domingo

ALFRED JARRY, UN ANTES Y UN DESPUÉS


por Manuel Hidalgo

«¡MERDRE!». Así mismo, con dos erres y en voz bien alta, empezó en el Théâtre de l'OEuvre la representación de Ubú rey el 10 de diciembre de 1896. ¡Mierda! Parte del público parisino no estaba calculado para escuchar ese exabrupto ni para lo que vendría después, de modo que, entre partidarios y detractores, se organizó un tremendo zafarrancho que acabó a mamporros.

Lo que los espectadores vieron fue algo inaudito para el teatro más bien realista del momento. Alfred Jarry, un precoz escritor de 23 años, inventor de palabros, palabrotas y palabrejas, les sirvió una alocada y anarcoide comedia, grotesca y dramática a la vez, que no sólo dejaba patidifuso por la virulencia crítica del texto, sino por las novedades escénicas que conllevaba.

La desopilante sátira de un panzudo, arribista y tontaina sin escrúpulos, supuesto oficial del ejército polaco y ex rey de Aragón, que, con la complicidad de su maltratada, enajenada, ladymacbethiana y no menos sanguinaria esposa, derroca al rey de Polonia, manda a paseo a los magistrados y a sus consejeros económicos, se cepilla a cuantos se oponen a sus arbitrarios designios, sojuzga a su pueblo para enriquecerse a manos llenas y se lía a mandobles con sus vecinos rusos, ha quedado en la historia como la farsa que mejor y con más risas sirve para poner a caldo a los dirigentes totalitarios.

Con las oportunas diferencias -y con las obligadas coincidencias-, Els Joglars y Albert Boadella se sirvieron de la obra de Jarry en sus montajes de Operación Ubú (1981) y, sobre todo, Ubú president (1995) para poner el ojo y la bala en Jordi Pujol y sus huestes.

Como prueba de su vigencia y de su alcance universal, el texto teatral -pensado en origen para una función de marionetas- acaba de ser editado por Alianza para regocijo de sus lectores. Jarry fue añadiendo más obras -cinco, creo- a la serie de Ubú y, con la totalidad o con parte del material, el regicida no sólo sigue subiendo a las tablas en medio mundo, sino que se han hecho óperas, operetas, películas, cómics y hasta profundos estudios psicofilosóficos a cargo de Gilles Deleuze y Michel Foucault.

Pero lo que hicieron Alfred Jarry y Ubú rey, con prodigiosa anticipación, fue desencadenar la llegada de la libre escritura y expresión, abriendo las puertas al Dadaísmo, al Surrealismo y al Teatro del Absurdo.

Nacido en Laval en 1873, y después de pasar por Rennes para estudiar e iniciarse en la escritura, Alfred Jarry llegó a París, en compañía de su madre y de su hermana Charlotte, muy instruidas, en 1891. Completó su cuidada formación en el Liceo Henri IV, donde Henri Bergson fue su profesor, pero luego ya ni pudo entrar en la Escuela Normal Superior ni licenciarse en La Sorbona. A los 20 años ya había publicado su primer libro.
Novelista, poeta y ensayista también, Jarry hizo duradera amistad con el gran Marcel Schwob, frecuentó los cenáculos simbolistas, publicó en periódicos de postín y colaboró en importantes revistas, algunas bien efímeras.

El zambombazo de Ubú rey le puso en el candelero y facilitó su supervivencia. A la muerte de su padre, heredó una suculenta fortuna y se pudo permitir vivir como un rajá en un pisazo del Boulevard Saint-Germain.

Sin embargo, su cabeza -tan buena y afilada para la creación insólita- funcionaba peor para regir su existencia. Se arruinó, vivió un tiempo de gorra en casa de su amigo el pintor Henri Rousseau -que él bautizó como El aduanero- y acabó a dos velas en un cuartucho inmundo

(El Mundo / 27-11-2017)

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