por Guadalupe Lizárraga
La historia es
arrogante y no otorga un lugar a las personas hasta que estas mueren y nos
damos cuenta del inmenso espacio que iluminan. Y la historia, no sólo de los movimientos feministas, sino del pensamiento
mundial, le tiene reservado su lugar a Lagarde, autora de un tratado
cultural, ideológico y político que coloca pragmáticamente a
La Mujer y a las mujeres en el centro de su propia circunstancia y desmonta
desde su base histórica la estructura opresora del patriarcado.
La conocí hace siete años, en su departamento. Yo hacía de mensajero, y subí hasta su piso cerca de Ciudad Universitaria a entregarle un paquete con una tesis. Lagarde estaba al fondo del lugar, sentada a la mesa con una amiga; la iluminaba la luz de un cielo azul, azul pálido y brillante, aquel que sólo puede verse al sur del Distrito Federal, cuando escapa entre canteras del monstruo de polución que se devora al resto de la capital. Un gracias, un apretón de manos y un hasta luego. Me queda la hermosa vista de sus muñecas y las paredes llenas de libros y figurines prehispánicos que definen el perfil de quien es antropóloga de origen. Su departamento es un hogar abierto a la vida.
Estuvo en Pachuca
la noche de este 9 de marzo; un día después del 8, claro, el Día Internacional
de Las Mujeres, el que se conmemora por la masacre de 1911 en Nueva York,
el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist que
mató a 140 trabajadoras, quienes se empleaban en condiciones inhumanas, por ser obreras y por ser mujeres. Presentó su
libro “El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías”,
editado por el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES), Acá la vi, de
noche, bajo la cúpula de la sala Salvador Toscano, muy cerca de la Fototeca
Nacional, el archivo fotográfico de México que yace en el centro de esta
capital hidalguense. Una obra que resume artículos y ensayos
sobre la teoría de género desarrollada por Lagarde, y que aporta una
sólida epistemología que la propia autora desarrolló para sustentar sus tesis
feministas.
Llovía, de esas lluvias molestas de
finales de invierno; cuando apenas se asoma la quemante primavera y no hace ni
frío ni calor, y ni llueve ni deja de llover.
Hizo un recuento de
sus más de 40 años dentro de los movimientos feministas “porque no hay un solo movimiento feminista, somos como las olas
del mar, que van y luego vienen”.
Recordó sus inicios
como militante del antiguo Partido Comunista Mexicano, y sus primeros aportes a
la política feminista dentro de las publicaciones del Centro de Estudios del
Movimiento Obrero y Socialista. “Del marxismo pasé al
feminismo, de izquierda toda la vida”.
Pausaba, sonreía,
tomaba la mano de su interoluctora. Se dio tiempo de hablar de sus muñecas, de
esas mismas que yo miré admirado cuando por pocos minutos pisé el mismo piso
que la teórica de Los Cautiverios de las Mujeres, la
tesis con la que irrumpió en la escena antropológica y filosófica nacional y le
comenzó a construir el capital simbólico que hoy tiene. Un tratado antropológico que evidencia la cosificación patriarcal
de las mujeres en “putas”, “madre-esposas”, “locas” y “presas”.
Sus ojos como dos lunas crecientes brillando en la noche iluminada de su
sonrisa. “Estoy muy feliz de estar aquí”, dijo, dibujando en el aire con sus
manos las memorias que le trajeron hasta aquí:
“Éramos gente ávida de un país vivible para todas y
todos. Quienes nos iniciamos en el feminismo hace 40 años, continuamos en el
movimiento. Hemos procurado espacios para difundirlo en la política y la
academia, en la sociedad, siempre demandando justicia”.
Lagarde (Ciudad de
México, 1948), etnóloga, maestra y doctora en antropología por la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), titular del Diplomado en Estudios
Feministas de la UNAM en México y Guatemala y presidenta de la Red de Investigadoras
por la Vida y Libertad de las Mujeres. Fue diputada federal entre los años 2003
y 2006, periodo en el que fue autora de la Ley de Acceso de las Mujeres a una
Vida Libre de Violencia, conocida como “Ley Lagarde”, parteaguas en
las políticas públicas de las mujeres en México, entre otras cosas,
por la creación del término legal “Feminicidio”, que permitió tipificar el
asesinato por odio de las mujeres en el país. La obra legislativa ha sido para
el país un cambio estructural en la forma de hacer política, legislar e
impartir justicia, obligando la asignación de recursos e infraestructura para
la atención y prevención de la violencia hacia las mujeres, cuyo modelo fue
adoptado a nivel internacional.
Su obra es, en mi
opinión, la más completa plataforma del feminismo latinoamericano;
que si no mundial, es porque no aborda en su totalidad realidades y
perspectivas de Oriente y África.
“Queremos mujeres empoderadas, seguras. Yo salí del
hoyo y me empoderé. Yo pasé de la disidencia a la coincidencia. Para vivir,
para la amistad y el conocimiento. Porque en el feminismo no es difícil tener
coincidencia en los anhelos de libertad y justicia. Y lo que decimos, lo que el
feminismo se plantea radicalmente es la igualdad plena entre mujeres y
hombres”.
Ojalá vuelva a verla un día, pronto. Afortunadas y afortunados quienes hallaron un lugar en sus aulas. No tengo duda que han estado frente a una emérita del pensamiento. Y es que muchos conocemos de destacados filósofos y científicos sociales mexicanos; pienso en la trascendencia de su obra académica y el impacto pragmático de su lucha política; LEOPOLDO ZEA, MIGUEL LEÓN PORTILLA, ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ, ¿LUIS VILLORO?, ENRIQUE DUSSEL… lo diré lo menos arrogantemente posible: Marcela Lagarde está por arriba de ellos.
Acerca de Guadalupe Lizárraga
Periodista independiente. Fundadora de Los Ángeles Press, servicio
digital de noticias sobre derechos humanos, género, política y democracia.
Autora de Desaparecidas de la morgue (Editorial Casa Fuerte, 2017).
(Los Ángeles Press / 16-3-2018)
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