender en su totalidad es fantasioso- se debe indagar en todo su proceso creativo, que no se limitaba a la preparación y ejecución de una obra a partir del manejo de la técnica motivada por un deseo interior. Varo era una perfeccionista, una creadora que investigaba, leía, anotaba y que a partir de interiorizar todo un caudal de conocimiento recién ahí comenzaba bosquejar.
En la obra de Varo lo científico comulga con lo místico, y lo esotérico con lo espiritual y lo mágico, lo que le otorga a sus pinturas una riqueza misteriosa, un magnetismo extraordinario que convierte a un observador en un adicto. Con Remedios Varo, los ojos no alcanzan.
El corpus de obra de Varo (Girona, España, 1908 – Ciudad de México, 1963) puede dividirse en dos momentos claros: antes y después de México. Es verdad que durante su juventud y su aprendizaje su vida europea está llena de momentos y amistades que no es posible omitir porque enriquecen el relato, pero en tanto a su producción artística su etapa norteamericana toma un cariz de singularidad única. De sus primeros años debe decirse que nació en Cataluña, que luego vivió en Marruecos y Madrid donde en la Residencia de Estudiantes compartió momentos con Federico García Lorca, Salvador Dalí o Luis Buñuel.
Que se casó con el artista Gerardo Lizarraga y vivieron en París por 3 años para luego regresar a Barcelona, donde comenzó a realizar tareas como dibujante publicitaria, ocupación que la acompañaría a lo largo de su vida. Para mediados de los ‘30 ingresa al círculo surrealista y conoce a André Breton, realiza su primera muestra, e integra el grupo surrealista catalán Logicofobista, que pretendía representar los estados mentales internos del alma.
Así, hasta que el estallido de la Guerra Civil española la encuentra del lado perdedor, el de los republicanos, donde conoce al poeta surrealista francés Benjamin Péret, con quien se marcharía luego a París hasta que la invasión nazi de 1941 los obliga a cruzar el Atlántico y radicarse en México, país que les da la bienvenida gracias a la política del presidente Lázaro Cárdenas de acogida de refugiados políticos. En la Ciudad de la Luz también conoce a Max Ernst, Victor Brauner, Joan Miró, Wolfgang Paalen y Leonora Carrington.
“Las obras anteriores a su llegada a México no se las consideran maduras. En el conjunto producido en México a partir del ’43, en cambio, ya tienen su sello personal. La anterior, que produce en Barcelona o París, forman parte del grupo surrealista”, explica Victoria Giraudo, jefa de curaduría de Malba a Infobae Cultura.
En México establece una relación con el político austríaco Walter Gruen, con quien permaneció hasta su muerte. “Gruen es un intelectual y alguien que apoyaba a su mujer. Era dueño de una tienda especializada en música clásica, donde se reunían muchos intelectuales mexicanos. En torno a ellos hay artistas y pensadores todo el tiempo discutiendo sobre arte, teatro o música. Son en más de un sentido ejes de la vida cultural en méxico fuera del estado”, agrega a Infobae Cultura Carlos A. Molina, curador en jefe del Museo de Arte Moderno de México, uno de los espacios que colaboró en la conformación de la muestra.
En ese sentido, Varo se mueve en un ambiente ambiguo, en la grieta que dejan el muralismo, el arte oficial del Estado, y por otro, el que realizan otros inmigrantes, que poseen una mirada nostálgica hacia la tierra que ya no habitan.
“Ella está en constante colaboración con otras artistas emigradas, como Kati Horna y Leonora Carrington. Entre ellas desarrollan una narrativa fantástica y creativa que tiene muy poco que ver con el discurso hegemónico del muralismo mexicano, que además de ser pintado por hombres es abrazado por el Estado como propaganda propia, pero también de otros discursos en la vanguardia artística, como el del surrealismo que aunque está abierto a muchas posibilidades también termina siendo machista e impositivo”, explica Molina. “En más de un sentido, el espacio iconográfico y narrativo es una suerte de representación de hermandad entre mujeres, a partir de las cuales exploran otras vías para el arte, en más de un sentido, mucho más interesantes y menos cansinas y repetitivas que la de los hombres. Es un movimiento artístico proto-feminista”, suma.
Si bien a Varo se la suele asociar al surrealismo como manera de explicar lo fantástico y lo onírico en su obra, en realidad no puede ser juzgada bajo ningún istmo. Varo fue una creadora de tantos matices que la adjetivación, el encasillamiento, limitan la posibilidad de disfrutar de una estética muy, muy personal; básicamente, autorreferencial, atípica, singular.
“Ella era una libre pensadora. Los franceses hablan del segundo surrealismo, que se produce en la posguerra, y que tiene que ver con el exilio y el existencialismo, con ese dónde estamos y porqué estamos en este mundo. Y ahí se ve mucho esa relación que tiene con el universo, el microcosmos, el macrocosmos, y dónde se sitúa. Sus obras anteriores no son tan autorreferenciales y tampoco revelan su relación con el mundo”, comenta Giraudo.
Para Molina esta ruptura, este crecimiento, en su obra está relacionado a la posibilidad que se le presenta de ser finalmente un artista en México: “Esa escala cosmogónica solo se puede resolver con madurez, tiempo y paciencia. En una de sus últimas entrevistas dice “lo que a mi este país me ha dado es calma y tiempo para pensar y para crear”. Seguramente, antes de llegar a México está muy apurada por la circunstancia política y de guerra civil en sus país, por anécdotas privadas como tener el primer amor o descubrir que la vocación es la correcta, pero la escuela no es la adecuada”.
