SENSIBILIDAD
Y ENERGÍA OCULTA
Se oye hablar de una misteriosa
“energía” que no se sabe qué es, con cuál de las conocidas puede asociarse ni
de dónde proviene. La sentiríamos al
pasar por un lugar, al aproximarnos o tocar ciertos objetos e, incluso, al
tratar a una persona. Y sabríamos de ella por una especial sensibilidad,
diferente a la de los sentidos, a la intuición y a los sentimientos, además de relacionarse
con el estado de ánimo de cada uno. Podría resultar benéfica o maléfica,
augurar la felicidad o el desastre, la alegría o el dolor. Pertenece al mundo
de lo no detectable por medios comunes, al reino de los misterios poco o nada
investigados.
Tampoco se investigará aquí, pero, al menos, puede servir como
pretexto para reflexionar acerca de lo que sin duda se relaciona directamente. Porque es posible entrever algo no tan misterioso ni difícil de explicar si
se interpreta como una manifestación más de la sensibilidad humana, semejante, por
ejemplo, a la de apreciar el arte o el amor, la religiosidad o la solidaridad, lo
místico, lo sobrenatural. La sensibilidad, diversa, versátil, multifacética,
pertenece al surtidor más exuberante de la inteligencia humana: la subjetividad (que concierne al sujeto). Está
muy bien estudiada la objetividad (que
concierne al objeto), pero, su dimensión opuesta, la del arte, la música, la literatura,
buena parte de la moral y los valores, hasta de la ciencia cuando el experimento
es imposible, está rodeada de malas interpretaciones y equívocos. Tal vez no
quiere verse que la subjetividad se sostiene sobre los mismos fundamentos que
la objetividad.
Lo primero que surge es que no hay forma de separar adecuadamente,
para estudiar y definir con rigor, los límites entre lo objetivo y lo
subjetivo. Y lo segundo es, como se sabe, que las dos dimensiones trabajan
juntas en la mayoría de oportunidades de la vida, asistiéndose mutuamente,
complementándose, a veces disminuyéndose una para dar lugar a la otra, de modo
de facilitar a la inteligencia el camino para resolver problemas. Ya no se cree
que pueda haber una ruta iluminada y otra en la oscuridad, una vía enteramente
confiable y otra enteramente sospechosa. Se cree, más bien, con prudencia y sin
rigideces, que en todo lo que percibimos y acogemos se infiltra un poco de certeza
y un poco de incertidumbre.
Surge lo humano resuelto en los dos sentidos, del razonamiento y del
sentimiento. La sensibilidad lleva consigo la captación de la objetividad, pero
no se restringe a lo sensible y corporal al manifestarse. Es susceptible de la
intelección más fina y de la más gruesa, de la más elaborada y de la más
espontánea y elemental. Está en la forma de sentir la complejidad, en la
estructura más profunda de los problemas, pero también en el proceso por el cual
el hombre puede emocionarse o renunciar a valerse de cálculos científicos y
presunciones filosóficas.
La sensibilidad se parece al paso de un tenue y delicado flujo
eléctrico y por ella somos capaces del análisis más penetrante tanto como de
sentir emoción a flor de piel, de dar respuestas a las preguntas más difíciles de
la vida y el cosmos y también de estremecernos ante el dolor, la miseria, el
desvalimiento, la inocencia. Está presente cuando interviene el entendimiento o
la emoción, cuando nos damos cuenta de las implicaciones de un hecho, cosa,
circunstancia, descubierta y arrancada de su escondite habitual, o cuando
sufrimos ante la tristeza del mundo o gozamos ante algunos de sus dones. En
teoría, estamos cada vez más próximos a descubrir la forma en que se actúa, en
el curso de la subjetividad más profunda o del conocimiento objetivo riguroso e
indiscutible. En tal sentido, si la conciencia obrara en forma separada, de
acuerdo a un plan especializado en alguna de aquellas reparticiones,
objetividad y subjetividad, el resultado se resumiría en sólo reflexión pura o sólo
percepción pura, y sabemos que no hay nada puro en el universo.
La sensibilidad, pues, es tan subjetiva como objetiva, material como
espiritual, abstracta como concreta. Tiene la función de acorralar la realidad,
porque quiere acotar y cerrar el círculo de los problemas, llevándolo a un
lugar inexpugnable para los peligros de la ignorancia. Es el impulso más
sencillo de lo trascendente, que ubica al hombre por encima de su vulgaridad,
de su elementalidad, y lo capacita para desempañar y desarrollar la percepción y
convertirla en inteligencia. Está presente en la desenvoltura y el talento, en la
agudeza, la ponderación y la mesura. Es sentimiento, pasión, intuición, pero
también espontaneidad reflexiva, simbolización, organización en signos.
