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DANIELA BOURET “LA ECUACIÓN CAMBIÓ: HOY HAY MUCHO MÁS MUJERES EN LA CULTURA”


por Soledad Gago
Cuando terminó el liceo decidió estudiar Historia con un único objetivo: cambiar el mundo. Puede sonar ambicioso, pero para una joven de 17 años que creció escuchando a Zitarrosa, no lo era. Incluso, si uno la escucha hablar, tiene la sensación de que ahora, a sus 50, esa meta tampoco quedó atrás.
Dice que no hay una formación ni una carrera para dirigir una sala, pero lo cierto es que Daniela Bouret está al frente del Teatro Solís desde mayo de 2014, cuando se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo. Desde entonces, trabaja con una convicción: creer en el arte como herramienta para el cambio. "No sé si es una cuestión de fe, pero tiene que ver con que nos ayuda a pensar en metáforas y ese rol de la metáfora me parece fundamental". También cree que el arte y la cultura tienen que llegar a la mayor cantidad de personas posibles. Y trabaja para lograrlo. Por eso, decir que Daniela aún quiere cambiar el mundo, no suena tan errado.
Un largo camino

Nació en Montevideo y hasta los 17 años vivió en Humberto Primero, en el Buceo. Su padre es arquitecto y su madre trabajaba como secretaria en una fábrica de ladrillos en Colón. "La única mujer en un lugar lleno de hombres", dice Daniela con cierto orgullo. Por eso, iba a un colegio de horario extendido, estudiaba piano y hacía ballet. Dice que el piano le gustaba, que le iba bien, pero para el baile — se ríe— "era horrible". Esos siete años de piano fue lo más cerca que Daniela estuvo de estudiar algo relacionado con el arte.
En su adolescencia, se unió al movimiento juvenil y cristiano de la parroquia Santa Elena y entonces decidió que algo en su entorno no estaba bien. "Además de ir a la iglesia, yo era scout y hacía tareas sociales todos los fines de semana; empecé a ver que había algo que no cerraba entre lo que veía y hacía con eso social y lo que pasaba en el colegio al que iba". Por eso —por puros ideales, digamos— a los 15 años le pidió a sus padres para cambiarse de institución. Se fue al Zorrilla, que era el liceo al que iban sus amigos del barrio.
Así, como si todo en su vida estuviera destinado a llegar hasta allí, el primer amigo que tuvo en esa institución fue Sergio Duarte, hijo de desaparecidos en la dictadura. Era 1982 y Daniela decidió que tenía que hacer algo con el tema. "Lo primero que hice fue hacerme delegada de clase y organizamos la jornada del vaquero, que era contra el uniforme. Yo sentía que estaba haciendo la revolución y en ese momento pensé: ¿Cómo puedo hacer para cambiar el mundo? Historia, dije".
¿La estrategia era cambiar el mundo futuro mirando el pasado?

Claro, para no repetir los mismos errores. Había que proyectar y la herramienta era pensar, y para eso, era o Historia o Filosofía. Pero a la vez ahí mi madre me preguntó de qué pensaba vivir, porque como historiadora era imposible. Entonces hice secretariado y mientras trabajaba, empecé a estudiar en la Facultad de Humanidades.
Y a partir de entonces, la formación de Daniela no ha cesado. Después de recibirse de Licenciada en Historia, hizo una maestría en Ciencias Humanas, estudió Gerencia Social, Gerencia en Relaciones Públicas, Habilidades Gerenciales y ahora cursa un Diploma en Políticas Públicas en la facultad de Ciencias Sociales de la Udelar, que termina en diciembre. A los 23 años se casó, a los 25 tuvo a Adrián, su primer hijo, y seis años después a Mauro. Estuvo en pareja por 23 años, se divorció y se volvió a enamorar de Gonzalo, su actual compañero. Mientras, siempre se mantuvo estudiando y trabajando.
Cuando se le pregunta cómo hizo para hacer tantas cosas y ser madre a la vez, dice que a los hombres se les debería hacer la misma pregunta. "Nosotros nos repartíamos siempre el trabajo, tanto en casa como en el cuidado de los hijos. Siempre traté de estar presente en su crecimiento pero también de proyectarme. Yo sabía que tenía una cosa muy fuerte de seguir estudiando y formándome. Creo que siempre hay que tener más herramientas". En el Solís, por ejemplo, sentía que necesitaba más herramientas para comunicarse mejor con la gente, y el equipo. "Es una gran responsabilidad estar al frente de un teatro que nació con la república, con el país".
Pero cuando Daniela ganó el concurso para ser la directora del teatro más importante de Uruguay, traía consigo la experiencia de haber estado al frente de la sala de espectáculos del Carrasco Lawn Tennis por cinco años; además, estuvo en el equipo de dirección del Solís desde su reapertura, en 2004, hasta 2011. En esa instancia, también era la única y primera mujer en integrar el grupo.
Siempre en la cultura

