miércoles

IBN HAZM DE CÓRDOBA “EL COLLAR DE LA PALOMA”

por Virginia Moratiel
Quizás deseaba revivir en el recuerdo esas tardes ociosas de la adolescencia, acunadas por el murmullo del agua corriendo entre los jardines de la Medina al-Azahira, ebrias del perfume de los naranjos en flor y entregadas a las caricias del harem, que lo iniciaron en los placeres eróticos con sólo ocho años. Y, por eso, el gran teólogo, historiador y filósofo Ibn Hazm (994-1064), hijo del visir del caudillo Almanzor, se lanzó a la escritura del más bello y completo tratado sobre el amor humano: El collar de la paloma. Ocurrió en su retiro de Játiva, a petición de un amigo ávido de consejos, pero seguramente la escritura debió servirle para poner un paréntesis de paz en una escalada de acontecimientos aciagos sucedidos tras el saqueo de Córdoba: la huida de su ciudad natal, el exilio en Almería y, finalmente, el cautiverio. Todo ello, en medio de la guerra civil de al-Ándalus, que liquidó el califato y dio origen a los reinos de Taifas.

En un gesto propio de aristócratas, llevado por el desprecio hacia lo vulgar y el deseo de dirigirse a un auditorio intelectualmente refinado, escribió el libro en árabe clásico y no en dialecto andalusí, la lengua que él mismo hablaba a diario. Su objetivo fue crear un texto excepcional, en el que la prosa se entreveraba con poemas, que fueron reducidos de manera drástica en la transcripción, según confesó el escriba del único manuscrito que se conserva. Ciertamente, la poesía árabe clásica es de suyo elitista y artificiosa. Por una parte, su perfección estriba en alejarse del lenguaje ordinario a través del amontonamiento, mediante la adición de ornamentos lingüísticos que recuerdan las complejas estructuras de mosaicos, molduras y bordados. Por otra parte, hace gala de una considerable erudición, que Ibn Hazm ejercitó al utilizar distintos estilos de versificación, incluso preislámicos, llegando a imitar poemas orientales. No obstante, la opinión entre los arabistas es unánime: se trata de una verdadera joya, la cumbre de la literatura islámica de tema amoroso.


Su contenido se explicita desde el comienzo con todo detalle. Consiste en una reflexión sobre la esencia del amor, sus fundamentos y accidentes, una auténtica radiografía del proceso erótico, que incorpora toda clase de peripecias: desde las formas de enamorarse a las señales que dan la pauta de que esto se ha producido. No sólo se refiere a las cualidades loables del mismo sino también a las desgracias que sobrevienen durante la relación amorosa o después de producirse una ruptura. Pero además, de acuerdo con el subtítulo, Sobre el amor y los amantes, la investigación teórica y la percepción subjetiva ofrecida por los poemas se adereza con una profusión de ejemplos de primera mano, sean anécdotas autobiográficas, historias de amigos o relatos de gente de fiar. Probablemente por este motivo, y ante la evidencia de que el amor al que se refiere Ibn Hazm es claramente bisexual, los intérpretes occidentales consideraron una y otra vez que la obra reflejaba las costumbres musulmanas y los usos amorosos en el período del califato de Córdoba. Entre ellos, el propio Ortega y Gasset, quien, al prologar la traducción española, le otorgó a las explicaciones un carácter relativo, basado en su confesada incapacidad para comprender un amor que no fuera heterosexual. Sin embargo, nada puede ser más lejano a la intención de su autor. Los filósofos de entonces no pretendían hacer antropología social, mucho menos si, como en el caso de Ibn Hazm, eran neoplatónicos y reivindicaban su entronque con la tradición poética de la escuela de Bagdad, el amor udri (idealista, casto y selectivo), representado por El libro de la flor de Ibn Dawüd, de donde él retoma –modificándolo– el mito de los amantes que se buscan por ser parte de una unidad originaria. Con la misma tradición, conecta también el título de la obra: la paloma es el alma caída y el collar, la suerte que, según el Corán, Dios anuda a cada persona, esa predestinación frente a la cual el individuo reacciona urdiendo libremente su destino. Así pues, aunque haya que acercarse a este texto con cierta perspectiva histórica, no hay duda de que el amor, al abordarse en su esencia, se presenta como modelo válido para todo tiempo, puro acto que ha llegado a su apogeo, no puede crecer ni menguar y carece de otro motivo fuera de la voluntad de amar. Su característica primordial ha de ser, por tanto, la eternidad:
Te amo con un amor inalterable,

mientras tantos amores humanos no son más que espejismo.
Te consagro un amor puro y sin mácula:
en mis entrañas está visiblemente grabado y escrito tu cariño.
Si en mi espíritu hubiese otra cosa que tú, la arrancaría y desgarraría con
mis propias manos.
No quiero de ti otra cosa que amor: fuera de él no te pido nada.
Si lo consigo, la Tierra entera y la humanidad
serán para mí como motas de polvo y los habitantes del país, insectos.


