lunes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (17) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (10)

(3 /11) Para el punto de vista estético es importante lo siguiente; yo para mí soy sujeto de toda actividad, de toda visión, de toda audición, tacto, pensamiento, sentimiento, etc., como si yo partiera de mi persona en mis vivencias y me dirigiera delante de mí mismo, hacia el mundo, hacia el objeto. El objeto se me contrapone a mí como sujeto. Aquí no se trata de una correlación gnoseológica entre el sujeto y el objeto sino de la correlación vital entre el yo como sujeto único y todo el resto del mundo como objeto no tan sólo de mi conocimiento y de los sentidos exteriores, sino también de mi voluntad y de mi sentimiento. El otro hombre, para mí, se presenta en su totalidad como objeto; asimismo su yo es tan sólo un objeto para mí. Yo puedo recordar a mi persona, puedo percibirme parcialmente mediante un sentido externo y volverme parcialmente objeto del deseo y del sentimiento, esto es, puedo convertirme en mi propio objeto. Pero en este acto de autoobjetivación ya no coincidiría conmigo mismo, el yo-para-mí permanecería en el mismo acto de autoobjetivación, pero no en su producto: estará en el acto de la visión, sentimiento, pensamiento, pero no en el objeto visto o sentido. Aquí no nos interesa el aspecto cognoscitivo de esta situación, que ha sido el fundamento del idealismo, sino la vivencia concreta de su subjetividad y de su absoluta inagotabilidad en el objeto (momento profundamente comprendido y asimilado por la estética del romanticismo: las enseñanzas de Schlegel acerca de la ironía (8)), en oposición a la pura objetividad del otro hombre. El conocimiento aporta aquí una corrección según la cual tampoco el yo para mí -hombre único- es el yo absoluto o el sujeto gnoseológico; todo aquello que hace que yo sea yo mismo, un hombre determinado distinto de otros hombres: un determinado lugar y tiempo, un determinado destino, etc., es también objeto y no sujeto del conocimiento (Rickert (9)); pero es la vivencia propia lo que hace que el idealismo sea intuitivamente convincente, y no la vivencia del otro hombre; esta última es lo que más bien hace convincente el realismo y el materialismo. El solipsismo, que coloca todo un mundo dentro de mi conciencia, puede ser convincente intuitivamente, o en todo caso comprensible; lo totalmente comprensible intuitivamente hubiese sido colocar todo el mundo y a mí mismo en la conciencia de otro hombre, el cual con toda evidencia representa tan sólo una parte mísera del gran mundo. Yo no puedo vivenciar convincentemente a mi persona presa totalmente en un objeto externamente limitado, totalmente visible y palpable, pero también puedo imaginarme al otro hombre de una manera distinta: todo lo interno que le conozco, y que parcialmente vivencio, lo proyecto hacia su imagen exterior como en un recipiente que contiene su yo, su voluntad, su conocimiento; el otro está constituido y ubicado para mí en su imagen externa. Mientras tanto, yo estoy vivenciando mi propia conciencia como algo que abarca el mundo, que lo abraza, y no como algo colocado en el mundo. La imagen exterior puede ser vivenciada como algo que concluya y abarque al otro, pero ella no es vivenciada por mí como algo que me agote y me concluya a mí.

Para evitar malentendidos, subrayamos una vez más aquí que no nos referimos a los momentos cognoscitivos: la relación entre el alma y el cuerpo, entre la conciencia y la materia, entre el idealismo y el realismo, y otros problemas vinculados a estos momentos; lo que nos importa aquí es tan sólo la vivencia concreta, su carácter convincente desde el punto de vista puramente estético. Podríamos decir que, desde el punto de vista de una vivencia propia, el idealismo es intuitivamente convincente, pero desde el punto de vista de cómo vivencio yo al otro hombre es convincente el materialismo, sin tocar para nada la justificación filosófica y cognoscitiva de estas dos corrientes. La línea como frontera del cuerpo es adecuada valorativamente para definir y concluir al otro en su totalidad, en todos sus momentos, y no es adecuada en absoluto para definir y concluir a mi propia persona, porque yo me vivencio esencialmente a mí mismo abarcando todas las fronteras, todo cuerpo, ampliándome más allá de cualquier límite; mi autoconciencia destruye el carácter prácticamente convincente de mi imagen.

