domingo

JOYCE CARY - EL MEMORABLE CAPÍTULO 26 DE LA BOCA DEL CABALLO



Y en ese preciso momento entró Nosy por la puerta de atrás, para advertirme que la señora Coker estaba por entrar por la de adelante. De manera que salí por la ventana del medio. Nosy me siguió medio minuto más tarde con una oreja del color de la escarlatina. Pero él no parecía sentirla.

-S…saqué c… cuatro ventanas -dijo-, y las escondí en la zanja. ¿C… consiguió el cuadro?

-No -le dije-, el cuadro está caput. La caída se ha terminado.

Y le conté lo que la señora Coker había hecho con mi cuadro. Y el muchacho estaba tan atónito que pensé que le daría un ataque.

-N… no puedo c… creerlo -dijo-. N… no, no puedo creerlo -y su dolor era real. Parecía que hubiera dado su corazón por ese cuadro-. Es espantoso -dijo-. Cómo se ha atrevido. Esa vieja b… bestia s… salvaje- y empezó a enfurecerse. Porque estaba sufriendo de verdad. Había perdido su primer amor. Su nariz estaba tan colorada como una remolacha y su voz sonaba como un perrito encerrado en un sótano-. Es u… un c… crimen -decía-. Es t… terrible pensarlo. -Era aun joven para un dolor de verdad. Pérdida irreparable.

Llovía un agua tibia de lavar platos, y cuando me quité el sombrero porque me estaba goteando dentro del pescuezo, un cuarto litro cayó en el chaleco.

-P… pero ¿qué se puede esperar de g… gente como esa? -dijo Nosy poniéndose cada vez más enojado y ladrándole a las piedras-. No m… merece tener artistas. Nosotros, los b… británicos, somos unos m… malditos f… f… filisteos, no estamos p… preparados para t… tener g… grandes artistas entre n… nosotros.

-Prosigue, Nosy -le dije-. Haz volar a los británicos como un verdadero bretón. Ennegrécelos todo lo que te dé la gana. Ya son viejos. No esperan nada mejor. Están acostumbrados a eso.

-Es la verdad -dijo Nosy-. No merecen t.. tener g… grandes artistas.

-Nadie lo merece- le respondí-, pero continúan teniándolos, les guste o no.

Porque el hecho era que me estaba empezando a sentir muy animado. Se podría decir, alegre. No lo podía creer al principio. De manera que traté de seguir estando abatido.

-Un cuadro estupendo como era ese -dijo Nosy-. P…puesto en el t… techo.

-Una cosa muy grave para mí -le dije. Pero casi estallé en carcajadas ante la indignación de Nosy. Y me decidí a dar paso a mi regocijo. No es una cosa fácil de hacer cuando uno tiene una pesadumbre verdadera: y de haber tenido cincuenta años menos, de ninguna manera lo habría hecho. Pero desde hace algún tiempo he venido notando que en general, un hombre obra prudentemente cuando deja paso a la alegría, aun cuando sea a expensas del dolor. Un buen dolor puede ser materia de profundo gozo, pero como una gran cantidad de otros placeres, es malo para el hígado. Afecta la digestión y ataca el páncreas. De manera que di paso al regocijo y me puse a reír.

-¿Q… qué es lo que pasa? -inquirió Nosy bastante aterrorizado. Pensó que me estaba volviendo loco de pena.

-Me estaba riendo -le dije.

-Usted es demasiado b… bueno, señor Jimson, demasiado n… noble. Usted no debiera p… perdonar un crimen como ese. Un crimen contra la ci… ci… civilización. A mí me gustaría cortarle el pescuezo a esa vieja. Querría cortarle el pescuezo a todos los británicos. Esos f… f… filisteos s… sucios.

-Noble, exactamente no, Nosy -le dije-. Porque es peligroso que piensen que uno es noble, cuando uno no es más que un sentimental. Ocasiona una grosera degeneración del juicio. La verdad es que ya estaba harto de esa maldita pintura.

-Era el cuadro más her… hermoso que vi jamás -dijo Nosy enojándose conmigo-. Usted no tiene por qué decir esas cosas.

-Nunca supe cuánto lo detestaba -le dije-, hasta ahora. Todos mis cuadros me disgustaron, pero nunca detesté a ninguno tanto como a La caída.