“A Remedios Varo le gustaba la libertad, no puede ser encajada en ninguna vanguardia. Por eso en su obra está tan presente la figura del gato, un símbolo de todo lo que representa. Encajarla en una convención es la antítesis de lo que ella era”, agrega Giraudo.
Durante su etapa mexicana, Varo vivió por un tiempo en Venezuela. “Participa de una expedición, se reúne con su madre y su hermano médico, a quien ayuda en su campaña antipaludismo. Ella termina haciendo dibujos bajo microscopio de distintos tipos de insectos y ese tipo de trabajo agudizan su interés por la ciencia y esa mirada bien en detalle de las cosas”.
Sobre la muestra y su obra
Giraudo resalta que una de las riquezas de Constelaciones es la posibilidad de disfrutar tanto del dibujo, o sea el proceso, como de la obra finalizadas: “Lo que proponemos en esta muestra es la importancia del dibujo, que es bien académico.Podemos ver los distintos estadíos que da a la parte plástica, los estudios que realizaba, muchos de manos que tienen un significado muy particular, estudios de detalles de las obras, para hacer ese dibujo final, que es un dibujo exquisito. Todo lo que quiere decir en su obra está en el dibujo, que luego ella pasaba calcando a la tela o a la madera. Tiene una estructura muy académicas y eso es lo que contrapone con el arte contemporáneo. Ella pinta durante el surgimiento del informalismo y en México muralista, de obras inmensas, pero se relaciona con artistas que van por otro lado, con tamaños pequeños, tratando de hacer una obra más personal, más fantástica, que no va por la hegemonía patriarcal”.
Una de las características de la artista fue su sorprendente capacidad para mixturar temáticas tan disímiles como la ciencia y el ocultismo. “Cuando ves un cuadro está claro que está muy documentado, que leyó muchísimo para proponer las claves científicas, no es fantasía en el sentido de que inventara cosas mientras las iba pintando”, dice Molina.
Y Gribaudo agrega: “Lo mismo pasaba con la cuestión ocultista. Por ejemplo, ella le escribe una carta a Gerald Gardner, creador de la Wicca. Estaba investigando y leyendo todo este tipo de teorías. Unía todas estas cuestiones de búsquedas espirituales, de autoconocimiento, que hacen a su obra tan autorreferencial”.
Aunque aclaran: “No hay que pensarla como conversa a ninguna de estas hermenéuticas del espíritu, sino más bien que se informa y todas las resultan igual de interesantes para desarrollar su obra” y que “si bien había sido educada en colegio católico, no comulga con la fe cristiana, pero no era una persona atea, cree en el más allá, en el trasmundo, en la otra vida. Toda esa cuestión mística está muy presente”.
Análisis de una obra
A pedido de Infobae Cultura, los curadores desmenuzaron la pintura El flautista, realizada en 1955, con el objetivo de poder aplicar a una obra los diferentes aspectos técnicos, estilísticos y personales.
Para Molina “la anomalía estilísticas es clara, la complejidad del entramado narrativo en cada uno de los cuadros habla también de la minucia con las que están descritos. Sus cuadros no admiten una mirada superficial, no es un cuadro que te impresione, te guste y cinco segundos después puedas dejarlos. Hay múltiples vías para la lectura e interpretación porque son narrativamente muy complejos”.
La cara de El Flautista -dice Gribaudo- es una incrustación de concha nácar y que a su vez está pintado arriba. Toda la estructuración del dibujo se puede ver mejor cómo el sonido de la flauta es tan potente que es capaz de levantar las piedras que van a construir la torre.
“Tiene no solamente oficio, dibujo de diseño de la academia, de una educación estricta aprendiendo geometría descriptiva, perspectiva; en fin, todas las habilidades necesarias detrás de la idea renacentista del diseño, además el padre es ingeniero y le enseña a describir objetos volumétricos tridimensionales sobre un plano y que sean perfectamente coherentes, lógicos a la mirada”.
“No se ve a una mujer imprimiendo sus fantasías o sueños en su cuadros, sino a una artista que conoce cómo funciona la geometría y describe con una lógica contundente los objetos que le interesan”.
Sobre el fondo, Gribaudo comenta: “Todos los montes que aparecen forman parte de una perspectiva atmosférica, que es la perspectiva que usaba Leonardo Da Vinci, pero también se toma desde una perspectiva oriental, de las aguadas chinas y japonesa en las que la atmósfera y el aire pesado van haciendo que esos montes se vean lejanos y en primer plano las piedras y el pasto detallado. Llo de atrás se va haciendo etéreo”.
Con respecto a su surrealismo controlado, agrega: “En la piedra verde musgo ella usa la técnica de calcomanía en un lugar acotado y en el cielo, que tiene un poco de salpicré, pero también muy delimitado. Esta obra habla de ese azar controlado, está todo premeditado y estudiado desde antes”. Eso sí, aseguran, encontrar los tonos, los colores, le llevaban muchísimas pruebas, por lo que “se tomaba mucho tiempo” en la producción de una obra.
“En la obra de remedios hay acción, algo que está pasando. Siempre está la cuestión de lo narrativo”, concuerdan.
(infobae / 10-3-2020)
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