DEL TEATRO BALINÉS (9)
Estos metafísicos del
desorden natural, que al baile nos restituyen todo átomo de sonido, toda
percepción fragmentaria (que parecía dispuesta a volver a su fuente primera),
han sabido unir el movimiento y el sonido de modo tan perfecto que parece como
si los bailarines tuviesen brazos de madera hueca para hacer esos ruidos de
madera hueca, de instrumentos vacíos, de cajas sonoras.
Nos encontramos,
repentinamente, en plena lucha metafísica, y el rígido aspecto del cuerpo en
trance, endurecido por el asedio de una manera de fuerzas cósmicas, es
expresado admirablemente con esta danza frenética, tiesa y angulosa a la vez,
donde se siente de pronto que el espíritu cae a pico.
Como si olas de materia
se precipitaran unas sobre otras, hundiendo sus crestas en el abismo, y
acudiendo desde todos los puntos del horizonte para incorporarse al fin a una
porción ínfima de estremecimiento, de trance, y cubrir así el vacío del miedo.
* * *
Hay en estas edificadas
perspectivas un absoluto real y físico que sólo los orientales son capaces de
imaginar, y en este punto, en la elevación y la audacia reflexiva de sus
objetivos, difieren estas concepciones de nuestra concepción europea del
teatro, mucho más que en la extraña perfección de las representaciones.
Los partidarios de la
división y la separación de los géneros pueden pretender que no ven sino
bailarines encargados de representar unos mitos desconocidos y superiores, de
una elevación que revela el nivel de grosería y puerilidad indescriptibles de
nuestro teatro occidental moderno. La verdad es que el teatro balinés propone y
representa temas de teatro puro que en la representación escénica alcanzan un
intenso equilibrio, una gravitación enteramente materializada.
* * *
Hay en todo este teatro
una embriaguez profunda, que nos restituye los elementos mismos del éxtasis, y
con el éxtasis encontramos otra vez el seco hervor y la fricción mineral de las
plantas, de los vestigios y ruinas de los árboles de rostro iluminado.
Toda la bestialidad, la
animalidad, quedan reducidas a su gesto descarnado: ruidos multitudinarios de
la tierra que se hiende, la savia de los árboles, el bostezo de los animales.
Los pies de los
bailarines, al apartar los ropajes, disuelven pensamientos y sensaciones, permitiéndoles
recobrar su estado puro.
Y siempre esta
confrontación de la cabeza, este ojo del cíclope, el ojo interior del espíritu,
que la mano derecha busca.
Mímica de los gestos
espirituales que miden, cortan, fijan, alejan y subdividen los sentimientos,
los estados de ánimo, las ideas metafísicas.
Teatro de quintaesencias,
donde las cosas dan una rara media vuelta antes de retornar a la abstracción.
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