-S… señor Ji… Jimson -dijo Nosy-. No, por favor, no es una broma -el pobre muchacho estaba angustiado. Yo estaba blasfemando contra su fe.

-Pero lo que me gusta es comenzar nuevos cuadros -le dije.

Y la mera mención de esto me hizo sentir radiante de dicha. La visión de la hermosa y suave tela frente a mí, digamos el Ruffiano, reacondicionándolo con blanco, y luego, los primeros toques de pincel. Qué adorable es la pintura cuando uno termina de depositarla sobre el lienzo. Mientras aun está viva, y antes de que se muera y se hunda y se marchite. La pintura. Adorable pintura. Pero, si hasta frotar la nariz en ella, o lamerla como desayuno. Me refiero, naturalmente, a la pintura que no signifique nada fuera de sí misma. La sustancia espiritual. El canto puro e inocente de algún condenado ángel loco que ni siquiera conoce el nombre de Dios.

-Me gusta empezar, Nosy -le dije-, pero no me importa continuar. El inconveniente que tengo es que detesto el trabajo: por eso soy artista. Nunca pude soportar el trabajo. Pero uno no se puede liberar de él en este mundo caído. La maldición de Adán.

-N… no, p… por f… favor, señor Jimson. Usted sabe bien que ha sacrificado toda su vida al arte, y nadie trabaja más duramente. Yo lo he visto con mis propios ojos trabajar todo el día sin detenerse ni siquiera para comer.

-Probablemente estaba alterando algo o eliminando algo, lo cual es una manera de volver a empezar. Pero no es una buena manera. Sólo conduce a mayores inconvenientes. Más problemas, más trabajo. No, lo que uno necesita es empezar desde el principio, con una tela limpia, y un proyecto nuevo y brillante, o una visión o lo que quieras llamarle. Una especie de música coloreada en la mente.

Y las meras palabras me estremecieron toda la espalda. Ciertamente un artista no tiene derecho a quejarse de su destino. Porque tiene grandes placeres Empezar cuadros nuevos. Aun el peor artista que haya existido jamás, aun un tuerto de mentalidad subnormal con el mal de San Vito en ambas manos que se dispone a pintar el gallinero, puede gozar las primeras pinceladas. Puede pensar: “Por Dios, miren lo que he hecho. Un milagro. He transformado un trozo de madera, una tela, etcétera, en un ente espiritual, en una belleza eterna. Yo soy Dios.” Sí, el comienzo, el primer toque de una pintura, o el comienzo de un vallado, deben ser uno de los placeres más vivos abiertos al género humano. Ciertamente es lo más grande que un artista puede tener. También es lo único. Y no dura mucho. Generalmente unos cinco minutos. Antes de que el primer problema muestre su cara demoníaca. Y luego está en el infierno durante el mes o los seis meses que siguen, o los que sean. Pero no le dije a Nosy por qué me sentía tan animado. Él no hubiera podido comprenderlo. Le hubiera escandalizado. Y es fácil quebrantar la fe de los pequeños. Además les hace mucho mal.

-Una obra m… maestra -decía Nosy, sacudiéndose una gota en forma de pera de su espolón de proa. Se estaba poniendo histérico. De pronto todo era excesivo.

-Habla con sensatez, Nosy -le dije-. Ni siquiera estaba terminada.

-Una obra m… m… maestra -dijo Nosy como si yo hubiera estado tratando de estrangular a su primogénito. Lo cual era justamente lo que yo estaba haciendo.