Consiste en una oscilación por medio de la cual ninguna de las dos dimensiones
de la conciencia resulta nunca posesión de la otra sino reemplazo solamente y alternancia.
Su dirección habitual es liberadora y vuelve posible la percepción, por encima
del nivel fenoménico, de algo apetecido y afanosamente buscado, en el propósito
vago pero alentador de revelar secretos de la naturaleza.
Harto se ha dicho que más que cosas hay relaciones, y que estas
relaciones serían relaciones entre cosas. Si no detectamos estas cosas, podemos
detectar sus relaciones, porque nos llegan a través de la sensibilidad, nos
conmueven y transforman. Todo lo que nos rodea pertenece a un mismo contexto, y,
como pensaba un filósofo francés[i],
desde que nada hay aislado en el universo, las impresiones nos llegan
difusamente, una figura sobre un fondo, una línea en compañía de otra línea, un
plano tras el otro, los colores combinados. Si todo fuera igual, homogéneo, no
tendríamos nada para discernir, no sentiríamos nada y la conciencia se
marchitaría. La
sensibilidad entendida desde este punto de vista respondería a la facultad para
analizar y a la destreza para englobar, para seleccionar supuestas partes de un
todo, para sintetizarlas en una sola percepción
o intelección. Sería, así, el arte perspicaz o la ciencia sutil capaz de lograr
la activación del sistema todo de la sagacidad humana. Estos supuestos se
cumplen en la vida corriente, en la política, en las relaciones internacionales, en el arte, en la física
teórica.
La sensibilidad construye una realidad única, nivelada por encima de
la realidad física, pero a partir de la experiencia. ¿De qué experiencia
hablamos? La de la vida de cada uno, la que se forma en el acto que configura
cada situación histórica individual (instantes y partes) al impresionar la
dinámica de la conciencia (en su querer trascender,
superarse, aprender, integrar habilidades, mejorar lo ya adquirido). No es sólo
la que queda en la memoria o en los hábitos ni sólo lo que se adquiere a través
de la enseñanza; es también la que recoge autodidácticamente la conciencia. Es
objetiva y subjetiva y se aplica en el buen fluir de las ideas y en el
desempeño habilidoso de las manos. Es posible apreciar la construcción de otra
realidad colindante a la dirección del mundo, fundada en el hombre, cultural e
histórico, como la mayor realización de la humanidad. Pensaba Erich Fromm que
el hombre puede así “salir por completo de su patria natural y encontrar una
nueva patria, una nueva patria creada por él, haciendo del mundo un mundo
humano y haciéndose él mismo verdaderamente humano”[ii].
Y esta imagen de un universo que parece paralelo al universo físico
debería servir de guía al esfuerzo de promover el ideal de toda persona, la
facilitación para realizarse el sujeto humano, los jóvenes, sobre todo. Nuestra
especie no lo tiene
todo en los genes y debe desarrollar la sensibilidad, entre todas las otras facultades
y habilidades, como una de las dotaciones espirituales e intelectuales. No se
nace con la sensibilidad ni con la inteligencia completamente desarrollada ¿Nos
la pueden enseñar? Hay una evidencia incontrastable: no existe escuela ni
educación que se dedique a formar al individuo,
y no existe carrera o doctorado de sensibilidad.
Sólo hay enseñanza, escuela, liceo, universidad para. Se hace todo lo posible
para que la Educación se ocupe del individuo,
para formarlo además de informarlo. Pero
en verdad sólo se ocupa del ciudadano, del habitante de la polis: el trabajador, el empleado, el empresario, el profesional; se
ocupa de todo lo que tiene que ver con la persona en tanto partícipe de las
relaciones inherentes al grupo, civiles, políticas, jurídicas.
La persona, el joven como el
adulto, debe advertir que la formación de
su capacidad sensible tanto como inteligible depende sólo de él mismo. El contacto
con la cultura, aunque colabora grandemente en su formación, es sólo parte de
la aventura que toda persona tiene por delante. En este específico sentido en nada
le valdrá diploma, título, distinción, certificado, ni siquiera el gran bien
que hoy día se empieza a considerar como más preciado: el reconocimiento. Porque
sólo es capaz de generar el verdadero reconocimiento la energía ‒si se quiere llamar así‒ emergente de su voluntad más
profunda, de su más acendrado querer ser, capaz de lograr la superación del
simple ser.
