domingo

JORGE LIBERATI - especial para elMontevideano Laboratorio de Artes


SENSIBILIDAD Y ENERGÍA OCULTA

Se oye hablar de una misteriosa “energía” que no se sabe qué es, con cuál de las conocidas puede asociarse ni de dónde proviene. La sentiríamos al pasar por un lugar, al aproximarnos o tocar ciertos objetos e, incluso, al tratar a una persona. Y sabríamos de ella por una especial sensibilidad, diferente a la de los sentidos, a la intuición y a los sentimientos, además de relacionarse con el estado de ánimo de cada uno. Podría resultar benéfica o maléfica, augurar la felicidad o el desastre, la alegría o el dolor. Pertenece al mundo de lo no detectable por medios comunes, al reino de los misterios poco o nada investigados.

Tampoco se investigará aquí, pero, al menos, puede servir como pretexto para reflexionar acerca de lo que sin duda se relaciona directamente. Porque es posible entrever algo no tan misterioso ni difícil de explicar si se interpreta como una manifestación más de la sensibilidad humana, semejante, por ejemplo, a la de apreciar el arte o el amor, la religiosidad o la solidaridad, lo místico, lo sobrenatural. La sensibilidad, diversa, versátil, multifacética, pertenece al surtidor más exuberante de la inteligencia humana: la subjetividad (que concierne al sujeto). Está muy bien estudiada la objetividad (que concierne al objeto), pero, su dimensión opuesta, la del arte, la música, la literatura, buena parte de la moral y los valores, hasta de la ciencia cuando el experimento es imposible, está rodeada de malas interpretaciones y equívocos. Tal vez no quiere verse que la subjetividad se sostiene sobre los mismos fundamentos que la objetividad.

Lo primero que surge es que no hay forma de separar adecuadamente, para estudiar y definir con rigor, los límites entre lo objetivo y lo subjetivo. Y lo segundo es, como se sabe, que las dos dimensiones trabajan juntas en la mayoría de oportunidades de la vida, asistiéndose mutuamente, complementándose, a veces disminuyéndose una para dar lugar a la otra, de modo de facilitar a la inteligencia el camino para resolver problemas. Ya no se cree que pueda haber una ruta iluminada y otra en la oscuridad, una vía enteramente confiable y otra enteramente sospechosa. Se cree, más bien, con prudencia y sin rigideces, que en todo lo que percibimos y acogemos se infiltra un poco de certeza y un poco de incertidumbre.

Surge lo humano resuelto en los dos sentidos, del razonamiento y del sentimiento. La sensibilidad lleva consigo la captación de la objetividad, pero no se restringe a lo sensible y corporal al manifestarse. Es susceptible de la intelección más fina y de la más gruesa, de la más elaborada y de la más espontánea y elemental. Está en la forma de sentir la complejidad, en la estructura más profunda de los problemas, pero también en el proceso por el cual el hombre puede emocionarse o renunciar a valerse de cálculos científicos y presunciones filosóficas.

La sensibilidad se parece al paso de un tenue y delicado flujo eléctrico y por ella somos capaces del análisis más penetrante tanto como de sentir emoción a flor de piel, de dar respuestas a las preguntas más difíciles de la vida y el cosmos y también de estremecernos ante el dolor, la miseria, el desvalimiento, la inocencia. Está presente cuando interviene el entendimiento o la emoción, cuando nos damos cuenta de las implicaciones de un hecho, cosa, circunstancia, descubierta y arrancada de su escondite habitual, o cuando sufrimos ante la tristeza del mundo o gozamos ante algunos de sus dones. En teoría, estamos cada vez más próximos a descubrir la forma en que se actúa, en el curso de la subjetividad más profunda o del conocimiento objetivo riguroso e indiscutible. En tal sentido, si la conciencia obrara en forma separada, de acuerdo a un plan especializado en alguna de aquellas reparticiones, objetividad y subjetividad, el resultado se resumiría en sólo reflexión pura o sólo percepción pura, y sabemos que no hay nada puro en el universo.