Esta devoción, que parece basarse en la afinidad espiritual, sublima al amado y, al igual que en la experiencia mística, pretende fundirse con él, anticipando tanto el amor cortés como los primeros versos del célebre soneto 116 de Shakespeare, se distancia de estos tratamientos posteriores por darse en el marco de una concepción de la vida diferente a las de la religión cristiana y la filosofía platónica. La cosmovisión musulmana no rechaza el cuerpo ni lo convierte en causa de iniquidad. Tampoco el mal tiene que ver con la ignorancia y, por tanto, no se concede un privilegio a la actividad intelectual. La caída se asocia en el Corán con el orgullo de Lucifer (Iblis), quien no quiso postrarse frente a Adán, el hombre creado por Dios. Se relaciona, por tanto, con la libertad, con la falta de conciencia de los propios límites y la rebeldía frente al orden natural de la creación. Al no haberse colocado la culpa en la materia y las necesidades corporales, el paraíso se representa como un lugar donde cuerpos incorruptibles se dedican al eterno goce físico, sobre todo, sexual. Como resultado –y según afirma Ibn Hazm–, El collar de la paloma ayuda a hacer “más llevadera la existencia física y más placentera nuestra eterna morada el día de la resurrección”. Evidentemente, todo esto repercute en el significado otorgado al amor, concebido como una fuerza de la naturaleza, ciega e irrefrenable, que atrae al amante hacia el amado, sin una razón o fin especial, cual si se tratara de una fatalidad física. Así, para Avicena, el famoso médico persa, el amor era una enfermedad asociada a la melancolía, el llamado “mal de amores”, que lograba curar usando distintos métodos, como el consejo, la amonestación o el consuelo y cariño entre los amantes. De forma parecida, y a pesar de la exigencia idealista de eternidad y total entrega, Ibn Hazm matizaba el exclusivismo de este amor con un proverbio árabe: “Quien no sepa echar alguna vez una cana al aire, no será buen santo”. Y eso no suponía ninguna contradicción porque, al final, el amor era definido también como una dolencia, una enfermedad resistente, cuyo mejor remedio es vivirla, ya que el paciente ansía padecerla y, si eso le ocurre, se muestra reacio a ser curado, aun cuando padezca los sufrimientos provocados por un amor no correspondido:

El amor es una dolencia rebelde, cuya medicina está en sí misma, si sabemos tratarla; pero es una dolencia deliciosa y un mal apetecible, al extremo de que quien se ve libre de él reniega de su salud y el que lo padece no quiere sanar. Torna bello a ojos del hombre aquello que antes aborrecía, y le allana lo que antes le parecía difícil hasta el punto de trastornar el carácter innato y la naturaleza congénita.

Según Ibn Hazm, la causa del amor genuino es la atracción ejercida entre cualidades similares presentes en dos individuos, pero el inicio casi siempre se funda en la seducción por la belleza física que, si no se trasciende, convierte la relación en puro apego carnal.
Cuando se cimbrea al andar, parece

un ramo de narcisos que se balancea en el jardín.
Diríase que sus zarcillos están en el corazón de su enamorado,
porque, cuando anda, en él repercuten el pinchazo y el tintineo.
Tiene el andar de una paloma, en el que no es censurable
la torpeza ni vituperable la lentitud.


Sin embargo, su análisis nunca llega a desligar completamente el amor espiritual, el que respeta al otro y lo acepta tanto en sus virtudes como en sus defectos, del magnetismo físico propio del enamoramiento y del amor pasional, que ansía fusionarse con el amado, poseyéndolo y, a la vez, entregándose a él sin restricciones:
Me gustaría rajar mi corazón con un cuchillo,

meterte dentro de él y luego volver a cerrar mi pecho,
para que estuvieras en él y no habitaras en otro,
hasta el día de la resurrección y del juicio…


Semejante perspectiva se muestra incapaz de presentar el amor como fuente de paz y armonía, que ayuda a explayar el propio ser y el gozo de un mundo compartido. Transforma la relación erótica en una batalla del deseo por eliminar las diferencias y satisfacerse en el eclipse del otro o en la propia muerte, de modo que, ni siquiera en su victoria, alcanza su realización. El carácter contradictorio de este amor hace que sus expresiones también lo sean. Y en ese punto, a la hora de detectar los síntomas que delatan su existencia en los amantes, Ibn Hazm no escatima detalle, mostrando gran perspicacia psicológica al señalar cómo el amante intenta adueñarse de su amado: lo persigue con la mirada, se arroba ante sus palabras, busca la proximidad física aun en medio de grandes espacios y procura captar su atención, conjugando actitudes opuestas desde la alegría exultante a la tristeza, oscilando entre la admiración y los celos, por el temor a ser rechazado o que se ponga fin a la relación:
Melancólico, afligido e insomne, el amante

no deja de querellarse, ebrio del vino de las imputaciones.
En un instante te hace ver maravillas,
pues tan pronto es enemigo como amigo, se acerca como se aleja.
Sus transportes, sus reproches, su desvío, su reconciliación
parecen conjunción y divergencia de astros, presagios estelares adversos
y favorables.