-Prosigue, Nosy -le dije-. No podía serlo. No hay nada que sea una obra maestra, una obra maestra de verdad, hasta que no tenga doscientos años de antigüedad. Un cuadro es como un árbol o una iglesia: hay que dejarlos que crezcan hasta que se convierten en una obra maestra. Lo mismo ocurre con un poema, o con una religión nueva. Comienzan siendo un montón de palabras raras. Nadie sabe si son una insensatez total o un don del cielo. Y los únicos que se preocupan de ellos son unos pocos monomaníacos o unos delirantes, o unos pobres diablos que no saben lo suficiente como para saber algo. Mira la cristiandad. Tan sólo un montón de semillas flotantes con qué empezar. Semillas de todas clases. Pasó un largo tiempo antes de que una de ellas germinara y creciera en un árbol o suficientemente grande como para matar el resto y guarecer de la lluvia. Y sólo cuando el árbol ha sido cortado en tablones y servido para la construcción de una casa, y la casa se ha vuelto bastante vieja, y cincuenta generaciones de mentecatos, incapaces de diferenciar una obra de arte de un servicio público, han estado clavando clavos en las vigas de la cocina para colgar allí jamones, y atornillando ganchos en las paredes para colgar látigos, fusiles, fotografías y calendarios, y midiendo la estatura de los chicos en el marco de las ventanas, y abriendo un nuevo depósito bajo las escaleras para guardar el queso, y asesinado a sus esposa en la habitación del fondo, enterrándolas bajo las baldosas de la bodega, sólo entonces comienza a percibirse como una religión verdadera. Y cuando todo está lleno de podredumbre y de fantasmas, y de huesos viejos y los estantes se caen bajo el peso de viejos libros agusanados que nadie podría leer aunque se lo propusiera, y los pisos de la buhardilla se comban sobre el cielo raso de las habitaciones de los criados  bajo el peso de viejos cofres, y botas de caña alta, y candelabros a gas, y maniquíes de costurera, y vestuarios de baile, y casas de muñecas y sillas de montar, y trabucos, y jaulas de loros, y uniformes, y cartas de amor, y jarras sin asas, y potiches de casamiento decorados con nomeolvides y en el fondo un pedazo roto, es que se transforma en una fe antigua verdadera, una obra de arte de la cual la gente puede extraer algo realmente, cada uno para sí mismo. Y entonces, como es natural, todo el mundo está de acuerdo en que debería ser echada abajo en seguida, porque es una molestia insalubre.

-A m… mí no me importa! l… lo que digan -dijo Nosy aun enojado conmigo-. Es una ver… vergüenza. Es una ver… vergüenza infame.

Tititaba y echaba vapor exactamente como una oveja que acabara de salir del remojón. Era su primer dolor grande. Sin remedio. Y la lluvia seguía cayendo como burbujas de agua gaseosa desde un copo de algodón afelpado. Caía lentamente con un molde nítido y no hacía ningún ruido. Llegamos al final de la calle Greenbank y nos detuvimos. Nosy miró en torno, como para decir: “¿Adónde iremos?” Pero yo no tenía ni con qué pagar una cerveza, de manera que no sabía a dónde ir.

-El c… cuadro más hermoso -dijo Nosy. Y cobró el aspecto de alguien que puede estallar en llanto en cualquier momento. Aun no se había acostumbrado a la sensación de lo irreparable.

-Pasó la lluvia -dije, y retornamos-. No -dije, es providencial -y separé la parte superior de mis pantalones para dejar que se escurriera el agua de mi barriga-. Ese cuadro me ha tenido agarrado por el pescuezo los últimos dos años. Estrangulando mi vida. El peor enemigo que he tenido jamás.

Y cuando llegamos al otro extremo de Greenbank dimos la vuelta nuevamente. Las gotitas de lluvia eran más pequeñas y más densas. Caían como un vapor frío: lentas y blancas, lo cual era más húmedo que el agua. Era como si el aire se hubiera transformado en burbujas de soda. El sol llegaba a través de ella como a través de una ventana helada, y el cielo aparecía como el nivel del mar para el ojo de un pez. Candelas y fuego azul. Había más agua en mis zapatos, que afuera.

-P… pero, ¿por qué tiene que estar todo y todos contrala verdadera grandeza? -dijo Nosy-contra el verdadero g… g… genio?

-Bueno -le dije-, supongamos que estás sentado en un rincón tranquilo, detrás del tacho de basuras, con una jarra de cerveza, y viniera una avispa y te pinchara en el trasero, ¿te gustaría la avispa?

-Mire a Keats, a Shelley, u a Hopkins, y a C… C… Cézanne, y a Van G… G… Gogh, y a usted.

-Y a mí -dije-. ¿Qué hay conmigo? -estaba agitado. Recibir un sopapo como ese cuando estaba lo más alegre.

-Mire la m… manera como los t… tratan. Es espantosa -dijo Nosy-. No tiene ni siquiera con qué vivir. Es es… espantoso. Es t… terrible.

Y Nosy estaba verdaderamente lagrimeando, o tal vez era la lluvia que le caía bajo el pico, la que le hacía adoptar esas expresiones tan cómicas.