De allí que tan sólo otro hombre se esté vivenciando por mí como algo connatural al mundo externo, que pueda ser introducido en él de un modo estéticamente convincente y concorde con él. El hombre, en tanto que naturaleza, sólo se vivencia convincentemente en el otro, pero no en sí mismo. Yo para mí no soy connatural totalmente con el mundo externo; en mí siempre hay algo esencial que yo puedo oponer al mundo y que es mi actividad interna, mi subjetividad que se contrapone al mundo exterior en tanto que objeto sin saber dentro de él; esta actividad interna mía es extranatural y está fuera del mundo, yo siempre poseo una salida en la línea de la vivencia interior de mi persona en el acto del mundo; existe una especie de escapatoria gracias a la cual me salvo de la dación natural. El otro está vinculado íntimamente con el mundo, y yo me vinculo con la actividad interior que está fuera del mundo. Cuando me poseo a mí mismo en toda mi seriedad, todo lo objetual en mí -fragmentos de mi expresividad exterior, todo lo dado y existente en mí, el yo como un determinado contenido de mi pensamiento acerca de mi persona, de mis sensaciones de mí mismo-, todo esto deja de expresarme y yo empiezo a hundirme en el acto de este pensamiento, visión y sensación. Ni una sola circunstancia externa me abarca completamente ni me agota; yo para mí me ubico en una suerte de tangente con respecto a otra circunstancia dada. Todo aquello que es dado en mí espacialmente tiende hacia un centro interior extraespacial, mientras que en el otro lo ideal tiende a su dación espacial.

Esta particularidad de la concreta vivencia mía del otro plantea el agudo problema estético de una justificación puramente intensiva de una limitada consunción dada sin salir fuera de los límites de un mundo exterior espacial y sensorial igualmente dado; tan sólo en relación con el otro se vive directamente la insuficiencia de una concepción cognoscitiva y de una justificación semántica indiferente a la unicidad concreta de la imagen, porque ambas pasan por alto el momento de la expresividad externa que es tan importante para la manera de cómo vivencio yo al otro, pero no es esencial dentro de mi persona.

Mi actividad estética -la que no consiste en el desenvolvimiento especializado de un artista o autor, sino en una única vida no diferenciada y no liberada de los momentos no estéticos-, la que sincréticamente encubre una especie de germen de una imagen creativa y plástica, se expresa en una serie de acciones irreversibles que salen de mí y que afirman valorativamente al otro hombre en su conclusividad exterior: abrazo, beso, señal de bendición, etc. Es en la vivencia real de estas acciones donde se manifiesta con una claridad especial su carácter improductivo e irreversible. Yo realizo en ellas, de un modo evidente y convincente, el privilegio de mi ubicación fuera de otro hombre, y su densidad valorativa se vuelve aquí sobre todo palpable. Y es que tan sólo al otro se puede abrazar, abarcar por todos lados, palpar amorosamente todos sus límites: el carácter frágil, terminal y concluido del otro, su ser aquí y ahora, se conocen por mí internamente y se constituyen mediante el acto de abarcar; es en este acto donde el ser del otro vuelve a vivir, adquiere un nuevo sentido, nace en otro plano del ser. Sólo los labios del otro pueden ser tocados por los míos, sólo sobre el otro pueden colocarse las manos, sólo por encima del otro podemos elevarnos activamente abarcándolo todo, en todos los momentos de su ser, su cuerpo, y el alma que está en él. Todo esto yo no lo puedo vivir con respecto a mi persona, y aquí no se trata únicamente de una imposibilidad física, sino de una no-verdad emocional y volitiva en la orientación de todos estos actos hacia uno mismo. En tanto que objeto de un abrazo, de un beso, de una bendición, este ser externo, limitado, del otro llega a ser un elástico y consistente material, internamente ponderable, para formar plásticamente y moldear a un hombre dado no como un espacio concluido físicamente delimitado, sino como un espacio estéticamente concluido y delimitado, estéticamente vivo y lleno de sucesos. Está claro, por supuesto que aquí nos abstraemos de los momentos sexuales, que enturbian la pureza estética de estas acciones irreversibles; las tomamos como reacciones vitales y artísticamente simbólicas de la totalidad del hombre, cuando, al abrazar o bendecir un cuerpo, abrazamos y abarcamos un alma concluida y expresada en este cuerpo.

Notas

(8) La noción de ironía romántica elaborada por Friedrich Schlegel supone una victoriosa liberación de un yo genial de todas las normas y valores, de sus propias objetivaciones y engendros, la permanente “superación” de su limitación, el ascenso lúdico por encima de sí mismo. La ironía es signo de la total arbitrariedad de cualquier estado del espíritu porque “un hombre realmente libre e ilustrado -observa Schlegel- debería saber, según su deseo, adoptar un tono ora filosófico, ora crítico o poético, histórico o retórico, antiguo o moderno, de una manera totalmente arbitraria, semejante a la afinación de un instrumento musical, en cualquier momento y en un tono cualquiera.” (Literaturnaia teoría nemetskogo romantisma, Leningrado, 1954, p. 145).

(9) En el sistema de Rickert, la conciencia que representa la realidad final no se interpreta como la conciencia de individuos humanos sino como conciencia universal y suprapersonal que conserva su identidad en la mente de todos los hombres.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+