miércoles

EL TESORO DE RONALDINHO Terrorismo en Francia ‘98 (3) - Hugo Giovanetti Viola


9

Isabelino Pena señaló el perfil del gallo recortado como una mole prehistórica sobre la palidez del patio y explicó:

-Fue algo verdaderamente inefable, maestro. Tuve la sensación de estar volando más por la CAPITAL DE LA REDONDEZ AZUL que por París: la visión del sentido de la plenitud del universo cósmico y humano!!!! La anticipación de un contexto ulterior creciente y sin fronteras monológicas, dialógicas ni demonológicas!!!! El Hombre Nuevo redimensionado contemplativamente para asomarse a la infinita iniciación del ser!!!! Le digo que ese bicho es una nave del Gran Tiempo, nomás.

Desde la conserjería nos empieza a llegar el Adagio del 23 filmado en Viena y pienso en la peluca radiante de Amadé frente a la pantallita.

-Y pensar que para él tanto las grabaciones como la televisión son límite en movimiento y no tiempo menor -dijo Bajtin. -Menos mal que entre tanto fútbol le pudimos pescar un concierto supremo.

-Perdón -sonríe el Bigote, sin poder disimular una piedad burlona. -Toda esa arborescencia imaginativa suena interesantísima. Pero a mí lo que me sigue intrigando es cómo mierda hizo el negro para saber dónde quedaba el quilombo de Yemanjá.

-Eso mejor se lo pregunta a Jung -le contrabandeó una guiñada Bajtin al detective. -Aunque es obvio que en este caso hay una renovación del diálogo mítico / arquetípico / instintivo entre la Gran Madre y el Gran Hijo del terrero Selvático.

-¿Y ese encuentro estaba previsto?

-No -se le hiela el ojo izquierdo al ruso. -Lo único que está previsto por la Brigada es la reconstrucción y ampliación de un ritual evolutivo que inventó Felisberto Hernández hace muy poco tiempo, en un caserío solisense bautizado Alborada en las gargantas. Claro que ahora también interviene Monsieur Mozart, con Jung y Onetti como moderadores. ¿Por qué no espera a la filmación de mañana y descansa tranquilo?

El Bigote le hace la venia y da una zancada en dirección a la rendija por donde sigue derramando el Adagio, pero allí se da vuelta y me encara con odio:

-¿Y a usted quién le batió que los depredadores iban a estar en el quilombo, viejo?

-El Espíritu Santo -mostró los dientes reverdecidos Isabelino Pena. -Y le aclaro que viejos son los trapos.

El franchute mira al ruso como si reclamara un penal merecedor de expulsión, y de golpe escuchamos cantar al canario de Klimovsk:

-Alcanza con creer. / Con no creer no alcanza.

-¿Escucharon? -pareció levitar Bajtin.

Y cuando estoy por contarle que en el quilombo hay otro canario poeta el Bigote se revuelca regurgitando una especie de náusea de ahorcado y lo tenemos que cargar entre los dos hasta su dormitorio.

-Me parece que este pobre hombre es más spinoziano que cartesiano -diagnosticó Bajtin apenas escucharon roncar al hotelero. -Bueno, hay que descansar por lo menos un rato. ¿Se dio cuenta que Mozart ni siquiera nos escuchó pasar por la conserjería?

Después bostezamos al unísono y nos despedimos en la escalera y yo subo chiflando hasta la chambre 22 sin volver a acordarme de Gardelito.

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Isabelino Pena se sacó el gacho y la gabardina sin prender la luz. El balcón de la bohardilla proyecto una palidez azulada y me arrodillo para decir:

-Aquí estoy, Padre mío. Aquí sufrió persecución mi hijo Abel en tu nombre y te pido que me ayudes a ponerme a la altura de la sacratísima humanidad.

-¿Te estás armando detective, payaso? -siseó una voz femenina desde la cama.

No me muevo, y la maldita alergia recién me permite reconocer el perfume del jazmín del país.