La sensibilidad, pues, es tan subjetiva como objetiva, material como espiritual, abstracta como concreta. Tiene la función de acorralar la realidad, porque quiere acotar y cerrar el círculo de los problemas, llevándolo a un lugar inexpugnable para los peligros de la ignorancia. Es el impulso más sencillo de lo trascendente, que ubica al hombre por encima de su vulgaridad, de su elementalidad, y lo capacita para desempañar y desarrollar la percepción y convertirla en inteligencia. Está presente en la desenvoltura y el talento, en la agudeza, la ponderación y la mesura. Es sentimiento, pasión, intuición, pero también espontaneidad reflexiva, simbolización, organización en signos. Consiste en una oscilación por medio de la cual ninguna de las dos dimensiones de la conciencia resulta nunca posesión de la otra sino reemplazo solamente y alternancia. Su dirección habitual es liberadora y vuelve posible la percepción, por encima del nivel fenoménico, de algo apetecido y afanosamente buscado, en el propósito vago pero alentador de revelar secretos de la naturaleza.    

Harto se ha dicho que más que cosas hay relaciones, y que estas relaciones serían relaciones entre cosas. Si no detectamos estas cosas, podemos detectar sus relaciones, porque nos llegan a través de la sensibilidad, nos conmueven y transforman. Todo lo que nos rodea pertenece a un mismo contexto, y, como pensaba un filósofo francés[i], desde que nada hay aislado en el universo, las impresiones nos llegan difusamente, una figura sobre un fondo, una línea en compañía de otra línea, un plano tras el otro, los colores combinados. Si todo fuera igual, homogéneo, no tendríamos nada para discernir, no sentiríamos nada y la conciencia se marchitaría. La sensibilidad entendida desde este punto de vista respondería a la facultad para analizar y a la destreza para englobar, para seleccionar supuestas partes de un todo, para sintetizarlas en una sola percepción o intelección. Sería, así, el arte perspicaz o la ciencia sutil capaz de lograr la activación del sistema todo de la sagacidad humana. Estos supuestos se cumplen en la vida corriente, en la política, en las relaciones internacionales, en el arte, en la física teórica.

La sensibilidad construye una realidad única, nivelada por encima de la realidad física, pero a partir de la experiencia. ¿De qué experiencia hablamos? La de la vida de cada uno, la que se forma en el acto que configura cada situación histórica individual (instantes y partes) al impresionar la dinámica de la conciencia (en su querer trascender, superarse, aprender, integrar habilidades, mejorar lo ya adquirido). No es sólo la que queda en la memoria o en los hábitos ni sólo lo que se adquiere a través de la enseñanza; es también la que recoge autodidácticamente la conciencia. Es objetiva y subjetiva y se aplica en el buen fluir de las ideas y en el desempeño habilidoso de las manos. Es posible apreciar la construcción de otra realidad colindante a la dirección del mundo, fundada en el hombre, cultural e histórico, como la mayor realización de la humanidad. Pensaba Erich Fromm que el hombre puede así “salir por completo de su patria natural y encontrar una nueva patria, una nueva patria creada por él, haciendo del mundo un mundo humano y haciéndose él mismo verdaderamente humano”[ii].

Y esta imagen de un universo que parece paralelo al universo físico debería servir de guía al esfuerzo de promover el ideal de toda persona, la facilitación para realizarse el sujeto humano, los jóvenes, sobre todo. Nuestra especie no lo tiene todo en los genes y debe desarrollar la sensibilidad, entre todas las otras facultades y habilidades, como una de las dotaciones espirituales e intelectuales. No se nace con la sensibilidad ni con la inteligencia completamente desarrollada ¿Nos la pueden enseñar? Hay una evidencia incontrastable: no existe escuela ni educación que se dedique a formar al individuo, y no existe carrera o doctorado de sensibilidad. Sólo hay enseñanza, escuela, liceo, universidad para. Se hace todo lo posible para que la Educación se ocupe del individuo, para formarlo además de informarlo. Pero en verdad sólo se ocupa del ciudadano, del habitante de la polis: el trabajador, el empleado, el empresario, el profesional; se ocupa de todo lo que tiene que ver con la persona en tanto partícipe de las relaciones inherentes al grupo, civiles, políticas, jurídicas.

La persona, el joven como el adulto, debe advertir que la formación de su capacidad sensible tanto como inteligible depende sólo de él mismo. El contacto con la cultura, aunque colabora grandemente en su formación, es sólo parte de la aventura que toda persona tiene por delante. En este específico sentido en nada le valdrá diploma, título, distinción, certificado, ni siquiera el gran bien que hoy día se empieza a considerar como más preciado: el reconocimiento. Porque sólo es capaz de generar el verdadero reconocimiento la energía ‒si se quiere llamar así‒ emergente de su voluntad más profunda, de su más acendrado querer ser, capaz de lograr la superación del simple ser.     

