domingo

CÁNTICO ESPIRITUAL (47) - SAN JUAN DE LA CRUZ


DECLARACIÓN (2)

4 / En aquella bebida de Dios suave, en que (como habemos dicho) se embebe el alma en Dios, muy voluntariamente y con gran suavidad se entrega el alma a Dios toda, queriendo ser suya y no tener cosa en sí ajena de Él para siempre, causando Dios en ella en la dicha unión la pureza y perfección que para esto es menester; que por cuanto Él la transforma en sí, hácela toda suya y evacua en ella todo lo que tenía ajeno de Dios. De aquí es que, no solamente según la voluntad, sino también según la obra quede ella de hecho sin dejar cosa toda dada a Dios, así como Dios se ha dado libremente a ella; de manera que quedan pagadas aquellas dos voluntades, entregadas y satisfechas entre sí, de manera que en nada haya de faltar ya la una a la otra, con fe y firmeza de desposorio. Que por eso añade ella, diciendo:

allí le prometí de ser su esposa.

5 / Porque, así como la desposada no pone en otro su amor ni su cuidado ni su obra, fuera de su esposo, así en el alma en este estado no tiene ya ni afectos de voluntad, ni inteligencias de entendimiento, ni cuidado de obra alguna que todo no se inclinado a Dios, junto con sus apetitos, porque está como divina, endiosada; de manera que aun hasta los primeros movimientos no tiene contra lo que es la voluntad de Dios en todo lo que ella puede entender. Porque, así como un alma imperfecta tiene muy ordinariamente a lo menos primeros movimientos según el entendimiento y según la voluntad y memoria, y apetitos inclinados a mal e imperfección, así el alma de este estado, según el entendimiento y voluntad y memoria y apetitos, en los primeros movimientos de ordinario se mueve e inclina a Dios, por la grande ayuda y firmeza que tiene ya en Dios y perfecta conversión al bien. Todo lo cual dio a entender David cuando dijo hablando de su alma en este estado: “¿Por ventura no estará mi alma sujeta a Dios? Sí, porque de Él tengo yo mi salud, y porque Él es mi Dios y mi Salvador; Recibidor mío, no tendré más movimientos” (Ps. 61,2,3). En lo que dice “Recibidor mío”, da a entender que, por su estar su alma recibida en Dios y unida (cual aquí decimos) no había ya de tener más movimiento contra Dios.

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