-Tranquilo -dijo ella. -Y te aconsejo que no prendas la luz. Fumate un holandés o masticá el chupete. Lo que te voy adelantando es que estoy más desnuda que la loquita que tentó a Marlowe en The big sleep.

Le hago caso y me siento, distinguiendo solamente el claror de una capelina y el perfil viboresco que abulta la sábana.

-Qué querés -le flaqueó la voz al detective.

-Que me salves. Y te aclaro desde ya que no soy tu mamá ni tu mujer ni tu alma ni la parca ni la Virgen. Y que podés salvarme descubriendo quién soy, nada más. Tenés tiempo hasta el miércoles.

Prendo otro Peter Stuyvesant y rezo mentalmente un Padrenuestro.

-¿Cuál fue tu primer caso resuelto? -atacó la capelina. -Todavía eras Pepe Rosso el normal, ¿no es verdad? La quijotada de hacerte detective y escribir folletines sobre tus propios casos todavía era un berretín de borracho. ¿O me equivoco?

-No.

-Y sin embargo tanto vos como tu hijo están convencidos de que Isabelino Pena resolvió el caso del Papalote. Y Abel hasta escribió un folletín glorificándote.

Entonces mastico un Ave María y otro Padrenuestro y ella chilla:

-Touché!!!! ¿Y cuál fue la conclusión sobre lo que hacía el negro en tu barrio? Dale: repetilo en voz alta ahora que renaciste y sos un héroe de la Brigada del Gran Tiempo y todo. Informáselo al lector normal, a ver quién te lo cree.

Isabelino Pena demoró en contestar:

-El negro le acariciaba el sexo a una niña prostituida que vivía al lado de casa para encajetarle el reino en la patria triste.

-¿Y cómo lo pudieron confirmar?

-Porque ella testimonió muchos años después que el papalote la acariciaba recitando la lira más maravillosa que escribió San Juan de la Cruz en el cántico de las bodas del alma con Dios.

-Bueno, ahora ya podés iluminar este sepulcro. Dale.

Tiro el cigarrillo y cuando prendo el tuboluz del botiquín veo un esqueleto con capelina emergiendo de la sábana y diciéndome:

-Okey. Ahora ya se acabaron las cortinas de humo de Pepe Rosso el cuerdo ensartando divagues y el hijito escribiéndolos como si fueran estriptises místicos: ahora hay que probarle al mundo que Dios y el reino existen, Monsieur le Privé. Usted y la comparsa que lo contrató. Podés dormir conmigo, además. Mirá: no soy tan fea.

Isabelino Pena vio una lluvia de pequeñas corolas estrelladas proliferando y desapareciendo y volviendo a trenzarse dentro del costillar y el cráneo y concedió:

-Qué precioso interior. Parece un cubrepantallas de computadora.

-Bueno, andá poniéndote el piyama que mañana tenés que laburar a lo bestia. Y acordate que aquí se está jugando el destino del planeta, además de un mundial.

Y mientras yo me cambio y me acuesto ella va hasta el espejo del lavatorio y antes de apagar el tuboluz se tercia la capelina para sisear:

-Te aclaro que si querés salvarme de verdad me tenés que querer de verdad. O van a perder todo. ¿Entendiste, payaso?

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Isabelino Pena se despertó de madrugada y se vistió lo más silenciosamente que pudo. La Dama ronca a hueso suelto y bajo con unas ganas locas de tomar mate, hasta que una especie de llanto ballenáceo me hace asomarme a la chambre 9: la puerta sigue derramando una niebla picante, aunque ahora Onetti está solo entre muchas botellas y el gran brillo de un vómito donde se agruma el alma.

-Mamaaaaaá -volvió a llamar el hombre con armazón de caballo.

-Tranquilo, Juan. Tranquilo -me apelotono el pañuelo para cruzar el charco.

El detective se sentó en la punta de la cama y agregó:

-Aquí estoy, hijo.

