domingo

LOS “DIARIOS” DE ALEJANDRA PIZARNIK: SIEMPRE SE MUERE TARDE


por Andrés Ibáñez

Con dieciocho años, al principio de la escritura del diario que le ocuparía toda la vida, escribe Alejandra Pizarnik: «¡Morir! ¡Claro que no quiero morir! Pero, debo hacerlo. Siento que ya está todo perdido». Las referencias al suicidio son obsesivas y constantes. En 1962, con veintiséis, escribe: «De todos modos el horizonte es siempre mi suicidio. Cada año prolongo la fecha. Hoy la prolongué muchísimo: me mataré cuando tenga treinta años».

Una y otra vez realiza esos «intentos» de suicidio que no son más que gestos teatrales. Intenta suicidarse pero procura que los amigos se enteren. Finalmente, comienza a deshacerse de todas sus cosas. Entonces, un día, tomó barbitúricos y se suicidó de verdad. Tenía treinta y seis años. Nos dejó dos libros: el volumen de su «Poesía completa» y sus «Diarios», publicados ambos por Lumen en cuidadas ediciones a cargo de Ana Becciú.

¡Cómo escribía Pizarnik! ¡Qué fuerza! ¡Qué belleza! ¡Qué intuición con las palabras! En contra de lo que pudiera parecer, la edición que tenemos entre las manos no es completa, sino que se trata de nuevo de una selección, aunque más amplia y completa que la publicada anteriormente por la misma editorial. Ana Becciú nos explica en el prólogo que ha intentado preservar la intimidad de la escritora así como la de su familia y amigos, razón por la cual ha dejado muchas cosas sin publicar, especialmente unos cuadernos de la última época en los que hay personas que podrían reconocerse. Esta delicadeza es muy estimable, pero nos hace preguntarnos qué es lo que habrá en esas partes expurgadas que pueda ser más íntimo y personal que lo que nos es permitido leer en las páginas dadas a la imprenta.


Sed de agua, agua, agua

Tenemos aquí a Alejandra Pizarnik desde los dieciocho años hasta el fin de sus días con todas sus pesadillas, sus complejos, sus miedos, sus raras costumbres, su obsesión con la delgadez, su odio a las personas que no controlan su peso, su sed inexplicable (sed de agua, agua, agua), sus temores sexualeslas orgías en las que participa desde joven (seguidas de frecuentes comentarios sobre su poca experiencia sexual o incluso sobre su timidez o inhibición en este terreno), la atracción que ejercen sobre ella las mujeres, sus aventuras con mujeres, las dudas sobre su sexualidad, sus amores, sus orgasmos. ¿Qué más puede quedar en el tintero?

La sensación de la propia insignificancia: «No puedo vivir como un ser humano». Alejandra Pizarnik quiso que su diario fuera «literario» y es, en verdad, una apasionante aventura literaria. A veces olvidamos que lo que leemos es un diario escrito a mano en diversos cuadernos a lo largo de dieciocho años y tenemos la sensación de estar leyendo una novela. Una novela experimental sin apenas referencias a hechos o acontecimientos, que presenta sobre todo una enloquecida aventura interior y que se abre en ocasiones en casi capítulos que recogen detalladas conversaciones o a veces en casi relatos que podrían pertenecer, sí, a una casi novela, esa que se pasó toda la vida deseando escribir sin lograr encontrar la manera de hacerlo.

La intensidad es mayor al principio y va decreciendo con el paso de los años. Los últimos diarios son más fragmentarios, más prácticos: listas de lecturas, cartas que hay que contestar, entradas breves y rápidas. Pero Dios mío, ¡cómo escribía la Alejandra Pizarnik de dieciocho años! No cabe duda de que es una persona muy joven y con poca experiencia la que rellena estas páginas, pero ¡qué fuerza!, ¡qué belleza!, ¡qué intuición con las palabras!

Hermana estrella: soy Alejandra

Su pasión por la poesía de César Vallejo. La definición de la belleza como algo fundamentalmente triste. Su lectura de Proust, que intuimos crucial. Calas a pie en la librería: lea el párrafo central de la página 49, o las maravillosas páginas 50 y 51. «La miopía exalta la individualidad. Verme a mí perfectamente y a los otros como pobres seres borrosos.» La página 59. Kafka. Safo. Las clases de la universidad. Las experiencias sexuales. La lectura de «Sodoma y Gomorra» y el descubrimiento paralelo de que casi todas las mujeres de Buenos Aires son lesbianas. Lecturas incesantes. Las interrogaciones de la página 128.

Pizarnik quiso que su diario fuera «literario» y es una aventura literaria. Utiliza cuatro veces los dedos de ambas manos para contar cuántos hombres la han besado (p. 137). El incontenible ardor sexual (p. 161). Neruda, Rimbaud, Huidobro. Chorros de una imaginación que brota en todas direcciones. Un dominio mágico del lenguaje: «Hermana estrella: soy Alejandra. Buenas noches». Aforismos: «El cielo es la carne; el infierno, el alma».

También está aquí la sensación del vacío del lenguaje, de la propia insignificancia, que daría origen a su voz como poeta: «Yo no sé nada, no tengo nada que decir». O: «No puedo realizar mi aventura humana. No puedo vivir como un ser humano. No puedo». Oscura tragedia es que la literatura tenga que surgir, casi siempre, de esta sensación de imposibilidad y de vacío. Sus notas a la lectura del «Quijote». «No hay amores prohibidos, sino palabras prohibidas.» Frases de desconcertante tristeza: «Siempre se muere demasiado tarde». Insólita belleza. Alejandra Pizarnik.

(ABC Cultural / 23-12-2013)

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