El hombre enfrenta la realidad apelando siempre a su sensibilidad, en todo su espectro. Es ella la que le ayuda a elegir, porque muy pocas y acotadas veces procede acatando un programa fijado con anticipación (sólo en la escuela, en el trabajo, en el consultorio, en el taller). La personalidad, el carácter, la moral, forman un caudal que no nace solo y que tampoco surge de la sola ayuda externa. No es obra de la casualidad ni de ninguna eventualidad fortuita o albur extraordinario. Es obra de una sensibilidad complementaria de la razón estricta y de los sentimientos comunes que la acompañan. Se diría que hablamos de la inteligencia, del talento, de la habilidad, o de todo esto sumado a la destreza adquirida en la vida, en determinadas experiencias, bajo especiales condiciones. Pero, aunque pueda tratarse de algo de esto o de todo esto, se advierte que roza con una facultad de la que no se ha hablado lo suficiente, o de la que se ha hablado más bien en el marco de explicaciones esotéricas o maravillosas.

Porque se separa lo subjetivo de lo objetivo, creyendo que nacen en locaciones diferentes, una cerebral y otra espiritual, cuando ambas nacen en la misma experiencia de vida. Una, en el espacio y el tiempo, en las continuidades y contigüidades que se comparten en un proceso diacrónico de vida, donde los objetos obran sobre los sujetos. Otra, en la unidad compacta que se genera en ese proceso, llámese conciencia, conocimiento, mente o cerebro, en un presente o diacronía que constituye la facultad para resolver problemas, para saber a qué atenerse, para enmendar el sufrimiento y desempeñarse en la vida llena de dificultades, donde los sujetos obran sobre los objetos. Todo en el mismo terreno de la experiencia de vida.

Bajo esta disposición del espíritu apenas se descubren aptitudes singulares, apenas se revela alguna al menos de las habilidades conocidas, uno de los tantos adiestramientos especiales por los cuales usualmente se incorpora un oficio o una profesión. No se trata de las competencias o habilidades naturales que caracterizan a algunas personas, como las que se suelen atribuir a un artista o a una persona que parece poseerlas desde el nacimiento. Porque, un médico que interroga a su paciente, la madre que apoya la mano en la frente acalorada de su hijo, el carpintero que acaricia la madera con fruición, el detective que escruta los detalles en la escena del crimen, los enamorados que intercambian sus miradas, el agricultor que deja escurrir la tierra entre sus dedos, ¿qué clase de conocimiento intentan hacer aflorar en su conciencia, en su memoria o en su espíritu? ¿No ensayan una síntesis de todos los saberes a su alcance, y aún más? ¿Mediante qué facultad lo hacen?[iii]

Se ha querido explicar esta facultad mediante un supuesto carente de comprobación experimental. Se ha preferido sustituir un don extraordinario del hombre, de la misma naturaleza que los demás dones, con un misterio parecido a los del ocultismo, proyectando en la realidad un asunto que concierne a nuestra más íntima subjetividad con el mandato de buscar afuera lo que se encuentra adentro. Habrá sin duda una base orgánica, por lo que, en efecto, la sensibilidad puede descansar en la biología humana. Pero no la tendremos sin un motivo, sin aquello que es capaz de despertarla y de transmitirla. Existe siempre un “más allá” transparente y muy poco misterioso, una especie de “problema” que la origina y hace desenvolver. El problema no anda vagando por ahí bajo la apariencia de un fantasma, para que una facultad esotérica lo capte. Por el contrario, está adentro y pertenece a lo más humano de la subjetividad y de la estructura biológica. Ocurre así el mayor entendimiento entre el cuerpo y la razón. Hace más de medio siglo había afirmado George Santayana: “La razón es significativa en la acción sólo porque, por así decirlo, ha comenzado por ponerse del lado del cuerpo.”[iv]
           
Abril de 2018


REFERENCIAS:

1 Mauricio Merleau-Ponty en Fenomenología de la percepción, Barcelona, Península, 1975, pp. 26 y ss.
2 Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, FCE, México, 1987, p. 28.
3 Porque “en la vivencia concreta que el individuo tiene de su propia historia, así como de la de otros, se da una reducción selectiva de los contenidos”, Mario Sambarino, “Individualidad e historicidad”, en Cuadernos Uruguayos de Filosofía, Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad de la República, 1968, T. V, pp. 5 a 15.
4 George Santayana, La vida de la razón, Buenos Aires, Editorial Nova, 1958, p. 22.

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