lunes

CONFIESO QUE HE MORIDO (2) - HUGO GIOVANETTI VIOLA


UNO: FINAL EN EL OBELISCO (2)
(crímenes y milagros en el 83)

5

Isabelino Pena acababa de poner a hinchar la yerba cuando escuchó abrirse y cerrarse la puerta del living-comedor-oficina.

-Hola, Peluca de Oro -me asomo erizado. -¿Cómo entraste?

-Caminando -aplastó un cigarrillo recién prendido la mujer color momia.

Y ahora le sondeo el bajón y entiendo que no está en condiciones de darse cuenta que tenemos portero eléctrico ni que anteayer me noquearon en el boliche ni que la primavera frermentó resplandecientemente en los frutales.

-Claro: encontraste abierto porque hoy está la limpiadora -se sentó sobre el escritorio el viejito.

-Te vengo a contratar.

Eso me hace ofrecerle las alas de la boca y ella ronca:

-El muerto que encontraron el otro día en la vereda era mi novio. Venía a buscarme para ensayar con una guitarra que acababa de restaurar por encargo. Una reliquia histórica, toda incrustada.

-Una estrellera.

-Sí. Y estoy tan segura de que se la robaron como de que mi hijo vive.

Isabelino Pena fue a buscar el termo y el mate y al volver se acomodó en su butacón de madera.

-Y vos estás segura de que traía la guitarra con él.

-No. Pero si se confirma que no la dejó en el taller ni se la entregó a los dueños es porque la traía y se la robaron. Yo lo único que puedo darte es la dirección donde vivía Cachongo. ¿Cuánto cobrás por un laburo?

Y recién le presta atención a mi ojo negro y chifla:

-Mama mía. ¿Y esa torta?

-Gajes de las milicias de la redención.

-Dame un mate. Y desde ya te advierto que tengas mucho cuidado con la familia de Cachongo, petiso: son hienas. Aunque todavía no me dijiste cuánto vas cobrarme.

-Eso después lo vemos. Y discúlpame la indiscreción: ¿en qué año desapareció tu hijo?

La mujer vació el mate y desembuchó:

-En el 74. Dicen que lo mataron en una fuga y que a la muchacha que estaba casada con él le mostraron el certificado de defunción. Pero ella se borró sin aclararme nada y en Suecia se volvió a casar y al año la mató un auto.

-Conozco el caso -me toca mostrar las barajas. -Soy visitante veterano del Penal y de algunos cuarteles. Tuve un hijo preso siete años. Salió en diciembre y ahora vive en México. Y a mi hija menor no le quedó otra que rajarse a Porto Alegre antes del plebiscito.

-Conocés el caso de Saúl -se le tensó la lividez de parche a la mujer.

-Sí. Saúl sigue oficialmente requerido. Y punto.

-¿Ves? A mí me alcanzaría con saber dónde vive, nomás -mira el ventanal Peluca. -Porque la única que se murió del todo en esta película soy yo, petiso.

-Bueno, apuntame la dirección de Cachongo que ya mismo me largo a localizar la estrellera.

Ella recogió del suelo el cigarrillo aplastado y dijo:

-Pobrecito.


6

Isabelino Pena le explicó al guitarrista alto y muy rubio que usaba cola de caballo:

-Sé que no es buen momento, pero necesito mandar la foto a México lo antes posible. Sería una ilustración de tapa perfecta para una novela que le publican a mi hijo.

Willi sigue junándome el moretón y payo:

-Fue el domingo pasado en Belvedere. Liverpool es más fuerte que yo, loco.

-No me digas que te torteaste con los de Racing.

-Me agarré a la salida con un viejo de mierda. Pero no fuimos presos ni nada.

-Pasá -cabeceó el grandote. -Yo también soy un mártir negriazul. Y si no zafamos de la B este año me parece que nos vamos al tacho.

-Eso jamás. Una camiseta que simboliza la mutación al Nuevo Eón cuatridimensional de Acuario resiste más que Hiroshima y Nagasaki juntas. Igual que la estrellera.

Willi se paraliza alarmado por la jerga junguiana pero suspira:

-Seguro. Sentate que ya vuelvo.

El detective prendió un Republicana y se acercó al ventanal que daba a Valentín Gómez.

-Buen día -siento crecer el olor a velorio todavía estancado en la casa. -Qué buscaba, señor.

La mujer casi vieja acomodó un florero lleno de crisantemos ocres en el aparador y sonrió. Está dopadísima.

-Ando buscando una guitarra que restauró el señor Carrión.

-Mi esposo. Y para qué la quiere.

-Necesito sacarle una fotografía a la tapa.

-Usted conocía a Cachongo.

-No. ¿Sabe que yo alquilé allí enfrente desde el 45 hasta el 53, señora? En Navidad desocupábamos el comedor y hacíamos un pesebre gigantesco y de noche abríamos el balcón para que lo viera todo el barrio.

-En el taller no está -volvió estornudando Willi y se estaqueó frente a los crisantemos. -¿Pero qué hacés, mamá? Tirá toda es basura de una vez: parece que estoy dando clases en un panteón, carajo.