Juan parece querer pastar con la trompa muy torcida y al final dice:

-Quién.

-¿Ya ni siquiera me conoces, hijo? Si soy tu alma, que ha sufrido tanto.

-Así que el alma, che. Jung es un animal. Pero fue culpa mía.

Isabelino Pena miró hacia la puerta del sucucho conexo donde dormía Jung.

-Yo te besé la trompa de la muerte, Bee -canturreó Onetti. -Bordecito de plata. Piedrita blanca.

-Y aquí estoy -me sujeto la náusea. -A tus órdenes, hombre.

-Perseguidor de mierda. Soy un perseguidor de mierda.

-No te creo.

-Pero te quiero mucho. ¿Así que no estás muerta?

-No, mijo.

-Dame un beso. En la pompa.

Entonces el detective se inclinó sobre la burbuja que le asomó al hombre desdentado pero Jung gritó:

-Basta. Ya se calmó.

Y cuando me doy vuelta termina de abrocharse hoscamente el mameluco y ordena contemplándonos con un asco dorado:

-Váyase que yo limpio.

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Isabelino Pena contestó:

-De ninguna manera.

Y después que lo ayudo a fregar y bajamos hasta el depósito con el carrito de la limpieza y la bolsa jedionda Jung se queda mirando el ducto y dice:

-Anoche soñé con un campo de concentración donde había nada más que princesas y monjas. Los oficiales nazis tenían sus protegidas y las cebaban para comérselas tiernas. Y nosotros éramos los dragones de Acuario y le íbamos a explicar a San Jorge que a las montañas también les importaba la humanidad.

-Yo soñé con Dulcinea del Toboso -demoró en murmurar Isabelino Pena.

Pero no cuento quién se quedó esperándome en la chambre 22. Jung fue a ver a Bajtin y el detective encontró al Negro Jefe tomando mate a la sombra del gallo.

-Buen día -me saluda desde la terraza de conducción Felisberto. -El amargo está pipicucú, pero nosotros tenemos que sintonizar la fosforecencia antes de que empiece el ensayo.

El Papalote volvió a colocar la calderita sobre el fuego que había armado con cartones y envases de chucrut y midió al detective son su miopía atigrada.

-¿Sabe que usted tiene una mandíbula idéntica a la de Onetti pero torcida para el otro lado? -comentó infantilmente. -Qué rico mate.

-Y usted tiene un misterio jineteándole el lomo mucho peor que el de Onetti y el del hotelero juntos -se acarició la rosa renovada bajo el panamá el hombre-pantera de edad indefinible y olor a mejillón.

-Si usted lo dice, Jefe.

-Lobo -palmea el negro al ovejero que ronca y se pedorrea sísimicamente, sin soltar la flor-hueso. -Vamos a cantarle a don Isabelino la bachata que nos pintó el lucero. Meta, carajo!!!!

El perrazo retembló y bostezó mientras el payador se calzaba un envase de madera entre las piernas y empezaba a berrear:

-La belleza es la lluvia renaciendo en Dolores. / Y el sur no tiene precio. / La belleza es la barca de los locos de amar. / Y el mar no tiene precio.

Veo que Mozart y Felisberto se asoman a la terraza y les hago la seña del dos:

-La belleza es el viento mortal de los trigales -siguió aullando el Papalote, ahora ya acompasado con los aullidos de su escudero tuerto. -Y el sol no tiene precio.

Y eso me hace escrutarle el rosado costroso de los pies y pensar que Van Gogh fue feliz como un rayo.

-La belleza es el oro de los desesperados -terminó por redoblar el hombre ya chorreante. -Y vos no tenés precio.

Entonces veo renguear a Bajtin entre la suavidad polvorienta del patio y lo saludo levantando el mate mientras Felisberto pregunta desde arriba:

-Disculpe, Jefe. ¿Esa bachata está dedicada a mi Hortensia, por casualidad?

-No. A la Bicha -retrucó el Papalote.

Y se empieza a chupar mansamente el sudor.

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