Daniela agradece esta charla porque le sirve como excusa para sentarse a almorzar. Pero, al contrario de sonar a queja, suena a satisfacción.
Todavía recuerda la primera vez que entró al Solís. Tenía cuatro años y fue con su tío Mario, que era diseñador de vestuario de teatro y ella "adoraba". Sus padres habían ido a un concierto y Daniela los extrañaba, así que Mario decidió llevarla a ella también. No sabe qué sintió esa vez, pero sí recuerda estar en uno de los pisos altos del teatro y saludar a sus padres que estaban abajo, en la platea. No sabía, en ese momento, que en algún momento de su vida pasaría la mayor parte de su día en ese lugar.
Cuando Gerardo Grieco la convocó para ser la directora institucional en la reapertura del Solís, en 2004, no lo dudó. "No sabía muy bien qué tenía que hacer pero tenía muchas ganas y me encantaba que se estaban generando políticas culturales que tenían que ver con la accesibilidad ciudadana y con entender a la cultura como un derecho y un valor. Ese paradigma era muy fuerte y yo quería ser parte de eso", cuenta.
Hoy el Teatro Solís tiene un objetivo claro: "Poner en relación a las artes y a los diferentes públicos", afirma la directora.

¿La principal tarea de este teatro es democratizar la cultura?                                                              

Bueno, en esto de democratizar la cultura hay una intención muy buena que es llegar a la mayor cantidad de gente, pero también hay alguna trampa. Uno puede decir, bueno, para que alguien sea culto tiene que haber leído a Shakespeare, o escuchado a Malher y de esa manera parecería que otras formas de ver las artes no fueran válidas. Y en realidad esa es solo una manera de ver, pero nosotros tenemos que tener en cuenta a todas las orientaciones estéticas.
Las líneas estratégicas con las que trabaja el teatro son diseñadas por la Dirección de Cultura de la Intendencia de Montevideo, explica, pero ellos se encargan de "bajarlas a tierra". Daniela cree que el ámbito cultural y artístico, mayoritariamente de hombres, ahora está cambiando. Incluso, dice que en rubros como diseño de luces o escenografía, que antes eran esencialmente masculinos, ahora "hay un montón de mujeres. La ecuación está cambiando, hay muchas más mujeres en la cultura". El personal del teatro está capacitado en género y diversidad, hay una sala de lactancia y un baño inclusivo. "Capaz por esa matriz de ser mujer es que una va buscando equilibrar, capaz si el director fuera un cineasta, tendríamos muchas películas sobre el Solís, pero soy esto y esto es lo que tenemos".
Explica, además, que la rentabilidad de un teatro público nunca es económica. "No son solventes, ni acá ni en Japón, entonces tienen que tener una tarea social muy fuerte. La principal riqueza de este lugar es su gente, el equipo humano, los elencos estables. La finalidad es llegar a la mayor cantidad de gente posible con una programación de calidad, amplia y abierta a todas las orientaciones estéticas. El rol del teatro público es conectar".

Por eso, Daniela se emociona los segundos antes de que se abra el telón para que comience un espectáculo. Ver a la sala llena y que todo esté en condiciones para que el encuentro entre los artistas y su público suceda, la conmueve. Es que allí, dice, concluye una larga cadena de trabajo que tiene una única finalidad: que alguien vaya al teatro y sienta algo, lo que sea, pero que sienta.
Buscar al público

La última encuesta de consumo cultural, de 2014, estimó que 66% de la población uruguaya no había concurrido a un espectáculo en vivo en el último año. Sobre esto, Daniela Bouret dice que si bien llama la atención porque es una cifra muy alta, "no está tan alejado de otros países de Latinoamérica y Europa". El tema de la captación es central para el Solís. "Lo que hacemos es ir a buscar a distintos tipos de públicos", asegura. Para lograr eso, trabajan con varios proyectos. Uno se trata de vincularse con distintas instituciones educativas: "Tenemos un vínculo con los docentes, que se comprometen a traer a un mismo grupo por lo menos tres veces en el año, en tres espectáculos diferentes". Pero también trabajan en un plan con el Penal de Punta de Rieles, y con otro que se llama Arte y Derechos Humanos. El gran problema, dice, es saber si todo ese público vuelve. "Lo que les ofrecemos la primera vez es fundamental. A la gente joven en el teatro le tenés que decir: apagá el celular, quedate quieto, callate, mirá lo que pasa en el escenario. Es muy difícil todo eso. Si ven algo que no les gusta o no les llega, puede ser una experiencia muy frustrante y puede que no vuelvan ni al Solís ni a ningún lado".

(El País / 12-11-2017)

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