miércoles

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (13)


5 (1)

“¡LEVÁNTENSE! AUN DESPUÉS DE QUE
SE DERAME LA SANGRE”, DICE LA CONQUISTA,
NUESTRA SEÑORA DE LOS CONQUISTADOS

Masacre de los soñadores:
La Madre Maíz (1)

Sueños: nos seguiremos levantando

Si uno dejase de soñar sueños audaces,
cesarían también las acciones sobre
la Tierra.

Los sueños salvajes son el combustible primario
para la maquinaria del Hacer.
Los sueños salvajes son el fusible dorado
para la fuerza vital del Ser.

Si no se puede soñar,
no se puede hacer.

¡Levántense!
No se adelanten,
sino siembren por doquier
los más hermosos,
los más salvajes sueños
que haya rugido el Alma.


Antecedentes:
la misteriosa vida eterna de la Madre


Esto sabemos: todos nuestros ancestros, y a veces también nosotros, en los tiempos modernos, hemos vivido algo impronunciable, casi insoportable; un evento tan repentino, tan destructivo que pareciera que aniquilaría la fuerza que da vida.

Y aun así, en el centro del corazón desconsolado, hay un campo dorado, floreciente con suficiente alma para alimentar a todos los que llegan ahí. Este corazón inextinguible de Amor protege la esencia de la fuerza vital ahí, incluso cuando todo lo demás está en ruinas.

Somos plantas verdes en este campo dorado. A pesar de la muerte de los sueños o los soñadores, a pesar del derramamiento de sangre, la esencia en nosotros está protegida de alguna manera, nutrida de nuevo por alguien que no puede ser destruido. La Madre, dadora de nueva vida, será llamada una y otra vez para darnos vida por el amor y el anhelo que tiene la gente de Ella, y por el amor y anhelo de Ella hacia la gente.

Las naciones más añejas, las tribus más antiguas, siempre conocieron a Nuestra Señora. La conocieron por uno o más de sus miles de nombres.

Así, en Cholula, en Tlaxcala, y en otros lados de México, aun hoy viven campesinos pobres que siguen desgranando el maíz a mano, justo como lo hacían sus ancestros para la Madre en siglos anteriores. Recuerdan a la Madre Santísima desde antes de la Conquista, antes de la subyugación salvaje perpetrada sobre los pueblos tribales desde 1519.

Los campesinos veían entonces, como ahora, la Fuerza Vital en todo tipo de semillas como bendición de la Madre que cuida a todos, que alimenta a todos.

La gente se aferró a sus interpretaciones y recuerdos de la Gran Mujer, aunque los que querían el poder intentaran subvertirla poderosamente.

Sucedió así: hacia 1519, en España, la realeza había expulsado a los judíos, obligando a muchos a convertirse, contra su voluntad, en cristianos. España ya había dado paso a una Inquisición sangrienta. Ahora financiaban tripulaciones y navíos de madera para navegar desde Europa hasta Aztlán, uno de los antiguos nombres de México. Los conquistadores avanzaron entonces lentamente con sus caballos por las aguas revueltas y hasta la costa de un hermoso puerto virgen en lo que hoy es Yucatán, México.


Después, matando a indígenas desarmados, poniendo en contra a las tribus por medio del engaño, amenazándolas con privarlas de la comida o matar a las familias asustadas si rehusaban permitir que sus hijas fueran raptadas (y si sus hijos se negaban a ser reclutados), los conquistadores desarrollaron el clientelismo para comprar lealtad. Los “soldados” armados de la Europa del “Viejo Mundo” dijeron que tenían el derecho de reclamar a todos los seres humanos de las Américas. En historias posteriores se harían llamar “exploradores”, pero definitivamente no eran solo eso.

Vinieron con la misión implícita de apropiarse de tierras, riqueza mineral, oro, piedras preciosas, niños, mujeres jóvenes, indígenas sanos y fuertes. Llevaron sumariamente a cabo los terrorismos que juzgaban efectivos para llevárselo todo y descorazonar el alma de la gente. Así fue mucho más fácil esclavizar a tantos favoreciendo a pocos, pero en general capturando a cada alma sin rescate.

Los invasores se autodenominaron conquistadores, pero en realidad representaban solo un minúsculo grupo mercenario del pueblo enormemente cálido y compasivo de España; algunos decían ser “de noble cuna”, pero la mayoría eran campesinos, casi siervos que, muchas veces, también vivían bajo el yugo de gobiernos locales opresores.

Sin embargo, los conquistadores no podrían haber derribado por sí solos las culturas altamente desarrolladas de las Américas. A los mercenarios pronto se les unieron oleadas de clérigos y otros que afirmaban tener un alto status social en España, Grecia, Italia y varios lugares de Europa; todos decían que, por tanto, tenían “derechos” sobre los nacidos en las Américas.

En los siglos XVI, XVII y XVIII, hordas de “colonos” corrieron a reclamar tierras y esclavos en las Américas, afirmando ser religiosos, pero al parecer sin darse cuenta de que incluso el crucifijo de oro más grande y aparatoso no puede esconder la degeneración ni la avaricia insaciable de un corazón codicioso.

Así, fingiendo que sus vanidades eran de hecho virtudes, muchos oportunistas oprimieron a los indígenas, ahora bajo ocupación militar. En México, a esta devastación a veces todavía se le llama Inquisición mexicana.

Forzando su religión sobre los indígenas, tal como hicieran con los judíos en la Europa del Viejo Mundo, los hombres y las mujeres invasores se extendieron por el Centro, Sudamérica y el Caribe, instalándose a vivir con majestuosa pereza, mientras repartían golpizas, mutilaciones y castigos criminales, reclamando a las mujeres, niños y hombres nativos como sus bienes.

Por medio del fuego, la espada, el mazo y la deformación (destruyendo así la historia, el arte y las culturas de la gente), en México, como en otros lugares, las enormes bibliotecas ancestrales, depositarias de la poesía, la ciencia, la biología, la zoología, los cantos de fertilidad, danzas, historias familiares, historias de guerra, mitologías, inventarios de almacén, ciclos del clima, astronomía, todas las provincias pertenecientes por tradición a la Santa Madre, fueron destruidas a propósito. (Solo cinco códices de literalmente millones de pergaminos lograron sobrevivir a la Conquista: dos son facsímiles y ninguno detalla una sola palabra sobre la Madre ni el Padre de la Vida, ni del Santo Niño llevado en el corazón por los indios, el pueblo indígena, durante siglos.)

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