domingo

PEQUE SALVALIBROS - ANNA RHOGIO


(tormenta en cuarto creciente)

Está en la casa de tía Juani, que al conocer a la gemela suiza, tuvo una especie de convulsión nerviosa: es igualita a su niña.

Las primas jugaron toda la tarde preparando repelentes menjunjes y asquerosos pastichos incomiblemente verdes, cocinándolos en el flamante juego de ollitas que los Reyes dejaron en los zapatos de Lola.

Igual a dos brujas hermosas, cuchicheando ensalmos y hechizos con los cuales conquistarán eterna felicidad, revuelven las sartenes en el braserito de verdad, hasta que se aburren y escapan espantadas de los horribles olores que suben al cielo.

-¡Muchachas! -llama Juani-. ¡Ayúdenme a apagar esto! ¡Intoxicará a los mismos ángeles! 

-¡Un vasito de agua alcanzará, mami! ¡Ya te lo llevo!.

Entonces salen a la vereda a mirar cómo la brisa del río barre las últimas flores de las casias y las deja flotando en las ondas para adornarlas de sol.

Lola, que es miel, observa la celeste y húmeda mirada de Peque:

-No te pongas triste. Volverán con su oro el año que viene. Mirá, allá viene Rocío. La invité a merendar con nosotras.

-¡JA! Para variar, olvidó sus frunciditos voladitos voladores y luce shorcito y remerita al tono.-parece una locutora de teve describiendo el atuendo de la modelito.

-No seas mala. Ro es geñuda pero muy generosa. Viste el regalo que te hizo. No la pelees.

-¡Nooo! ¡Yo la quiero y respeto sus gustos fuera de época!

Ro trae a su otra gemela suiza, acunándola amorosamente:

-¡Hola, chicas!  ¿Jugamos?

La tarde se va deshilachando lentamente, encendida con los visos plateados de la creciente luna que sonríe.

Juani había conseguido entretener a Tomás para que las dejara en paz, hasta que el chiquilín se escapó por la puerta del fondo:

-Quiero jugar con ustedes.

Lola sabe que su hermano es chiquito y que hay que concederle un lugar:
-Mostranos cómo corre tu tren.

-Dale. Vamos.

Peque escudriña el caos del dormitorio y abajo de una pila de pedazos de juguetes descubre la tapa de un libro que adora. 

Con un violento empujón sienta a Tomás en el suelo y corre llorando roja de rabia hasta la cocina:

-Decime, tía Juani -le muestra la primera página-: ¿qué dice acá?

-No llores, nena. A ver: "Este libro pertenece a Peque. ¡¡¡DEVOLVÉSELO!!!"

-¿Por qué  lo tiene este salvaje que ni sabe leer?

Tomás no comprende los chillidos y los sacudones que le da su prima y colorado como un tomate, transpirando, también llora a grito pelado. Su mamá lo salva sentándolo en la sillita alta donde come:

-¡Pero Peque! ¡Nunca fuiste así de mala con él!

-¡No me importa! ¡Vos sabés cómo cuido los libros! ¡Jamás los rayo ni les arranco las hojas! ¡Papá y mamá me lo enseñaron desde chica! ¡Son sagrados!

Y se deshace en lágrimas escondiendo la cara en el regazo de su tía.

-Mirá, nena.-Juani acaricia su larga trenza dorada-. Está intacto. Ni un rayón. Ni una arruga. ¿Cuándo te trajiste el libro de Peque, Tomás?

El gordito delincuente, cara de manzanita colorada, contesta ya calmado por un chupetín:

-No me acuerdo -el cerquillo de trigo, casi, casi, tapa su verde mirada oceánica-. Lo  agarré porque me gustaron esas mujeres que parecen "estuatas" vestidas con cortinas.

-¡Como para no! ¡Es el libro de las nueve musas griegas! ¡No vuelvas a tocar mis cosas, porque te reviento!

Rocío es única hija y no está acostumbrada a las revoluciones familiares. Mira con ojos desorbitados la escena que parece un puro drama del magistral cisne inglés.

Tía Juani pone en la mesa barritas de chocolates y helados.

La calma regresa a la cocina comedor y con el dichoso libro abierto, ya transformada en profesora de historia y literatura, Peque les muestra las hermosas láminas mientras les explica todo sobre las musas.

Lola y Tomás son más chicos y recién hoy se enteran de esas mitológicas fantasías.

Por supuesto que Peque y Ro se las saben de memoria. 

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