miércoles

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (38)


EL TEATRO TOSCO (8)

Cuando la teoría se expresa en palabras, se abre la puerta a la confusión. Las puestas en escena a lo Brecht, basadas en los ensayos del autor alemán y que se realizan fuera del berliner Ensemble, tienen la economía brechtiana pero raramente su riqueza de pensamiento y de emoción. Quedan como retraídas y secas. El más vivo de los teatros se hace mortal cuando desaparece su tosco vigor, y a Brecht lo destruyen los esclavos mortales. Cuando Brecht habla de la necesidad de que los actores entiendan su propia función, no quiere decir que pueda lograrse todo por medio del análisis y la discusión. El teatro no es un aula, y al director que tenga un concepto pedagógico de Brecht le será tan imposible asumir las obras brechtianas como a un pedante las de Shakespeare. La calidad del trabajo realizado en cada ensayo deriva por entero de la creatividad del ambiente de trabajo y la creatividad no surge con explicaciones. El lenguaje de los ensayos es como la misma vida: usa palabras, pero también silencios, estímulos, parodia, risa, infortunio, desesperación, franqueza y encubrimiento, actividad y lentitud, claridad y caos. Brecht reconocía todo esto y en sus últimos años sorprendió a sus colaboradores al afirmar que el teatro no ha de ser ingenuo. Con esta palabra no negaba el trabajo de toda su vida, sino que señalaba que el acto de coordinar una obra es siempre una forma de interpretación, que asistir al desarrollo de una pieza es lo mismo que interpretarla: desconcertantemente, hablaba de elegancia y diversión. No se debe a simple casualidad que en muchos idiomas una misma palabra signifique interpretar y jugar.

En sus textos teóricos Brecht separa lo real de lo irreal, y a mi entender eso ha sido el origen de una gigantesca confusión. En términos semánticos, lo subjetivo se opone siempre a lo objetivo, la ilusión se aparta del hecho. Debido a esto, el teatro se ve obligado a mantener dos posiciones: pública y privada, oficial y no oficial, teórica y práctica. Su labor práctica se basa en el profundo sentimiento del actor por una vida interior pero en público el teatro niega esta vida porque la vida interior de un personaje se califica con la horrible etiqueta de “psicológica”. Dicha palabra es inestimable en cualquier discusión viva: al igual que el término “naturalista”, puede emplearse por desprecio para concluir un tema o apuntarse un tanto. Por desgracia, lleva también a una simplificación, contrastando el lenguaje de la acción -que es duro, brillante y efectivo- con el de la psicología, que es freudiano, versátil, oscuro, impreciso. Considerada de este modo, resulta claro que la psicología tiene las de perder. Pero ¿es auténtica esta diferenciación? Todo es ilusión. El intercambio de impresiones por medio de imágenes es nuestro lenguaje básico: en el momento en que un hombre expresa una imagen, otro sale a su encuentro con pleno convencimiento. La asociación de imágenes que comparten es el lenguaje: no hay intercambio si dicha asociación no evoca nada a la segunda persona, si no existe un instante de ilusión compartida. Como situación narrativa, Brecht solía citar el caso de un hombre que describe un accidente ocurrido en la calle. Tomemos su ejemplo para examinar el proceso de percepción que lleva consigo. Cuando alguien nos describe un accidente acaecido en la calle, el proceso psíquico es complicado: lo veremos mejor considerándolo como un collage tridimensional con sonido añadido, ya que experimentamos a la vez muchas cosas que no guardan relación entre sí. Vemos al narrador, oímos su voz, sabemos dónde nos encontramos y, al mismo tiempo, percibimos superpuesta la escena que describe: la vivacidad y plenitud de esta ilusión momentánea depende de la convicción y habilidad del que narra. Depende también del tipo de narrador. Si es cerebral, quiero decir si es un hombre cuya prontitud y vitalidad residen principalmente en su cerebro, recibiremos más impresiones de ideas que de sensaciones. Si se trata de un emotivo, fluirán otras corrientes, de modo que, sin esfuerzo o búsqueda por su parte, recreará inevitablemente una imagen más completa del accidente, que recibiremos sin dificultad. Sea como sea, el narrador envía en nuestra dirección una compleja red de impresiones y, al recibirlas, creemos en ellas, perdiéndonos en dicha red al menos momentáneamente.

En toda comunicación las ilusiones se materializan y desaparecen. El teatro brechtiano es un rico compuesto de imágenes que despiertan nuestro crédito. Cuando Brecht hablaba despreciativamente de ilusión, no atacaba a esta, sino a la singular imagen que se mantiene de manera artificiosa, a la aseveración de que sigue vigente después de cumplir su finalidad, al igual que el árbol pintado del escenario. Pero cuando Brecht afirmaba que había en el teatro algo llamado ilusión, se desprendía que había algo más que no era ilusión. De ahí que la ilusión llegó a oponerse a la realidad. Sería mejor que opusiéramos con claridad la ilusión muerta a la vida, el enunciado displicente al vital, la forma fosilizada a la sombra en movimiento, la imagen congelada a la animada. Lo que vemos más menudo es un personaje dentro de un marco y rodeado por un decorado interno de tres paredes. Naturalmente, esta es una ilusión que, según Brecht, contemplamos en un estado de credibilidad anestesiado, no crítico. No obstante, si un actor permanece en un escenario desnudo, junto a un letrero que nos recuerda que estamos en el teatro, no caemos entonces en la ilusión, observamos y juzgamos como adultos. Esta diferenciación que hace Brecht es más clara en la teoría que en la práctica.

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