domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (77)


BURLA-LA-MUERTE (3 / 12)

El silencio no tardó en reinar en el comedor y los pensionistas se separaron para dejar paso a los tres hombres que llevaban la mano en el bolsillo del costado acariciando sendas pistolas cargadas. Dos gendarmes que seguían a los agentes ocuparon la puerta del salón, y otros dos la que daba a la escalera; el paso y los fusiles de varios soldados resonaron en el arroyo. Toda esperanza de huida desapareció para Burla-la-Muerte, en quien se centraron todas las miradas. El jefe de policía se encaminó hacia él y empezó por darle tal golpe en la cabeza que le hizo saltar la peluca y dejó al descubierto la horrible cabeza de Collin. Provisto de cabellos rojos y cortos que le daba un espantoso aspecto de fuerza y de astucia, aquella cabeza y aquella cara, que armonizaban con el busto, fueron iluminadas por los ojos como si los fuegos del infierno los hubiesen alumbrado. Todo el mundo comprendió entonces el pasado, el presente y el porvenir de Vautrin, sus doctrinas implacables, el imperio que le daba el cinismo de sus pensamientos y de sus actos, y la fuerza de una organización acostumbrada a todo. La sangre se le subió a la cabeza, sus ojos brillaron como los de un gato y dio un salto con tal feroz energía que los pensionistas lanzaron un grito de horror. Al ver este gesto de león, los agentes sacaron las pistolas. Collin comprendió el peligro viendo brillar el gatillo de las armas y dio de pronto prueba de una gran fuerza de voluntad. ¡Horrible y majestuoso espectáculo! Su fisonomía ofreció un fenómeno que sólo puede compararse con el de la caldera llena de ese vapor humeante que levantaría montañas y que es disuelto en un instante por una gota de agua fría. La gota de agua que enfrió su rabia fue una reflexión rápida como el rayo. Sonrió y miró su peluca.

-Hoy no tienes un día muy cortés -dijo al jefe de policía.

Y tendió las manos a los gendarmes llamándolos con un movimiento de cabeza.

-Señores gendarmes, pónganme las esposas o los grillos. Tomo a estos señores por testigos de que no he hecho resistencia.

Un murmullo admirativo, arrancado por la rapidez con que la lava y el fuego salieron y entraron en aquel volcán humano, resonó en el comedor.

-Con esto, no podrás hacer lo que pretendes, señor farsante -dijo el presidiario dirigiéndose al célebre jefe de policía.

-Vamos, que se desnude -dijo con desprecio el hombrecito de la calle de Santa Ana.

-¿Para qué? -dijo Collin-. Hay damas y yo no niego nada y me rindo -añadió Burla-la-Muerte haciendo una pausa; y mirando luego a la asamblea como un orador que va a decir cosa sorprendentes-: Escriba usted, papá Lachapelle- repuso dirigiéndose a un anciano de cabellos blancos que se había sentado a un extremo de la mesa después de haber sacado pluma y papel-. Reconozco ser Jacobo Collin, apodado Burla-la-Muerte y condenado a veinte años de trabajos forzados. Acabo de probar que tengo merecido mi apodo. Si yo hubiese levantado una sola mano -dijo a sus compañeros de pensión-, sólo estos tres espías me hubieran descuartizado.

-¡Dios mío! ¡Esto es para matar a cualquiera! -dijo la señora Vauquer al oír estas palabras-. ¡Y yo que estaba ayer con él en el teatro de la Alegría! -se dirigió a Silvia.

-Filosofía, mamá -repuso Collin-. ¿Acaso es una desgracia haber ido ayer a mi palco? ¿Creen ustedes ser mejores que nosotros? Nosotros tenemos menos crímenes en la conciencia que ustedes en el corazón, miembros corrompidos de una sociedad gangrenada. El mejor de ustedes no me gana en nobleza -agregó fijando sus ojos en Rastignac, a quien dirigió una sonrisa graciosa que contrastaba singularmente con la ruda expresión de su rostro-. En caso de aceptación, tengo entendido que el trato continúa, ángel mío, ¿me comprende usted?

Y cantó:

Bella está Paquita
en su sencillez.

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