El hombre enfrenta la realidad apelando siempre a su sensibilidad, en todo su espectro. Es
ella la que le ayuda a elegir, porque muy pocas y acotadas veces procede
acatando un programa fijado con anticipación (sólo en la escuela, en el trabajo,
en el consultorio, en el taller). La personalidad, el carácter, la moral, forman
un caudal que no nace solo y que tampoco surge de la sola ayuda externa. No es
obra de la casualidad ni de ninguna eventualidad fortuita o albur
extraordinario. Es obra de una sensibilidad complementaria de la razón estricta
y de los sentimientos comunes que la acompañan. Se diría que hablamos de la
inteligencia, del talento, de la habilidad, o de todo esto sumado a la destreza
adquirida en la vida, en determinadas experiencias, bajo especiales
condiciones. Pero, aunque pueda tratarse de algo de esto o de todo esto, se
advierte que roza con una facultad de la que no se ha hablado lo suficiente, o
de la que se ha hablado más bien en el marco de explicaciones esotéricas o maravillosas.
Porque se separa lo subjetivo de
lo objetivo, creyendo que nacen en locaciones diferentes, una cerebral y otra
espiritual, cuando ambas nacen en la misma experiencia de vida. Una, en el
espacio y el tiempo, en las continuidades y contigüidades que se comparten en
un proceso diacrónico de vida, donde los objetos obran sobre los sujetos. Otra,
en la unidad compacta que se genera en ese proceso, llámese conciencia,
conocimiento, mente o cerebro, en un presente o diacronía que constituye la
facultad para resolver problemas, para saber a qué atenerse, para enmendar el
sufrimiento y desempeñarse en la vida llena de dificultades, donde los sujetos
obran sobre los objetos. Todo en el mismo terreno de la experiencia de vida.
Bajo esta disposición del espíritu
apenas se descubren aptitudes singulares, apenas se revela alguna al menos de
las habilidades conocidas, uno de los tantos adiestramientos especiales por los
cuales usualmente se incorpora un oficio o una profesión. No se trata de las
competencias o habilidades naturales que caracterizan a algunas personas, como
las que se suelen atribuir a un artista o a una persona que parece poseerlas
desde el nacimiento. Porque, un médico que interroga a su paciente, la madre
que apoya la mano en la frente acalorada de su hijo, el carpintero que acaricia
la madera con fruición, el detective que escruta los detalles en la escena del
crimen, los enamorados que intercambian sus miradas, el agricultor que deja
escurrir la tierra entre sus dedos, ¿qué clase de conocimiento intentan hacer
aflorar en su conciencia, en su memoria o en su espíritu? ¿No ensayan una
síntesis de todos los saberes a su alcance, y aún más? ¿Mediante qué facultad lo
hacen?[iii]
Se ha querido explicar esta
facultad mediante un supuesto carente de comprobación experimental. Se ha
preferido sustituir un don extraordinario del hombre, de la misma naturaleza
que los demás dones, con un misterio parecido a los del ocultismo, proyectando
en la realidad un asunto que concierne a nuestra más íntima subjetividad con el mandato de buscar afuera lo que se
encuentra adentro. Habrá sin duda una base orgánica, por lo que, en efecto, la
sensibilidad puede descansar en la biología humana. Pero no la tendremos sin un
motivo, sin aquello que es capaz de despertarla y de transmitirla. Existe
siempre un “más allá” transparente y muy poco misterioso, una especie de
“problema” que la origina y hace desenvolver. El problema no anda vagando por
ahí bajo la apariencia de un fantasma, para que una facultad esotérica lo
capte. Por el contrario, está adentro y pertenece a lo más humano de la
subjetividad y de la estructura biológica. Ocurre así el mayor entendimiento
entre el cuerpo y la razón. Hace más de medio siglo había afirmado George
Santayana: “La razón es significativa en la acción sólo porque, por así
decirlo, ha comenzado por ponerse del lado del cuerpo.”[iv]
Abril de 2018
REFERENCIAS:
1 Mauricio Merleau-Ponty en Fenomenología de la percepción,
Barcelona, Península, 1975, pp. 26 y ss.
2 Erich
Fromm, Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea, FCE, México, 1987, p. 28.
3 Porque “en la vivencia concreta que el
individuo tiene de su propia historia, así como de la de otros, se da una
reducción selectiva de los contenidos”, Mario Sambarino, “Individualidad e
historicidad”, en Cuadernos Uruguayos de
Filosofía, Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad de la República,
1968, T. V, pp. 5 a 15.
4
George Santayana, La vida de la razón, Buenos Aires,
Editorial Nova, 1958, p. 22.
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