Y casi me puse a llorar, sólo porque él estaba llorando. Por mis propias penas. Y sin embargo, como decía, yo estaba de un ánimo particularmente bueno. “Ahí tienes, lo estás viendo”, me dije, “háblale a cualquiera en forma amistosa y al medio minuto estará compadeciéndote y luego te apenarás tú mismo y maldecirás al mundo y al resto de las necesidades. Poniéndote en el peor de los estados. Y puedes decirle adiós al trabajo por otra semana.” Y me abalancé sobre Nosy.

-¿Qué diablos quieres decir, jovencito? ¿Quién me está tratando, y cómo? ¿Qué es lo terrible? Si tuvieras un poco más de sensatez y sentimientos más decentes -le dije-, te darías cuenta de que he sido muy bien tratado. Tan bien como lo merecía. Pero qué, si yo no tengo ningún enemigo en el mundo, exceptuando, naturalmente, a ese cuadro maldito. Pero una providencia especial bajo la forma de Mamá Coker me ha liberado ahora de él. Al menos así lo espero. Me atrevería a decirte que la serpiente necesitará uno o dos golpes más. Córtala en cuatro pedazos y con uno tratará de morderte y de escupirte su veneno en los ojos, y con el otro intentará envolverte. Ese cuadro era una maldición para mí. No me dejaba libertad alguna para pintar. Pintar -dije, y mis dedos se cerraron sobre un pincel y ejecutaron un trazo suave, de izquierda a derecha, que era mi movimiento favorito.

Y de pronto tuve conciencia de por qué estaba hastiado de La caída. Y me di cuenta de lo que quería hacer. Esa forma en azul grisado sobre el rosa. La torre. Lo que fuese muy redondo y pesado. Algo semejante a un gasómetro en toda su extensión, pero sin su abertura. O posiblemente una cafetera esmaltada. Y cosas de color amarillo cromo como columnas egipcias, o puerros, o barras, o sauces, o candelabros de bronce; y hacia el lado izquierdo, también redondo, pero más suavizado, un grueso pilar, o un cucharón de vidrio surgiendo de verdes ondas o montañas, o bayeta arrugada de un verde muy oscuro, curvándose hacia la derecha; una playa, o una hilera de montañas, o una salchicha alemana. El rosado, bastante brumoso, erupción volcánica o empapelado de casa de recreo. Y una caída de rojo a través del ángulo superior izquierdo: nubes de humo volcánico, o una cortina de felpa. Todo muy sólido. Pero no grosero. De tres dimensiones. Con gran atención a la textura.

-Y además -le dije a Nosy-, ya tengo algo mucho mejor.

Aun no estaba totalmente listo, pero yo sabía que iba a estar listo a los cinco minutos.

-Totalmente listo en mis ojos.

-A… lgo m… mejor -dijo Nosy con una voz dubitativa. Como una criatura a quien la corriente le acabara de llevar su bote viejo y a quien uno le dice que tiene algo mucho mejor en el armario-. Pero no será La caída.

-Sí -le dije, pues ¿por qué no podía llamarlo La caída?-. Puede muy bien serlo, como cualquier otra cosa. La torre azul podía ser Adán y la ola roja, Eva, y las cosas amarillas, las serpientes.

“Sí -dije-, será La caída, sólo que mucho mejor. Más sólida. He aprendido mucho desde que empecé esa última caída. Y sé lo que estaba mal. No era lo suficientemente inmediata. No lo golpeaba a uno lo suficientemente fuerte. No era lo suficientemente sólida.

-¿N… o era s… suficientemente sólida? -dijo Nosy.

-No -dije-. Después de todo, ¿qué fue la Caída? El descubrimiento del mundo concreto y cruel, el bien y el mal. Duros como rocas, y agudos como espinas envenenadas. Y también la forma de construir jardines.

-¿J… jardines?