Mas, de pronto, tuvo compasión de mi amor tras el largo desabrimiento,

y vine a ser envidiado, tras de haber sido envidioso.
Nos deleitamos entre las blancas flores del jardín,
agradecidas y encantadas por el riego de la escarcha,
rocío, nube, huerto perfumado


Entre las múltiples vías de acceso al amor recogidas en el libro, destacan algunas cuyo sentido se asoció siempre a las restricciones impuestas por la sociedad musulmana para entablar comunicación con miembros del sexo opuesto. De hecho, si atendemos a las historias que cuenta Ibn Hazm, las destinatarias del amor apasionado, con frecuencia a primera vista, suelen ser esclavas, ya que sólo ellas transitaban por las calles, muchas veces sin cubrirse. Hoy en día, sin embargo, que la vida en las grandes urbes y el insistente uso de la tecnología han conseguido estandarizar los comportamientos y, a la vez, aislar a los individuos entre sí y ya no sólo a los sexos, estos modos de relacionarse se hacen más habituales, si bien siempre han estado presentes. Aunque resulte ridículo y, sobre todo, mucho menos romántico, internet podría considerarse como la versión moderna de las palomas mensajeras, a cuyo cuello los enamorados ataban sus recados amorosos. Lo mismo podríamos decir de la intercesión de terceros en las presentaciones, que en la España castellana se apersonaban como alcahuetas o trotaconventos para, mucho más tarde, convertirse en agencias matrimoniales o de contactos, como las que en la actualidad atestan la red. A esto lo denomina Ibn Hazm “enamorarse de oídas”, una estrategia arriesgada que puede ayudar a fraguar una pareja, pero también terminar en desilusión, dado que ninguna imagen es transparente y, en su distancia respecto del objeto, alberga la posibilidad de manipular los sentimientos:
¡Oh, tú que me censuras porque amo

a quien no ha visto mis ojos!
Te excediste al pintarme
como muy propenso al enamoramiento,
porque dime: ¿conoce alguien el paraíso
si no es porque le hablan de él?


En cuanto a los accidentes en el transcurso de la relación amorosa, no tienen desperdicio. Pueden ser venturosos o desventurados pero, en ninguno de los casos, el amante se muestra dispuesto a renunciar a su amor:
¡Oh, esperanza mía! Me deleito en el tormento que por ti sufro.

Mientras viva, no me apartaré de ti.
Si alguien me dice: “Ya te olvidarás de su amor”,
no le contesto más que con la ene y la o.


Una de las anécdotas más festejadas por los críticos, dada su picardía y final feliz, es la que narra cómo un muchacho se había enamorado locamente de una de las esclavas de su casa, resultándole imposible quedar a solas con ella. En una fiesta campestre organizada por su tío, comenzó a llover y fue él mismo quien proporcionó a los jóvenes una manta bajo la cual se entregaron al amor. Aquí se une a la consecución del deseo el regocijo que produce desafiar las normas sociales y custodiar entre los dos amantes el secreto, placeres que casi siempre acompañan a estas “uniones clandestinas”:
Ríe el jardín, mientras las nubes lloran,

como el amado cuando lo ve el afligido amante.


Poco después de concluir El collar de la paloma, inescrutables avatares del destino hicieron que un nuevo gobernante fuese elegido por la comunidad entre los candidatos omeyas, según manda la ley islámica. Ibn Hazm fue requerido en Córdoba, junto con sus amigos poetas, para ocupar el cargo de visir. Tras mes y medio, este califa cultísimo y protector de artistas fue ejecutado y nuestro autor dio otra vez con sus huesos en la cárcel. Al salir, desengañado definitivamente de la política, se dedicó a la ciencia jurídica y teológica, en la que había destacado desde su juventud, sin renunciar a un pensamiento crítico, al margen de la ortodoxia. Por ese motivo, se le prohibió la enseñanza en la ciudad. Pasó sus últimos años como filósofo errante, vagando por los reinos de Taifas y enzarzándose en coléricas disputas intelectuales. Hasta que, por fin, volvió al cortijo familiar para dedicarse de lleno a escribir, quizás entonces también deseaba revivir en el recuerdo aquellos versos escritos poco antes, con ocasión de la quema de sus libros en Sevilla:
Y es que aunque queméis el papel

nunca quemaréis lo que contiene,
puesto que en mi interior lo llevo,
viaja siempre conmigo cuando cabalgo,
conmigo duerme cuando descanso,

y en mi tumba será enterrado luego.

(El vuelo de la lechuza / 10-2-2018)

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