PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
XI (1)
El último hecho que
registré en mis notas de campo tuvo lugar en septiembre de 1965. Fue la última
de las enseñanzas de don Juan. Lo llamé “un estado especial de realidad no
ordinaria porque no los produjo ninguna de las plantas que yo había usado con
anterioridad. Al parecer don Juan lo provocó por medio de una manipulación
cuidadosa de indicaciones acerca de sí mismo; es decir, se portó frente a mí en
una forma tan hábil, que creó la impresión clara y sostenida de no ser
realmente él mismo, sino alguien que lo suplantaba. Como resultado, experimenté
un profundo sentido de conflicto; quería creer que se trataba de don Juan, y
sin embargo no podía estar seguro. La concomitante del conflicto fue un terror
consciente tan agudo que minó mi salud por varias semanas. Después pensé que
habría sido prudente poner fin entonces a mi aprendizaje. Desde aquel tiempo,
nunca he sido participante, pero don Juan no ha cesado de considerarme
aprendiz. Ha visto en mi retiro sólo un período necesario de recapitulación,
otro paso de aprendizaje, que puede durar indefinidamente. Sin embargo, desde
entonces, jamás me ha expuesto sus conocimientos.
Escribí la crónica
detallada de mi última experiencia casi un mes después que ocurrió, aunque
tenía ya copiosas notas sobre sus puntos destacados, escritas al día siguiente,
durante las horas de gran agitación emotiva que precedieron al punto más intenso
de mi terror.
Viernes,
29 octubre, 1965 (1)
El jueves 20 de
septiembre de 1965 fui a ver a don Juan. Los estados breves y someros de
realidad no ordinaria persistían a pesar de mis deliberados intentos por
ponerles fin, o sacudírmelos de encima como don Juan había sugerido. Yo sentía
que mi condición iba empeorando, pues aumentaba la duración de tales estados.
Tomé conciencia aguda del ruido de los aeroplanos. El ruido de sus motores al
pasar por encima captaba inexorablemente mi atención y la fijaba, hasta el
punto en que me parecía seguir al avión como si fuera dentro de él o volara con
él. Esta sensación es muy molesta. La incapacidad de sacudírmela me producía
una honda angustia.
Don Juan, tras escuchar
atentamente todos los detalles, concluyó que yo sufría de pérdida del alma. Le
dije que tenía estas alucinaciones desde la vez que fumé los hongos, pero él
insistió en que eran cosa nueva. Dijo que antes yo tenía miedo y “soñaba cosas
sin sentido”, pero que ahora estaba en verdad embrujado. La prueba era que el
ruido de los aviones en vuelo podía arrastrarme. Por lo común, dijo, el ruido
de un arroyo o de un río puede atrapar a un embrujado que ha perdido el alma y
arrastrarlo a su muerte. Luego me pidió describir todas mis actividades durante
la época anterior a las alucinaciones. Enumeré todas las actividades que pude
recordar. Y de mi recuento, él dedujo el sitio donde yo había perdido el alma.
Don Juan parecía
francamente preocupado, cosa del todo insólita en él. Esto, como es natural,
aumentó mi aprensión. Dijo que no tenía idea definida de quién había atrapado
mi alma, pero quienquiera que fuese pretendía sin duda matarme o enfermarme de
gravedad. Luego me dio instrucciones precisas acerca de una “forma de pelear”,
una posición corporal específica que yo debería mantener, permaneciendo en mi
sitio benéfico. Tenía que conservar
esta postura que él llamaba forma.
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