miércoles

JORDI SAVALL “PREFIERO LA IMPERFECCIÓN DE LA GRACIA QUE LE TOCA EL ALMA A LA PERFECCIÓN DE LA BELLEZA”



por Ima Sanchís

“Tengo 78 años. De Igualada, vivo en Bellaterra, Basilea, París y Utrecht. Casado hace dos años con Maria Bartels. Dos hijos músicos. Estamos perdiendo el sentido de la bondad porque todo se vende y se compra. Hay demasiada gente que sufre, necesitamos políticos de mayor envergadura. Creo en el humanismo, sé lo que es pasar hambre, y trabajar desde los 14 años para salir adelante pero no puedes pagar los estudios.”

En verdad, ¿quién soy yo?

Llenaría La Contra con los reconocimientos y premio que le han otorgado, pero su amor por la música, iniciativas y reflexiones valen más. Su sensibilidad, tenaz y contagiosa, es un regalo que me lleva a desear escuchar la música antigua y entender que cuando se interpreta se convierte en música viva. Ser pobre, haber estado a punto de morir a los 12 años por un tifus, le llevó a adentrarse en sí mismo y aferrarse a su don sin concesiones. “Descubrí para qué había nacido, y también que no somos nada sin los otros. Me recuerda lo que Saramago le escribió en el libro disco Las siete últimas palabras de Cristo: ·He representado mi papel lo mejor que podía. El futuro dirá si este espectáculo ha merecido la pena. Y ahora, Dios, Padre, una última pregunta: En verdad, en verdad, ¿quién soy yo?

¿Angustia?

Dolor. Yo iba a una escuela religiosa donde había un trato diferente dependiendo de si eras de familia rica o pobre.

¿Rencor?

Un sentimiento de injusticia que me ha hecho luchar por la libertad, que implica asumir que debes luchar para crear tu propio camino. Mis valores están anclados en la Revolución Francesa. Hoy en día nos faltan esos valores.

¿Los aprendió en casa?

Sí, mi padre, republicano, era abogado, pero acabó ganándose la vida como colchonero. Siempre he sido consciente de que las cosas más importantes que me han sucedido han sido consecuencia del contacto con otra persona.

Cuénteme.

Decidí que quería ser violonchelista el día que escuché tocar el Réquiem de Mozart a mi maestro de canto del colegio mientras ensayaba. Pensé que si la música era capaz de producir esa emoción tan fuerte yo quería ser músico.

Decidió estudiar violonchelo a los 15 años.

Cantaba desde los 6 años, y ese es el aprendizaje esencial de un músico. Pero en cuanto cogí el violonchelo sentí que por primera vez hacía algo que me daba un gran placer y que funcionaba.

¿De dónde sacó el violonchelo?

Me lo compré de segunda mano con el dinero que ahorré trabajando de mozo en una fábrica textil. Así empecé a desarrollar mi utopía de hallar mi libertad en la música.

¿A qué se refiere?

Nunca quise venderme, tocar para orquestas, quise seguir estudiando. Acabados mis estudios descubrí la viola de gamba y la música maravillosa que dormía en los museos, y me pasé diez años estudiando ocho horas diarias.

Paciencia y disciplina.

Sí, y escucharte y respetarte. “Hay dos momentos importantes en la vida: uno el día que naces, y otro el día que descubres por qué has nacido”, decía Mark Twain, que yo leía con voracidad. Eso me hizo avanzar con la seguridad de que tenía algo que era mío, y que debía compartir.

¿Otro de sus valores?

Un día en Granada yendo al conservatorio me perdí y pregunté a un señor que se estaba ­tomando un vino en un bar. “Tómate una copita conmigo y te acompaño”, me dijo. “No tengo tiempo”, repliqué. “¿Yo te doy mi tiempo para acompañarte y tú no tienes un minuto para mí?”... Fue una lección que no olvidaré. Nuestra riqueza no depende de lo que tenemos sino de lo que somos capaces de valorar.

¿Cuál ha sido su caballo de batalla?

Encontrar la paz interior, que es lo que te permite ser feliz. Empecé a tocar el violonchelo tarde y era tan consciente de mis defectos que lo pasaba mal. Pero tuve la suerte de topar con El zen y el arte del tiro con arco de Eugen Herrigel, y aprendí a dejar que fluya lo que sé hacer, ese ha sido mi mayor aprendizaje.

Relajarse y ser.

He dado clases 25 años en Basilea y a mis alumnos siempre les cuento una historia: un hombre es perseguido por un tigre, consigue huir bajando por un acantilado. Pero abajo le espera otro tigre. Entonces ve unas fresas salvajes y comienza a picotear de ellas y exclama feliz: “¡Ah, qué buenas son las fresas salvajes!”.

Curiosa historia.

Si en la vida encuentras tus fresas salvajes todo va bien. Hay que ser consciente de que todo instante que vivimos es una fuente de aprendizaje.

¿Qué más ha aprendido?

Que la música está hecha para salvar, para curar. Por eso los cantos de los esclavos, de los sefardíes o la música armenia son tan bellos, esa música sana las heridas.

Usted toca en hospitales y en cárceles.

Sí, y he creado una orquesta con refugiados músicos de Mali, Marruecos, Siria, Afganistán, Turquía..., que llevan la música que guardan en su corazón por todo el mundo.

Imagino que entrar en una cárcel a interpretar música antigua debe asustar un poco.

No, nunca he dudado de la fuerza de la música. He visto reacciones maravillosas y sanadoras. En los hospitales debería haber salas de concierto.

¿Qué ha perseguido?

Todo lo que hacemos sigue su camino, tiene consecuencias, yo quiero hacer las cosas lo ­mejor posible.

Llegó a Suiza con una beca paupérrima.

Sobreviví con los préstamos a graduados hasta conseguir la plaza de profesor. Vivía en una habitación diminuta con vistas a la escalera.

¿Era feliz?

Sí, lo he sido muy a menudo. Cuando tienes el convencimiento de que estás haciendo lo correcto tienes muchas posibilidades de ser feliz.

¿Qué le ha sorprendido en la vida?

La poca capacidad de diálogo y comprensión. La ignorancia es uno de los mayores enemigos de la humanidad porque te hace ver el mundo de manera muy estrecha.

¿La belleza es útil?

Sí, pero en un mundo en el que todo está pensado para sorprendernos, prefiero, como François Couperin, la imperfección de la gracia que te toca el alma a la perfección de la belleza.


(LA VANGUARDIA / LA CONTRA / 17-12-2019)

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