-Jardines. El trabajo de Adán. Hay que hacer las malditas cosas, y apilar aparte las rocas, y resguardar las rosas en canteros. Pero no se clavan las espinas en las partes tiernas: accidentalmente uno se las clava en los dedos a propósito, y gusta, porque un jardín, como lo hubiera hecho el viejo Travieso Blake, es un ser espiritual. Pero -dije, muy sorprendido por mi propia elocuencia al inventar todo esto-, si ocurre todos los días. Es la vieja, viejísima historia. Muchachos y muchachas se enamoran, esto es, se vuelven locos y andan ciegos y sordos y se ven mutuamente no como animales humanos con narices cómicas y piernas torcidas y voces de ranas, sino como ángeles, tan llenos de bondad resplandeciente que, como las calabazas huecas que tiene una candela encendida en su interior, parecen milagros como las visiones del hombre antiguo. Y eso es lo que voy a hacer con esta nueva caída. Adán como una roca caminando, y Eva como una montaña dando a luz, con sudor como ígnea lava: y los árboles se levantarán como almas compuestas de metal; bronce cincelado, plata y oro. Con hojas como de esmeraldas y jade, tallado y grabado con moldes imperecederos, agudos como joyas, como cristales, y el sol como una bola de fuego sólido, echada a rodar en un torno.

-Sí, sí -decía Nosy-. Ya v… veo. Una especie de sueño.

-Condenado sea el sueño -dije-. Tiene que ser real.

-Pero, ¿p… parecerá real?

-Al infierno con las semejanzas -dije-. Nadie ha visto jamás lo real. Pero se lo puede sentir. Por Dios, lo estoy sintiendo ahora. Por primera vez desde hace unos dos años, desde que esa condenada pintura se apoderó de mí por primera vez. Sí, lo siento. Las sólidas formas de la imaginación.

-Sólidas -gritó Nosy-. Imaginación.

Habíamos llegado al otro extremo de Greenbank. Y estaban lloviendo tapones de piletas. Salían del cielo como en una batalla. Grandes trozos mellados y balones de agua, con cúpulas de ostras y salpicaduras verdes. Nos detuvimos entre manantiales, bajo cascadas de agua. Y Nosy miraba alrededor de sí, pensando.

-¿Hacia dónde vamos?

-Mejor es que te vayas a tu casa, Nosy -le dije-. Estás empapado.

Pero él sabía que yo no podía ir a ninguna parte. De manera que dimos la vuelta.

-Imaginación sólida -dijo Nosy-. Sí, ya v… v… v… veo.

-Qué es lo que vvv… ves -dije. Pues sentía que había estado hablando demasiado. Es peligroso hablar demasiado del trabajo de uno. Eso lo fija. Lo sujeta con clavos. Y entonces se desangra. Empieza a morirse-. Lo que querría vvv… ver es un taller, y pinturas, y pinceles. En resumen, algún contante.

-V… veo la idea -dijo Nosy dando un fuerte estornudo.

-¿Cómo puedes ver una idea? -le dije-. Debes ser un individuo muy inteligente. ¿Puedes ver el costo de una cerveza en mi bolsillo?

-Yo v… veo lo que usted quiere decir.

-Debes ser un condenado hechicero. Yo no quería decir nada.

-Pero señor J… Jimson, usted d… decía que ve…

-Yo veo mi cuadro. En realidad, no lo vvv… veo. Sólo lo imagino, y probablemente lo estoy imaginando de una manera enteramente equivocada. Pero qué demonios, tú estás traspasado de agua. Te vas a resfriar. Y entonces, qué será de esa beca de estudios. Es hora de que vuelvas a tu casa. Adiós, Nosy.

-P… pero, señor J… Kimson -y pensé que me iba a prender de la chaqueta-. Usted quería significar algo más. Usted estaba hablando sobre la verdad, la realidad.

“Sí”, pensé, “ya sabía que hablé demasiado.” Y dije:

-Suficiente, Nosy, o más bien, demasiado. Ya es hora de abrir las tabernas, y pienso que es mejor que lo veas al señor Ollier, en El águila.

-Y usted decía de la religión -afirmó Nosy, haciéndome guiños, como si yo fuera una máquina automática, con toda la sabiduría del mundo, a un penique el tiro.

-Tú te vas a tu casa, con tu mamacita que ese es tu lugar -le dije-, y sigue con los libros. O tendrás un mal fin.

Y le di un empujón, y yo volé hasta El águila.

Ollier no estaba. Pero Bert Swope estaba allí, y él me pagó un vaso de cerveza a cambio de rudas observaciones sobre el estado de mis botines, mis pantalones, chaqueta, etc., y la forma en que olía. A mí me gusta Bert. Es siempre un tónico cuando uno ha estado hablando demasiado.

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