miércoles

DELMIRA, LA POETA ERÓTICA QUE ASUSTABA A LOS HOMBRES


por Lucía Nistal

En 2017 se cumplieron 110 años de la publicación del primer poemario de Delmira Agustini, una poeta uruguaya modernista que subvirtió los roles de género en la poesía y que escandalizó a la sociedad de su tiempo por el tratamiento del erotismo en su obra.

Delmira Agustini fue y sigue siendo la poeta modernista más recordada y leída de su generación; una de las pocas mujeres que consiguió abrirse paso en un mundo de hombres, rodeada por ello de la polémica y el escándalo, elevada a mito tras su asesinato.
Delmira nació en Montevideo en 1886 en el seno de una familia burguesa de padre uruguayo y madre argentina, por lo que tuvo el privilegio de una educación en el hogar -lo habitual entre las niñas de clase alta. Pudo estudiar francés, dibujo, piano y otras disciplinas que permitieron el desarrollo de su sensibilidad y capacidades creativas. En seguida comenzó a escribir sus primeros poemas y a verlos publicados en diferentes revistas literarias.
Es importante entender la trayectoria de la poeta en el contexto de una sociedad uruguaya llena de contradicciones; por una parte se trataba de un ambiente puritano y conservador, especialmente en relación a la sexualidad, pero por otra parte presentaba grandes avances con respecto a los derechos básicos de las mujeres, habiendo creado una universidad de mujeres en 1912 y siendo el primer país de Latinoamérica en aprobar la ley del divorcio, en 1907 – para hacernos una idea de lo vanguardista de esta medida es útil recordar que la ley del divorcio no se aprueba en el Estado Español hasta 1932 durante la Segunda República, prohibido de nuevo durante la dictadura franquista hasta 1981.
Llama la atención su colaboración a los diecisiete años con la revista La Alborada, para la que escribió retratos de mujeres destacadas de la burguesía montevideana en una sección denominada “La legión etérea”. Si nos detenemos en esta publicación ya podemos observar el cruce entre dos categorías que recorren su vida y su obra: una mujer perteneciente a la clase alta. Y así reivindica a las olvidadas, pone sobre la mesa la realidad de ciertas mujeres, pero lo hace desde y para la clase dominante, con un estilo tan preciosista y escogido que alcanza el elitismo -no es raro tener que buscar términos en el diccionario al leer sus poemas- y manteniéndose en una temática que poco podía interesar y hacer por las mujeres trabajadoras, las verdaderamente olvidadas, las doblemente oprimidas.
Se cumplieron los 110 años de la publicación de su primer poemario El libro blanco (Frágil), 1907. Se trata del libro más inocente de la autora, aunque ya contaba con cierta presencia del erotismo. Sin embargo, fueron su segundo y tercer poemario, Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913), los que provocaron un gran escándalo por su erotismo más claro. A pesar de ello, sus obras siempre fueron bien recogidas por los otros escritores modernistas y por la crítica, aunque para ello tuvieran que desactivar su potencial subversivo.
Siempre desde el simbolismo, el uso recurrente de metáforas y sinestesias y la profusión de términos cultos, Delmira hablaba del deseo, describía el sexo y transmitía al lector una sensualidad física, una sexualidad sensitiva y hambrienta. Valga de ejemplo el siguiente poema publicado en su segundo libro:
El nudo
Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios...


En el regazo cálido de rubia primavera

amáronse talmente que entre sus dedos sabios

palpitó la divina forma de la quimera.
En los palacios fúlgidos de las tardes en calma
hablábanse un lenguaje sentido como un lloro,
y se besaban hondo hasta morderse el alma!...

Las horas deshojáronse como flores de oro,

y el destino interpuso sus dos manos heladas...

¡Ah! los cuerpos cedieron, más las almas trenzadas


son el más intrincado nudo que nunca fue...

En lucha con sus locos enredos sobrehumanos

las furias de la vida se rompieron las manos

y fatigó sus dedos supremos Ananké.
Además, utilizaba una voz poética de mujer, que daba la vuelta al papel asignado por géneros en la poesía hegemónica, situando a la mujer como sujeto activo que desea y al hombre como cuerpo pasivo deseado: “Las cumbres de la vida son tan solas, / ¡tan solas y tan frías! Yo encerré / mis ansias en mí misma, y toda entera / como una torre de marfil me alcé.”
Pero como ya hemos mencionado, el mundo literario del modernismo no era una excepción, estaba formado predominantemente por hombres, que debían sentir como una amenaza a su masculinidad y sus privilegios el hecho de que fuera una mujer la que escribiera sobre el sexo, la que se permitiera el lujo de tener una musa –“Yo la quiero cambiante, misteriosa y compleja; / con dos ojos de abismo que se vuelvan fanales; / en su boca, una fruta perfumada y bermeja / que destile más miel que los rubios panales.”–, una Salomé que sostuviera entre sus manos indolente, como un trofeo, la cabeza de un dios –“Engastada en mis manos fulguraba / como extraña presea, tu cabeza”.
Tal vez ese miedo les llevó a tratar a Delmira con un paternalismo recalcitrante, a elogiar su belleza por encima de su obra y a buscar en su inspiración una suerte de intervención divina. ¿Cómo una mujer joven y públicamente virgen iba a ser capaz de escribir esos versos? La explicación más razonable era el carácter milagroso de una creación que escapaba al entendimiento de la inocente criatura que no comprendería sus propios poemas. Y aunque parezca increíble, esta fue la línea dominante en la crítica literaria durante años, cuyos ecos aún resuenan en alguno de los acercamientos actuales a la poesía de Agustini.
La crítica ha hecho también abuso de su “trágica muerte”. Delmira se había casado con Enrique Job Reyes en agosto de 1913 tras un largo noviazgo formal, pero un mes después de comenzar la convivencia la poeta se va de casa y en junio de 1914 se divorcian. Durante este tiempo habían seguido teniendo encuentros sexuales y es el día de su primera cita tras la formalización del divorcio, el 6 de julio de ese mismo año, en el que su exmarido le asesina disparándole en la cabeza para luego suicidarse -¿y por qué no empezó por el orden inverso nos preguntamos una vez más?-. La poeta modernista tenía tan solo 27 años y varios proyectos líricos en marcha, mucho por decir, mucho por escandalizar y muchas convenciones por romper.
Y hoy en día es a menudo recordada por ello, cuenta con un memorial en Montevideo desde 2014 que reza “…No me mata la vida, no me mata la muerte, no me mata el amor” y se ha construido una suerte de figura mítica entorno al personaje.
La denuncia se hace necesaria, la evidencia del patriarcado asesino aflora una vez más en su manera más violenta, pero hagámoslo sin sepultar la atrevida obra de Delmira bajo el vil acto de su asesino y sin convertir el feminicidio en una tragedia romántica.
La ruptura
Érase una cadena fuerte como un destino,


Sacra como una vida, sensible como un alma;

La corté con un lirio y sigo mi camino

Con la frialdad magnífica de la Muerte... con calma
Curiosidad mi espíritu se asoma a su laguna


Interior, y el cristal de las aguas dormidas,

Refleja un dios o un monstruo, enmascarado.


(IZQUIERDA.DIARIO.es / 6-12-2016)


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