domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (81) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

XI (1)


El último hecho que registré en mis notas de campo tuvo lugar en septiembre de 1965. Fue la última de las enseñanzas de don Juan. Lo llamé “un estado especial de realidad no ordinaria porque no los produjo ninguna de las plantas que yo había usado con anterioridad. Al parecer don Juan lo provocó por medio de una manipulación cuidadosa de indicaciones acerca de sí mismo; es decir, se portó frente a mí en una forma tan hábil, que creó la impresión clara y sostenida de no ser realmente él mismo, sino alguien que lo suplantaba. Como resultado, experimenté un profundo sentido de conflicto; quería creer que se trataba de don Juan, y sin embargo no podía estar seguro. La concomitante del conflicto fue un terror consciente tan agudo que minó mi salud por varias semanas. Después pensé que habría sido prudente poner fin entonces a mi aprendizaje. Desde aquel tiempo, nunca he sido participante, pero don Juan no ha cesado de considerarme aprendiz. Ha visto en mi retiro sólo un período necesario de recapitulación, otro paso de aprendizaje, que puede durar indefinidamente. Sin embargo, desde entonces, jamás me ha expuesto sus conocimientos.

Escribí la crónica detallada de mi última experiencia casi un mes después que ocurrió, aunque tenía ya copiosas notas sobre sus puntos destacados, escritas al día siguiente, durante las horas de gran agitación emotiva que precedieron al punto más intenso de mi terror.


Viernes, 29 octubre, 1965 (1)

El jueves 20 de septiembre de 1965 fui a ver a don Juan. Los estados breves y someros de realidad no ordinaria persistían a pesar de mis deliberados intentos por ponerles fin, o sacudírmelos de encima como don Juan había sugerido. Yo sentía que mi condición iba empeorando, pues aumentaba la duración de tales estados. Tomé conciencia aguda del ruido de los aeroplanos. El ruido de sus motores al pasar por encima captaba inexorablemente mi atención y la fijaba, hasta el punto en que me parecía seguir al avión como si fuera dentro de él o volara con él. Esta sensación es muy molesta. La incapacidad de sacudírmela me producía una honda angustia.

Don Juan, tras escuchar atentamente todos los detalles, concluyó que yo sufría de pérdida del alma. Le dije que tenía estas alucinaciones desde la vez que fumé los hongos, pero él insistió en que eran cosa nueva. Dijo que antes yo tenía miedo y “soñaba cosas sin sentido”, pero que ahora estaba en verdad embrujado. La prueba era que el ruido de los aviones en vuelo podía arrastrarme. Por lo común, dijo, el ruido de un arroyo o de un río puede atrapar a un embrujado que ha perdido el alma y arrastrarlo a su muerte. Luego me pidió describir todas mis actividades durante la época anterior a las alucinaciones. Enumeré todas las actividades que pude recordar. Y de mi recuento, él dedujo el sitio donde yo había perdido el alma.

Don Juan parecía francamente preocupado, cosa del todo insólita en él. Esto, como es natural, aumentó mi aprensión. Dijo que no tenía idea definida de quién había atrapado mi alma, pero quienquiera que fuese pretendía sin duda matarme o enfermarme de gravedad. Luego me dio instrucciones precisas acerca de una “forma de pelear”, una posición corporal específica que yo debería mantener, permaneciendo en mi sitio benéfico. Tenía que conservar esta postura que él llamaba forma.

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