miércoles

LA PATRIA Y LA TUMBA (5) - RICARDO AROCENA


crónica ficcionada del golpe de estado y de la Huelga General

Mientras en el Senado estallaban impotentes protestas, el Secretariado Ejecutivo de la Convención Nacional de Trabajadores, reunido en La Teja, en la sede de la Federación Obrera de la Industria del Vidrio, organizaba la ocupación de los lugares de trabajo y el inicio de la Huelga General a escala nacional. El llamamiento de la Central en pocas horas alcanza una amplísima difusión y llega a los lugares más remotos del país, aun cuando es ignorado por los medios masivos de comunicación; lo llevan dirigentes y militantes sindicales a las fábricas, para ser leídos en asambleas, es reproducido por miles en improvisados centros de impresión y hasta copiado con máquina de escribir y papel carbónico. Hay días que por su intensidad parecen condensar siglos y horas que parecen aglutinar años; las 5:00 a.m. es un momento clave, culmina la reunión en el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de lo más conspicuo del poder militar; de ella participan tres Comandantes en Jefe, cuatro de las diferentes regiones del Ejército y Segundos Jefes de los Estados Mayores de las tres fuerzas y de algunas de las principales unidades militares. Con aparatosidad inicia la ofensiva militar y casi simultáneamente por las radios comienza a difundirse el decreto presidencial que anuncia que el Poder Legislativo ha sido disuelto.

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Alpargatas no es una fábrica más, es toda una institución para el común de los uruguayos, que valoran el calzado de lona y suela de yute que produce, por su comodidad, durabilidad y bajo costo, a tal punto que con los años los dueños debieron introducir telares para producir en cantidad. La planta industrial impone su presencia, está instalada en las inmediaciones de la Facultad de Medicina, de la Facultad de Química y del Palacio Legislativo y cuenta con cuatro plantas, en la última de las cuales está la cantina para los trabajadores, los que desde tempranas horas se turnan a la hora del descanso, para escuchar con sus radios Spika y controlar lo que pueda estar ocurriendo en el entorno del Parlamento. Desde muy temprano en la noche detectan el movimiento militar, por eso son los primeros en ocupar la fábrica. Son las 7: 05 de la mañana y Héctor está colgando unas pancartas, cuando siente que raspando el hormigón extraños sonidos metálicos avanzan en su dirección, pero al principio la escasa luminosidad no le permite divisar a la distancia más que unas formas gigantescas y fantasmales. Cada tanto le llega, tamizada, en tono amenazante y prepotente, alguna voz de mando.  No tarda mucho la columna de tanques en llegar hasta adonde está, no puede saberlo pero es dirigida por el General Luis Vicente Queirolo, a quien le han encomendado la simbólica tarea de sitiar el Palacio de las Leyes, para luego invadirlo. El entorno, que un día fue lugar de despedida de Don José Batlle y Ordóñez, pero que también fue testigo de grandes festejos populares, ahora está ocupado por una división del Ejército y anuncia como ninguna otra cosa, el fin del estado de derecho. Héctor se estremece, pero desde donde está puede ver grupos de estudiantes en los balcones de la Facultad, que cuelgan pancartas y eso le da fuerzas, por lo visto en cualquier momento la van a ocupar, pero además sabe que no tardarán en llegar hasta el cercano Palacio Sudamérica camiones cargados de obrero del vidrio que van a reunirse en asamblea y todo eso lo pone más tranquilo.  La suerte está echada y ya no hay marcha atrás

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Conrado Vázquez no pudo dormir en toda la noche. Junto a su esposa estuvo prendido de la radio. Como juez, se considera un hombre amante de las leyes, del estado de derecho, de la Constitución de la República y ahora siente que todo en lo que ha creído está desmoronándose. Hasta hacía algunos días pensaba que las tradiciones democráticas del país acabarían por neutralizar el desgaste político de los últimos años, pero la disolución de las cámaras daba por tierra con sus esperanzas. Ya no es un hombre joven y su mayor preocupación es el futuro de Carlos y Andrea, sus dos hijos y de sus nietos. Doris, su mujer, lo mira preocupada, no está respirando bien, ya tuvo problemas cardíacos en el pasado y lo que ocurre lo está sobresaltando; no para de repetir que es el fin del Uruguay en el que creyó, del Uruguay de Artigas, de Varela, Batlle, de Domingo Arena, de Vaz Ferreira, de Grauert, de la Suiza de América, del país que lo había enorgullecido y en el que logró formar una familia y hacer una carrera pese a su modesto origen como hijo de un trabajador de Paysandú. Por momentos solloza, tan impotente como indignado y refunfuña que los parlamentarios debían haberse atrincherado en el Palacio Legislativo para resistir, aunque tuvieran que inmolarse por las libertades democráticas, como lo hizo en su momento Baltasar Brum. Para tranquilizarse y con el apoyo de su mujer, decide sacar a pasear a Tobi, el perro, pero una fuerza incontenible, que le viene de su propia historia personal lo va conduciendo hasta el cercano Palacio Legislativo.  En su recorrido pasa por la puerta del Sindicato de Alpargatas y las pancartas lo retrotraen a las discusiones con sus hijos, que imbuidos de los cambios de los últimos años, impactados por la guerra de Viet Nam, por la revolución cubana, por los conflictos del mundo y por la propia crisis del país, hablan en lo que para él es otro idioma. Mientras camina recuerda las grandes discusiones que para disgusto de Doris, tuvo con ellos los domingos, a la hora de almorzar, los gritos, a cuando hasta los había echado, a sus enojos, que lo llevaron a defender lo indefendible de su querido Partido Colorado, aunque por supuesto no compartía en lo más mínimo los atropellos de los últimos años, que costaron la vida de tantos estudiantes y pusieron en entredicho a su tan apreciado Poder Judicial. Por un momento piensa que vivió una mentira, que tal vez vivió equivocado. Pero aleja la idea de su mente. Lo espanta. No puede ser una mentira el Uruguay construido por Batlle, el de las reformas sociales, el del Estado protector, el que había quedado, a diferencia del resto de América Latina, al margen de los golpes de estado. Absorto en sus ideas, llega hasta la explanada legislativa en el mismo momento en que irrumpen imponentes los carros blindados. El hombre los mira absorto, con la rienda en la mano, mientras el perro, ajeno a todo, orina entre los pastos.

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