Entonces el azul de los ojos de la viuda se rompe como un vitral apedreado:

-Mi esposo era capaz de vender al Espíritu Santo para mantener a la atorranta. Así que busque otra guitarra, señor. Yo sé lo que le digo.

-Está loca -sacudió el pelaje dorado Willi en la vereda. -Hace mucho. Pero ahora puedo forzar la venta de la casa y mandarme mudar solo y dejar que reviente sin salpicar a nadie. Disculpá: ¿vos conocés al dueño de la estrellera?

-No. El que me pasó el dato fue un luthier amigo.

-Bueno, dame tu teléfono que yo reviso el fichero de papá y te aviso dónde la podés encontrar. Disculpá la escenita.

La dentadura y la mirada de Isabelino Pena resplandecieron con un hervor fluvial cuando arrancó hacia el Prado observando el caserón de enfrente.


7

Isabelino Pena sirvió más vino tinto:

-¿Y cómo se enamoraron?

-Fue en un boliche del Paso Molino -se le amiela lluviosamente la miopía a Peluca. -Una noche con truenos. Habían tirado tanto aserrín en el piso que parecía una playa, me acuerdo. Fuimos de copas con unos amigos y de repente me largué a cantar. Cachongo estaba en la mesa de al lado pero yo ni lo vi. No lo vi salir a buscar la guitarra ni traerla abajo del paraguas. ¿Vos sabés lo que es estar en la mitad de un tango de esos que te acogotan aunque los hayas cantado toda la vida y sentir una guitarra en la espalda empezando a agarrarte el tono? Yo no había tenido otro hombre desde que me divorcié y él jamás le había metido cuernos a la loca.

-Atención -se puso un cigarrillo en la oreja el detective cuando sonó el teléfono.

-Frío, don Isabelino -carraspea Willi para espantar los nervios. -En el fichero no hay nada y llamé a varios clientes por las dudas y nada.

-Menos mal que sabemos que los mandalas-estandartes son inmortales. El sábado pienso llevar a Dostoievski a Belvedere para que vea resucitar a la gente en patota.

-Eso si hacemos goles.

El viejito se rio fuerte y manoteó un Republicana:

-Te agradecería muchísimo que me avisaras si llegás a saber algo, Willi.

-No te preocupes que te llamo enseguida. Y saludos a Dostoievski.

-¿Viste? -hace fondo blanco Peluca. -La guitarra también desapareció. Vos no entendés, petiso.

-¿Querés que te acompañe a tu casa?

-Vos no entendés lo que es no poder bañarse ni mirarse al espejo.


8

Isabelino Pena compró dos bolsas de nailon en un quiosquito ferrugiento y se las calzó como cubremedias. Después cruzo Aparicio Saravia empapándose hasta las rodillas y repecho la quinta-jardín del hogar para adolescentes que dirige mi hermano.

-Buen día, Magda -le sonrió el detective a una mujer aindiada que fumaba bajo el parral. -¿Está el Jorge?

-Tendría que estar. ¿No se anima a llamarlo? -señala la cuneta de la calle aqueróntica. -Lo vinieron a buscar de un rancho recién pintado, ahí nomás: entre esos transparentes y la policlínica. Dígale que ya llegaron los delegados y que si no se apura se pudre todo.

La pintada del rancho rezaba: VIVA SATANÁS. Hasta los perros parecen drogados y a mí se me desenrosca un viborazo con cabeza de estornudo y cola de pedo que enloquece de risa a una pendejada teleidiota.

-Pepe -se asomó del fondo un hombre de hondura lacustre.

-Yo soy peor que Quevedo -le beso la calva a mi hermano. -Hasta por los pedos me conocen. Vine a buscarte porque la Magda está que trina, loco.

Jorge midió un momento a los chiquilines que habían vuelto a enfrascarse en un video de Olmedo y ordenó:

-Te tendrías que quedar vos a escucharlo, por lo menos.

-A quién.

-A un travesti que vino a morir aquí.

En el sucucho donde agoniza la Lulú parece constelarse el olor a podrido de todo el asentamiento.

-Una vez me contrataron en la cantina del 13 F.C. y tuve que atenderlos agarrándome la nariz por los eructos -le contó el travesti al detective. -Y el último que entró a emporrarme fue mi padre. Y no me reconoció.

-Lo que importa es tu verdadera puerta, mijita.

-Gracias, padre -se confunde el muchacho-muchacha que ya debe pesar menos de cuarenta quilos. -Yo quería confesarme porque soñé que andaba disfrazada de novia igual que mi sobrina.

Isabelino Pena se taponeó varios estornudos y Lulú agregó:

-Llueve. Mi hermana y mi sobrina viven en Maldonado. Me gustaría que les dijeran que lo mío es contagioso y por eso no fui.

-Cómo se llaman.

-A mi hermana le dicen Moria. Y mi ahijada se llama Mariana Ventura.

Y enseguida se duerme y yo salgo tranquilo porque el cielo es capaz de camuflarme la diarrea que no pude retener y acabó por metérseme hasta en los zapatos.

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